"M�XICO: PAISAJE Y PUEBLO". (Pensamientos sobre M�xico.) |
Heterog�neo y rico en dimensiones, formas y colores, el paisaje mexicano se presenta ante los ojos del espectador como un prisma multifac�tico hipnotizante. La esmeralda de bosques y pastizales se enfrenta, en contraste sutil y violento al mismo tiempo, a los tonos apastelados de la b�ve- da celeste y de las nubes. Las milpas, nopaleras y magueyales, la tierra obscura y f�rtil de los campos, el laber�ntico espesor de los bosques, conforman, todos ellos en armon�a perfecta, el "h�bitat" insustituible del indio mexica- no. En una ladera, bordeando el cerro arisco de yerbas y pedruscos, baja el indio, cargado de sudor y de jilo- tes; un burro ce�udo lo acompa�a. All� abajo, en el pueblo, donde la vida pasa y los a�os quedan, entre el crujido quejumbroso de la le�a al fuego, entre la tupida mata y el ado- be, diez pares de pies descalzos es- peran su llegada. El barro de la olla en el fog�n y el de la piel morena de la india, el marfil inmaculado del ma�z y el de la sonrisa franca y t�mida del "chil- payate", se funden en un cuadro claro-obscuro, comuni�n de la vida con la vida. Y ah� est�n tambi�n la salsa, las tor- tillas y el frijol, esperando desposarse con el pulque. El campanario de la Iglesia rompe en seis redobles el silencio, y el manto obscuro de la noche amenaza ya al diurno fulgor de la campi�a. En los prados, pacientes vacas pro- tagonizan, indiferentes, el transcurrir del tiempo. El viento corre entre los �rboles. La llanura funde su silueta en el horizonte. De cuando en cuando se oye el ladrido sonoro de los perros, o el sordo golpeteo de los cascos de un caballo sobre las piedras del ca- mino. Una mujer amamanta a un ni�o. Las aves del gallinero se platican al un�sono sus pareceres, semejando una tertulia interminable. Crecen las mazorcas y los ni�os. Crece la noche y el silencio. La ma�ana despierta amodorrada, escuchando el canto de los gallos y el resonar de las campanas de la Iglesia. Del rumor se pasa a la algarab�a. El mercado se puebla poco a poco. Aparecen ah� los jitomates, las ce- bollas, los nopales, las ollas de ba- rro y las fritangas; los sombreros de paja y el aguamiel. El ind�gena compra y vende..., vende y com- pra... Una sinfon�a de voces lo ro- dea. Hay que llevar de comer a la familia... Y el pueblo y el paisaje se confunden. Se mezclan el tiempo y el espacio. La vida sigue, y los a�os y el lugar se quedan. |