El Mutún, un
mal negocio
Roberto Laserna
El gobierno definió como una prioridad política la
industrialización del hierro del Mutún
con el uso del gas natural, y con ello la ha convertido en una meta deseable
por sí misma. Eso explicaría por qué nuestras autoridades
toman decisiones que parecen ignorar cálculos elementales de lo que se
gana o pierde en términos de desarrollo y uso eficaz de nuestros
recursos.
Una comisión de ministros firmó el 14 de agosto un acuerdo
preliminar de explotación del hierro del Mutún
con la empresa Jindal Steel
& Power de la India. El contrato final
será elaborado y firmado en los próximos 30 días, pero, si
no hay cambios en lo que se ha acordado hasta ahora, el país
podría sufrir un daño económico severo.
Los ministros a cargo de la negociación han difundido pocos
datos, eligiendo tal vez los más optimistas. Ellos aseguran que el
país obtendría un beneficio de 200 millones de dólares al
año, además de empleos en la zona y el orgullo de poner el sello
“Hecho en Bolivia” a las barras de acero que algún
día se exportarán. Afirman que ese dinero representa una suma
similar a las utilidades que obtendría la empresa, por lo que se
estaría compartiendo el beneficio con cerca del 50% para cada una de las
partes.
Las cuentas, sin embargo, no son claras. Por ejemplo, si en los 200
millones se suman los impuestos y las regalías, además de una
posible participación en utilidades, ¿cuánto corresponde a
qué rubro?
Más oscuro aún es el hecho de que en los cálculos
ministeriales no se haya incluido el costo que representa para el país
la subvención ofrecida a Jindal, que consiste
en proporcionarle gas natural a la mitad del precio pactado con Argentina. Si
se hacen cálculos, los 7 a 10 millones de metros cúbicos diarios
de gas natural entregados a ese precio alcanzan una cifra que oscila entre 230
y 330 millones de dólares anuales, redondeando números.
Si usted calcula la diferencia entre lo que Bolivia da y lo que recibe,
encontrará que, de ejecutarse este contrato, el país le
estaría “pagando” entre 30 y 130 millones de dólares
anuales a Jindal para que se lleve el hierro del Mutún, “industrializado por primera vez”
y para orgullo de los ministros. No parece un buen negocio.
En efecto. Si Bolivia vende gas a la Jindal a
mitad de precio, en vez de exportarlo a quien sea que lo necesite, renuncia
cuando menos a 230 millones de dólares de ingresos y tal vez a 330
millones cada año. Este es el costo de oportunidad que pagamos como
país, y a cambio de eso, y de entregar el hierro, obtenemos de la Jindal solamente 200 millones, según promesa
ministerial.
Claro que cuando se exporta gas natural no todo es utilidad, pues se
tiene que cubrir los costos de exploración y extracción, de
transporte y tecnología, de capital y trabajo que cuestan sacarlo. Esto
reduce la cifra de beneficios netos, pero el cálculo anterior tampoco
considera que con la alternativa de exportar ese gas natural se podrían
obtener mejores precios. De hecho, si en vez de “regalarlo” a la Jindal se lograra vender esos mismos 10 millones de metros
cúbicos de gas en otro mercado, como por ejemplo el de Chile, a 7
dólares el millón de BTU y no a 5 como a la Argentina, los
ingresos para el país aumentarían de 200 (con Jindal)
a 931 millones de dólares anuales (sin el Mutún),
de los cuales la mitad o un poco más quedarían con nosotros.
Sólo para las regiones serían 102 millones adicionales de
regalías al año. Claro que aún así tampoco
sería seguro que los beneficios lleguen a la gente, pero ese es otro
tema.
Ahora bien, si el contrato permitiera a la Jindal
disponer libremente del gas natural que se le ofrece, el hecho de comprarlo a
2.5 y venderlo a 5 ya sería suficiente para resolverle sus problemas de
financiamiento. En 7 años la empresa podría reunir los 2300
millones de dólares que se comprometió a invertir en 8
años.
Este rápido análisis ilustra por qué tienden a
fracasar las políticas estatales de industrialización forzada y
por qué, en general, la inversión pública no estimula el
crecimiento económico. Recordemos la fábrica de aceites de
Villamontes, la fundición de Karachipampa o la
fábrica de papel de Sidras.
La razón de fondo de este fracaso es que los recursos
públicos no se asignan con eficiencia económica ni social, porque
quienes toman las decisiones no pueden hacer un apropiado cálculo de
costos y beneficios.
En este caso, por ejemplo, quienes manejan el Estado parecen creer que
el gas natural no tiene costo. Con esa lógica, creen que se gana
vendiéndolo ya sea a 2.5 o a 5, o, por lo menos, nunca se pierde. A esto
hay que añadirle la confusión en que caen los funcionarios cuando
no pueden distinguir entre el interés de la empresa pública y el
interés del país.
Para un funcionario público, los recursos naturales, como el
dinero de las donaciones y préstamos e incluso los que le llegan por
coparticipación tributaria, simplemente están. Son disponibles,
no tienen costo, y cualquiera que sea la forma en que se utilicen, creen que
por el solo hecho de gastarlos ya se generan beneficios, por lo menos políticos.
Por eso es que les preocupa más la “ejecución
presupuestaria” que los efectos del gasto o los resultados de la
inversión. El resultado es conocido, lo experimentamos como
subdesarrollo y pobreza.
En el caso que nos ocupa la meta es política: industrializar el
hierro y el gas, pero el costo es económico: un subsidio millonario. Tal
como está planteado el proyecto, esa meta es posible de alcanzar, pero
todo indica que, como los otros casos mencionados, no contribuirá al
desarrollo y seguiremos cayendo en la trampa del rentismo.
Para apreciar las magnitudes, no debemos olvidar que aquí se
habla de un contrato de 40 años, y de una concesión de 20 mil
millones de toneladas de hierro (esa es la mitad de lo que tiene el Mutún). Así que los promedios anteriores hay
que multiplicarlos por 40 para saber lo que está en juego en este
negocio.
Publicado en La Razón, 17-08-06, Los
Tiempos, 18-08-06