José Martí y su Obra
En José Martí encontramos ya
los rasgos que caracterizarían una de las épocas más fecundas
no sólo para el arte, sino para todas las manifestaciones
artísticas y humanas acaecidas con el cambio de siglo. Lo que se
ha dado en llamar Modernismo surge ya en su prosa audaz
y en su profunda poesía, pero no sólo ahí, sino en cualquiera
de las demás expresiones literarias que conforman un todo en el
caso de Martí.
Martí periodista
Entre 1880 y 1892, José Martí
publicó más de cuatrocientas crónicas sobre Hispanoamérica,
Estados Unidos y Europa, así como un centenar de acertados y
bellos retratos. Su publicación corrió a cargo de diarios como La
Nación de Buenos Aires, La Opinión Nacional de
Caracas, La Opinión Pública de Montevideo, La
República de Tegucigalpa, El Partido Liberal de
México y Las Américas de Nueva York. En el conjunto de
su obra, la parte periodística ocupa voluminosamente casi la
mitad de su producción literaria, dato que redunda si observamos
que la mayoría del resto de su producción apareció
primeramente publicada en periódicos.
No se debe menospreciar este
aspecto no ya en la obra de Martí, sino en la de otros autores
modernistas como él, pues la prensa escrita fue el medio de
difusión de un estética identificativa de un grupo muy amplio
de escritores, pensadores y artistas de finales del siglo XIX y
principios del XX. En Martí, por ejemplo, sus crónicas
sirvieron para introducir elementos tan variopintos y alejados
entre sí como los consejos para dormir con gorra, las nuevas
vajillas para tomar el té, las guerras y la política
internacional, la educación, la arquitectura, la moda y todos
aquellos adelantos vinculados a la ciencia y a la literatura.
Todo ello no fue óbice para que reflexionara sobre la ética y
la condición humana mediante imágenes detalladas, información
exhaustiva, gracejo narrativo y un estilo personalísimo que le
llevó a ser una de las más genuinas personalidades
periodísticas del momento, entremezclando rasgos del género en
Francia con otros adquiridos en su estancia en Nueva York, donde
colaboró en algunos diarios como The Hour o The Sun.
Martí pensador
Sin duda, la faceta que ha hecho
de José Martí algo más que un mito fue su ideario político. A
pesar de que su lucha directa se circunscribió a «su» Cuba,
concibió la libertad de los países de Latinoamérica como un
todo. Su idea de libertad nunca pudo partir de la República
española, pues la inconsecuencia de lo que ésta propugnaba con
los hechos que Martí observaba en la «Metrópoli» le
convenció de que el problema cubano sólo podría ser resuelto
fuera de los marcos políticos del poder colonial español.
Las dos tesis principales del
pensamiento martiano son, por una parte, abogar por la entrega de
la riqueza nacional, cuya distribución exclusiva en pocas manos
le parecía injusta; por otra, la cuestión indígena que
afrontan las jóvenes naciones americanas como uno de los más
tristes resultados de la dominación colonial sufrida, en la cual
los indios fueron aplastados y reducidos a la condición de
bestias; resucitarles el hombre que llevan dentro debe ser la
tarea primera de todos aquellos que aspiren a una patria libre.
El futuro de la revolución americana está vinculado, en su
opinión, a la raza indígena y a la unión de los pueblos, pues
sin ella no habría garantía alguna de triunfo para esa
revolución. Precisamente por ello se opuso siempre a la
intervención del autoritarismo militar que se había intentado
imponer al movimiento revolucionario y no se identificó nunca
con éste. Según el Apóstol, independizar a Cuba era, primero,
arrancar de América los últimos restos del colonialismo
español y, segundo, afianzar la unión de las jóvenes
repúblicas hispanoamericanas para contener así los impulsos
imperialistas de los Estados Unidos.
