Patrones en el voto y abstenciones - Noam Chomsky (2001)

Título original: Voting Patterns and abstentions

Autor: Noam Chomsky

Origen: Z Magazine, febrero de 2001

Traducido por Manuel Valdés y revisado por Jimena Puertas

Al comentar las elecciones de Noviembre de 2000 (Z Magazine de Enero de 2001, ver traducción), solo rocé importantes consideraciones que ofrecían una mayor visión del funcionamiento de la democracia contemporánea: patrones de voto y abstención. Información útil al respecto ha aparecido desde entonces; particularmente valioso es un análisis de Ruy Teixeira ( American Prospect, 18 de Diciembre de 2000) en el que baso mis datos.

Como es habitual, casi la mitad del electorado no participó y el voto se correspondió con el resultado. Sigue siendo cierto que "la concurrencia de votantes está entre las mas bajas y con un sesgo mas decisivamente clasista del mundo industrial" (Thomas Ferguson y Joel Rogers). Esta característica del así llamado "excepcionalismo americano" ha sido plausiblemente atribuido a "la total ausencia de un partido de masas socialista o laborista como un competidor organizado en el mercado electoral" (Walter Dean Burnham).

Los votantes con mayores ingresos apoyan a los republicanos, pero el que se vote según un sesgo de clases no explica la habilidad del partido más abiertamente pro-financiero para obtener la mitad del voto. El bloque que proporcionó a Bush su mayor éxito electoral ofreció la contribución crucial: la clase de trabajadores blancos de ingresos medios-bajos, hombres en particular, pero también mujeres. Por amplios márgenes apoyaban a Gore en los principales asuntos políticos, y entre los votantes preocupados más por asuntos políticos que por "cualidades" Gore ganó fácilmente. Pero la genialidad del sistema político es hacer irrelevante la política. La atención del votante se ha de enfocar en el estilo, personalidad-cualquier cosa menos los temas que son de principal interés para los centros que concentran el poder privado que en gran medida financian las campañas y dirigen el gobierno. Sus intereses comunes están fuera de la agenda, en conformidad con la respaldada "teoría inversionista de la política" de Ferguson.

De una manera crucial, las cuestiones de política económica no deben aparecer en la campaña. Estas son de gran interés tanto para la población en general como para el poder privado y sus representantes políticos, pero con preferencias opuestas. El mundo empresarial, no es una sorpresa, está abrumadoramente a favor de "reformas neoliberales", "globalización" guiada por las corporaciones, los acuerdos sobre derechos del accionista llamados "acuerdos sobre libre mercado", y demás dispositivos que concentren riqueza y poder. Tampoco es una sorpresa que el público se oponga en general. Se deduce de ello que dichos temas no son apropiados para las campañas políticas.

Para el público, el déficit de comercio de los EE.UU. se ha convertido en el asunto económico más importante que encara el país desde 1998, desbancando a los impuestos o el déficit presupuestario; la gente entiende que se traduce en pérdida de empleo, por ejemplo, al establecer las empresas americanas plantas en el extranjero que exportan al mercado americano. Para el mundo empresarial, una alta prioridad es el libre movimiento de capital: aumenta beneficios y también provee de una poderosa arma para socavar la organización sindical mediante amenazas de movimiento de empleo-técnicamente ilegales, pero altamente efectivas, como demuestra Kate Bronfenbrenner en un importante estudio que continua sus primeras investigaciones ("Terreno Difícil: el Impacto del Movimiento de Capitales sobre Trabajadores, Sueldos, y Organización Sindical" Cornell 2000). Estas amenazas contribuyen a la "creciente inseguridad del trabajador" que ha sido saludada por Alan Greenspan y otros como factor significante en la mejora de la salud económica, al limitar sueldo, beneficios e inflación que no sería bienvenida para los intereses económicos. Pero estas cuestiones no se deben introducir en el proceso electoral: la población en general es inducida a votar (si se da el caso) sobre una base de preocupaciones periféricas.

