Letras Salvajes                     Número 9                                        2005

 

 

rosa silverio

 

 

MI MANO

 

Mi mano nunca siembra,

mi mano mata,

se suicida lentamente,

como la última nota de una marcha fúnebre.

Mi mano es un racimo de balas,

cuchillos afilados que cortan las venas,

pastillas que dan alas a la muerte,

corales rotos inundados de rocío.

 

 

 

LÚGUBRE

 

Se ha hecho tarde

es hora de agrupar las pastillas,

de acariciar el borde del vaso,

de empujar con mi lengua el bálsamo

que silenciará este enorme vacío.

Nunca mis ventanas estuvieron tan blancas

como en este momento en el que la vida se agota.

Se me ha hecho tarde para hilvanar mariposas,

para encender la lámpara que está sobre la mesa.

Ya se acabó la leche fresca del gato,

ni siquiera cuelga la lluvia de los tejados

ahora que se chorrea el alma

por las grietas de mis ojos.

Se me han muerto todas las cosas:

el lápiz, el papel, los libros y la música.

Sólo ha sobrevivido mi mano a esta hecatombe,

mi mano donde se confunden las aguas,

la misma que le da los granos a esta gallina

hasta llenarle el buche de hastío.

 

 

 

BOGAR

 

Caminé sobre el tiempo enmohecido

que me trae tu recuerdo,

sobre las inseguridades de mi ayer;

bogué por tus besos,

ese aletear de labios calientes,

bogué por tus calles,

me detuve en algún rincón

a beber la leche, a  comer del pan,

que le robaba a mi soledad y a la costumbre.

Bogué por tu frente,

bogué por tus sueños,

por tu nombre,

tu silencio,

y por lo ayes empapados de nostalgia.

Y entre tanto bogar

ya no escucho el eco de tu voz,

ya tu nombre se olvidó de mis dedos,

ya nada recuerdo y nada quiero,

pues tus sueños, tu nombre y tu cuerpo

se asemejan al tiempo y a las flores.

 

 

 

DE REGRESO

 

He vuelto a mi casa.

A mis tristes humedades.

Para cultivar el jardín

en donde crece la aspereza,

para abonar la tierra con los pensamientos

que decidieron acompañarme a mi regreso.

Ahora las cosas me parecen distintas.

Me parece que la casa no es tan chica

ni las paredes tan sucias,

ni las telarañas tan grandes.

Parece, y espero no equivocarme,

que el gusano nunca probó sus alimentos.

Todo está intacto:

el vaso de leche, el café sobre la mesa,

el gato que duerme en una esquina,

los muebles gastados

y el zafacón de papeles.

Todo permanece en su lugar,

incluso la alegría.

Entonces me pregunto:

¿por qué me son tan amargas las almendras?

¿Por qué la tarde envejece tan callada

que nadie lamenta su partida?

¿Por qué he vuelto a esta casa

en donde muere la dulzura

y palidece el color de la mañana?

Quizás es que las partidas

estén condenadas al retorno,

al regreso de lo agreste,

a la misma porquería.

O talvez es que olvidé ciertas cosas

oscuras y profundas

de las que no quiero deshacerme:

las estrellas, el río de sueños, la harina,

y toda las flores y todas la sal

que guardó para mí la primavera.

Así que he venido a recoger lo olvidado,

a madurar los retoños que quise cortar

antes de que el dolor se hiciera

demasiado grande

y violento para mis manos.

Y ya no importa el agua de marzo

o la angustia que otrora me quemaba.

Ahora sólo me importa esta casa

y la triste suavidad

de sus conocidas humedades.

 

 

 

TODO ERA NOSTALGIA

 

La mujer que lee a Mrs. Dalloway pensó

que todo era nostalgia esa mañana.

Desde el pétalo que la rosa aun no ha perdido

hasta el espectro cuarteado de su sombra.

Todo era pequeñez en su universo,

un montón de insignificancias que agigantan la tristeza,

el dejo de ilusión que se llevó las horas,

las margaritas que envejecen en los surcos de su ojos.

Todo era nostalgia, vaguedad de la memoria,

el cansancio que desfloró a sus miembros.

Ya no hay porqué falsear una pose,

inventar paraísos o forzar el encuentro,

todo se ha perdido en la conflagración del roce.   

Y ahora, la mujer que lee sabe que la mancha

que olvidó el café tiene su historia

y que  todo lo que adorna su estancia,

desde las notas musicales del piano que duerme,

hasta la sombrilla que se desagua en una esquina,

sólo es un pequeño fragmento del ayer                           

y nada, ni siquiera la nostalgia,

traerá de regreso el ansiado fulgor

que han perdido cada una de esas cosas.

 

 

 

ELLA SE PINTA LOS LABIOS

\

Ella se mira al espejo,

se pinta los labios,

se perfuma las manos, el cuello, las orejas,

la hendidura que se acurruca entre sus senos.

Ella se arregla las medias y sale a la calle

con sus tacones altos, pequeña la frente,

amplio el escote por donde le brotan los sueños,

las ansias, la soledad, el desgano,

y eso que ahora la empuja

a la acera,

donde da lo mismo llamarse Minerva o Josefina,

donde a pocos le importas

y cada uno carga con su propia violencia,

con su angustia resacada,

con el olor del otro día, y el otro día,

y el día siguiente,

hasta que ya la rutina es una mierda

y no importa el vuelo acuoso de los peces,

ni la lluvia que fecunda las almendras,

tan sólo esta agonía por fingir el goce,

por necesitar el encuentro,

por querer ser algo más

que un montón de porquería.

Quizás por eso

esta noche ella se mira al espejo,

se pinta los labios lentamente

e intenta ocultar con los barnices su tragedia.

