Ilustrísimo
Señor Rector, claustro de profesores, autoridades, amigos.
En ocasiones como ésta, lo primero que le corresponde al
interesado es dar las gracias. Agradecer el reconocimiento y agradecer
todo el cariño que
acompaña a este reconocimiento.
Aunque después me gustaría aclarar un par de cosas
en referencia a esto de los méritos de la distinción.
Quede claro que no es mi intención llevarle la contraria
ni quitarme méritos. De eso ya se ocupan otros. Pero supongo
que coincidirán conmigo en que un hombre, al defender los
derechos humanos no hace otra cosa que actuar en defensa propia.
Y respecto a lo que yo hago y la forma en que lo hago, debo confesarles
-sin provocar envidia en nadie- que soy un hombre que disfruta
del privilegio de tener una profesión que le hace feliz.
Soy feliz con mi oficio. Hago lo que me gusta hacer. Y además,
me aplauden. Y constantemente percibo esto. Percibo que la gente
me quiere.
Por hacer lo que hago, por hacer lo que me gusta hacer. Esto,
amigos, más que un mérito, es una suerte. Es una
bendición del cielo.
Ha sido este oficio de escribir y de cantar el que me ha permitido
caminar el mundo. Conocerlo de cerca y participar en directo de
todas y cada una de las posibilidades que la vida me ha ido brindando.
En las encrucijadas que me encontré en el camino, siempre
actué de acuerdo a mis criterios y según mi conciencia,
lo cual tampoco tiene mérito alguno.
Hago propio lo ajeno, sencillamente por necesidad de querer y
de ser querido. Y trato de conocer todo aquello que ignoro y formar
parte de ello, porque soy muy curioso.
Les ruego que no entiendan esto como una modesta respuesta a una
generosa distinción. Yo siempre he pensado que las justificaciones
cargadas de modestia suelen esconder pecados más terribles
que la propia soberbia.
Estoy encantado de este reconocimiento. Encantado de la vida:
me gusta que me den besos. Pero debo confesarles que no puedo
evitar tener una sensación muy curiosa, que supongo que
debe ser la misma que tiene un niño cuando le dan un premio
por comerse un helado
Me enorgullece que una casa de estudios como ésta me premie,
nada menos que con un doctorado, cosa que nunca conseguí
por la vía normal. Pienso que si me miraran mis padres
en estos momentos, ellos que tanto sufrieron
cuando me inicié en el turbulento oficio de la música,
abandonando el prometedor futuro que me ofrecía la industria
agropecuaria vendiendo tractores, e insecticidas, se sentirían
realmente muy orgullosos de mí, viendo a su muchacho premiado
por una universidad, esa misma universidad por la que tanto pelearon
ellos para que yo pudiera acceder.
La universidad, generadora de conocimiento. La universidad, esencia
de la humanidad lúcida.
Esta fue, desde mi niñez, para mí, un mito. Un horizonte
deseado y, evidentemente, un camino de progreso.
Creo en el conocimiento como en el pilar fundamental que nos sustenta
y que nos caracteriza positivamente como especie. Sólo
con el conocimiento progresamos. Lo hacemos individual y colectivamente.
Pero sólo progresamos
a partir del conocimiento. Y en eso ustedes, señores profesores,
ejercen un papel fundamental en la génesis y en el reparto
de este conocimiento.
Creo en el conocimiento como en el mejor de los bálsamos
para curar buena parte de los males que padece la humanidad. Un
conocimiento para acercarnos a la sabiduría o a la bondad,
que para mí son sinónimos de la
misma manera que estupidez y maldad también lo son.
Así que voy a aprovechar la oportunidad para romper una
lanza a favor del conocimiento y lo voy a hacer apoyándome
no sólo en su interés público ni en la importancia
del desarrollo del individuo, sino lo voy a hacer también
apoyándome en su rentabilidad porque el conocimiento es
rentable; apoyándome en su eficacia porque el conocimiento
es eficaz. Y rentabilidad y eficacia son dos valores que interesan
especialmente a una sociedad capaz de justificar cualquier tropelía
siempre y cuando ésta esté avalada por el éxito.