El patrón es muy familiar; he mencionado el ejemplo de 1984, cuando Reagan ganó una "victoria arrolladora" mientras que los votantes se oponían a su programa legislativo por un margen de 3 a 2. Este tipo de voto, en contra del interés propio, se entiende entre gente que se siente impotente, que dan por hecho que el gobierno es llevado por "unos pocos interesados que se preocupan de sí mismos"; eran la mitad de la población en 1984, subiendo hasta más del 80 por ciento unos pocos años después cuando las "reformas neoliberales" estaban más firmemente instituidas.

Estas "reformas" tienen la consecuencia natural de marginar a la mayoría de la población, al transferir aun más la toma de decisiones a sistemas de poder privado que no toman ninguna responsabilidad, mientras que un "Senado virtual" de accionistas y prestamistas puede ejercitar "poder de veto" sobre las decisiones del gobierno, gracias a la liberalización financiera. La regulación del flujo de capital y tasas de cambio bajo el sistema Bretton Woods establecido por EE.UU. y Gran Bretaña a mediados de los años 40 permitió una forma de "liberalismo embebido", en el cual las políticas democrático sociales podían ejercerse dentro de una economía internacional liberalizada. El desmantelamiento del sistema 30 años después fue uno de los elementos importantes de la campaña para invertir el temido "exceso de democracia" de los 60 (tomando prestada la retórica del informe de la Comisión Trilateral sobre "la crisis de la democracia"), y devolver la población a la pasividad y la conformidad, tal vez incluso renovando los buenos tiempos en los que "Truman había sido capaz de gobernar el país con la ayuda de un relativamente pequeño numero de abogados y banqueros de Wall Street", como recuerda nostálgicamente el reportero americano Samuel Huntington.

El sistema constitucional fue originalmente diseñado "para proteger la minoría de los opulentos de la mayoría", en palabras de uno de los principales analistas, James Madison. El poder político, explicaba, tiene que estar en manos de "la riqueza de la nación", hombres en los que se pueda confiar, "que aseguren los intereses permanentes del país" -los derechos de los propietarios-y que defiendan estos intereses del "espíritu nivelador" del público en general. Si el público tuviera permiso para participar libremente en las elecciones, Madison advirtió a sus colegas, su "espíritu nivelador" podría llevar a medidas para mejorar las condiciones de esos que "trabajan bajo todas las penalidades de la vida, y que secretamente suspiran por una distribución más equitativa de sus bendiciones". La reforma agraria fue la principal amenaza que percibió Madison; en la actualidad, es mucho más amplia.

En una versión más moderna, el público general se considera "un ignorante y entrometido intruso" que debería ser mero "espectador de la acción", no participante (Walter Lippmann); su papel solo es el de periódicamente escoger entre "hombres responsables" que trabajarán en "aislamiento tecnocrático"; en jerga del Banco Mundial, "asegurando los intereses duraderos". La doctrina, etiquetada como "poliarquía" por el teórico político democrático Robert Dahl, es dotada de bases institucionales más firmes mediante la reducción de la arena pública bajo las "reformas".

La democracia se debe construir como el derecho a elegir entre mercancías. Los líderes financieros explican la necesidad de imponer sobre la población una "filosofía de la futilidad" y "falta de propósitos en la vida" para "concentrar la atención humana en las cosas más superficiales que abarcan gran parte del consumo de moda" La gente puede entonces aceptar e incluso dar la bienvenida a sus vidas subordinadas y sin sentido, y olvidar la ridícula idea de dirigir sus propios asuntos. Dejarán su destino en manos de la gente responsable, los que se llaman a sí mismos "minorías inteligentes" que sirven y administran el poder-que por supuesto está en otra parte, una oculta pero crucial premisa.

Desde esta perspectiva, convencional en la opinión de la elite, las últimas elecciones no revelan un fallo en la democracia americana, sino su triunfo.

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