El testimonio político más
importante de Martí es su ensayo titulado Nuestra América:
no es un manifiesto americanista en el que se predique un fatuo
nacionalismo o en el que se cante la superioridad de los valores
autóctonos de los pueblos de hispanoamérica, sino que plantea,
fundamentalmente, un programa político-cultural establecido de
acuerdo con las necesidades más urgentes del continente. No hay
romanticismo en la afirmación del hombre natural, de la
Naturaleza americana. La afirmación de estos elementos cumple
una determinada función política porque únicamente a partir de
ellos podrá realizarse una liberación total. Nuestra
América no es un canto a un pasado glorioso ni una
invitación de retorno a él. Martí, que está mucho más cerca
de Marx que de Rousseau, afirma lo natural para poder mostrar
mejor el proceso de inversión de valores producido por el
dominio colonial. Con la colonización se impuso para América
una serie de costumbres y tradiciones que impidieron el
desenvolvimiento de sus culturas nativas. De esta manera se
produjo la típica sustitución de valores que toda potencia
imperial realiza, y por la que se engendran las colonias. Este
deplorable cuadro lo describió Martí con plasticidad asombrosa
al escribir: «Eramos
una visión, con el pecho de atleta, las manos de petimetre y la
frente de niño. Eramos una máscara, con los calzones de
Inglaterra, el chaleco parisiense, el chaquetón de Norte
América y la montera de España.»
Una de las preocupaciones máximas que
plasma Martí aquí es la integración de todos los cubanos bajo
una única bandera de amor y respeto al hombre, que, a su juicio,
debía ser la norma suprema de la futura república: «Yo quiero que la ley primera de nuestra república sea
el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre. En la
mejilla ha de sentir todo hombre verdadero el golpe que reciba
cualquier mejilla de hombre.»
El humanismo que desprenden estas
palabras es la constante más profunda del quehacer político
martiano, y la piedra angular de la reconstrucción del
movimiento revolucionario cubano.
Martí
escritor
Si sus incursiones en el teatro
(Abdala, Adúltera y Amor con amor se paga)
no tuvieron mucha fortuna, su única irrupción en el mundo de la
novela, Amistad funesta (Lucía Jerez), si bien no
podemos decir que sea una obra maestra del género, sí introduce
por primera vez en el mismo los rasgos que caracterizarían a la
novela modernista (o lírica, denominada por muchos críticos),
especialmente en lo referido al lenguaje, insólitamente
plástico y musical, de gran aliento imaginativo y de brillantez
expresiva, lo que lo acredita como un gran prosista y como
iniciador de una época, la modernista, que con él se abre.
Una de las incursiones literarias
más sorprendentes y atrevidas de Martí son sus cuentos,
especialmente los publicados en La Edad de Oro, revista
infantil editada íntegramente por él, que salió a la luz entre
julio y octubre de 1889. Sorprendente porque extraña que el
Apóstol, metido de lleno en empresas políticas y
revolucionarias, dedicara gran parte de su valioso tiempo a una
tarea tan poco productiva entonces como la literaria, y más si
cabe si consideramos que iba dirigida a los niños. La respuesta
está en su espíritu y sus proyectos revolucionarios. Con la
lectura de los cinco números que salieron a la luz de la revista
el lector puede darse cuenta de que no es literatura «sólo»
para niños: su función es netamente educadora, pero en un
sentido más amplio, y ello es debido al ideal político-social
de Martí, en el que el niño es el futuro, y ese futuro debe ser
de progreso y de virtud. Para conseguir los fines que persigue
(léase libertad, búsqueda de la verdad, americanismo, utilidad,
independencia de Cuba, desarrollo) hay que educar al niño
adecuadamente, pues él es la base de un futuro mejor. Su idea de
la pedagogía no es la de enseñar la realidad a los niños, sino
dársela a comprender, presentársela de modo que la puedan
entender, para que lleguen a participar de los grandes problemas
de América, como el racismo (en «El Padre Las Casas»), la
desigualdad social, la pobreza (en «Los zapaticos de Rosa»,
«La muñeca negra», «Los dos príncipes»), la libertad (en
«Tres héroes») y problemas universales como la bondad moral y
las virtudes (en «La perla de la mora», «Cada uno a su
oficio», «Nené traviesa», «El camarón encantado»), o la
muerte, tan presente en muchos cuentos. A todo ello, unirá un
estilo sencillo pero bello, tratando de hacer del deleite una
vía y una manera de aprendizaje. En sus cuentos infantiles
podemos ver una particular ordenación gramatical y un uso de
términos-clave que se repiten a lo largo de ellos en posiciones
estratégicas. Su sintaxis lineal, fluida, ordenada, sin
interrupciones, con abundancia de conjunciones, más propias del
lenguaje infantil, les confieren cierto sentido y musicalidad que
hacen de ellos auténtica y bella literatura.
