Entrevistas agrupadas Nº 3 - Noam Chomsky (2001)

Título Original: Noam Chomsky : Composite Interview # 3

Autor: Noam Chomsky

Origen: Znet 22 de septiembre de 2001

Traducido por Germán Leyens y revisado por Jain Alkorta

Supongamos, como base de la discusión, que Bin Laden haya estado tras los eventos. Si es así, ¿qué razón puede haber tenido? Sin duda no beneficia a la gente pobre o indefensa en ninguna parte, y mucho menos a los palestinos, así que, ¿cuál es su objetivo, si es que él planificó la acción?

Hay que tener cuidado con este asunto. Según Robert Fisk, quien lo ha entrevistado prolongada y repetidamente, Bin Laden comparte la cólera reinante en toda la región por el apoyo de EE.UU. a las atrocidades contra los palestinos, así como por la devastación de la sociedad civil iraquí por parte de EE.UU. Esta opinión la comparten ricos y pobres, pasando entre otros por todos los niveles políticos y sería sorprendente que no compartiera esos sentimientos.

Muchos que conocen bien las condiciones, también dudan de la capacidad de Bin Laden para planificar esta operación increíblemente sofisticada desde una cueva en alguna parte de Afganistán. Pero es altamente plausible que su red haya estado implicada, así como que sea él quien los inspire. Se trata de estructuras descentralizadas, no-jerárquicas, probablemente, con lazos de comunicación bastante limitados entre ellas. Es perfectamente posible que Bin Laden esté diciendo la verdad cuando dice que no sabía de la operación, aunque la apruebe abiertamente.

Dejando todo esto a un lado, Bin Laden ha sido bien claro sobre lo que persigue, no sólo ante cualquier occidental que quiera entrevistarlo, como Fisk, sino, lo que es más importante, frente a una audiencia árabe: en los casetes en árabe que están circulando por todas partes, y en los que dice prácticamente lo mismo que lo que declara a los occidentales, según los que lo han escuchado. Poniéndonos en su lugar para posibilitar la discusión, el principal objetivo es Arabia Saudita y los demás regímenes corruptos y represivos de la región, ninguno de los cuales es auténticamente "islámico." Y él y su red quieren apoyar a los musulmanes que se defienden contra los "infieles" dondequiera que se encuentren: Chechenia, Bosnia, Cachemira, China occidental, Sudeste Asiático, África del Norte, y tal vez en otros sitios. Lucharon y vencieron en una guerra santa para expulsar a los rusos (europeos, desde su punto de vista) fuera del Afganistán musulmán, y están aún más decididos a expulsar a los estadounidenses de Arabia Saudita, país que les es mucho más importante, como emplazamiento de los sitios más sagrados del Islam. Su llamado a derrocar a los regímenes corruptos y brutales de gángsteres y torturadores tiene una amplia resonancia, así como su indignación contra las atrocidades que él y otros atribuyen, no sin razón, a EE.UU. Es absolutamente cierto que sus crímenes son extremadamente dañinos para los más pobres y oprimidos de la región. Los últimos ataques, por ejemplo, fueron un golpe aplastante para los palestinos. Pero lo que parece una profunda inconsecuencia desde fuera, puede ser percibido de manera muy diferente desde dentro. Luchando valerosamente contra los opresores, que son muy reales, puede aparecer como un héroe, por muy dañinas que sean sus acciones para la mayoría pobre. Y si EE.UU. tiene éxito en matarlo, puede hacerse aún más poderoso como un mártir cuya voz continuará siendo escuchada en los casetes que están circulando y demás medios. Después de todo, es tanto un símbolo como una fuerza objetiva, tanto para EE.UU. como, probablemente, para una gran parte de la población.

Hay sobradas razones, pienso, para que se le tome en serio. Y sus crímenes no pueden ser una sorpresa para la CIA. El contragolpe de las fuerzas islámicas radicales organizadas, armadas, y adiestradas por EE.UU.-Egipto-Francia-Pakistán y otros, comenzó casi de inmediato, con el asesinato en 1981 del presidente Sadat de Egipto, uno de los más entusiastas entre los creadores de las fuerzas reunidas para librar una guerra santa contra los rusos. Y el rebote continúa persistentemente desde entonces.

De nuevo, si Bin Laden planificó esas acciones, y, especialmente, si los temores populares de que ocurran más acciones semejantes son creíbles, ¿cuál es el enfoque adecuado para reducir o eliminar el peligro? ¿Qué pasos debieran tomar EE.UU. y los demás, en el ámbito nacional e internacional? ¿Cuál sería el resultado de esos pasos?

