EL CAMINO DE LAS AUTONOMIAS
Roberto Laserna
© columnistas.net
El
referéndum del 4 de mayo en Santa Cruz no inaugura un nuevo tipo de Estado en
Bolivia, pero sí da continuidad a una larga lucha por adecuarlo mejor a la
diversidad regional y a los desafíos de la gestión territorial en el país.
Será, sin duda, un hito fundamental en ese proceso, no solamente por
representar un avance sustancial hacia la conformación de un sistema
descentralizado, sino también porque parece ser capaz de detener lo que entre el
2003 y el 2006 parecía un imparable proceso regresivo hacia el estatismo
centralista.
En este
momento es necesario recordar que la crítica al centralismo ha estado casi
siempre en el centro del debate político. No sería un exceso interpretar la
misma lucha independentista que dio lugar a
A pesar de
ello, en el referéndum nacional convocado por el Presidente Blanco Galindo en
1931, el electorado respaldó
mayoritariamente la reforma política del país mediante la instauración de
gobiernos departamentales que debían dar vigencia a un régimen de
descentralización. Quienes presidieron ese referéndum fueron lo suficientemente
inteligentes como para plantear una pregunta que era, en los hechos, un
artículo constitucional. En esa ocasión se aprobó también la autonomía
universitaria, y ambos fueron integrados a textos constitucionales posteriores aunque
tuvieron distinta suerte en su realización. Las universidades accedieron a la
autonomía, pero los departamentos no pudieron formar sus propios gobiernos
porque ello dependía de leyes específicas que fueron sucesivamente
obstaculizadas por el gobierno central. El primer obstáculo lo puso Daniel
Salamanca, aduciendo las necesidades de fortalecer al gobierno central para
enfrentar la amenaza paraguaya en el Chaco, pero sus sucesores encontraron
siempre pretextos para postergar la descentralización. En 1993 se llegó a
aprobar en el Senado una Ley concertada entre partidos y regiones, y en 1994 la
demanda se canalizó hacia las municipalidades, cuya transformación las ha
convertido en los protagonistas fundamentales del desarrollo que son hoy.
Así pues, el
4 de mayo tiene profundos e importantes antecedentes históricos.
Pero su
significación no se comprendería si no se tomara en cuenta la coyuntura
reciente, por lo menos la que fue marcada por el levantamiento de octubre del
2003 en El Alto y alcanzó un punto culminante en la elección de Evo Morales a
la presidencia en diciembre del 2005. Esta coyuntura representaba el fortalecimiento
de movimientos contestatarios al sistema político, pero también su absorción en
un movimiento político centralista, el MAS, que aspiraba a reconstruir un
Estado capaz de intervenir en todos los ámbitos de la vida social y económica.
Su fuerza se originaba en el apoyo de amplios sectores que se sentían
marginados y de otros que no lo eran tanto pero que tenían expectativas crecientes,
y parecía capaz de arrollar a todo el que se le opusiera.
La presión
de ese movimiento político forzó la reforma de
Ambas vías fueron
utilizadas.
Mientras el
MAS apostaba a la “refundación del país” buscando el
control de
En este
proceso, el MAS, ya en el gobierno, descartó la ley
como referencia y en su lugar apeló a la discutible idea de legitimidad como
fundamento de las decisiones, trasladando a calles y plazuelas la resolución de
las controversias. Y allá volvió a perder, cuando le respondieron con cabildos
y juntas autonómicas provisionales que rescataron las autonomías del control de
Es
cuestionable la legalidad de todo lo ocurrido desde la reforma de
Quienes
organizan los referéndums departamentales se amparan
en la “presunción de constitucionalidad” de las convocatoria de los Prefectos
pues tampoco cuentan con aval del Tribunal Constitucional. Cuando estos hechos se
hayan consumado y cuando vuelva a funcionar dicho Tribunal se sabrá si los
resultados tienen o no legalidad para incorporarse en el ordenamiento jurídico
del país. Para entonces, sin embargo, los referéndums
ya serán hechos políticos que no podrán ignorarse, porque es incluso posible
que algunos aspectos consignados en los Estatutos sometidos a consulta popular
estarán siendo asumidos como norma reguladora del comportamiento social e
institucional, y estarán transitando el camino de la legitimidad, siempre
incierta y discutible, a la legalidad.
Para ello
será necesario reconstruir el debilitado entramado institucional y devolver al
Congreso, a los partidos y a las urnas un papel protagónico en la armonización
de las voluntades que se están expresando en estos días a todo lo largo y ancho
del país.
Esta
lectura de lo que está ocurriendo busca recordar que aunque el 4 de mayo no se
inaugure un nuevo tipo de Estado, se habrá marcado un nuevo hito en un largo
proceso de descentralización que, además, afirma la voluntad de una parte del
país para seguir dándole a la democracia una forma republicana, fundada en
poderes que se equilibran y controlan mutuamente con el fin de obedecer de
mejor manera la voluntad de los ciudadanos,
independientemente de su condición étnica, económica o residencial. En esa
perspectiva, nada termina en verdad el 4 de mayo, y mucho queda todavía por
hacer.
Publicado en Pulso, 4 de mayo de 2008