Bolivia en el camino de Nigeria
Roberto Laserna*

A comienzos de los años 70’ descubrieron petróleo en Nigeria. La crisis que sobrevino poco después permitió que ese país desarrollara una floreciente industria que prometía superar las condiciones de pobreza en esa parte de África. En los 35 años siguientes, Nigeria obtuvo cerca de 350 mil millones de dólares, a precios de 1995, por sus exportaciones petroleras.
En ese mismo periodo, sin embargo, el ingreso promedio por habitante decreció en Nigeria, y el número de pobres aumentó de 19 millones a 90 millones. Así, si la pobreza alcanzaba al 36 por ciento de los nigerianos a comienzos de los 70’, hoy afecta a casi el 70 por ciento de la población. El desarrollo de la industria petrolera no añadió nada al progreso del país, y más bien parece haberle causado un daño enorme.
Por supuesto, el problema no es el recurso mismo ni la industria como tal.
Como en muchos otros países dentro y fuera de África, uno tras otro los gobiernos fueron elaborando promesas nacionalistas y populares que, sin embargo, no lograron encubrir la corrupción ni pudieron evitar el típico despilfarro de recursos en que caen las burocracias paternalistas. Tampoco evitaron el impacto destructivo de esa industria.
El dramático fracaso nigeriano se suele atribuir a la corrupción. Sin embargo, un factor mucho más importante ha sido el desperdicio de riquezas, su inversión inadecuada, la escasa o nula relevancia que han tenido las acciones desarrollistas emprendidas por el Estado y la cooperación internacional, pese que fueron frecuentemente animadas por las mejores intenciones. Nigeria está llena de carreteras y puentes que se deterioran por falta de uso, de mercados y escuelas que no llegan a utilizarse como tales, de fábricas que no alcanzan a producir, de alimentos regalados, de tierras abandonadas y bosques destruidos.
Nigeria es un caso extremo, pero no es excepcional. Más cercano a nosotros es el caso de Venezuela. Los estudios sobre el desarrollo demuestran que ningún país en el mundo superó la pobreza y la desigualdad de su gente con base en la explotación y exportación de minerales o hidrocarburos.
Los mayores éxitos corresponden a países que lograron evitar que sus economías fueran dañadas por ese tipo de industria. Y no les resultó fácil.
Bolivia tiene mucho que aprender de esas experiencias, pero los bolivianos parecemos empeñados en ignorarlas.
El fracaso de los petrodólares en el desarrollo se debió a su concentración en organismos públicos vulnerables a la presión de grupos. Con las rentas petroleras y mineras fluyendo hacia sus arcas, esos organismos, sean ministerios o prefecturas, alcaldías o universidades, se transforman en empresas de gasto y convierten a los ciudadanos en consumidores pasivos y dependientes de la inversión pública. Como las entidades públicas reciben, a nombre del pueblo, las rentas petroleras, no tienen estímulo ni necesidad de obtener recursos cobrando impuestos, y por tanto ni ellos ni los ciudadanos asumen responsabilidades para la rendición de cuentas. Puesto que se cree que el dinero sale de la tierra, se acepta fácilmente la idea de que “no importa que robe siempre que haga obras”, en la ilusoria esperanza de que algo de ellas terminará por servir. El resultado es que el dinero se malgasta y la oportunidad se disuelve en la ineficiencia cuando no en la corrupción.
Con una institucionalidad débil y debilitada por el corporativismo, con recursos concentrados en los organismos públicos, con éstos convertidos en grupos de presión que buscan disponer de una parte de la renta petrolera, ¿no estamos yendo por el camino de Nigeria? Y si es así, ¿cómo hacemos para evitarlo?

* El autor es economista y PhD en Sociología
La Prensa, 16 de septiembre de 2005

 

Hosted by www.Geocities.ws

1