Corrígeme

Carles C
Alicia ya no vive aquí
El Devorador
Daniel
Parálisis
Carlos
Adiós, Pocholo
Evaluna
Enfermedad incurable
La opulencia
Alvaro
Es viernes
Nulla
Gran Urgencia Lamentable de Artiach o G.U.L.A.
Juanchile
Una Fobia

Carles C

ALICIA YA NO VIVE AQUÍ

 

Ayer sonó el teléfono

A las siete en punto

Era una voz de mujer

Hermosa, suave, dulce

Sonaba como pájaros

Olía a melones y a limones ácidos

Sentí el calor en las venas

Se me aceleró el pulso

Recordé que tenía un corazón

En vez de una fría piedra

En la que se encuentra escrita

Desde tiempos inmemoriales

Las aciagas palabras

Que, lector, si tienes paciencia

Podrás leer al final de este poema.

 

Decía - Es que he perdido el hilo -

Que me había llamado a las siete en punto

Una hermosa mujer de hermosa voz

- Más que hablar, cantaba -

A la que no conocía de nada

Y cuando oí lo que me decía

Lo que surgía de sus labios

- Sus labios, que imaginé fresas

Cerezas dulces y tomates maduros

Aunque nunca los había visto -

Me sentí triste y abatido.

 

Creo que con aquella mujer

Podría haber sido feliz

O por lo menos, haberlo intentado.

 

Pero no sé por que extraño motivo

Me sentí incapaz de pronunciar palabra

Tenía que decirle que su voz me calmaba

Me recordaba a jazmines y a albaricoques

A cigüeñas en lo alto del campanario

Que por ella mi corazón volvería a su sitio

Que si quedamos una noche de estas, guapa

Que tu sexo es la rueda que hace girar mi mundo

Pero fui galápago nocturno, piedra sin alas

Mi voz, mi lengua, mis labios me traicionaron

Y sólo pude pronunciar la frase que ata mi alma

Mi epitafio, mi lúgubre sudario

"Alicia ya no vive aquí"

Y colgué.

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El Devorador

EL DEVORADOR

Como cada jueves, he salido del gimnasio cansada y con prisas. He encendido, sin parar de andar, el cigarrillo light que siempre tengo entre los labios, y he empezado a fumar nerviosamente. El aparcamiento esta vacío y muy oscuro "Buenas tardes, señorita Hernández " El viejo vigilante me sonríe desde la taquilla "Buenas", ha sido mi maquinal saludo. Ese saludo me reconforta, y elimina los nervios con los que siempre recorro este aparcamiento tenebroso y oscuro en busca del número escrito en amarillo en la pared, el 435, y el neumático apoyado entre el citado número y el Audi 3 verde metalizado que es mi máximo orgullo, neumático que impide que golpee su parte posterior contra la dura pared. Al pasar frente a un monovolumen azul, este enciende los focos, que me deslumbran y me dejan inmovilizada mirándolos, como los lirones ante la culebra. No me parece ver a nadie en la cabina. Presa de los nervios, me apresuro hacia la seguridad de mi auto, con la respiración ansiosa y el ritmo acelerado. Me parece divisar sombras extrañas en todas las partes. Podría intentar cambiar de dirección e ir a avisar al vigilante, pero me da pánico volver atrás, ni tan siquiera tengo el valor de girar la cabeza. Llego al coche abriendo el bolso, intentando sacar las llaves, y lo único que consigo es desparramar todos el contenido por el suelo mugriento del aparcamiento. Me arrodillo, buscando ansiosa las llaves, entre el silencio sólo roto por mi respiración entrecortada, y las veo, bajo el coche, sobre una mancha de aceite, junto al neumático negro. Las agarro a toda velocidad, aprieto incorporándome el pulsador que desactiva el cierre centralizado, abro la puerta de un golpe seco y violento, y, mientras intento entrar, noto la mano que ahoga mi boca y el pañuelo con cloroformo (ese maldito olor que tanto me ha gustado toda la vida) en mi nariz, ahogando mi conciencia. Mis últimos pensamientos antes de caer en la negrura consisten en imágenes fugaces y oníricas de las torturas a las que sin duda me veré abocada (considérate muerta y, a lo peor, violada, me digo).

Que hermosos son los pasos rápidos y eléctricos con los que me deleita mi amor al pasar. Que hermosas sus largas piernas simétricas de encaje de bolillos, sus largas piernas selváticas de olor a brea negra, sus piernas de sirena, de mar, de alondra herida por un rayo celeste. Su pelo negro se mece, sus pechos turgentes bajo la blusa se mueven al compás de la respiración sincopada. Mi bella me sorprende con sus pasos rápidos y constantes, sus hermosos pasos entrenados en el gimnasio, ensayados al ir al trabajo, amaestrados en las compras, cimbreante cintura, cimbreante mi bella cuando sale del gimnasio los martes y los jueves. Hace un mes exacto que mi hermosa doncella, mi amado vergel entró en mi vida, y hoy, el día elegido, entrará a formar parte de mí de una forma más íntima. La veo andar, saludar al habitante del melancólico cubil, y dirigirse a mí a través de la soledad del depósito de caballos muertos. Todo está dispuesto para el encuentro amoroso. Al pasar frente a mí, la ilumino con mis faros, para sorprender su fugaz belleza aturdida. La veo correr hacia su caparazón protector. Salgo de mi furgoneta y, lentamente, ya que tengo todo el tiempo del mundo, voy a su encuentro. Ella llega al coche, se hace un embrollo, lanza las llaves y todo el contenido de su bolso por el mugriento suelo y se arrodilla (su hermosa luna se adivina imponente tras los jeans) y las busca. Yo, que lo tenía todo tan preparado, y ella insiste en ponérmelo tan fácil, la amo, la deseo. Se incorpora, abre la puerta y, mientras intenta entrar su auto, le tapo la boca con mi mano enguantada y le oprimo la nariz con el pañuelo ahogado en éter. Cuento hasta cinco, dejando que su belleza se desparrame entre mis brazos, y la beso en el cuello. Luego la arrastro hacia mi furgoneta, para preparar nuestro encuentro amoroso, místico, único.

Voy recuperando lentamente la conciencia, intentando respirar a un ritmo relajado, intentando no ponerme nerviosa, tratando de captar las imágenes que mis pupilas van capturando. Dios mío, cierro los ojos. Que horror. Sé fuerte, me digo, que si no soy fuerte no sobrevivo a esta, te lo aseguro, así que, Susana, vas a ser fuerte y abrirás los ojos. Sí, sé lo que has visto, Susana, ya que yo no soy más que una disociación mental causada por el shock emocional. Yo lo he visto, Susana, y sé lo que nos espera, sé lo que le espera a la pobre Susana. Esos huesos, esa sangre, eran humanos. Devorada, Susana, nos van a comer. Pero si queremos tener alguna posibilidad, has de ser fuerte. Hemos de abrir los ojos y mirar, mirar a ese caníbal que debe estar cerca, frente a nosotras, esperando que seas una débil mujer incapaz de hacer frente a esta situación. Yo sola no puedo, Susana, te necesito, ya que somos una. Abre los ojos, Susana, abre los ojos y nos enfrentaremos juntas a este horror. Ves como puedes hacerlo, Susana… Buena chica.

Acaba de abrir los ojos, ya recupera la conciencia. Que hermosos ojos… No, no los cierres. Los ha cerrado, asustada, he visto el brillo en sus pupilas antes de cerrarlos. Ha visto algo, los despojos, mi rostro, el altar… Cosas horribles que asustan a las pobres muchachas. Esta consiente, y parece enzarzada en un dialogo interior. Me gustaría saber que esta pensando. Vuelve a abrir los ojos. Que hermosos ojos pardos, ojos de arena del desierto, ojos de roca granítica, ojos de gata, pozos sin fondo. Por esos ojos yo mataría, traicionaría lo más sagrado, mentiría, me humillaría. Quiero comérmelos, quiero arrancarlos con una cucharilla de moka, con suavidad, y sorberlos ansiosamente. Quiero morderle el cuello, arrancarle los pezones a mordiscos, abrirle el vientre en canal, beber de la fuente de la vida, cortar con un cuchillo la parte superior de sus muslos y pasarlos brevemente por las brasas, sirviéndomelo en una bandeja de plata con cubiertos también argénteos, acompañado de guisantes salteados y col lombarda, con una delicada salsa de pasas y piñones, y regado con un cabernet-sauvignon envejecido en barrica de roble canadiense… te quiero, quiero amarte, quiero devorarte. QUIERO DEVORARTE, SUSANA.