Diría que el conocimiento nos ayuda a saber cómo
somos. Nos ayuda a descubrir qué nos interesa y, por tanto,
qué nos conviene. En definitiva, el conocimiento nos ayuda
a vivir mejor.
Debo decir que el conocimiento es bueno para la salud, lo cual
es un buen negocio. El conocimiento también nos ayuda a
saber cómo son los demás. A entenderlos, a comprenderlos,
a respetarlos y a quererlos. Podemos decir que el conocimiento
es bueno para la convivencia, lo cual también es un buen
negocio.
El conocimiento es bueno para progresar. Es bueno para alcanzar
el éxito, un éxito sin el cual parecería
que uno no es nada en esta vida. Nos ayuda a superar los obstáculos.
El conocimiento agudiza el grado de civismo de los ciudadanos
y aclara buena parte de las obligaciones y derechos de cada quién
en el reparto de responsabilidades y también de beneficios.
El conocimiento profundiza la vida democrática, aportándole
justicia e igualdad. Podemos decir que el conocimiento es bueno
para crear un tejido social cohesionado sin el cual es absolutamente
imposible el progreso de un pueblo.
El conocimiento nos permite también saber más y
mejor del entorno, de la naturaleza de la que formamos parte y
de la que dependemos también.
Podemos decir que el conocimiento es esencial para la supervivencia
de la especie sin deterioro de la calidad de vida. Y más.
El conocimiento influye en nuestros deseos y en nuestros sueños
y, por tanto, también, en nuestro destino.
El conocimiento estimula nuestra curiosidad, nuestra sensibilidad.
El conocimiento es bueno para alcanzar una vida culturalmente
más plena, artísticamente más fértil,
más lúdica y más feliz. En fin, que el conocimiento
es bueno para vivir en paz, para aprender a ser libres y para
crecer, para crecer sin miedos. Muchos son los beneficios que
produce el conocimiento.
Un conocimiento que se adquiere en todas partes, en la casa, en
la escuela y en la calle. Un conocimiento que nos llega a través
de la palabra, de la observación, de los libros , incluso
de la televisión. Pero sobre todo, un conocimiento que
tiene su eje vertebrador en la universidad.
El esfuerzo en producir y gestionar este conocimiento no les quepa
dudas que es el que tiene mayor rentabilidad para el desarrollo
de los pueblos y de la humanidad entera.
Pienso que si la humanidad se moviera con más lógica,
con más sentido común y de una manera más
científica, la educación no sería esa pedigüeña
esquinera de hoy en día. La educación, como una
querida, estaría subvencionada por todos y cada uno de
los ministerios públicos.
Aunque no tuvieran ninguna sensibilidad al respecto, el Ministerio
de Economía, el de Salud Pública, desde el Ministerio
de Trabajo al del Interior, desde el Ministerio de Medio Ambiente
de Turismo... todos deberían subvencionar la enseñanza,
la universidad y al conocimiento por la sencilla razón
de que es un buen negocio. Es un buen negocio del cual todos salen
beneficiados. Pero ya les decía que el mundo parece tener
otras prioridades y nuestros administradores eventuales -también
llamados gobernantes- en general, no están por esta labor.
Reclamos como éste le suenan a utopías. Como si
ellos supieran qué son las utopías.
Pero ustedes sí lo saben. Ustedes, gente de la Patagonia,
hijos y herederos de tantos que aquí llegaron cargados
de sueños y de quimeras, ustedes sí saben. Aquí,
a esta tierra dura e inclemente, llegaron gente de los más
diversos lugares. Pero gentes que tenían en común
una utopía.
Muchos llegaron buscando imaginarios tesoros, después de
que un par de tipos que naufragaron por estos pagos, por 1596,
asegurasen haber encontrado una ciudad más rica que el
Cuzco a la que llamaron Trapalandia... (una de las cosas buenas
que ocurren cuando lo nombran a uno doctor Honoris Causa de algo,
es que no le queda otra que informarse
de un montón de cosas y así poder responder adecuadamente.
