Letras Salvajes                     Número 9                                        2005

 

 

DANIEL montoly

 

 

 

El burro de Venancio

 

El burro se negaba a dar un paso más, el dueño furioso le entró a golpes con un palo, pero la testarudez del animal terminó por imponerse ante la impaciencia del hombre para hacerlo que se moviera. El rapachín apurado por llegar a su vereda, sacó varias hojitas que llevaba para mistigar el cansansio y se las dio a comer al asno. Desde aquel día el burro reaccionaba con entusiasmo a cualquier solicitud de su dueño. Éste aprendió a ser condescendiente con el animal y la relación entre ambos nunca más volvió a pasar por otra prueba de obediencia.

 

 

 

Cuando colgaban los domingos

 

Cuando colgaban los domingos... salieron ocultos por las callejuelas, esta vez, como blancas visiones del ocaso. Sólo uno había quedado atrapado entre las tantas almas absortas por el miedo. Se sentó a un extremo del atrio, mientras colgaba de sus ojos toda la historia de la iglesia. Lo vi más tarde: temblaba mientras relataba lo ocurrido, temeroso de que la sombra volviera en cualquier momento a llevárselo a su reino.

 

                     

 

La intranquilidad del ojo

 

Al verla planear, Chanotg no pudo apartar sus ojos del cielo por un segundo. Parecía haber caído en un profundo éxtasis, observando como el ave extendía sus alas y desafiaba su apetito. Sólo atinó a llorar percibiendo cómo se consumía la hoguera, mientras lamentaba su mísera condición de humano.

 

 

 

La mosca

 

Maquiavelo estaba sentado en una plaza de Florencia, analizando cómo iba a reconquistar el favor del príncipe Lorenzo de Médicis. Una mosca le acosaba mientras reflexionaba, la espantó con su sombrero violentamente. Luego, observó como el insecto volaba a posarse sobre un perro, acto seguido comenzó a lamerle el culo.  Él pegó un salto de alegría, dando su problema por resuelto.

 

 

 

Anna Frank escribe sobre Israel en su diario

 

Anna abordó el bus, se sentó junto a su amigo. Un tercer pasajero venía en su cuerpo, poco amigable y desconocido. Ella bajó del bus tan intangible como el estruendo.

 

 

 

La Fuente Verde

 

El hombre se detuvo frente a la fuente antigua. Miró a todos lados, sacó una moneda y cerró sus ojos. La arrojo, pidió un deseo. Abrió más tarde sus párpados al no escucharla caer al fondo. Se preocupó al ver que una sombra se movía con el vaivén del agua. Lamentó bastante que aquello fuera el resultado de su anhelo.

 

 

 

Sobre las aguas

 

El hombre caminó rumbo al puerto y vio el barco alejarse, mientras sus manos temblorosas, sostenían la firma del verdugo. Dio tres pasos delante y pudo verse cómo el papel flotaba a lo lejos sobre el oleaje azul del mar.

 

 

 

El Clon

 

Llevaba largo tiempo frente al espejo observándose el rostro para prevenir la irrupción de las arrugas con la preocupación de Dorian Gray, hasta que, de repente sucedió un fenómeno imprevisible, anormal y misterioso. Vio emerger alguien desconocido de lo profundo de su semblante. Él quebró el espejo tratando de detener aquel otro, que ahora aparecía de forma súbita a ocupar su puesto. Se enfrascaron en una lucha cruel. El otro lo tomó del cuello casi estrangulándolo. Él pidió auxilio, pero nadie lo escuchó.  Ya cansado desistió de seguir luchando, no había más alternativa. ¿Para qué huir? Se preguntó. En lo adelante serían dos en lugar de uno para estar más cómodos.

 

 

 

La compleja levedad de un destierro

 

Un errabundo solitario espera con una taza de café, mientras observa las extensiones de la tarde rumbo a ser noche de manera precipitada. La vieja estatua del parque arropa con su silueta femenina la superficie de su diario, dejándole el crepúsculo en los baúles de sus ojos: claroscuro de un mañana de destierro. Tal vez no duerma.  Nos legará los vestigios de su insomnio, para quienes sólo hemos podido ver el perfil de su sombra venir de lejos con los silbatos del tren de Praga de fondo.

 

 

 

La piedra gastada

                    

                                       A Josué

 

La rallaba, y la rallaba y nunca la piedra alcanzaba la redondez. Luego la puso a cocinar en el fuego. No pudo esperar a que se cocinara, desesperado, se fue con ella de un sólo viaje al otro mundo.

 

 

Daniel Montoly.  Nacido en Valverde Mao en 1968.  Poeta y narrador.  Fue finalista en el concurso de poesía Latin Poets for Humanity, ganador del concurso de poesía de la revista Niedenrgasse y del "Editor’s Choice Award" de The International Poets Society.  Ha publicado en el Primer Volumen de Colección Sensibilidades (España, Alternativa Editorial), Maestros desconocidos de la poesía contemporánea hispanoamericana (USA, Ediciones El Salvaje Refinado), Antología de jóvenes poetas latinoamericanos (Uruguay, Abrace Editores) y en Jóvenes poetas cantan a la paz (Sydney, Australia, Casa Latinoamericana).  Actualmente reside en los Estados Unidos. 

 

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