Es una habitación obscura e inquietante. Él esta sentado frente a mí, lo sé, pero no lo mires aún, Susana, no hasta que te tranquilices un poco y veamos el resto de la habitación. Tienes, tengo, tenemos, Susana, que analizar la situación. Estoy desnuda, completamente desnuda, Susana, y atada por la cintura y por las muñecas a una butaca. Vamos a movernos muy lentamente, Susana, balanceemos nuestro cuerpo, para comprobar la fijación de este sillón. Sólido, debe estar sujeto al suelo de alguna manera, no podemos moverlo, Susana, no lo intentemos más. La luz proviene de una sucia bombilla en el techo. El mobiliario es difuso, sobre todo al acercarse a las paredes, ya que la falta de luz impide la visión de las partes más alejadas. Una mesa, con los restos de una última cena caníbal, un fémur humano sobre la bandeja. Por el suelo, los restos de masacres, que indica que, por lo menos en gustos antropófagos, a ese asesino le va tanto la carne como el pescado. brazos y piernas de niños y niñas, cabezas barbudas de revolucionarios y cueros cabelludos canosos con el moño aún peinado, huesos de pelvis femeninas y miembros viriles dignos de un ídolo de la fertilidad de los atolones del Pacífico. Cuantas muertes se han producido entre estas paredes, cuanta gente, desaparecidos en los periódicos, rostros en la televisión entre llantos de familiares, fotografías en los cristales de las tiendas y los bares, imágenes en blanco y negro en una botella de leche. No pensemos en eso, Susana, no tenemos que caer en la trampa de imaginar nuestro rostro en una foto sucia y olvidada en la tienda de don Rodrigo, a Papá llorando en "¿Quién sabe donde?" y en las noticias, a mamá cerrando la habitación con todo intacto, la habitación de la pobre y desaparecida Susana, que nunca debería haberse marchado de casa sin casarse, a un sargento gordo, seboso, con el uniforme manchado de sudor, diciendo que lo más seguro es que haya huido con algún hombre, que ha conocido a muchas como ella, mujeres independientes que ronda los treinta, ejecutivas agresivas que con la vida hecha pierden la cabeza por un par de polvos, no pienses mi niña, que debemos ser fuertes. Debemos SOBREVIVIR. ¿Qué más hay en la habitación? Aún no es el momento de mirar a ese cabrón, a nuestro raptor, al caníbal. Dejemos que sea una sombra frente a nosotras, Susana. Tras él, ¿Qué extravagancia es esa? Un altar egipcio, obeliscos y velas, jeroglíficos grabados, una esfinge, estatuillas de los dioses con cabeza de ibis, de cocodrilo, de hipopótamo, de chacal, manchas de sangre, despojos humanos dispuestos para el sacrificio ritual… Hay velas apagadas de colores, rojas, azules, amarillas, negras, junto al demente altar. La suposición se transmuta en certeza: se trata de un loco, de un aberrante orate, de un delirante y frenético e insano maníaco caníbal antropófago que adora a divinidades ocultas e innombrables patético enajenado, de un chiflado caribe egipcio que come niños, un ogro enloquecido, trastornado... de un chalado. No se ven salidas. No se ven más armas que el gran machete de carnicero sobre la mesa, los ganchos de los que cuelgan los restos de cadáveres y el cuchillo de plata para comer. Ninguna al alcance de una persona atada, por supuesto. Piensa en algo Susana. Ya lo hago, joder, todo el rato hablándome desde mi cerebro, charloteante pesadilla esquizofrénica, no me dejas ni pensar. SOY FUERTE, SOY FUERTE. HE de ser fuerte. Lo sé, Susana, eres fuerte. Somos una mujer fuerte, y ningún faraón chalado caníbal nos vencerá. ¿Qué vamos a hacer, Susana, que vamos a hacer? De momento, ser yo misma. Es difícil pensar con dos personalidades. Fuera disociación de ego temporal. Ahora, ahora que estoy más centrada, voy (vamos) no, no, nada de vamos, voy, que he decidido ser una sola personalidad en un solo cerebro, voy a mirar a ese hijo de la gran puta, a ese desequilibrado, y le voy a hacer arrepentirse de todo lo que ha hecho. Aún no sé (sabemos) como lo haré (haremos), pero voy (vamos) a hacerlo, como que me llamo Susana (SUSANA). Y, con toda la parsimonia del mundo, destilando odio por los iris de mis ojos, levanto la vista y la fijo en …DIOS MIO, estoy a punto de exclamar, mientras vuelvo a bajar los ojos a velocidad de relámpago.

No quiere mirarme. Esta estudiando la situación, sin duda, asustada pobre mi amor perdida gacela ruiseñor pájaro enjaulado mi bella fortuna mi amor muéstrame tus ojos muéstrame tus ojos de gata frenética de mujer hermosa de galápago de sirena de vampiro de caníbal. MUÉSTRAME TUS OJOS sinuosos filibusteros aberrantes silvestres selváticos que huelen a fruta madura a punto de podrirse sobre un plato azulado como los que pintaba Monet. Muéstrame tus ojos arisca taimada asustada temerosa frívola patética muñeca rusa olvidada en un jardín de antaño. Muéstrame tus ojos, ya que necesito admirarlos ante de devorarte. Parece que levantas la vista…¡LO HACES! Tus ojos son tal como había soñado, vistos de cerca. Parece que te sorprendes, y vuelves a bajar la cabeza. Cielos, que hermosa eres.

Cielos, es el hombre más hermoso que he visto en mi vida. Debe tener unos treinta y cinco años, la cara cuadrada, pero sin ser dura. Su pelo oscuro, bien cortado, ni excesivamente largo ni demasiado corto, tiene tiznada las sienes de plata. Su frente amplia y despejada, sus cejas espesas pero cuidadas. Sus ojos son verde mar, el verde más puro que nunca he visto, de una claridad diáfana. La luz se filtra en ellos, juega en sus pupilas, navega entre sus iris en arabescos extravagantes. Su nariz regular y abrupta, su boca franca y rotunda, sus dientes (esos dientes que me devorarán) blancos, afilados, perfectos, su sonrisa me desarma, su mentón con hoyuelo es seductor, debe medir cerca de metro noventa y no hay ni una mísera porción de grasa en su atlética complexión. Creo que me podría enamorar de un hombre así, que me gustaría acariciar su cuerpo desnudo junto al mío, pasar los dedos suavemente por su pecho, sorber sus pezones, jugar con su miembro, dejarme poseer, acariciarnos, besarnos, hacer el amor, devorarnos… Cielos, Susana, que estoy diciendo. Que dices, Susana, este tío es un caníbal, muy guapo, pero un caníbal que va a comernos, a comerme, a comerte. Hemos de ser fuertes… No, he de ser fuerte, Susana, y enfrentarnos a la belleza de la misma forma que al horror. He de hacer alguna cosa…

- ¿Por qué quieres devorarme?

- Te amo.

- Voy a repetir la pregunta. ¿Por qué quieres devorarme?

- Por que te amo.

- Si me devoras, no podrás amarme. Si me devoras, dejaré de ser tuya (NUNCA SERÉ TUYA). Si me devoras, nunca más podrás quererme, poseerme, desearme, ni yo podré besarte, amarte, comprenderte (NO TE AMO NI TE COMPRENDO, Y JAMÁS TE BESARÉ). Si me deseas, no me devores. Si me deseas, acaríciame, bésame, ámame, y yo seré tuya. Aprenderé a amarte, a sentirte, a quererte. Te deseo, y tú lo sabes.

- Si te devoro, siempre te amaré, ya que siempre he amado eternamente, y nunca mejor dicho, a aquellos a los que devoro. Si te devoro, serás mía para siempre. Si te devoro, te amaré, te querré, te desearé, y tú, al entrar a formar parte de mí, me desearás, me amarás, me comprenderás. Te deseo, te deseo tanto que debo comerte, para que tú amor me dé vida. Serás mía cuando te acaricie con mis dientes, apriete mis mandíbulas y quiebre la hermosura de tus músculos. Serás mía, me amaras y te amaré, me querrás y te querré, me desearás y te desearé, me sentirás y te sentiré, cuando tú no existas y seas yo. Así es el amor, sacrificio.

- Sólo quiero saber ¿Por qué? ¿Qué razones tienes?

- ¿Quieres que te lo cuente? Bueno, que más da. No importa, ya que ya estás muerta, ya eres parte de mí y despojos por el suelo, tengo el poder entre otros de ver el futuro, soy el devorador, atávico ser infernal, frente a mí tengo un cadáver parlante que quiere saber porque murió/muere/morirá, y ya que eres parte de mí, soy yo quien se lo pregunta, es bueno que me responda. ¿Cuántos años hace? Ciento siete años desde que empezó. No, empezó antes, pero la fecha real en que empezó fue esa. Aquel día todo lo que soñaba se convirtió en realidad, gracias al Devorador. Aquel día me convertí en su acólito, en su sacerdote, mi bella hermosa entre tantas bellas y bellos que me han dado esta vida tan larga que es eterna. Sabes, soy eterno, y vosotros me hacéis eterno, que no lo era cuando nací. Mi sangre es eterna por ser joven, por ser renovada y renovable por vuestro cariño y amor. Tengo ciento cincuenta y cuatro años, no lo parece, ni parece que dentro de mil años estaré igual mi hermosa mi sexo ardiente mi gacela herida mi sueño telepático bruñido engarfiado quebrado melifluo activo y activado y recubierto de cielos patéticos de hermosura, amada, amada.