Entonces va, se sube a la escalera y le sacude el polvo a aquélviejovolumenque
nos miraba con ojos muy legañosos desde arriba de la estantería,
y nos dice: "¡hombre, por fin te acuerdas de mí!").
Y de allí recordé que desde Trapalandia hasta nuestros
días, toda una galería de personajes migraron con
sus utopías a cuestas a estos pagos que -hay que
decirlo- Darwin llamó "tierra maldita" . Y Antonio
de Córdova dijo que ésta era "la parte más
desdichada y despreciable del orbe". No sé si voy
a ganar muchos amigos con este discurso. Pero si ya en España
vimos que un pensador francés -Jean Boudrillard- llamó
a esto "la desolación de las desolaciones" comprobaremos
que la Patagonia no quedaba muy bien parada según la prensa
de la época. Pero, a pesar de ello, hasta aquí llegaron
todo tipo de gentes.
Desde aventureros de escasos escrúpulos hasta colonos buscando
un lugar mejor donde meter la vida. Aquí llegaron desde
buscadores de oro hasta científicos como el Perito Moreno,
como James Cook, que exploró el litoral buscando revelaciones
geológicas y botánicas. Por aquí anduvo también
Hernandarias buscando incansablemente la Ciudad de los Césares,
obviamente sin ningún éxito. Muchos fueron los colonos
y aventureros que acudieron en los siglos siguien tes a buscar
riquezas acá. Y aunque a decir verdad, casi todas las expediciones
acabaron en desastres, ellos siguieron
llegando, cada quien con sus sueños, cada cual con su utopía.
Cómo no van a saber ustedes de utopías. Aquí
llegó la utopía de los galeses; llegó la
utopía de los gallegos; de los lioneses de Astorga, los
maragatos.
Llegó la utopía de Tomás Antonio Romero,
porteño convencido que la Patagonia estaba destinada a
ser un gran centro industrial para la pesca y el procesamiento
del bacalao, de la sardina, de la carne salada. Y llegaron más
utopías. Llegó la utopía de los fugitivos,
como la de Butch Cassidy y la de The Sundance Kid. Llegaron del
Oeste americano a
principios de siglo, precedidos de una terrible fama de cuatreros
y asaltantes.
Detrás de ellos llegó la utopía de la agencia
de detectives Pinkerton, tratando de echarles el lazo al Cassidy.
Y llegó la utopía del ferrocarril que soñó
Ezequiel Ramos Mejía. Y la utopía sencilla y rebelde
de los cientos y cientos de peones que acabaron frente a los pelotones
de fusilamiento del coronel Varela.
Ustedes saben de utopías, porque la utopía a lo
largo de la historia es la que templa adversidades y la que renueva
esperanzas. La utopía irrenunciable, ésa que no
va a ninguna parte, que no puede ir a ninguna parte, si no es
de la mano del conocimiento. Si hubiese que inventar un slogan
mundial para una supuesta campaña de sensibilización
al servicio
del progreso de la humanidad yo propondría éste:
"Querida Tierra, hazte sabia".
Si tuviese que resumir todos los consejos en uno solo, también
sería éste:
"Querida Tierra, hazte sabia".
La educación, la escuela y la universidad son instrumentos
fundamentales para conseguirlos. A ustedes y a todos los que como
ustedes trabajan en este sentido, les doy las gracias por hacer
lo que hacen, colaborando a que los sueños se acerquen
un poco más a la realidad cada día. Y nada más.
Espero que ustedes, gente sabia y, por lo tanto, tolerante, sabrán
juzgar mis palabras más por su intención que por
la manera en que he sido capaz de expresarme. Gracias por vuestra
generosidad. Les deseo muchos años de vida para seguir
por este camino,
DISCURSO DE JOAN MANUEL SERRAT
AL RECIBIR EL TÍTULO DE DOCTOR HONORIS CAUSA DE LA UNIVERSIDAD
NACIONAL DEL COMAHUE
10 DE JUNIO DE 1999