Letras
Salvajes Número 9 2005
rené rodríguez soriano
Selección de Todos los juegos el juego (Santo Domingo: Editorial Gente, 1986)
JUEGO 000
Esta madrugada mientras dormías con unos
cigarrillos y varias razones de peso que saqué del bolsillo, resultó fácil
convencer al sereno. ¡Qué locura, la
puerta abierta me dio paso a tu pequeño mundo de Rey Midas despistado! Hice algunas diabluras, lo sé, el niño cerril
que oculto entre mis uñas no se aguantó las ganas de trepar y saltar sobre tus
troncos, levantar y mirara bajo las rocas; buscando cangrejitos, tesoros
escondidos en la piel de tu alfombra (incluso hasta grabó dos corazones en un
cactus). Me costó mucho tiempo tratar de
contenerlo. Hurgaba, sin tregua,
manoseaba, hasta que el alba en pleno me desgarró las sombras, me sacudió el
reloj. Oí sus pasos en la escalera y me
escondí apurado en las páginas de un libro, éste que tú al salir pusiste en la
cartera.
JUEGO 001
La tarde pende en los alambres del
teléfono. No sé. Pienso que si dijera lo que siento
derrumbaría de un golpe las ventanas, las escaleras y el sofá. Porque, a decir verdad, la tarde es un
pretexto insobornable que trata de disolver con sus pestañas mi friqueo.
JUEGO 003
A veces pienso que nuestros mejores
momentos se parecen a un encendido encuentro de baloncesto, que arranca con el
pito de tus ojos, llamando al salto al centro de tus llamas que me encienden,
me dan faltas y bloquean mis defensas.
Corremos. Saltamos encendidos,
desarticulando todas las estrategias imaginables. Manejamos con pericia el balón de los
instintos. Damos pases, tratando de
sacar mejores porcentajes colectivos.
Jugamos con el reloj.
Jadeantes. Confundidos. Siempre encendidos. Y empezamos a congelar lenta, len-ta-men-te,
para llegar parejos, tan parejos que siempre terminamos en tiempo extra.
JUEGO 007
—Se conoce con el nombre de los símpidos a
los antiguos pobladores de la meseta suprarrenal de La Alfalfa, que guerrearon
solípedamente con los nísperos y sus vecinos los gélidos, y luego se
establecieron linfáticamente en la ribera vaginal del Tábano. Aunque, indefectiblemente, no ha podido ser
científicamente comprobada su aparición sobre la superficie terrestre, a pesar
del empeño de los investigadores, se cree que en la era cuaternaria —milenios
de años antes de la entrada triunfal del merengue a los salones—
iniciaron los símpidos su peregrinar y
florecimiento por los pliegues y médanos pendulares del Tábano y toda esa
ebúrnea región, dejando sentada su cultura milimétrica y plural; residuos de la
cual han llegado a nuestros días llenándonos de luz, melcocha y catibía,
demostrándonos la elucubrez meteórica de sus patafísicos conocimientos en todas
las ramas del saber. Entre los grandes
hallazgos aportados por estos prohombres de la humanidad al desarrollo de las
ciencias y la perfumería es bueno destacar la utilidad doméstica y social del
bostezo de dos puertas, inventado por los símpidos en los tiempos de las
glaciaciones cuya importancia esquemática radica en la repelencia
antiescatológica y célibe a toda perorata extensa y cervical de un entendido
endomingado en la túnica torcuaz que generan los corpúsculos, generalmente
microscópicos, que representan la unidad viva más elemental…
—¡Huuuum!
¡Siéntese, Vicente!
—¡Profesora, también puedo hablar de los
sóplidos!
JUEGO 008
…y al tercer día de haber bajado de los
árboles, o del avión (que dicen los incrédulos comunistas), díjoles Tarzán a
sus discípulos:
—En verdad en verdad os digo que no me
convertiréis en el blanco de todas sus miradas.
JUEGO 010
Usted se levanta temprano en la mañana, se
cepilla bien el pelo, se lo engomina con Glostora. Se toma frío el café. Sale bien a tiempo para luego darse cuenta,
apenas cuando lleva andando cuatro cuadras que se le ha quedado algo en
casa. Regresa y encuentra que la
muchacha del servicio está con el sereno de enfrente, él siempre tiene algo que
decirle, dice ella mientras busca afanosa la llave en su faltriquera. Es ahí cuando aparece Arcadia, la divorciada
de al lado, con sus batas transparentes, sus penas y ese olor a sueños truncos
que uno advierte mientras ella nos cuenta que el carro, la ignition, la goma o
el motor de arranque y la llave que no aparece y una señora extraviada que
pregunta por el puesto de venta del Inespre y qué caray le importa a uno que se
agacha con Arcadia, a ver la goma y lo que insdiscreta la bata no oculta y
Arcadia que huele a rosas y Rosa, la muchacha del servicio, que al fin encontró
la llave, era el sereno —dice— que se había que dado con ella cuando me abajé
para buscar algo y entonces, como estábamos hablando a él se le olvidó y a mí… qué me importa si
Arcadia me ha desinflado el día con su olor y sus pendientes y Rosa que lo llaman de la oficina y en el
auricular resulta que la Lucy me hace volver al punto que no olvide que este
viernes se hizo puente y no hay nadie en la oficina.
TODOS LOS JUEGOS EL JUEGO
…y luego de buscarle al gato cinco patas,
sacarle al maco la manteca, me pregunto: ¿a qué estamos jugando? No sé, aunque entiendo que el fuego está ahí,
a flor de fósforo. Pienso lo que siempre
pienso (después de malpensado soy así: buscador de lo que no se me ha perdido,
encantador de cascabeles…). Alguien me
dijo un día —un poco sin pensarlo— que no soy más que un trotafaldas,
embaucador de clase media (¡porque eso de baja estofa no está en uso!), en fin,
estamos jugando y es posible que no sea el juego por el juego.
René
Rodríguez Soriano. Nacido en Constanza
en 1950. Narrador, poeta, publicista y
profesor universitario. Ha sido ganador
del Premio Nacional de Cuentos “José Ramón López” (1997). Sus libros de poesía son: Raíces con dos comienzos y un final (1977-1981), Textos desorientados a
destiempo con sabor de nuestro tiempo y de canción (1979) y Muestra gratis
(1986). En narrativa ha publicado: Todos
los juegos el juego (1986), No les
guardo rencor, papá (1989), Su nombre
es Julia (1991), La radio y otros
boleros (1996), El diablo sabe por
diablo (1998) y Queda la música (2003).
Ha publicado en colaboración: Probablemente es virgen, todavía (1993) y Blasfemia angelical (1995), junto a Ramón Tejada Holguín, y Salvo
el insomnio (2002), con Plinio
Chaín.