Y lo conocí gracias a mis estudios, a mí trabajo. Era egiptólogo, sabes, trabajé en valles y en pirámides… Antes de ser eterno.

Amaba aquel trabajo, investigar sobre el terreno y traducir pergaminos gracias a la piedra Rosseta. Ya de joven fui en diversas excavaciones a la patria de los faraones, visité París, Londres. Mi especialidad eran los pergaminos del Antiguo Imperio, era de los pocos que podían desentrañarlos. Y en esos pergaminos le encontré. Se hablaba de un Dios llamado El Devorador, un extraño Dios enemigo de Bast la diosa gata, divino, pero que andaba entre hombres, que figuraba como consejero de diversos faraones, famoso por devorar a quien amaba, y que gracias a ello obtenía su poder. En uno de los pergaminos hallé una extraña leyenda. En ella hablaba del terrible enfrentamiento en que participaron El Devorador y Bast, y que casi acaba con Egipto en pleno. Al final triunfan las fuerzas de la luz, gobernadas por la Gata, pero El Devorador puede huir a "Tierras Malvadas Ignotas", sin que las debilitadas fuerzas de Bast puedan emprender su captura. Aquella inquietante historia me apasionó, y seguí en aquella línea de investigación en busca del Devorador. Y los rastros son evidentes: Mesopotamia primero, luego Persia, de ahí a Grecia, a Fenicia, a Cartago, y a Roma, donde vuelve a encontrarse con las decrépitas fuerzas de la Gata, ahora alejadas del poder que poseía. La muerte de Cleopatra, la última sacerdotisa de Bast, sumerge a La Minina en el olvido. Las referencias al Devorador siguen durante todo el Imperio Romano (su periodo de máximo esplendor), se pierden momentáneamente al caer esté en manos de los bárbaros, pero volvía hallar sus huellas en el Imperio de Carlomagno, atravesar Al-Andalus a fuego y sangre, llegar El imperio Otomano, Rusia, Inglaterra y en Estados Unidos. Encontré más pruebas de su paso en las Cruzadas, en Constantinopla, en el Vaticano, en los rincones más recónditos de Noruega y en el África negra. Pero su rastro se perdía entre las Rocosas, donde fui en su busca. Y ahí le encontré. El Devorador me dio el poder, me enseñó la forma de mantenerme vivo eternamente, de ver en el futuro y en el pasado, de cambiar de forma… Me enseñó a escrutar los prodigios que anuncian las gallinas y los pavos, a reconocer por su nombre a los pájaros del cielo y a convocar a los demonios del submundo, mi Susana, a querer/amar/devorar. Me hizo lo que soy. Y siempre será mi Dios y mi maestro.

Sé lo que piensas, mi amor (Que hermosa eres, que frutas en tu rostro, que aroma de sándalo y de especias, de almizcle y marfil y caoba en tu pelo con brillos ocultos de amatistas olvidadas), que si todo lo que he narrado fuera cierto, se sabría, ya que actualmente muchos podrían seguir mis pasos entre bibliotecas y museos, pero sabes, destruí las pruebas queme condujeron a lo que es un hecho consumado, mi poder supremo. Ya no quedan pergaminos, ya no hay pistas. Sólo queda el gran Devorador y sus acólitos, a la cabeza de los cuales me encuentro.

Y eso es todo lo que necesitas saber antes de morir.

. Esta loco, joder, esta loco como una cabra. Nada puede salvarnos, Susana, no, mi disfunción esquizoide de mi ego absurdo, no está todo acabado. ¿Y sí…?

¿ Y si no la devorase? ¿ Y si la transformase en mi acólita, en mi compañera para toda la eternidad? ¿ Y si me he enamorado en demasía? … No, la quiero demasiado para que sus labios no sean mi boca, para que su pelo no sea seda entre mis manos, para no comerme sus muslos, su culo, para no quebrarle los huesos para devorar su tuétano, para no rociar champán sobre sus pechos y luego asarlos a fuego lento, mi sueño de turgentes piernas de dorado tizne de salada piel de amor perdido lúgubre tenebrosa obscuridad tras la cortina de acero tramado y cuarzo en la que tus cimbreantes caderas he visto ondear noches salobres de ácidos inquietantes bajo los adamascados efluvios silvestres de piedras amargas mi bella en la noche, tormenta bailoteante bajo el ritmo estruendoso machacante del tam-tam, de los timbales, los oboes, los tambores y gaitas, los sintetizadores que recuerdan a pescados salados, tú la reina de todas mis noches sobre el pedestal titánico al que sólo pueden subir las soberanas de níveas caderas que asemejan a orates y ídolos de los nuevos templos en que reinan los jóvenes, tu podio, tu pedestal de mármol y metacrilato traslúcido en que en tus sueños he atravesado la obscuridad para caer a tus pies y nombrarte diosa. Una de esas noches, yo lo recuerdo pero tú no creo que lo hagas, mi diosa en mí pedestal que yo ideé aunque las masas espeluznantes estremeciéndose no lo reconozcan me miraste, apenas un segundo, pero yo creo que fue aquel instante cuando me enamoré de ti, yo inmóvil entre tanto balbuceo epiléptico, yo en silencio entre el fragor, yo mirándote y tus ojos de gata, de arena, amarillos marrones pardos se clavaron en mí. Sé que no te acuerdas, pero por esa mirada en la discoteca eres mi víctima.

- ¿ Y si me hicieras tu acólita? ¿ Y si viviéramos juntos como la pareja caníbal amante seguidores del Devorador? Hazme tuya para toda la eternidad – Es la única salida, si me hace eterna podré sobrevivir a esta, luego veré como salirme de esta pesadilla. La eternidad no se ha hecho para mí, reflejo esquizofrénico de mi ego que insistes a hablarme aunque no existas más que en mi cerebro, no se ha hecho para mí, sería horrible, o sea que no digas nada y calla. ¿Qué veo un sus ojos? ¡Está negando con la cabeza, y son lágrimas! ¡Llora por mí, son las lágrimas del cocodrilo! Son las jodidas lágrimas del cocodrilo las que veré antes de morir…

Debo matarte, no puedo caer en tus brazos sino que tú debes caer en mis mandíbulas. Debo coger este cuchillo, pero mira que estoy llorando, que te amo y que te debería convertir pero no puedo, aquella noche se decidió tu destino y estas lágrimas que ahora vierto son producto de mi amor que me obliga a matarte. Son las lágrimas por las que mueres, no por mí.

Susana, mi Susanita, no, aún no se ha acabado todo. Sí, ha cogido el cuchillo, y no va a dudar en matarte, pero déjame a mí. Duerme, Susana, y deja esta triste voz en tu cabeza que coja las riendas. ¿Quién…Quién eres? No eres simplemente una voz en mi cerebro, no eres una disociación mental causada por el shock emocional, ni una disfunción esquizofrénica de un ego sumido en el caos, ¿Qué eres? Duerme, Susana, duérmete. Y AHORA ME TOCA A MÍ.

De repente, la mujer desnuda vuelve a abrir los arenosos ojos, y destilan furia. Con un esfuerzo titánico de sus brazos quiebra las ligaduras, marcando poderosos músculos inimaginables instantes antes. De un salto felino se abalanza sobre el sorprendido hombre, le arranca el cuchillo de su mano cortando los tendones con el mismo golpe,, lo agarra con la mano izquierda del cuello, alzándole en vilo, y clava las garras retráctiles en el abdomen de su indefenso torturador.

- ¿Dónde puedo hallar al Devorador? Al auténtico, no a un pusilánime estúpido como tú.

- ¿Quién eres? – Sabe la respuesta, pero no puede admitir que su eternidad se acaba tras sólo ciento siete años.

- Ya lo sabes- La sonrisa se marca en su gatuno rostro de diosa egipcia.- Tu eliges, una muerte rápida o un sufrimiento de varias horas. Sabes que puedo hacerlo.

- Lo último que sé es que marchó a los Balcanes, hará unos diez años. Era un buen lugar para él.

Gracias – Y la garra se abre camino hasta cerca del corazón, matándole al instante.

Susana cae al suelo, rendida. En su mano, firmemente agarrado, el cuchillo con el que la policía la encontrará horas más tarde, y que admitirá como el arma con el que en un instante de furia, tan intensa e impactante que se ha borrado completamente de su mente, acabó con el loco antropófago y salvó su vida. Ahora, horas antes de que eso ocurra, descansa inconsciente, con sus grandes ojos verdes abiertos de par en par.