Cada caso es diferente, pero hagamos algunas analogías. ¿Cuál debiera haber sido la reacción correcta para Gran Bretaña frente a las bombas del IRA en Londres? Una posibilidad hubiera sido la de enviar la Real Fuerza Aérea a bombardear la fuente de financiación del IRA, en sitios como Boston. Dejando a un lado su factibilidad, hubiera sido una idiotez criminal. Otra posibilidad hubiera sido considerar de manera realista los problemas y dificultades de fondo y tratar de remediarlos, recurriendo al mismo tiempo a los pasos legales pertinentes para castigar a los criminales. Sin duda, tiene mucho más sentido. O tomemos el atentado contra el edificio federal en la ciudad de Oklahoma. Hubo llamados inmediatos para que se bombardeara el Oriente Medio, y, probablemente, es lo que se hubiera hecho de haberse encontrado el indicio más remoto de una conexión. Cuando se descubrió que el perpetrador fue alguien relacionado con las milicias de ultraderecha, no hubo ningún llamado a aniquilar Texas, Montana, Idaho y demás sitios donde están ubicadas las milicias. Más bien, se encontró al perpetrador, se le enjuició y condenó, y en la medida en la que la reacción fue razonada, hubo esfuerzos por comprender los resentimientos que motivan semejantes crímenes y confrontar los problemas. Casi cada crimen -sea un robo en las calles o colosales atrocidades- tiene unos motivos, y comúnmente descubrimos que algunos son serios y debieran ser confrontados. Por lo menos, es el camino a seguir si es que tenemos algún respeto por el derecho y la justicia, y esperamos reducir la probabilidad de que se produzcan nuevas atrocidades, en lugar de aumentarla. Los mismos principios tienen validez general, con debida consideración de las particularidades de cada situación. Específicamente, viene perfectamente al caso.

Hay clamores histéricos exigiendo que no nos atrevamos a considerar las razones subyacentes en los actos criminales realizados por nuestros enemigos (en otros casos sí que se puede) porque equivale a justificarlos. Al margen de lo absurdo de esa posición, es profundamente inmoral, sobre las bases más elementales: aumenta la probabilidad de daños serios. Y, como otros actos inmorales, debiéramos preguntarnos qué es lo que hay tras una posición tan vergonzosa. Las respuestas no son (precisamente) agradables.

¿Qué pasos quiere implementar el gobierno de EE.UU. en contraposición? ´¿Cuáles serán los resultados, si tiene éxito en sus planes?

Lo que se ha anunciado es una virtual declaración de guerra contra todos los que no se unan a Washington en su recurso a la violencia, sea cual sea su naturaleza. Las naciones del mundo se enfrentan a una "elección descarnada": únanse a nosotros en nuestra cruzada o "confronten la perspectiva segura de muerte y destrucción" (RW Apple, New York Times, 14 de septiembre.) La retórica de Bush del 20 de septiembre reitera enérgicamente esa posición. Si se toma literalmente, es una virtual declaración de guerra a una gran parte del mundo. Pero estoy seguro de que no debiéramos tomarla literalmente. Los planificadores del gobierno no quieren socavar sus propios intereses de manera tan grave. Sus verdaderos planes, lo ignoramos. Pero supongo que se tomarán en serio las advertencias que están recibiendo de dirigentes extranjeros, de especialistas en la región, y, presumiblemente, también de sus propios servicios de inteligencia, de que un ataque militar masivo, lo cual mataría a muchos civiles inocentes -no del lado talibán, sino del de sus víctimas- sería la respuesta a las plegarias de Bin Laden. Incluso si le matan -tal vez aún más si resulta muerto- la matanza de inocentes tan sólo intensificará los desenfrenados sentimientos de cólera, desesperación y frustración que predominan en la región, y movilizará a otros hacia su horrenda causa. EE.UU. caerá en la "trampa diabólica" que Bin Laden le ha preparado, como dijera el Ministro de Relaciones Exteriores de Francia. Puede haber utilizado las palabras con conocimiento de causa. Él (o, por lo menos, sus agencias de inteligencia) saben con seguridad que jugaron un papel crucial en la atracción de los rusos a la "trampa afgana," como informara orgullosamente a la prensa francesa el Consejero Nacional de Seguridad de Carter, Zbigniew Brzezinski, felicitándose por haber armado la trampa meses antes de que los rusos realmente invadieran el país, al organizar el apoyo de EE.UU. a los muyahidin que combatían contra el gobierno. Brzezinski puede haber estado vanagloriándose de su propia genialidad al crear el monstruo que ha estado difundiendo la muerte y la destrucción por gran parte del Oriente Medio, África, y más allá, incluyendo la ciudad de Nueva York, pero, probablemente, haya algo de verdad en lo que dijo.