Cierto tono infantil encontramos
también en Ismaelillo, su primer libro de versos, que
abre su incursión en la parcela que con mayor acierto cultivó.
Si dotó a su prosa de un lenguaje cuanto menos novedoso para el
género, sus intuiciones poéticas plasmadas en las quince
epifanías dedicadas a su hijo ausente abren definitivamente el
camino hacia la nueva estética modernista. El autor cuenta allí
un viaje por los mundos del sueño, impulsado por la persecución
arrebatada de sus visiones, y lo hace desde la naturaleza lírica
e íntima de un mensaje hondo, grave y universal, expresado en un
lenguaje veloz, de aparente despojamiento verbal, de metros
breves y saltarines, pero que encubren toda una serie de
metáforas recias y profundas que distinguen el pensamiento de
Martí.
En Versos libres,
recopilación de poemas posterior a su muerte pero que él dejó
casi preparado para la imprenta, imprime esa misma óptica
visionaria, pero ahora con mayor dramatismo y con un temple
agónico más acerado, que luego también continuará en otros
poemas de la misma época (que aparecieron en diferentes diarios
y publicaciones en vida del autor, para ser recogidos luego bajo
el título de Flores del destierro). En los
«endecasílabos hirsutos» (como él describió) de sus Versos
libres confluyen bajo la forma métrica de verso blanco
(idéntico metro, el endecasílabo, pero sin rima alguna) todas
las tensiones que le salpicaron en su vivir diario: desde la
circunstancia inmediata, el destierro y la nostalgia de su
patria, hasta su sed de amor y dolor, su recio sentido moral de
libertad, justicia y deber; vemos el concepto de la existencia
como lucha perenne de autoconstrucción, como pugna constante y
angustiosa por llevar a cabo sus fidelidades con la vida.
También encontramos en ese poemario la preocupación por la
poesía misma, por el vislumbre de posibilidades y sus
preferencias: el rechazo del artificio y la defensa de una
poética de lo natural (idea que plasmó en otros muchos de sus
textos).
Su preocupación por la armonía de
lo natural dará paso a la cima más alta de su arte, los Versos
sencillos, crónica lírica fragmentaria de su vida, donde
deshoja versos cristalinos a la vez que enigmáticos y oscuros
que alcanzan las cotas de mayor profundidad de su obra. Los
versos entrelazados rezuman sencillez y emoción, y muestran la
fusión pueblo-poeta-naturaleza desde lo cercanamente
biográfico, expresado desde el sincero temblor poético, desde
la serenidad y desde la fuerza.
La voz poética de Martí se
plasmó desde tres manantiales vitales: la voz dolorida pero
entrañable del hombre deshaciéndose y haciéndose a sí mismo
en la precariedad de su vivir; la voz y más desde la fuerza del
pleno pulmón emitida por la Naturaleza o el Universo; y una voz
recóndita, que desde la trascendencia quiere asegurarse un lugar
firme entre las certezas humanas. Y todo ello para llegar a dar
una declaración de amor y libertad firme, sin fisuras, que hacen
de su obra, corta en años pero intensa en sentido, un mensaje
compacto, bello y armoniosamente sincero.
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