En las últimas semanas, la
prensa se ha ocupado, incluso en primera plana, de la llegada de migrantes de
origen chino a Bolivia. La mayor parte de los titulares sugería que debíamos
estar preocupados. Un día llegaban los chinos, otro día los deportaban,
volvían a llegar, la Interpol seguía sus pasos. Poco importa si son chinos de
China, de Taiwán o de Hong Kong. Todas las notas sugerían peligro, hasta que
uno las leía o miraba las fotos. Son mujeres y varones, algunos niños, todos
en busca de un mejor destino y que llegan a Bolivia tentando suerte. Tal vez
no piensan en quedarse pues se dice que los trae la promesa de continuar
viaje a donde creen que encontrarán más o mejores oportunidades. O donde ya
están sus amigos y parientes.
Los chinos en Bolivia, como miles de bolivianos que se aventuran por la
Argentina, España, Estados Unidos o el Brasil, no hacen más que luchar por
una vida mejor.
¿Por qué habrían de representar una amenaza? ¿Por qué esa persecución
policial y periodística?
Uno de los derechos humanos proclamado por las naciones del mundo hace más de
50 años afirma, en el artículo 13 de la Declaración Universal, que todo ser
humano tiene el derecho de moverse libremente y elegir su residencia. Casi
acostumbrados a los bloqueos, que interrumpen nuestros viajes incluso dentro
de nuestra misma ciudad, casi no reparamos en la transgresión a ese
compromiso que representan las visas, los pasaportes, los permisos
especiales. Pero sí lo son. Son restricciones flagrantes a la libertad
humana, impuestas en razón de atributos políticos, como los de nacionalidad y
ciudadanía.
Como son restricciones tan comunes y generalizadas, ya ni siquiera nos
parecen tales y las vivimos, y sufrimos, con normalidad y paciencia. Y
ciertamente las aceptamos porque también nosotros las imponemos sobre otros.
¿Los bolivianos necesitamos visa para Estados Unidos y Tailandia? Entonces
las exigimos a los chinos y a los bengalíes. Como si vulnerar el derecho
ajeno nos evitara sufrir la vulneración del nuestro.
Pero más acá de la cuestión de los derechos, que es tan importante pero tan
difícil de tratar, está el interés nacional, es decir, de los bolivianos.
Nuestro país puede ser tan hermoso y rico como querramos creerlo y lo
cantemos cada 6 de agosto, pero está al margen y lejos del resto del mundo.
De los millones de turistas que andan por el planeta en busca de placeres y
estímulos, sólo los más arriesgados llegan a Bolivia. De los miles de
millones de dólares de dinero que busca donde invertir, aquí llegan unos
cuantos que tientan la incertidumbre. Ni siquiera refugiados que huyen de la
violencia nos piensan como destino. De los millones de migrantes que buscan
mejores oportunidades, sólo llegan aquí los que tropiezan con trabas
burocráticas, o los que quieren evadirlas.
¿No deberíamos aprovechar su paso para animarlos a que se queden?
Las experiencias anteriores han sido de inmenso beneficio para el país. Por
ejemplo, durante la Segunda Guerra Mundial, Bolivia fue el país que hasta el
último minuto mantuvo sus puertas abiertas a los judíos que escapaban de la
barbarie nazi. La mayor parte, como se relata en ese conmovedor libro
titulado Hotel Bolivia, hizo de este país apenas un lugar de paso. Alguien
dirá que no ganamos mucho con ello, pero tenemos el orgullo de haber aportado
a la libertad y la vida de quién sabe cuántos seres humanos. Pero algunos de
los que llegaron de paso se animaron a quedarse y aquí están, generaciones
después, trabajando y aportando, produciendo y compartiendo, contribuyendo a
la diversidad boliviana de la que tanto nos vanagloriamos. Con ellos, además
del orgullo, ganamos conciudadanos. Como lo hicimos con los palestinos y
libaneses que escaparon de la guerra y adoptaron Bolivia como patria.
¿Por qué no hacer lo mismo ahora con los chinos y los bengalíes, o los
peruanos y paraguayos? No debería importarnos, como país, si vienen para
quedarse o tienen la mente puesta en el “sueño americano”. Lo que deberíamos
hacer es darles la bienvenida y mostrarles lo mucho que aún queda por hacer
en Bolivia. Tal vez tengamos éxito y logremos que algunos se queden. Tal vez
traigan capitales, ideas nuevas y tecnología. Tal vez nos ayuden a descubrir,
como otros ya lo han hecho, que sí existe un “sueño boliviano”.
Bienvenidos los chinos, aunque estén de paso. Y también los bengalíes, los
coreanos y los peruanos. La política oficial debería ser de supresión total
de las visas y la mano extendida a quien quiera venir. Porque se trata de
respetar un derecho humano a cuya vigencia nos hemos comprometido
universalmente y cuyo cumplimiento debemos exigir, y porque se trata de
aprovechar una oportunidad pequeña pero de potencial enorme.
Y no olvidemos nunca que, cuando pensamos la historia de la humanidad en el
mundo, todos somos originarios… o no lo es ninguno. Estar en uno o en otro
lado es cuestión de generaciones, es decir, asunto de tiempo. ¿Por qué razón
el que un abuelo llegara primero habría de considerarse fuente de derechos diferenciados
y de discriminación? Bienvenidos los chinos ahora, como ayer los aymaras.
La Prensa, 16 de Agosto de 2005
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