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Daniel

PARÁLISIS

Fui vendedor ambulante por más de cuarenta años. Llegué a vender doscientos encendedores en un día, en el ferrocarril San Martín. También he vendido flores, caramelos, lápices, entre otras cosas. Pero mi ¨caballito de batalla¨ eran los encendedores, de todas las marcas y modelos. El fuego me fascina desde chico, quizá también por eso no me importaba demasiado la variedad. Yo, Francisco Hubber, fui el mejor vendedor ambulante de la zona oeste. Nunca compré un boleto de tren y, para ir más lejos, nunca pagué impuestos. Los guardas me conocían: bajaba de un tren y subía a otro con total inmunidad. Viví a las carreras, entre andenes y transportes, hasta que me alcanzó la desgracia. A los 56 años, mientras viajaba en colectivo, sufrí un pico de presión que acabó por estropearme la mitad del cuerpo. Ahora tengo 58 y sigo postrado. Un buen vendedor sabe vender cualquier cosa, incluso a sí mismo. No recuerdo la cantidad de mujeres que conocí, pero sé que fueron muchas. Ya no tengo mujeres ni plata. ¿Suicidarme a los 58? Lo pensé, creo que no vale la pena. Vale la pena seguir sintiendo el perfume que Clara, la mucamita que me atiende, va dejando tras sus pasos; vale la pena sentir sus pechos en mi garganta cada vez que trata de alzarme mientras yo, exagerando mi incapacidad, no hago el menor esfuerzo. Antes me atendía Manuela, fea como un bagre. Le dije a Carlos, mi sobrino, que la vieja no tenía fuerzas suficientes para moverme de la cama, y me la cambió por Clara, una muñeca. Vivo en la casa de Carlos, que se ocupa de mí cuando Clarita no está. A veces me sienta frente a la ventana de la pieza, que da a la calle, y esparce migas de pan en la vereda para que me entretenga mirando a las palomas aletear y comer. Pongo cara de feliz y de agradecido. Pero no son palomas las que veo por la ventana, son los sueños que nunca se me cumplieron, son las cosas que ya no podré hacer jamás. Sin embargo, sé que la rebeldía, latente dentro de mí, volverá a brotarme en cualquier momento. Cuando Carlos me nota aburrido de tanto mirar la calle, en la que raras veces pasa algo, me sienta frente al televisor. ¡Qué pesadilla! No hay nada más patético que un hemipléjico sentado frente al televisor, temiendo que en cualquier momento se le muera la otra mitad del cuerpo. Yo dejo que él piense que me divierto, y nunca me olvido de agradecerle su atención. Extraño la ginebra tanto como a las mujeres. Todas las noches, cuando volvía de trabajar, me iba un rato a la esquina de casa, al bar de Cacho, y me tomaba unos vasitos de ginebra. Ahora, con el cuerpo a la miseria, no puedo ir a buscar una gota de alcohol ni la cocina. Por otra parte, me tienen vigilado. Pero hace tres o cuatro meses, Cacho vino a verme. Yo aproveché para suplicarle que me trajera al menos una botellita de licor. Me contestó que no, que yo estaba muy enfermo, que él no podía hacer eso. -Si querés licor -me dijo antes de irse-, andá a buscarlo a la esquina. Yo sé que Cacho me cuida a su manera, lo entiendo. De todos modos ya no me importa la bebida: hace años que no pruebo un trago de alcohol y... ¡Cacho, dondequiera que estés, moríte, hijo de puta! Detesto las sillas de ruedas. Al baño me llevan sentado en una silla común, metálica, que tiene las patas gastadas de tanto ir y venir. Los surcos del recorrido hasta el baño arruinaron el piso de madera que ya nadie lustra. Pero, eso sí, daría cualquier cosa por sentarme en una silla de ruedas sólo para avanzar a toda velocidad por una calle inclinada y sentir el vértigo y el miedo de no saber si terminaré estrellado contra una pared o atropellado por un coche. No sé si eso sería suicidio, pero estoy seguro de que sería una forma fascinante y perturbadora de jugar con mi vida mutilada, de coquetear con la muerte empecinada en matarme despacio. Entre mis sueños imposibles hay uno que prefiero: me gustaría asistir a mi propio funeral, no para ver mi cara torcida y amarilla, sino para inclinarme sobre esa cosa dura que empieza a echar olor, y raspar disimuladamente el cajón lustrado, con una llave o una moneda. Sí, a un cuerpo inútil le corresponde un cajón arruinado, de madera barata. ¡Cómo gozaría si pudiera hacerlo! Hoy Clarita terminó conmigo a las seis en punto, como todos los días. Me dejó sentado frente a la ventana, listo para verla salir de la casa, moviendo su cola perfecta. Y mientras yo esperaba verla salir, se detuvo una pareja frente a la puerta cancel. Empezaron a besarse, desesperados. El depravado acorraló a su chica contra las rejas y le metía mano, y ella lo abrazaba. Abrí la cortina para no perderme nada. Pero del placer de verlos gozar pasé a la envidia y de la envidia al odio. -¡Qué están haciendo! -grité con la detestada voz que me dejó la parálisis. Se despegaron enseguida, y al verlos desaparecer asustados no pude evitar soltar una carcajada. Pero de repente me encontré de nuevo mirando hacia la calle desierta y me di cuenta de que había dejado escapar a dos pichones enardecidos que me regalaban un espectáculo. Clarita no salió. Ya son las seis y media y no la vi dejar la casa. Se habrá quedado charlando con Carlos. ¿Charlando? Nunca se queda después de las seis... Pero claro, cómo no me di cuenta: deben de estar revolcándose en la pieza contigua. No tienen vergüenza, abandonar a un pobre viejo frente a la ventana para ir a gozar, encerrados. ¨Total¨, estarán pensando, ¨el viejo dormita en la silla destartalada¨. Aunque seguramente no deben de tener tiempo ni de pensar en mí. Esto no va a quedar así: podría gritar socorro, simulando un ataque cardiaco, pero con tal de seguir revolcándose son capaces de dejar que me muera. No tengo otra alternativa, para separarlos debo recurrir a mi ¨caballito de batalla¨. Saco el encendedor del bolsillo, jugueteo con él un rato. Después de dos intentos fallidos logro encenderlo. Acerco la llama a la cortina que, sin resistencia, se deja consumir rápidamente. Fascinado, me demoro frente al fuego que crece y crece mientras el humo tiñe el aire. El plástico de la persiana empieza a derretirse y las gotas encendidas zumban al caer. Ahora es el momento de llamarlos: -¡Fuego! ¡Carlos, tu casa! No viene nadie. Acaso no escuchan, entonces grito más fuerte. Pero ellos no aparecen. Esto se está poniendo feo y en la otra pieza, entre besos y gemidos, Carlos seguramente no puede dejar de bombear. El fuego ahora es tan intenso que me arde la cara. Estallan los vidrios, la frazada se quema. Al intentar cubrirme la cara con el brazo resbalo de la silla y caigo al piso. A punto de sofocarme, levanto la cabeza y miro hacia la pared que divide mi cuarto del de Carlos. -¡Asesinos! -grito- ¡No les importa nada! -mientras el fuego me quema los pies.

Daniel A. De Leo

30/10/99

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Carlos

ADIOS, POCHOLO

Ya se mató Pocholo. Una tarde turbia me llamó por teléfono y me habló de su inapelable decisión. Quedamos en vernos al día siguiente en la Plaza de España y arregló esa noche todas sus cosas, las despedidas y demás formalidades. Acudió a la plaza antes de la hora, de modo que cuando llegué estaba sentado tranquilamente en un banco, viéndome venir, siguiendo aquella costumbre suya, adoptada sin duda en los tiempos de clandestinidad, de nunca ir directamente a la cita, sino justo enfrente y, desde luego, no dejarse sorprender jamás. Anduvimos un rato como montando guardia a la sombra de Sancho Panza, y luego enfilamos la calle de Bailén. No hacía falta que me contase una vez más sus razones, y por eso empleó aquel último paseo en hablarme de cómo había pasado la noche y en encargarme -maldición- que fuese yo quien tratase de explicárselo a Lola. Había roto cinco folios en su imposible justificación. Estaba sereno; hablaba con una entereza que parecía ya del otro lado de la vida, como si su próximo fin no sólo fuera inevitable, sino que ya hubiera ocurrido. Llegó hasta el primer balconcillo del Viaducto y se asomó a la calle Segovia. Se volvió hacia mí y cogiéndome del brazo me llevó un poco más adelante: - Es que desde aquí me doy la hostia contra el césped. Y lo mismo me quedo paralítico. Cuando estuvo sobre la vertical de la acera se detuvo y me sonrió. Avísame -me dijo- cuando sean las cinco de la tarde en todos los relojes. Yo diría que había desterrado el miedo. Me estaba diciendo que prefería tirarse mirando hacia el río, hacia el Oeste, porque además de estar más alto, podría mirar al sol. Prometía contarme si había otra vida después de ésta. Y era yo quien sentía miedo, yo quien miraba con angustia la calle, tantos metros allí abajo, y la dramática concreción del antepecho donde habría que apoyar las manos y trepar, en ese segundo vertiginoso en que se resolvería toda una vida. Habría sido inútil tratar de detenerlo, de torcer una determinación tan firme. La voz me tembló cuando le dije son las cinco. Dejó su chaqueta blandamente sobre mi brazo, se quitó los zapatos y me miró con gratitud. Luego saltó. Ni un solo ruido. Nadie pareció advertirlo hasta que aquella loca vino hacia mí llamándome asesino. Tuve que echar a correr para que no me detuviesen. Entré en el metro de Puerta de Toledo vomitando y al llegar a casa puse a Mahler. El teléfono sonó y sonó durante dos meses. Sabía que era él, no descolgué.

