CAUDILLISMO Y SEGURIDAD JURIDICA

Roberto Laserna

 

Las reformas constitucionales promovidas en Venezuela, Ecuador y Bolivia, lejos de dinamizar la modernización de esos países, han revitalizado el caudillismo, con la misma concentración personal del poder y la misma ambición de perpetuación que tuvieron los del siglo 19 y, por supuesto, con las mismas consecuencias de incertidumbre e inseguridad jurídica de entonces.

El caudillismo es una forma primitiva de representación política, por lo que su persistencia nos recuerda también la de estructuras sociales y patrones culturales tradicionales, aunque algunos de ellos se cubran de ropajes de modernidad.

Si recordamos lo anterior, comprenderemos también que aunque el caudillismo personaliza la política, es un fenómeno que depende menos de las características particulares del caudillo que de las condiciones sociales, políticas y económicas del país. En otras palabras, el carisma de un caudillo es en esencia una creación social, aunque se basa en atributos personales que permiten establecer su conexión con la gente.

Estas ideas pueden ser útiles para comprender los procesos políticos que liderizan Hugo Chávez, Rafael Correa y Evo Morales, tan distintos y tan parecidos entre sí.

Como los antiguos caudillos, ellos concentran en su persona la representación de sus partidarios. En algunos casos puede basarse en la ilusión de la gente para alcanzar un mejor destino bajo la conducción del líder, en otros en una simple identificación que permite pensar: “éste es de los nuestros”, pero en general se funda en la descalificación del pasado inmediato y la culpabilización de los antecesores. Los tradicionales o sistémicos son acusados de todos los males para que los caudillos emerjan como la encarnación de la pureza política y la limpieza de lo nuevo. A veces incluso contradiciendo su propia historia personal y política, porque al final la gente cree en lo que quiere y necesita creer.

Chávez, Morales y Correa han acumulado poder mediante el desmantelamiento de los frágiles controles institucionales y el debilitamiento permanente de sus adversarios, profundizando la incertidumbre e inseguridad que les permite afirmar su poder. Al descrédito de los partidos tradicionales y de los gobiernos precedentes, a veces alimentados por sus propios errores y a veces por la imposibilidad de satisfacer las expectativas que ellos mismos contribuyeron a formar, le sumaron luego la reforma total de la Constitución para reducir el papel del Congreso, subordinar a la Justicia y centralizar el manejo de los recursos económicos.

Es cierto que ya en el ascenso político de los actuales caudillos de Ecuador, Venezuela y Bolivia se reconocía una grave crisis de los partidos políticos y una aguda intensificación del malestar social. Pero también lo es que ellos también, por su lado, actuaron para agravarlas.

Las causas de fondo, que establecen la base estructural de esta forma primitiva de organización política que son los caudillos, son la desigualdad y exclusión sociales, la débil seguridad institucional y jurídica y la abundancia de riquezas naturales. Tres factores que en determinadas coyunturas se exacerban y refuerzan mutuamente, facilitando el surgimiento del caudillismo.

En los últimos años, la intensificación de los flujos de comunicación hizo más perceptibles las desigualdades, y el crecimiento de la demanda y de los precios del petróleo y del gas aumentó el valor de las exportaciones.

En una base social descontenta, que quiere cambiar su situación y sabe que puede hacerlo si logra acceder a las riquezas que el Estado controla en nombre de la nación, se desarrollaron actitudes sociales receptivas a la crítica al pasado y a las nuevas promesas. Con sistemas institucionales débiles, la política se personalizó cada vez más y ahí surgieron los caudillos.

Incluso podría decirse que el poder de los caudillos es mayor cuanto más se debilitan las instituciones, más evidentes son las desigualdades y más se concentran los recursos, y su poder se reproduce en un entorno de inseguridad en el que la única fuente de certidumbre es el poder del caudillo. El punto culminante de este proceso ocurre cuando el caudillo no solamente representa las aspiraciones de la gente, sino cuando logra que se lo reconozca también como la garantía del orden.

Por eso el caudillismo ha estado siempre correlacionado con la inseguridad jurídica. El caudillo emerge contra las normas y las instituciones y fortalece su poder al debilitarlas. Los tribunales, el debido proceso, el derecho a la defensa, la no retroactividad de la ley, quedan subordinados a la voluntad personal del caudillo y de su entorno. 

Los ciudadanos, sus organizaciones y sus empresas, quedan así inermes ante el poder  y vulnerables a sus presiones y caprichos. Frente a eso, solo pueden rendirse o sobornar.

De aquí también la frecuencia con que los caudillos terminaron sus procesos políticos envueltos en graves escándalos de corrupción, casi siempre nacidos de su entorno más cercano. Cuando las empresas y los ciudadanos no tienen ley o tribunales que defiendan sus derechos, se ven obligados a comprar por bajo la mesa la justicia que creen que les corresponde. Y siempre encuentran alguien dispuesto a vendérsela. 

Así, aunque los derechos vulnerados pueden finalmente defenderse a costos elevados y con resultados siempre inciertos, el problema mayor es la incertidumbre y el desaliento que se genera en los ciudadanos,  inhibidos de invertir esfuerzos, esperanzas y dinero en un país dependiente de un caudillo, por bueno o malo que sea.

 

 

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