No sabemos lo que hará el Gobierno; dependerá, por lo menos en parte, del sentimiento generalizado en el país, en el que tenemos la esperanza de poder influir. Tampoco podemos predecir con mucha certeza las consecuencias de sus acciones, como tampoco ellos las pueden prever. Pero hay estimaciones plausibles, y, a menos que se siga el camino de la razón, la ley y las obligaciones contractuales, las perspectivas podrían ser bastante sombrías.

Mucha gente dice que los ciudadanos de las naciones árabes debieran haber tomado la responsabilidad de eliminar a los terroristas del planeta, o a los gobiernos que apoyan a los terroristas. ¿Cuál es su reacción?

Tiene sentido apelar a los ciudadanos para eliminar a los terroristas, en lugar de elegirlos para ocupar puestos de gobierno, alabarlos y recompensarlos. Pero no sugeriría que debiéramos haber "eliminado del planeta a nuestros funcionarios electos, a sus consejeros, a su claque intelectual, y a sus clientes," o destruido nuestro propio gobierno y demás gobiernos occidentales por sus crímenes terroristas y su apoyo a terroristas en todo el mundo, incluyendo a muchos que sabemos que caen en la categoría de "terroristas" porque desobedecieron órdenes: Saddam Hussein, y muchos otros antes que él. Sin embargo, es algo injusto acusar a los ciudadanos de los regímenes duros y brutales que apoyamos, por no haber tomado esa responsabilidad, puesto que nosotros no lo hacemos en circunstancias mucho más propicias.

Mucha gente dice que, a través de toda la historia, cuando una nación es atacada, responde de la misma manera. ¿Cuál es su opinión?

Cuando los países son atacados tratan de defenderse, si pueden. Según la doctrina citada, Nicaragua, Vietnam del Sur, y numerosos otros países debieran haber enviado atacantes suicidas a destruir EE.UU. desde dentro, los palestinos debieran ser aplaudidos por los atentados suicidas en Tel Aviv, etcétera, etcétera. Es esa doctrina que llevó a Europa a una virtual autodestrucción, después de cientos de años de salvajismo, lo que llevó a las naciones del mundo a forjar un pacto distinto después de la segunda guerra mundial, estableciendo -por lo menos formalmente- el principio de que el recurso a la violencia está prohibido, excepto en caso de autodefensa contra ataques armados, hasta que el Consejo de Seguridad actúe para proteger la paz y la seguridad internacionales. Específicamente, las represalias están prohibidas. Ya que EE.UU. no es objeto de un ataque armado, esas consideraciones son irrelevantes -por lo menos, si es que estamos de acuerdo en que los principios fundamentales de la ley internacional debieran aplicarse a nosotros, y no sólo a aquellos que no nos gustan.

Al margen de la ley internacional, tenemos siglos de experiencia que nos dicen exactamente lo que implica esa doctrina. Y en un mundo con armas de destrucción masiva, lo que implica es un fin inminente del experimento humano - un peligro que,, después de todo, constituye el motivo por el cual los europeos decidieron hace medio siglo que el juego de la matanza mutua que se habían permitido jugar durante siglos debía terminar, si no querían sufrir las consecuencias.

Mucha gente expresa su cólera horrorizada ante las expresiones de odio hacia EE.UU. que emanan de muchas partes del mundo, incluyendo, pero, sin limitarse, al Oriente Medio. Las imágenes de personas celebrando el colapso del World Trade Center dejan a la gente deseosa de venganza. ¿Cuál es su reacción?

El ejército respaldado por EE.UU. tomó el control de Indonesia en 1965, organizando la matanza de cientos de miles de personas, en su mayoría, campesinos sin tierras, en una masacre que la CIA comparó con los crímenes de Hitler, Stalin y Mao. Eso llevó a una euforia ilimitada en Occidente, una exhibición desbocada de entusiasmo, en los medios nacionales e internacionales. Los campesinos indonesios no nos habían hecho daño alguno. Cuando Nicaragua terminó por sucumbir al asalto de EE.UU., la prensa convencional elogió el éxito de los métodos utilizados para "arruinar la economía y desarrollar una guerra por encargo larga y mortífera, hasta que los nativos exhaustos derribaran ellos mismos al gobierno," con un costo "mínimo" para nosotros, dejando a la víctima "con puentes destruidos, plantas eléctricas saboteadas, y granjas arruinadas," y dando así al candidato de EE.UU. "un lema ganador": terminar con el "empobrecimiento del pueblo de Nicaragua." Estamos "unidos en la alegría" ante este resultado, como proclamaba el New York Times. Es fácil continuar.