Carlos

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Evaluna

ENFERMEDAD INCURABLE

Por aquellos días, existía un médico muy prestigiado, su nombre y reputación llegaba a todos aquellos hogares en donde la oración a San Judas y a San Timoteo no surtía efecto, pues era cosa difícil de entender, la verdadera aceptación de la voluntad de Dios.
Así pues, eran muchos los que lo visitaban y encontraban en el la ultima esperanza para remediar sus males. A el acudían enfermos de todos tipos, desde una gripa mal cuidada hasta enfermos agonizantes de SIDA o de cáncer, enfermedades más temidas en los tiempos actuales. Todos los días se llenaba el consultorio desde temprana hora y se hacían largas esperas para ser recibidos.
El Sr. médico, cansado ya de tanta consulta, de tantos enfermos, de recitar de memoria las mismas indicaciones, veía con tristeza que su vida se convertía en una rutina aplastante, no encontraba ya, en su apostolado, ninguna motivación que lo hiciera reanimarse, estaba envuelto en un constante aburrimiento. Estando así, absorto en estos pensamientos, un día llego una señora, con perfume de sandía, se sentó frente a el, y le dijo:
"Doctor, estoy gravemente enferma" "¿qué le pasa?" contesto el doctor, limpiando sus lentes con su pañuelo, pensando que estas palabras las oía cada 15 minutos, tiempo reglamentario que dura la consulta.
"Pues, fíjese bien doctor, yo estoy enferma de comprar".
"¿Cómo dice?" Pronuncio el doctor saliendo del letargo rutinario en el que estaba sumergido "¿de que esta enferma?"
" De comparar, doctor, de hacer compras, de gastar, y eso me hace ser infeliz"
"Explíquece más por favor" dijo el doctor, animándose con su paciente extraña.
"Es muy sencillo doctor, existe en mi un deseo incontenible de comprar todo cuanto sea comprable, y esto me esta llevando al borde de la muerte y a la infelicidad, pues en las noches, en mi mente, comienzo a hacer cuentas de todo lo que debo, a subir y bajar números, mis fantasmas son las tarjetas, los prestamistas, las fechas de liquidación, los intereses, y todo cuanto tenga que ver con el dinero que gasté. Todas las noches me hago el firme propósito de no comprar nada al día siguiente, pero en cuanto amanezco, no resisto la tentación de comprar.
Mire ha habido ocasiones en que no salgo de casa para evitarlo y cuando enciendo la tele, aparecen anuncios en donde solo marco diez números por el teléfono y ¡listo!, queda cargado a mi cuenta, así, me doy cuenta que necesito, la crema para la celulitis, el antídoto para dejar de fumar, el nuevo aparato que desaparece por arte de magia las lonjas que están de más, la tablilla maravillosa para descongelar en un segundo, la maquina que rebana las zanahorias en forma de flor....en fin, aparecen una cantidad de artículos necesarios e indispensables.
Y no se diga, cuando estoy con mis amigas, todas venden algo, cremas, maquillajes, recipientes de plástico, lociones afrodisiacas, oro y no oro, bolsas, zapatos, y la verdad, es que yo no puedo resistirme a la tentación de quedarme atrás, ¿porqué si todas compran, yo no lo voy a hacer? ¿no puedo dejar que piensen que no tengo dinero? ¡eso nunca! primero me caigo muerta, a que la gente se entere que tengo deudas.
Después están mis hijos, esos parecen costal sin fondo, que ahora el nuevo CD de la artista de moda, que los jeans de no se marca, las gorras de no se que equipo, las mochilas con rueditas, las nuevas colecciones de estampitas, y mas y mas, son un sin número de cosas que necesitan para que estén contentos.
Además de todo eso... pues, hay que cambiar de computadora, pues la que tenemos ya no es tan efectiva, hay que comprar seguros de autos, de vida, de casa, contra robos, poner alarma en el coche y en la casa, cambiar el estéreo del carro pues ahora no se usan los cassette sino los compact, la membrecia del nuevo club deportivo, y más y más.
Todo esto me tiene al borde del colapso, ¡ya no hay dinero que rinda! ¡ni sueldo que alcance!
Ahora se necesitan muchas cosas para poder vivir con confort y a la altura de las circunstancias, porque eso si! uno quiere lo mejor para sus hijos, y quiere darles todo lo que necesiten para su desarrollo y para que estén actualizados.
Como ve, doctor, estoy enferma de comprar.
Calló por fin la señora de perfume de sandía, cansada, pues había olvidado mencionar, la televisión nueva para que cada quien tenga una en su cuarto, la nueva colección de otoño-invierno con colores ocres para cambiar el guardarropa, las clases de francés y de Internet para estar actualizada, y las muchísimas ganas que tenía de cambiar de vajilla, pues los nuevos modelos eran muy tentadores.
Cuando hubo terminado de enumerar sus pensamientos, miro al doctor que la observaba muy atento, a través de sus espejuelos, muy limpios por cierto.
"Bueno" concluyó el doctor "debo admitir que nunca había tenido a una paciente con este problema, pero no por nada soy el mejor medico, así que tengo lo que usted necesita para aliviar sus penas".
"¿De veras doctor? Sabía que usted podría ayudarme" respiro profundo la señora con perfume de sandía, pues solo pensaba en no seguir teniendo sus pesadillas nocturnas " gracias doctor, es verdad que usted es maravilloso".
El gran médico, guardo sus lentes en la bolsa izquierda de su chaquetín blanco, comenzó a escribir unos garabatos en sus hojas personales y dijo, con voz firme y segura:
"Lo que usted padece, tiene remedio, solamente tiene que comprar, una vitaminas multinutrientes, además va a comprar una vendas anti-estrés, unas gotas para el sueño, unos parches protectores contra las malas vibras, unas cápsulas antidepresivas, un shampoo fortificado con el cual ser dará unos baños de asiento y todas las noches se va a aplicar una crema vigorizante que la hará olvidar todos sus males, ¡ah! y por favor, la consulta se la paga a la señorita del escritorio".

EvaLuna
termine de escribir este texto en junio de 1999

LA OPULENCIA

EvaLuna y Álvaro

Esta historia surgió de la hipótesis fantástica de Alica, en el taller. Se me ocurrió contactar a EvaLuna y entre los dos la escribimos, duramos dos semanas escribiendo y afinando detalles. Esperamos sus comentarios a partir del sábado 6. Gracias.

El verano condescendía ante el otoño mientras la temporada de huracanes no parecía terminar en los Océanos Atlántico y Pacífico. Los días estaban un tanto sofocados en el intermedio de sol que acontecía en aquella semana, pero para el jueves el sur se llenó de nubes desde el amanecer cuando Rodrigo salió rumbo a sus ocupaciones del día.

Esa mañana Rodrigo se levanto con ánimo positivo, pensando en que la vida era otra cosa fuera de esa realidad de caras largas en las esquinas, la vida para él era algo más simple. Como de costumbre, manejaba pensado: "¿Por qué algunos se quejaran todo el tiempo? Ha de ser gente sin ideas ni metas claras que andan rondando las calles, que trabajan por inercia o hambre, ¡pero yo no nací para eso!. Yo tengo el mundo frente a mí, y merezco éste coche, merezco que Mercedes sea mi novia, ser socio de "La Opulencia", terminar mi licenciatura en ingeniería química. Mmmm… Mercedes, esa es otra historia: una mujer hermosa que suspira y vive para mí. Quiso que fueran ya las 5 de la tarde y poder tomar a Mercedes por la cintura, apretarla contra su cuerpo y oler a esa mujer fresca. Suena el teléfono celular, de mala gana revisa la llamada que esta por entrar, se da cuenta que es uno de sus socios. Las nubes naranja a lo lejos se vuelven cada segundo más pálidas. De golpe vuelve a la realidad, y contesta como autómata:

- Bueno - se da cuenta de que su voz todavía suena pegostiosa, pues son las 7:55 de la mañana y sólo alcanzó a tomar un café antes de salir.

