¿Qué será de Bolivia?

ROBERTO LASERNA - 15/12/2005


Bolivia vive un momento de definiciones. En los últimos años descubrió una nueva fuente de riquezas, el gas natural, y puede haber quedado atrapada ya en lo que se conoce como la maldición de los recursos naturales. El principal problema es que ninguna de las fuerzas políticas parece advertir el problema y, lo que es peor, la población se muestra ansiosa de embarcarse en políticas de desarrollo que ya generaron frustraciones en el pasado. Políticas que, precisamente, reproducen la maldición y condenan a la pobreza y la dependencia a sociedades ricas en recursos naturales.

Se ha comprobado ya, con investigaciones y estudios desde diversas disciplinas, que ningún país ha sido capaz de desarrollar una economía fuerte y equitativa basándose en la exportación de minerales, gas o petróleo. Al contrario, las evidencias demuestran que cuanto más importantes sean esas exportaciones, más lento es el crecimiento económico y más graves son los problemas de pobreza y desigualdad.

No es necesario remitirse a las experiencias de África o de Medio Oriente para entender este problema. Bolivia tiene una larga historia de la cual puede aprender. Las montañas de plata en Potosí y estaño en Oruro ya entregaron su riqueza sin dejar huellas de desarrollo o bienestar. Culpar a los colonizadores españoles o al imperialismo y las transnacionales no logra esconder el hecho de que enormes cantidades de dinero fueron a parar a manos de cleptocracias políticas, burocracias ineficientes, gigantescos e inútiles proyectos de desarrollo como plantas industriales, fundiciones minerales o subsidios de incentivo que terminaron comprando el apoyo de quienes fueran capaces de ejercer presión sobre gobiernos débiles o ilegítimos.

Más de 50 trillones de pies cúbicos de gas natural, y exageradas expectativas, están a punto de revitalizar este patrón de desarrollo. No han comenzado todavía las grandes exportaciones, pero la maldición ya se hizo presente.

El Movimiento Al Socialismo (MAS), liderizado por el dirigente campesino Evo Morales, propone un modelo de industrialización orientado por el Estado y basado en los recursos del gas, con los que además se apoyaría a pequeños campesinos y artesanos de las ciudades. En el corazón de este proyecto está el Estado, concentrando y distribuyendo recursos, proporcionando subsidios y estimulando la economía. Las mejores intenciones podrían estar pavimentando el camino de una nueva frustración, como la que ya sufrió el país todas las veces que siguió el camino del estatismo, frustración que han sufrido también tantos otros países del mundo. El ingreso por habitante en Bolivia es hoy el mismo que era hace 30 o 40 años, y la pobreza agobia a más del 50% de la población.

El modelo estatista de desarrollo está condenado al fracaso porque requiere instituciones fuertes, universalización de los derechos ciudadanos y la vigencia plena de la ley. Nada de eso puede encontrarse hoy en Bolivia. Lo que significa que el dinero concentrado en el Estado será asignado de acuerdo con decisiones patrimonialistas y presiones clientelares, será controlado por la corrupción, o finalmente estará sujeto a presiones corporativas de todo tipo. Lo que quede para inversiones públicas caerá fácilmente en el despilfarro o la ineficiencia debido al hecho, rara vez reconocido, de que es imposible hacer un análisis de costo-beneficio cuando se financian proyectos con dinero fácil, generosamente proporcionado por la madre naturaleza. El problema es que no solamente el movimiento de Evo Morales está atrapado por las ilusiones del estatismo desarrollista. Quienes siguen al ex presidente Jorge Quiroga y al empresario Samuel Doria Medina las comparten por igual. En ellos se encuentra también la idea básica de colocar al Estado como el principal distribuidor de los ingresos del gas. Y aunque tengan propósitos e intenciones diferentes, podría decirse que han caído ya bajo la maldición, o el hechizo, de los recursos naturales.

En estas condiciones, es paradójico que todos los candidatos en Bolivia prometan cambios sociales y económicos, cuando básicamente miran al pasado en busca de inspiración y son, en el fondo, profundamente conservadores.

Recrear una economía estatista basada en las exportaciones de gas natural revitalizará el rentismo corporativo y la política de los conflictos, los cuales terminarán convirtiendo en una retórica electoral vacía y frustrante las promesas de compromiso con los pobres y desposeídos, cuyos reclamos de justicia y equidad seguirán escuchándose.

El mayor desafío para el próximo gobierno será reconocer los riesgos y peligros de la maldición, y diseñar una nueva y creativa manera de aprovechar las riquezas naturales. En ese propósito, su mayor adversario estará en las mentalidades, los hábitos y las rutinas. Éstos son los que deben y pueden cambiarse, porque sólo así será posible ampliar las oportunidades para que cada boliviano se convierta en un ciudadano digno y en un trabajador y consumidor respetado.
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