TAUROMAQUIA:
El sufrimiento hasta la muerte de un animal como motivo de diversión

Cada año decenas de miles de animales mueren en las plazas de toros. Los defensores de la tauromaquia emplean argumentos de lo más rocambolesco para intentar defender una práctica que ocasiona tanto sufrimiento. No es así extraño que éstos lleguen a afirmar que los toros no sufren e incluso disfrutan en la plaza. Aún si ello fuese así, esto no justificaría su muerte, pues los animales no sólo poseen un interés por no sufrir, sino también por satisfacer sus posibilidades de disfrute, lo que implica, fundamentalmente, que no se les prive de su vida. De esta forma, no es necesario entrar a discutir los pormenores del maltrato que los toros sufren: el sólo hecho de matarlos es injustificado y llega para condenar esta práctica. Pero, en cualquier caso, tampoco el anterior argumento taurino puede ser aceptado, ya que el tormento que padecen los animales es, sin duda, enorme. Veremos de qué modo:

Antes ya de ser llevados a la plaza los animales padecen múltiples agresiones, que van desde su marcado con hierros al rojo vivo a su transporte en cajones, en los que no pueden hacer prácticamente ningún movimiento y padecen, en verano, un intenso calor. Previamente a las corridas, los toros son sometidos a golpes con el fin de privarles de fuerzas, además de otras intervenciones, que incluyen desde el afeitado de sus cuernos a su dopaje.

Ya en la plaza, el toro se ve acorralado en un círculo cerrado del que no puede salir. Se le clava además la divisa, un arpón clavado en su carne con el objeto de irritarlo con el dolor y mostrar los colores de la ganadería. A continuación el toro es herido por el picador que, montado a caballo, hunde en su costado una lanza rematada con una pica de 10 cm de largo, la puya. Ésta, una vez clavada en el cuerpo del animal, es movida de un lado a otro dentro de éste para ocasionarle el mayor daño posible y así debilitarlo, causándole grandes lesiones de las que sangran profusamente. En realidad, en la mayoría de los casos, los toros resultan heridos de muerte ya por éstas, siendo el resto de la fiesta una prolongación de su agonía con nuevos tormentos a añadir a éste. A su vez, los caballos se encuentran a menudo aterrorizados y no es extraño que se les golpee o agreda de otros modos para obligarles a entrar en la plaza (causándoles quemaduras, administrándoles descargas...). En ocasiones, ello les cuesta la vida, al recibir embestidas de las que ya no son tratados (por el contrario, se les mata y comercializa su carne).

Tras la puya, los toros son heridos con las banderillas, seis arpones de hasta 6 ó 7 cms. de largo, que al moverse el animal por el dolor que sufre van desgarrando su carne. Si éste se encuentra ya demasiado debilitado o aterrorizado (no siendo lo que en el ámbito taurino se tiene por un animal bravo), se le clava un par de banderillas extra, conocidas como banderillas de castigo, de mayor longitud (hasta 10 cm.).

En muchas ocasiones los animales, llegados al final de su tormento, se encuentran tan exhaustos y, sobre todo, psicológicamente tan hundidos, que se dejan matar. Pero la muerte que les espera es lenta y dolorosa. La espada del matador normalmente les hiere en la tráquea o pulmones, y en ocasiones sufren repetidas estocadas. No es extraño que tras esto siga moviéndose y quejándose del dolor, pasándose entonces a agredirlo con la puntilla, un cuchillo con el que se intenta seccionar la médula espinal del animal. Sin embargo, es común que ésta quede únicamente lesionada, y el toro quede paralizado pero totalmente consciente. De esta forma, un gran número de animales se encuentran todavía vivos cuando se les arrastra fuera de la plaza y son despellejados y despiezados (y también, si es el caso, cuando les cortan las orejas y el rabo).

Es obvio, pues, que el interés de los animales por no sufrir es completamente despreciado por una práctica como ésta. Esto se suma, pues, a la desconsideración por su interés por vivir.

RESPETO POR CADA UN@, TAMBIÉN POR LOS ANIMALES
A la luz de esto, no puede resultar aceptable otra de las defensas de ésta práctica intentada desde el mundo taurino, a saber, que cada cual debe respetar la opinión de l@s demás, aún si nosotros no compartimos las preferencias que ést@s manifiesten. Es éste, ciertamente, un excelente patrón de conducta, que seguramente tod@s convendremos en que deberíamos seguir. Ahora bien, es claro que, de guiarnos por él, tendremos que condenar tajantemente la tortura y muerte de los animales, puesto que también ellos, en tanto que sujetos con intereses propios, deben ser respetados, resultando intolerable una práctica que no lo hace. Apelar a la tradición para defender ésta resulta igual de inválido que hacerlo para defender el machismo u otras formas de desigualdad entre los seres humanos.

SON LOS ANIMALES CONCRETOS, NO LAS ESPECIES, QUIENES SIENTEN
Otro argumento esgrimido por los valedores de la tauromaquia es el de que es debido a ésta que se ha podido conservar la que llaman raza del toro de lidia, así como los espacios naturales donde éstos se crían, las dehesas. Un argumento así olvida lo que desde la defensa de los derechos de los animales se ha repetido insistentemente. Esto es, que no son las especies ni los ecosistemas por sí los que poseen la capacidad de experimentar sufrimiento o bienestar, sino los individuos que forman parte de ellos. El hecho de ser miembro de una especie o raza numéricamente más escasa en nada afecta para que un individuo tenga una mayor posibilidad de sufrir. De este modo, un argumento como éste nos muestra que el hincapié en la conservación de las especies responde únicamente a un interés (estético, científico o de otra clase) por nuestra parte, pero no a un respeto por los animales. Algo semejante ocurre en el caso de los espacios naturales, cuya defensa debe preocuparnos ante la evidencia de que es en ellos donde un enorme número de seres sintientes viven. Lo que resulta un completo sinsentido es precisamente sacrificar a estas criaturas con el fin de conservar aquellos, una conducta que sólo puede ser tildada de antropocéntrica e injustificable.

En cualquier caso, debe concluirse apuntando que tal argumento taurino es ciertamente falaz, puesto que los ecosistemas y las especies (y, con, ello, sus miembros) pueden ser perfectamente defendidas de muchos otros modos (de hecho, nadie defiende la introducción de corridas de cetáceos, simios y otros animales, ni la utilización de los parques nacionales con tal fin, y sin embargo sí que se desea que éstos no sufran agresiones o sean destruidos).

CONSECUENCIAS DE LA TAUROMAQUIA
No sólo los animales muertos en las plazas se ven agredidos por la tauromaquia. Como derivación de ésta se dan toda una serie de festejos donde se mata a otros animales -y tras un enorme sufrimiento, además- (toros alanceados, arrojados al mar, quemados con antorchas sujetadas a su cabeza...) Finalmente, el apoyo de las instituciones públicas a la tauromaquia no se reduce a las subvenciones de millones de euros que recibe (a pesar de que un gran número de personas estemos en contra de tal ), sino también a frenar la introducción de cualquier ley dirigida contra el abuso a los animales en general, por mínimo que pudiese ser su impacto.

Extraído de:
http://www.derechosparalosanimales.org

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