- Voy camino a "La Opulencia"- Vuelve a decir Rodrigo contestando a la voz del teléfono.

- Sí, yo me encargo de ver eso. Sólo necesito que tú vayas a ver qué pasa con el pedido de pasta de hojaldre, el vino de importación y el pan. Yo me encargo de recoger los manteles de pasada y de hablar con los nuevos meseros - Piensa que tiene que entrevistar a una docena de gente y el mal humor desplaza los ánimos positivos. "De veras que el que nace pobre... ¿cómo es posible que no encuentre gente para llevar una charola con platos y tratar a la gente con amabilidad?". De pronto un coche le cierra el paso y se escuchan sonidos de llantas frenando, Rodrigo le sonríe irónicamente al conductor y se concentra de nuevo en la llamada.

- También necesitamos encontrar a un chef que haya estudiado en "Le Cordon Blue", es urgente. Vamos a ver de donde lo sacamos y no importa lo que cueste - Para ese entonces Rodrigo había vuelto al estrés diario y el panorama se veía tan gris como las nubes que estaban flotando sobre la ciudad.

- Ok, así le hacemos entonces - Cierra el teléfono celular y acelera el coche, ya iba retrasado y eran muchos los pendientes del día.

- - - - -

Llega a su casa mientras el sol de picada cae por el cielo, el cual se extiende como telón gris en todo su ancho. La tarde sigue amenazando con llover mientras los vientos recorren la ciudad removiendo las hojas y basura del piso. Entra en su casa obscura, para encontrarse como de costumbre con que todos han salido. Abre el refrigerador para comer lo que encuentre apto para ser calentarlo en el microondas. ¿Porqué no comí en el restaurante? De verdad le gustaba su restaurante, para construirlo trajeron a un arquitecto suizo que les diseñó un chalet con luces indirectas y ambiente muy acogedor.

Prende sólo una pequeña lámpara que da una iluminación tenue al desayunador, pues la luz ámbar y tenue lo relaja. Justo cuando recorre la silla para atrás y toma el periódico del día cae un rayo y la lluvia insolente se desata arreciendo el viento y obscureciendo más la noche tierna. Por ser jueves abre la página donde esta la programación cinematográfica del día, repasa la cartelera varias veces hasta encontrar alguna película que no sea de Hollywood y le convenza a llevar a su novia al cine.

Toma el teléfono que esta a sus espaldas y marca a casa de Mercedes:

- Bueno - contesta Mercedes.

- Hola pequeña, ¿qué haces? -

A Mercedes le encanta que la llame así, e inmediatamente adopta la actitud de ser protegida y cuidada por su novio. Para ella es en verdad una sensación deliciosa sentirse la "pequeña" del hombre al que ama con locura.

- Leyendo mientras veía si te decidías a hablarme - responde Mercedes, arrepintiéndose de que en su voz se notara un tono de reclamo.

- Perdón, se me ha hecho tarde, tuvimos algunos problemas en "La Opulencia" con los nuevos meseros - explica Rodrigo.

- Está bien, así me imaginé. ¿Y ya los arreglaste?, ¿Dónde estás? - Deseaba que le dijera que a cinco minutos de su casa, pues ese día especialmente moría por ver a Rodrigo.

- En mi casa, voy por ti para ir al cine, paso en media hora, ¿esta bien? -

- Ok, aquí nos vemos - Mercedes cuelga y prende un cigarro, mientras continua leyendo por cuarta o quinta ocasión cómo "la Maga" no entiende nada de lo que platican los demás en las reuniones del club.

- - - - -

Rodrigo regresa a su casa después de despedir a Mercedes. La tormenta inundó las avenidas y conduce por calles solitarias, mojadas y obscuras tratando de evadir al tráfico que navega sobre ríos de lluvia, ramas, hojas y lodo que corre por todas partes, tratando de ahorrarse las caras de desesperación y cansancio de los demás conductores, evitando los camiones a medio llenar con luz azul neón en su interior y de ventanas empañadas en medio del caos de árboles caídos y policías con impermeables y linternas dando silbatazos para obligar a todos a detenerse y esperar a que el agua baje o desviando la circulación hacia destinos peores. Aunque esto implique gastar más tiempo en el regreso, sigue por calles anónimas. Abre la guantera buscando cigarros, prende uno y abre un poco la ventana. Un aire frío y húmedo entra inmediatamente, formando pequeñas gotas en el interior de los cristales del coche. Las luces de afuera se ven distorsionadas por las gotas que resbalan por todos partes. Rodrigo suspira hondo y da vuelta en una avenida deshabitada que no conoce.

Su mente empieza a recapitular ideas, la avenida se extiende con sus faroles ocasionales a todo lo largo. Se siente cansado y apoya la nuca sobre la cabecera del asiento, mentalmente repasa las cosas que hizo durante el día. Recuerda a los meseros que entrevistó, a los clientes de "La Opulencia": le gusta su restaurante que con el tiempo ha ido obteniendo prestigio y reputación, ahora ya no es como en los viejos tiempos en que ansiaban ver clientes, ¡no!, ahora la lista de reservaciones se llena con tres días de anticipación y se sigue corriendo la voz de que su carne es de excelente calidad, y en verdad lo es. Casi no contiene grasa y es muy suave, realmente tuvieron suerte en conseguir un proveedor que les surte carne en tan buenas condiciones ¡y a tan buen precio!. Instintivamente recuerda al carnicero que les lleva los cortes, ¡qué tipo! Era un hombre corpulento y alto, de zapatos negros, sucios y desgastados y pelo negro canoso sobre los hombros ¿Por qué no tendrá mas cuidado en su persona? Detiene la mirada en sus manos que están sobre el volante, las observa limpias, con las uñas recortadas, los dedos largos y afilados; su abuela alguna vez predijo que sería pianista por la forma de sus dedos. Y compara sus manos pulcras contra las manos del carnicero: regordetas y extremadamente sucias. En las uñas de aquel hombre se percibían restos de sangre obscura, que despedía un olor repugnante. Le falta medio dedo en una mano, se imagina que tuvo algún accidente mientras mataba alguna vaca. Y recuerda claramente que pensó en que si él fuera aquel hombre, hubiera buscado un clip o algo puntiagudo para rascarse por debajo de las uñas y desprender esas costras, recuerda haber desviado luego sus pensamientos a los glóbulos rojos y blancos y haber meditado en todas las reacciones químicas que ocurren en la sangre durante la digestión.

El asfalto sin aviso se esfumó y Rodrigo frenó bruscamente el coche volteando a ver la avenida que ahora era de tierra. La luz del coche dejaba ver un camino maltrecho con sembradíos de maíz a ambos lados y al fondo se apreciaban las montañas que están en el filo de la cuidad; donde, según los periódicos, aparecen personas asesinadas con relativa frecuencia. ¡¿Dónde diablos estoy?! exclamó Rodrigo en la soledad de su coche. Aunque alguna voz en su interior le decía que no era buena idea, Rodrigo bajó del coche para dos cosas: demostrarse que no tenía miedo y disfrutar del aire fresco en esa noche de cielo negro que la lluvia dejó sin estrellas.

Estacionó el coche a un lado del camino, lo cerró y empezó a caminar. A sus espaldas se encuentra el último farol de la avenida que se apaga cerca de un minuto y se prende no más de 35 segundos. Empezó a caminar hacia las montañas, pensado en regresarse a los 100 o 200 metros, cuando estaba todavía cerca del coche el farol se apagó y la noche se lo tragó en un instante. Rodrigo volteó hacia atrás y a lo lejos pudo distinguir la avenida sin casas con sus faroles destilando lluvia. Metió la mano en la bolsa de su chamarra, sintió su teléfono celular, sacó la cajetilla de cigarros, prendió otro y continuó su camino. El farol se prendió y apagó varias veces más antes de que un ruido entre los maizales lo hiciera dar un brinco, un perro flaco y sin una oreja salió de entre las milpas, se sentó y se quedó observando con atención a Rodrigo haciéndolo sentir incómodo, aunque Rodrigo hizo lo mismo. Ahí estaban el animal y el humano viéndose a los ojos cuando el perro se levantó asustado, salió corriendo y el farol se apagó. Alguien apareció corriendo por el mismo lugar por donde el perro había salido, Rodrigo quiso correr junto con el perro pero sus piernas no obedecieron, el hombre se abalanzó sobre el asustado Rodrigo y de un golpe en la cabeza lo derribó al suelo.