Muy poca gente en todo el mundo celebró los crímenes en Nueva York: fueron deplorados abrumadoramente incluso en los sitios donde la gente había sido aplastada por las botas de Washington durante un tiempo largo, muy largo. Pero, sin duda, hubo también sentimientos de cólera contra EE.UU. Sin embargo, no conozco nada tan grotesco como los dos ejemplos que acabo de mencionar, de entre tantos otros similares en Occidente. Aquellos que piensen que las reacciones de la semana pasada exigen venganza, debieran dedicarse a fomentar una campaña de destrucción masiva contra sus propias instituciones, y contra ellos mismos, si es que las reacciones se basan en algún principio moral.

Yendo más allá de esas reacciones públicas, ¿cuáles piensa que son los motivos reales que influencian la política de EE.UU. en la actualidad? ¿Cuál es el propósito de la "guerra contra el terror," tal y como la propone Bush?

La "nueva guerra contra el terror" ni es "nueva", ni es una "guerra contra el terror." Debiéramos recordar que la administración Reagan llegó al poder hace 20 años, proclamando que el "terrorismo internacional" constituiría un punto central en nuestra política exterior, y que debíamos emprender una guerra para eliminar ese "cáncer," esa "plaga" que estaba destruyendo la civilización. Actuó sobre la base de ese compromiso organizando campañas de terrorismo internacional que fueron extraordinarias en escala y destrucción, llevando incluso a una condena de EE.UU. por parte de la Corte Internacional, mientras prestaba su apoyo en innumerables casos adicionales, por ejemplo, en África del Sur, donde las depredaciones sudafricanas, respaldadas por Occidente, inmolaron a un millón y medio de personas, y causaron 60.000 millones de dólares en daños durante los años de Reagan. La histeria sobre el terrorismo internacional alcanzó su clímax a mediados de los años 80, cuando EE.UU. y sus aliados estaban en la vanguardia de la diseminación de ese cáncer, que ellos mismos exigían fuera extirpado. Si lo deseamos, podemos vivir en un mundo de ilusión reconfortante. O, podemos considerar la historia reciente, las estructuras institucionales que siguen esencialmente intactas, los planes que se anuncian y responder sobre esa base. No conozco ninguna razón para suponer que haya habido un cambio repentino en las antiguas motivaciones u objetivos políticos, salvo por algunos ajustes tácticos al cambio de las circunstancias.

Debiéramos recordar también que una de las celebradas tareas de los intelectuales es la de proclamar cada cierto tiempo que hemos "cambiado de dirección," que el pasado ha quedado atrás y que puede ser redimido, mientras marchamos hacia un futuro glorioso. Es una posición sin duda muy conveniente, aunque difícilmente admirable o sensata.

¿Cree usted que la mayoría de los estadounidenses, cuando las condiciones permitan una evaluación más detallada de las opciones, aceptarán que la solución a los ataques terroristas contra civiles es realizar más ataques de terror contra civiles, y que la solución al fanatismo es el control y la restricción de las libertades cívicas?

Espero que no, pero no debiéramos subestimar la capacidad de los sistemas de propaganda bien manipulados para llevar a la gente a una conducta irracional, asesina y suicida. Tomemos un ejemplo suficientemente remoto como para considerarlo con poca pasión: la primera guerra mundial. No es posible que ambos lados estuvieran involucrados en una guerra noble, por los objetivos más sublimes. Pero en ambos lados, los soldados partieron a la matanza mutua con enorme entusiasmo, fortificados por la aclamación de las clases intelectuales y las de aquellos a los que éstas ayudaron a movilizar, a través de todo el espectro político, de la izquierda a la derecha, incluyendo a la fuerza política de izquierda más poderosa del mundo, en Alemania. Las excepciones son tan pocas, que no resulta difícil hacer una lista, de la que algunos de los miembros más prominentes terminaron en la cárcel por poner en duda la nobleza de la empresa: entre ellos, Rosa Luxemburgo, Bertrand Russell, y Eugenio Debs. Con la ayuda del aparato de propaganda de Wilson y el apoyo entusiasta de los intelectuales liberales, un país pacifista se vio en unos pocos meses convertido en una descomunal histeria colectiva anti-alemana, dispuesta a vengarse de todos aquellos que hubiesen cometido crímenes salvajes, muchos de ellos inventados por el Ministerio de Información de Gran Bretaña. Pero eso no es, de ninguna manera, inevitable, y no debiéramos subestimar los efectos civilizadores de las luchas populares de los últimos años. No es preciso que nos dirijamos resueltamente hacia la catástrofe, tan sólo porque figure en el orden del día.

Recogido de: ZNET en español

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