Letras Salvajes                     Número 9                                        2005

 

 

Fernando valerio holguÍN

 

 

Selección de El Palacio de Eros (Tegucigalpa, Honduras: Ixbalam Editores: 2004)

 

 

PALACIO DE TERROR

 

en el Palacio del Terror la noche nos aplasta con una avalancha de culpas; devora el silencio los corazones, y una llamarada de voces nos recorre las vísceras tempranas.  la soledad se sienta a descansar sobre nuestros huesos

 

(me he lavado el rostro en un agua elemental de protozoarios, me he bebido las amebas furiosas al alba y me he alimentado de moluscos precarios.  he pretendido, en fin, ignorar la mitosis de mi alma)

 

en el Palacio del terror el silencio se desploma sobre los que han padecido sus angustias crepusculares frente a las Trece Puertas cerradas de antemano, sobre los que alguna vez acometieron sin éxito, con uñas y dientes, la Puerta del Perdón o la Puerta del Retorno y también la Puerta del Olvido y la Puerta de la Dicha

 

—Miren a ése que perdió una letra de su alfabeto particular y ahora no encuentra cómo articular la Felicidad

 

          —Escuchen la voz de este barquero que navega entre manglares milenarios buscando el perdón

 

—Acérquense a este guiñapo que se alimenta de salamandras como si no le bastaran sus propias raíces

 

—Miren a este otro mendigo, que un día creyó haber alcanzado Fama y Fortuna y ahora lamenta sus llagas

 

—Observen con cuidado a este ciego que quiso ser poeta y se arrancó los ojos par no pensar más el rostro de la mujer amada

 

—Éste, consideren Ustedes, es ya un Santo si tomamos en cuenta las lágrimas que corren profusas por su barba

 

—Escuchen el grito de los que han quedado llorando el vacío de sus horas sin fin

 

(yo te he buscado en cada puerta, Leticia, y escrito tu nombre en sílabas estremecidas, yo he raspado el musgo de los insomnios y he competido con unicelulares tratando de alcanzar en la roseta la luz más alta del día.  yo he atravesado los pantanos de la memoria—yo, que desde el fondo de la cripta profunda siempre procuré levantarme sobre mis propios huesos—y sólo logré hallar mi pobre alma pluricelular que aún continúa escindiéndose en los sintagmas inefables de este Palacio del Terror)

 

 

 

INTOXICADO

 

hay una luz esencial que se levanta en conos verdes desde las mesas hasta las lámparas que cuelgan en plomada de los techos/el humo de los cigarrillos atraviesa lenta la penumbra/se detiene/ondulante en los conos/y se pierde en los rincones más oscuros/

 

también hay voces como de barqueros insomnes que navegan entre los parroquianos unánimes/hay pleitos constantes por motivos imaginarios/los espejos rotos reflejan una mirada demasiado dura/las cuerdas de una guitarra/el humo vagaroso de los cigarrillos/unos labios apenas trémulos/unos vasos desparramados/egos que se levantan como catedrales/deseos que se desploman como andamios/

 

la música/lenta/silenciosa/como si viniera desde muy lejos/guitarra/piano/acordeón/cello/ sin embargo/algunos se han parado febriles a bailar/y el movimiento de sus cuerpos/quebrados por los espejos/no se corresponde con el ritmo apacible y callado del cello/y la guitarra/el piano/el acordeón/

 

un grito verde traspasa/como un puñal/la noche/y se instala en los corazones/en las miradas/y recorre las mesas/repletas de restos de comida/y vasos/y ceniceros/

 

en el fondo/hay una mesa/y un vaso cansado/y un cenicero atestado de colillas/y un hombre bañado de luz parece dormir/apacible/en medio de la barahúnda febril de aquel baile sordo

 

 

 

CAMILLE DE MIS SUEÑOS

 

                                                          A François Trauffaut

 

¿por qué tenías que venir, Camille, a colarte lentamente en mis sueños, como un agua muy fina de inviernos, como si no hubieran pasado ya ocho años desde la última vez que nos vimos en la habitación 18 de un hotel barato de Santo Domingo, París o Grenoble—poco importa—, como si no hubieras sido tú la que dijo que deberíamos separarnos sin pensar que tu abandono me crecería como una pátina verde en el recuerdo o la ficción que tuve que inventarme

 

(¿a dónde podremos, Camille, escapar, que no sea a un filme francés, a un paisaje con flamboyanes?)