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Un olor penetrante y desagradable despertó a Rodrigo en medio de una obscuridad total. La cabeza le dolía, se tocó arriba de la oreja izquierda y sintió una prominencia muy grande. Se dobló de dolor sobre el piso como feto apretando los músculos de su cara y cuerpo, respiró con fuerza y el olor lo hizo vomitar. Se hincó y empezó a gatear hasta que se topó con un bulto duro y apestoso, retrocedió y se dirigió en otra dirección tocando cosas blandas y pegajosas y otras duras y extrañas a su paso. Conforme fue adquiriendo más conciencia, el olor se hizo más fuerte y le seguía contorsionando el estómago. Reflexionó mientras sacaba el encendedor de su bolsa, antes de prenderlo le subió la llama al máximo y lo accionó. Hubiera preferido no haberlo hecho, pues al salir la llama, un semicírculo de luz le reveló varios cuerpos en descomposición a su alrededor. Había algunos relativamente frescos, otros con escasa carne y ropa, gusanos retorciéndose por las bocas, ojos y hombros de los cadáveres, huesos sueltos, cabezas con pelos petrificados en sangre, manos muertas retorcidas, pieles chupadas de color café, amarillo y morado; órganos y tendones mutilados… eso era un circo de muertos y de enferma locura.

Rodrigo reflexionó otra vez, tratando de hilar ideas que lo sacaran de ahí. Tratando de reaccionar tomó su teléfono celular y lo prendió entre sus manos temblorosas y con rastros de vómito, con la otra mano se tapó la nariz y parte de la boca. En la pantalla del celular apareció un mensaje indicando que no hay señal en el sitio donde se encuentra. Se levantó y con el encendedor lo más extendido posible giró en todas direcciones hasta ver una salida de la cueva en donde se encontraba. Caminó lento sobre un piso hecho de restos humanos, sin voltear jamás a ver lo que pisaba, decidido a salir de ahí. Al distinguir la claridad de la salida, corrió. A un lado de la cueva estaba alguien tirado en el piso, roncando en medio de botellas de vodka. Había una mesa de madera vieja con cuchillos, segetas y un taladro sobre ella. Rodrigo se acercó instintivamente a la mesa, donde pudo apreciar un diploma de "Le Cordon Blue" expedido en París. Tomó el cuchillo más grande que vio sobre la mesa, el cual tenía pegado con sangre una factura de "La Opulencia", volteó a ver al hombre ahí tirado sin saber qué hacer con precisión, dándose cuenta que era el proveedor de carne que esa mañana llevó a entregar un pedido a su restaurante. El teléfono celular empezó a sonar, la señal del satélite regresó como una portadora de alivio. Rodrigo soltó el cuchillo y corrió hacia el campo de maíz mientras contestaba y apretaba el diploma de "Le Cordon Blue" en una otra mano, era Mercedes, la cual estaba en casa de Rodrigo. Todos estaban muy preocupados.

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Los medios de comunicación cumplieron con su deber de informar lo descubierto por Rodrigo en la cueva. La alta sociedad se escandalizó de saber que en más de alguna ocasión pidieron, sin saber, carne humana término medio ó 3/4 en "La Opulencia". El chalet se cerró indefinidamente, al mismo tiempo que se iniciaron las pruebas de laboratorio para averiguar de dónde venía esa carne que se servía bañada en vino tinto o salsa blanca y se acompañaba de exquisitas guarniciones de verduras atadas y papas al horno.

Rodrigo y sus socios estaban a la vez asustados y decepcionados, sin terminar de comprender su suerte, cuando fueron a recoger los manteles nuevos para regresarlos. Habían citado a todos los meseros nuevos para liquidarlos y no decidían qué hacer con el resto del personal. Pero esta vez su suerte sería otra, al entrar encontraron varias cartas sobre el piso del vestíbulo, de las cuales ninguna venía firmada o membreteada siquiera. En todas las cartas se pedía que se las ingeniaran para seguir ofreciendo carne humana como plato fuerte de su selecto menú, pues algunos miembros reconocidos de la sociedad al platicar sobre lo acontecido acordaban en haber adquirido un gusto especial por ese tipo de carne y estaban dispuestos a seguirla consumiendo y proteger a "La Opulencia" de cualquier implicación legal.

Dos días después llegó una orden federal donde se daba licencia de reabrir el lugar, adjunto con un permiso del Departamento de Salubridad apoyando dicha licencia. Los dueños de "La Opulencia" decidieron pasar la noche en le restaurante, en una cena privada con abundante vodka tonic y salmón ahumado, para tomar una decisión. Cómo el chef maniático del Le Cordon Blue no había aparecido, decidieron rastrearlo con ayuda de la policía y proponerle como única condición que buscara personas que no fueran residentes de esa ciudad, para evitar comerse a algún conocido.

Todavía hay días en que Mercedes se acuerda de lo sucedido y sigue ordenando sólo ensaladas y mariscos en cualquier restaurante al que va, así sean los más exclusivos de París, Tokio o Buenos Aires; Rodrigo la ve con ternura cuando esto pasa y se queda callado. Mercedes no se explica cómo es que después de todo "La Opulencia" se convirtió en un negocio por demás exitoso donde sólo asisten personas que puedan pagar los altos precios que se omiten en la carta.

EvaLuna y Alvaro.

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Alvaro

ES VIERNES (Basado en los personajes de Cristina)

7:00am [se prende el radio - despertador] "…mañana fría, llena de nubes grises. Dicen que el amor es una sensación propia de los seres humanos y si no es así, ¿qué es el amor? Buenos días, es tiempo de que se liberen de los brazos de Morfeo y den la bienvenida a este viernes de lluvia ligera, los dejo con esta canción de la islandesa Björk: 'come to me' aquí en el principio básico de la música, el ochenta y nueve - nueve…" Elena hace un esfuerzo y se levanta en cámara lenta, todavía con la pregunta de la locutora pegada en la frente. Sabe que tiene que perder tiempo en escoger la ropa para irse a la oficina, algo con lo que se sienta cómoda y no tan gorda. ¡Ah! y tiene que prepararse el desayuno.

7:11am Diana se da vuelta en su cama, todavía dormida, y choca contra alguien; se aparta, emite una queja muda dentro de su garganta. Sigue durmiendo. El hombre a su lado lleva 11 minutos despierto sin saber si levantarse o seguir ahí esperando a que Diana abra los ojos. Son ya 660 segundos y aunque la paciencia se desborda, prefiere seguir acostado y llenándose de ese sentimiento de cobardía e inutilidad estúpida.

8:31am Elena cierra su puerta y la puerta de Diana se abre, con su mano obesa da vuelta a la llave y sus ojos ven salir a un hombre del departamento de su vecina. El hombre voltea y le sonríe a Elena, mientras ella en cuestión de micras busca su mejor y más amable sonrisa para devolver el gesto. Los dos caminan hasta el elevador, Elena llega primero, aprieta el botón de PB y a menos de un metro el hombre espera. Aproximadamente 48 segundos después el botón deja de emitir luz. Bajan. Salen del edificio sin haberse dicho ni: "Buenos días".

Javicho lleva desde las 6:25am despierto, ya tiene todo en su tabaquería listo para darle fin a la semana. Al pasar Elena frente a la puerta, corre y le pone contra el vidrio unas imágenes de pastelillos cremosos que le prometió para este viernes. Con cara de pícaro le señala la hoja y con la otra mano sostiene las imágenes. Cree que Elena le comprará la mayoría de ellos. Elena los ve, se traga la saliva mientras piensa en el tocino que acaba de desayunar.

10:02am Diana por fin segura de que está sola en su departamento se levanta sin prisa de la cama revuelta. Suena el teléfono 25 segundos después: -"Por el momento no me encuentro, deja tu mensaje y me comunicaré contigo lo más pronto posible"- La voz que anoche le dijo: -"vamos a mi departamento"- y lo sedujo, ahora sólo le pide al pobre hombre que deje un mensaje, pero él cuelga antes de oír el tono y se acuerda de aquella mujer tan gorda con la que bajó acompañado en el elevador. Diana está segura de que el que colgó era el que se fue esta mañana sin despertarla, y no alcanza a recordar cuando le dio su número de teléfono, tal vez alcance a recordar que se llama Pablo. Es obvio que él sigue llenándose por dentro de cobardía y estúpida inutilidad.

Pasó el medio día sin novedad. Es decir, Elena con el: -"Astorga y Asociados, buenos días"- Diana paseándose por su piso, tomando café y arreglando las flores de los 4 floreros que con el tiempo ha adquirido, pues los vasos no lucen igual a los alcatraces. Javicho, recibiendo billetes de baja denominación y dando monedas a cambio. El tal vez Pablo con la duda de no saber si Diana se acuerda aunque sea de su nombre.

