Letras
Salvajes Número 9 2005
Carlos rodríguez
Selección de El West End Bar y otros poemas (1980-1990) (Santo Domingo:
Ferilibro, 2005)
1.
Positivo es antítesis de positivo.
Los iguales forman desiguales
y quiebran a la hembra,
a la novia de Dios.
Una combinación de espejos
es una avenida llena de vidrieras
(es curioso).
Los rótulos dan los ojos al paseante,
al positivo en este caso espejo.
En las vidrieras de los bulevares
sólo hay dos y sólo cien silbatos.
Lo demás es asunto de pesadilla.
2.
El West End Bar es un espacio para el sueño.
Los estudiantes de Columbia
irrumpen en parejas, a medio abrazo
surcando el aire que se ondula, arremolina
y forma transparencias, nubes musicales,
el jazz (un blues tristísimo de saxo)
en mi yo sentado y mi cerveza.
Aquí probablemente estuvo Lorca
monumental y oscuro.
New York es una historia clausurada.
New York es una espuma adormecida.
12.
A lo largo de la suma uno piensa y se detiene,
a esta hora el panorama de los puntos,
lo allá, lo acá, lo hecho y lo que no se hizo
y sobre todo lo que no se hará.
A lo largo dije… el tiempo, este
cuerpo,
esta geografía de números y chanclos caseros.
14.
Lo que asesina al limpio,
al pretendidamente limpio con solapas grandes
no es la cámara de gas del homicida.
Lo que tumba no es el viento sucio
que sopló en la tarde (o),
la novedad de un paso desplazándose en la cuerda.
Lo que asalta y enloquece verdaderamente,
es la línea sola del equilibrista,
su lugar-desprevención (carrera a solas) o lo que es
la metafísica y lo opuesto.
La ciudad en lo alto señala el rumbo en los relojes.
En la tarde grande 9auténtica)
vístese el poeta.
En esa misma habitación se descompone,
se horroriza.
23.
Un día cualquiera en la nomenclatura del momento
(la luz ahumada baña el escenario),
un día seco en la ya costumbre sabia vuelta
de mis textos.
Círculo de amanecer menor y menos ante la llama
de la víspera.
¿A cuántos estamos?
¿Qué día es hoy?
Corre el siglo ochenta y cinco, los cuantos vamos,
el día hoy peludo, encamisado
que empina el ojo en el tablero
(el suprimido llanto de los pensativos).
Era un día deshabitado que se diferenciaba
de unos tantos ya jugados,
un día menor, plegado al engranaje del cerebro.
29.
El espacio aquel era un cuadro homogéneo.
No existía el rastro tricolor que anochece debajo
de los ojos.
Es un recuerdo de brumas, gases y un centro elástico
en la piel.
El embrión, la luz que nace en la materia-cuerpo
era un espacio errante
que murió una noche ahogado en dos maletas.
33.
El examen fugaz del tiempo me lleva a tus cuadernos,
a la amable siesta del silencio que es el gusto de tu boca
en mi almohada.
Froto mis ojos y veo tal aquella mi silueta,
mi augusta versión,
el resumen de mis sueños frente a tu ventana que convida
y desemboca hacia un café incierto por las calles newyorkinas
mojadas por la noche.
Allí tus manos (tus finas manos) tocarán la cpa y el menú
ante mis ojos.
El bocado, la cuchara la llevo hasta tu boca este domingo
con una exquisitez de alas que saltan y vagan con el viento
volviendo a tu ventana,
esta noche de resina donde mis pasos alteran el silencio
y es la égida una cuerda de guitarra,
unos senos tibios,
un desprendimiento de la nada.
41.
Doy vueltas, miro el día, el reloj, la madrugada
¿motivo? La uña del diente hace
entrada.
Observo el panorama y un resultado cobra fuerza, enfurece
el nervio de mis músculos mayores.
Sé que esta mujer se cubrió los senos,
me trajo unas mantillas, un amor, unos papeles apretados.
Tomé el zumo delicado de sus condecoraciones y pude hablar.
Me hallaba en calzoncillos.
Tomé ese caldo que llegaba de su boca hasta lo amable
y me puse a descubrir la noche cuando ella se recuesta.
56.
La marea es un charco antiguo que diviso
con ayuda de los arrecifes.
Es historia, espejo, un paso rápido
desplazándose a la geografía del ojo enamorado
que hoy, al describir, se limita a los murmullos,
al texto acuático, donde hay un bello náufrago
que es el hijo de las olas,
el dios de la marea rabiosa y de la hembra a la deriva.
60.
¡Vaya usted que piensa un personaje que he perdido!
Lo digo casi celebrando mi derrota.
Un volumen viejo me acompaña
y ve mi barba y también mi personaje ampliado en la urbe.
Él había pensado que yo me suponía que no era un verbo
mi garganta y otra supra posición querer a quien sin proponérselo
me dio unas señas de seguridad,
un amplio margen para que yo apartara todas estas cosas,
esta sudoración, este espinazo que anochece
(el sentado me mira y ve mi currículo y me aproxima su pecho).
Carlos
Rodríguez. Nacido en Santo Domingo, en
1951. Desde muy joven residió en la ciudad
de Nueva York, hasta su muerte acaecida en 2001. Obtuvo el premio de la Universidad Pedro
Henríquez Ureña en 1994 por su libro El ojo y otras clasificaciones de la magia, publicado al año siguiente.
Dejó inéditos varios libros de poesía.
En 2005 ediciones Ferilibro publicó el doble volumen El West End Bar
y otros poemas y Volutas de Invierno. El
escritor Pedro Antonio Valdez ha dicho sobre la obra de Rodríguez: “Carlos
Rodríguez constituye una isla dentro de la generación. Bohemio y un tanto alejado, su poesía
trasciende las influencias para convertirse en herramienta que decanta el
rastro autobiográfico. Esto cubre con un
velo peculiar su escritura y le da el aire de provenir de otra experiencia
cultural ajena a la coetaneidad dominicana.
Dueño absoluto de un decir, romántico, lírico, bufo y subversivo, Carlos
forjó para nuestra tradición una poesía muy significativa” (“Quince muestras
para una propuesta de lectura de la nueva poesía dominicana” en Los nuevos
caníbales V. 2: Antología de la más reciente poesía del Caribe Hispano. San
Juan, Santo Domingo y la Habana: Isla Negra, 2003. Pp. 91-97).