 

¿por qué tenías que venir a visitarme, Camille, con la excusa baladí de querer conversar acerca del paisaje tropical del que un día escapé o de arreglar el violín desafinado, y fue entonces cuando desfalleciste en un beso a la salida del teatro, no sé si en París, Santo Domingo, Grenoble o en otro cuentema, y si mal no recuerdo me dijiste “attend, attend”, y esperé y esperé y entonces supe que tú también te habías casado para fingir no amarme, hasta que un día me invocaste en tus sueños y pronunciaste las sílabas precisas, mientras dormías al lado de un cuerpo sordo y frío, y no sería sino mucho después que supe que me amabas porque cuando una mentirosa dice no amar es porque ama

 

(¿a dónde podremos escapar que no sea a un cuentema o prosema, a tus sueños o los míos, para que el dolor no nos desgarre los corazones con un puñal de tiempo afilado?)

 

¿por qué tenías que venir, Camille, a habitar mis sueños, mis cuentemas y prosemas, cuando sabía por costumbre que tus ojos oscuros escaparían de un filme francés en París o Grenoble para buscar mi carne en la noche americana—azul y tamizada—; y entonces la folía de tu amor se desató en celos cuando te enteraste de que otras habían querido meterse a la fuerza en mis sueños, y yo también escapé, sólo que de un paisaje tropical con flamboyanes mal pintados, para venir a encontrarme contigo en tus sueños y no en los de otras, pero te me adelantaste, muchacha amarga, como entones, con el relámpago en la mano

 

(¿a dónde, Camille, después de la noche oscura en que un relámpago azul en la sien te borre y me borre para siempre la memoria?)

 

¿por qué tenías que venir, Camille, a soñarte en mis sueños si de alguna manera siempre supiste que nos arrebataría para siempre la ficción que separaba tu casa y la mía, en Santo Domingo, Málaga, New Orleans, París o Grenoble y desde entonces  me condenaste a buscarte en filmes franceses, y a confundirte y plagiarte en otros labios, otras miradas, a sabiendas que ya me sería imposible pensarte como entonces cuando morías lentamente entre mis brazos

 

¿por qué tenías, Camille, que venir a confundir tu nombre una tarde de verano, sin duda, en Santo Domingo, para tener entonces que aprender a amarme y a reinventarme como otro, cuando por demás sabía que la vida no imita al arte, por lo que allí quedaste, desleída contra la realidad de una tarde de verano en Santo Domingo, sin filmes franceses ni cuentemas ni sueños

 

 

 

MUJER DESNUDA CON PÁJAROS

 

En el sueño, hay siluetas de pájaros y graznidos, aleteos incesantes contra el azul de medianoche.  Hay también una mujer desnuda que se acerca y desaparece en medio de la estepa cuando trato de asirla.

 

Aún en la cama trato de recordar algunos detalles pero eso es todo.  Me levanto y todavía con la sensación tan vívida del sueño y la contrariedad de haber olvidado un sentido que no logro desentrañar.

 

Me distraigo un poco en el Conde.  Me llego a la Trinitaria.  Y al pasar por el Arte Español se me ocurre entrar.  Miro algunos cuadros.  Reviso algunos marcos y ya está: me surge una idea estupenda.  Me acerco a la empleada, que revisa unas cuentas, distraída, y le digo:

 

—Por favor, señorita.

 

—Sí, ¿qué desea?—me pregunta.

 

—Deseo enmarcar un sueño—le digo.  La empleada me mira asombrada.  Debe pensar que estoy loco.  Y trato de explicarle—más bien de contarle—mi sueño.  La tomo del brazo y la arrastro hacia la pared donde cuelgan marcos dorados, de madera, en alto relieve y entonces la acribillo con la siguiente pregunta:

 

—¿Cree Ud. que le quedaría bien ese marco dorado?

 

—Sí, pero creo que debe llevar este pas-pas-tous crema alrededor—me responde con los ojos iluminados como por una revelación.

 

Y salgo contento con mi cuadro envuelto bajo el brazo. 

 

 

Fernando Valerio Holguín.  Nacido en 1956.  Narrador, poeta, ensayista y profesor universitario.  Sus cuentemas y prosemas han sido publicados en antologías de la República Dominicana e internacionales, tales como Los nuevos caníbales Vol. 1: antología de la más reciente cuentística del Caribe hispano (2003) y Voces de ultramar: literatura dominicana de la diáspora (2005).  Sus libros son: Viajantes insomnes (cuentos, 1983), Poética de la frialdad: la narrativa de Virgilio Piñera (ensayo, 1996), Arqueología de las sombras: la narrativa de Marcio Veloz Maggiolo (ensayo, 2000), Memoria del último cielo (novela, 2002), Autrorretratos (poesía, 2002), Café Insomnia (cuentos, 2003) y El palacio de Eros (cuentos, 2004).  Asimismo, es coeditor de The Caribbean(s) Redefined (1997), (De)constructing the Mexican-American Border (1998) y La República Dominicana en el umbral del siglo XXI: Cultura, política y cambio social (2000).  Actualmente es profesor de literatura afro-caribeña en Colorado State University. 

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