 

 

 

POSESIONES

 

Tengo dos brazos,

dos piernas,

dos tetas y mi sexo.

Una cabeza que se fragmenta

con cada pensamiento,

un alma dispuesta a alojar serpientes,

demonios y murciélagos.

Tengo un dolor que me destroza el cuerpo,

se aferra a mi cuello

como una sanguijuela y me consume toda.

Tengo dos manos inútiles,

pequeñas, inservibles,

delgadas, estériles,

dos manos que han extraviado la cordura,

consumidas en la barbarie del tiempo,

acostumbradas como todas mis cosas

a mis torpezas,

a mi no ser.

 

 

 

QUE ANGUSTIA ES ESTA…

 

¿Qué angustia es esta

que le abre zanjas

a mi corazón desnudo?

¿Qué palpitar,

qué azote de la piel

qué disparo de fusil

me desgarra el pecho

y desata los mares que me habitan?

¿Qué gritos me aturden,

qué urgencia me empuja,

porqué la muerte me espera?

¡Qué soledad más honda

la de este yo aterido

por la cotidianidad de los días,

por la ausencia del roce

y la absoluta negación de la ternura!

¿Qué angustia es esta, Señor,

que abre zanjas insondables

e inexorables abismos

en mi alma?

 

 

 

DESNUDA

 

Desnuda soy hermosa.

Agua que se derrama de a poco,

rumor de hojas que caen y nunca se detienen,

lluvia que se desgrana en el centro de tu alma,

seda que recorre las dimensiones de tu cuerpo.

Desnuda soy un pájaro sin prisa,

la curiosidad de la piel y el temblor de mi mano.

Desnuda soy violenta,

tan fuerte como el puño que a veces me golpea

y luego regresa a exigir una caricia.

Desnuda soy honesta,

no tengo miedo,

ya no me preocupa la imprecisión de mi carne,

la trágica insolencia de mis huesos.

Y es que sólo cuando estoy desnuda

una rosa se hace trizas en mi boca.

 

 

 

TE QUIERO

 

Te quiero con tristeza,

sin remedio,

con la injusta disponibilidad de la amante,

acostumbrada al frío de tu primer invierno,

sometida al egoísmo que corrompe mis ganas.

Te quiero a gritos,

en silencio,

mío y ajeno,

dispuesto y reticente,

recostada en tus adentros,

asida a la amarillenta calidez de tu carne,

a la fragilidad del beso,

a la terrible claridad de cada una de tus manos.

 

 

 

PRETENSIONES

 

Yo no pretendo quemar tus banderas,

ni ahogar tu voz en el río de caricias

que brota de mi piel desnuda.

Yo sólo quiero dormir sobre tu pecho,

deshilacharte el alma, la vida,

y destejer el amor mientras

le invento utopías a la tarde.

Recorrerte palmo a palmo,

darte un poco de mi lengua,

ese trozo de carne que se quema

cuando toca las suaves cavidades de tu boca.

Así que no te asustes,

que no yo pretendo quemar tus banderas,

tan sólo naufragar en nuestra cama,

despojarte de toda tu tristeza

y dibujar las humedades de tu cuerpo

como una hoja,

como una enredadera,

como un pez…

 

 

 

ACASO FUISTE TU

 

¿Quién alborotó mi piel,

trenzó mis palabras

e hizo de ellas una almohada

para dormir sus miedos?

¿Quién me desordenó el amor,

y me llamó niña, diosa, poeta, mujer

mientras contemplaba

mi desnudez y mi sombra,

y las piernas que se abren

como flor a la mañana?

¿Quién me tomó desprevenida,

tímida, insurrecta,

asida a la pequeñez de mi universo,

a todo lo que prodigué sin detenerme?

¿Acaso fuiste tú

el que galopó sobre mí

sin imaginar que le abría mis puertas,

que le entregaba toda mi sal

y le permitía que deshojara

una a una mis tristezas?

¿Acaso fuiste tú

el que tatuó su nombre

cuando vertió sus sueños en mi vientre

y germinó el pubis que se volvía

jardín, bosque, huerto, camino,

para pasear tu sexo libremente, impunemente,

hasta que se nos reventó la ilusión

como si fuera tan sólo una burbuja pequeñísima?

¿Acaso fuiste tú quien me laceró el amor

y me fue estrujando hasta convertirme

en un amasijo de recuerdos,

un terreno baldío,

un corazón a oscuras

que ahora yace inerte

pero que en secreto late,

palpita y resucita

cuando imagina que es tu voz

la que lo nombra?

 

 

Rosa Silverio.  Nacida en Santiago de los Caballeros. Periodista y escritora. Coordinó por varios años el Taller Literario Tinta Fresca. Fue premiada por sus cuentos para niños “El ave que no podía volar” y “Niki”. Obtuvo el primer lugar en el concurso “Terminemos el Cuento”, patrocinado por Listín Diario y Unión Latina.  Fue reconocida en el concurso Colorín Colorado por su cuento “La caja donde Alicia guarda sus secretos”. En 2002 recibió un premio en el concurso de cuentos que organiza Radio Santa María por el relato “La mueca”, así mismo en 2003 ganó el primer lugar en el Concurso de Cuentos, Poesía y Ensayo que organiza la Alianza Cibaeña, con el texto “La canción rota”.  En 2002 publicó su primer poemario titulado De vuelta a casa. Sus cuentos y poemas figuran en importantes antologías y han sido publicados por revistas y suplementos culturales de diversos países. Su obra ha sido traducida a varios idiomas.  Recientemente publicó su segundo poemario intitulado Desnuda.

 

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