5:33pm Según Elena no ha deseado tanto que sea la hora de salida, pero mientras toma su paraguas reflexiona sobre sus ansias de llegar al baño y escuchar las historias que brotan en la sala de al lado, para ponerse al tanto de la vida de esa mujer tan hermosa que su vecina. Dos gotas de lluvia se resbalan por el vidrio del ventanal de la oficina que muestra a la ciudad desde un 5to. Piso.

5:37pm Diana está en medio de 8 hombres y a 4.6 kilómetros del edificio de donde vive. En el fondo le hubiera gustado poder estar ahí sola y quedarse un buen rato frente a cada cuadro de la galería, le hubiera gustado poder escuchar sus pasos sobre la madera del piso. Pero su minifalda gris y la blusa color mayonesa haciendo juego con sus aretes de pequeñas perlas a cada lado de esa cara que acompaña a tan perfecto cuerpo son motivos suficientes para no quedarse sola, para no dejarla sola.

6:42pm Después de casi una hora de camino y otras cosas, Elena come compulsiva en su baño mudo. Termina en menos tiempo de lo previsto los pastelillos de Javicho y cuando ya está frente al espejo quitándose las manchas de crema del cuello para bajar por más repostería, se le ocurre intentar con Javicho. Piensa, entre otras cosas: "pobre hombre, esta viejo y solo, y no tendrá mucha suerte con las mujeres".

6:46pm Al pasar frente a la puerta de Diana, Elena se detiene, el teléfono deja de sonar y pegada a la puerta Elena alcanzar a oír: -"Por el momento no me encuentro, deja tu mensaje y me comunicaré contigo lo más pronto posible"- se pega más para poder escuchar cual será el mensaje, pero el tal vez Pablo con el que bajó en el elevador esta mañana cuelga antes de oír el tono. Elena está segura de que el que colgó era el que se fue esta mañana sin despertar a Diana, y no alcanza a recordar cuando Diana le dio su número de teléfono al hombre que le sonrió frente a la puerta de su vecina, pues no fue en la sala de Diana, Elena lo recordaría. Lo que Elena sí recuerda es el nombre del aquel hombre. Es obvio que él sigue llenándose por dentro de estúpida inutilidad y cobardía. Javicho nunca intimidaría con Elena y Diana abandona la galería con alguien, recalculando sus conceptos sobre el sexo.

7:07pm " [en la cabina] …esta tarde y no ha dejado de llover. Los invito a que despejen su mente y se sumerjan en el ochenta y nueve - nueve. Ahora es el turno de Björk, con su propuesta 'Bachelorette', estoy en el 641-12-60 para satisfacerte en términos musicales…"

Alvaro.

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Nulla

GRAN URGENCIA LAMENTABLE DE ARTIACH O G.U.L.A

Las cajas de galletas variadas son mi caja de Pandora. Nunca las compro, ni tan sólo las miro cuando paso por delante en el supermercado, pero cada vez que mi abuela viene a visitarme, me trae una.
Mientras preparo el té, mi abuela la abre con sus uñas fuertes y amarillentas; rompe el plástico que recubre las galletas, y deja la caja abierta en el centro de la mesa.
Cuando deposito la taza de té delante de mi abuela, el olor a vainilla guía mis ojos hacia los colores y formas distintas que llenan la caja.
Mi abuela se toma el té, y entre recuerdo y recuerdo, yo elijo galletas. Las de chocolate son las que más me gustan; como una, dos, luego escojo otra forma. Redondas con sabor a coco y superfície rugosa. Esas me raspan la lengua y me ensucian los dedos. Cuadradas con el corazón de mermelada de frambuesa. Alargadas con chocolate y trocitos de avellana.
Las escojo despacio, entre recuerdo y recuerdo, y me las llevo a la boca intentando apagar mi deseo. Las muerdo y las mastico lentamente, dejando que su sabor me inunde la boca. Luego las trago y el sabor se pierde en mi interior.
Cuando mi abuela se va, deja tras sí una niña, su perfume a rosas y una caja de galletas. Los días siguientes a su visita paso las tardes recorriendo el pasillo hacia la cocina una y otra vez. Una redonda con forma de anillo y sabor a vainilla. Una cuadrada con nata en el centro y cubierta de chocolate. Una rectangular que se deshace en mi boca y la inunda con sabor a praliné.
Las cajas de galletas variadas, una vez abiertas, ya no consigo cerrarlas. Cuando se terminan, paso largas tardes sentada en el retrete, con los ojos fijos en el tapón de la bañera y los pies desnudos en el suelo congelado.
Luego voy a la cocina, doblo la caja vacía y la pongo en la pila de papel para reciclar. Me prometo bajar el papel al contenedor azul al día siguiente, y no volver a comer galletas variadas.
La pila de papel es cada día más alta.

NULLA

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Juanchile

UNA FOBIA

Acercárteme hecho un padre, y espetarte la verdad haciendo polvos y cristales contra el pavimento frío de la mañana (no obstante ello, lividez antipática alguna observable) el caramelo que sostienen tus labios sin pudor. Y devuélvete a tu casa niña mal criada que es la hora de los adultos que construimos nuestro futuro en las aulas superiores ¡Tu presencia es un óbice mortal!
Jumper que les llaman ¡no se te vaya a ocurrir saltar, que me acrimino! Nadie la obliga a usarlo tan lejos de las rodillas de huesitos sonrientes. Y ella, sin embargo y sin quererlo, me exige dejar pasar la micro más frecuente, rápida y directa para esperar la más sucia y atiborrada que la deja en la puerta de su colegio de mil cabritas anodinas entre las que camina liviana con mis ojos a cuestas.
Tres años cuento y no crece la niña. La ropa es uniforme y no deja que se desborden sus piernas, que ceda la firmeza ni destiña el color aunque de verano no se haga vista. Todas las mañanas, siete de la mañana. Respiraciones vaporosas, funcionarios con atraso, secretarias barrocas, obreros aromados, a la orden las lagañas. Somos todos menos tú. De dónde vienes, natural como si nada. Desaparece por favor; reclusión domiciliaria; seguridad interior de mi estado. Examen de economía y se ahorra tela, se despilfarra piel, se reprueba el ramo.
Hasta que acaba la tortura porque es marzo de nuevo pero ahora viste de civil. Casi no la reconozco y toma otra micro que ahora sí es la mía y llegamos los dos a tiempo; me bajo detrás de ella y constato que su pelo no es paranormal mientras entramos al mismo edificio.
Y ahora la conozco y todo es más sencillo porque tú no me recuerdas y yo juego a que tampoco y nos topamos en patios y bibliotecas hasta que no hay nada poco común cuando te invito y bailamos y reímos. Hoy día te beso y tus labios no son de chocolate. Nos besamos tantas veces y hablamos de tantas cosas que ya como que nos conocemos y, entonces, no hay mayor problema en pedir alguna cosa que no por excéntrica deja de ser una más entre las que han venido al caso dentro del marco en que ahora nos manejamos desde que pensé la palabra, que escapó vía boca empalagosa, que se llama amor.
Y es así como apareces vestida como siempre, como cualquiera que es joven y bella por estos tiempos y me dices que te espere, que ya vienes, mientras te encierras en el baño y, pasado lapso prudente, te me ofrendas tal como no fue necesario explicarlo una vez que, cariño, confianza, esas cosas, te enteré de quién en realidad eres.
Estás más desnuda que nunca porque la blusa blanca se trasluce y comprime hipertofrias, porque, jumper igualmente corto, algo pasó que no igualmente mate coloreadas, que ya no sólo rótulas, que ahora pálidas blandas piernas a calcetín estranguladas. Y yo no sé qué hay en mi cabeza que te encuentro tan obscena y no quiero lentamente desvestirte como en el sueño sino acordarme de tu nombre y dejar de llamarte tú.
Nunca tuvimos hijos porque nunca nos casamos y, aunque duramos buenos años (un par incluso después del incidente), como la pareja corriente que éramos un día decidimos que ya no es lo mismo, que mejor seamos amigos y todavía somos amigos con la dama cuya vejez ha ganado algunos lustros y que pasea de la mano de su marido.
Queda, entonces, la preocupación por mí. ¿Estuve enfermo? ¿Sé curó mi cabeza? ¿Camino junto a las escuelas sin temblar? Pregúntenle a la Julia, mi esposa, que espera a diario mi vuelta del trabajo que es honesto y de alta responsabilidad, vale decir, no se lo dan a quien méritos no exhibe ¿Soy una estatua de cera de epidermis derretible y abyecta carne viva? ¿No te había contado? Hace más de dos años que nació la Cata que es una gorda exquisita que corre con pasos torpes hacia el seguro refugio de los brazos de su padre. Doctor Segovia, usted me ve hace tanto y no me ha recluido y en cada sesión repite: no hay tratamiento que proceda ¿Hay prueba conclusiva, argumento irrefutable?

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