Autonomías con
federalismo
Por:ROBERTO LASERNA
Federalismo y autonomías
tienen un común denominador: descentralización. Y ésta tiene a la democracia
como su principal referente. ¿Podremos ir más allá de las desconfianzas para
debatir a fondo nuestro futuro?
Aunque tiene antecedentes
en lo más profundo de nuestra historia, es necesario recordar que la demanda de
descentralización acompaña a la democracia contemporánea desde su misma
reconquista. En 1981 fue colocada en la agenda política haciendo referencia a
La descentralización fue,
en los hechos, la primera propuesta concreta de reforma del Estado que se
planteó para fortalecer la democracia. Durante más de 10 años los comités
cívicos desplegaron esfuerzos para concertar una posición que armonizara los
intereses regionales y convenciera al resto de los actores de la viabilidad de
la propuesta. Y casi lo logran con un proyecto de ley que aprobó el Senado y se
perdió en el olvido. Es que en 1994 el gobierno de Sánchez de Lozada dio un giro al debate promoviendo una
descentralización desde los municipios que, en su radicalidad y eficacia,
sobrepasó la demanda regional concentrada hasta entonces en el nivel
departamental.
Casi al mismo tiempo, con
la reforma constitucional y una nueva ley de descentralización se trató de
zanjar las discrepancias acerca de la elección de Prefectos y el rol de las
Prefecturas.
Han pasado otros diez años
desde entonces y la demanda descentralista está de
vuelta, esta vez con la energía cruceña que levanta la bandera de las autonomías
y en un contexto de crisis muy diferente al que se vivía hace dos décadas.
Lo primero que hay que
reconocer es que la descentralización sigue siendo una demanda insatisfecha en
el país. A pesar de los evidentes logros de la municipalización, las Prefecturas
no desempeñan el rol de bisagras institucionales que asigna la ley y su
funcionamiento no permite la adaptación de políticas que estimulen el
desarrollo de acuerdo a las diferenciadas necesidades y potencialidades de las
regiones.
Lo segundo es que la
demanda se ha teñido de urgencia por la incertidumbre que caracteriza la actual
coyuntura nacional. Como se ha destacado tantas veces, la "agenda de
Octubre" no es más que un conjunto de procedimientos (referéndum y
constituyente) que abren nuevas controversias y conflictos, como ya se puede
comprobar en el tema de los hidrocarburos.
En ese marco, es también
evidente que la demanda descentralista está hoy
impregnada de un carácter defensivo. Una motivación inmediata incluye en este
movimiento a muchos que se sienten avasallados por las presiones populistas que
han venido marcando límites a la gestión gubernamental desde abril del 2000.
Si el primer elemento, de
demanda insatisfecha, inscribe y justifica la reivindicación autonomista en un
proyecto constructivo de democracia, no debe ignorarse que los dos últimos, de
urgencia y defensa, aumentan los riesgos de que el proceso sea excluyente y
destructivo.
En este sentido, el ejemplo
de España, que inspira a los autonomistas, es pertinente siempre que se lo
considere en su integridad. Porque su éxito no proviene solamente de la
autonomía sino también de la integración europea.
Hacia adentro, España puso
en marcha el proceso autonómico de una manera flexible, diferenciada y gradual.
Unas regiones la alcanzaron antes que otras y algunas asumieron mayores
responsabilidades que las demás. Pero nada de eso hubiera funcionado en un
entorno de debilidad institucional. El respeto a las normas y el compromiso con
las leyes y las organizaciones formales impidió excesos y garantizó
equilibrios, permitiendo que las autonomías fueran creándose de acuerdo a
normas claras y precisas y en base a consultas sociales previamente debatidas.
Por lo tanto, un desafío
crucial que tenemos en Bolivia es el del fortalecimiento de nuestras
instituciones. Su debilidad es, hoy, la mayor amenaza a la unidad nacional
porque implica conductas separatistas, no tanto de las regiones, como algunos
temen y denuncian con exageración injustificada, sino más bien de los
individuos y los gremios, que en los hechos se separan del Estado al
enfrentarlo para defender intereses particulares.
Como están las cosas,
Además de la
institucionalidad, el proceso tuvo sentido en España porque, hacia fuera, el
país entero se comprometió en la integración europea, cambiando incluso
arraigadas costumbres. Al avanzar hacia su incorporación plena en
Por lo tanto, si queremos
aprender la lección española no debemos quedarnos en las autonomías sino
proyectar nuestros esfuerzos también hacia la institucionalidad y la integración.
Para esta última tarea
contamos con un instrumento político eficaz y poderoso: el federalismo.
Todas las experiencias de
federalismo muestran que tiene éxito cuando es un proceso de agregación de
entidades o estados ya existentes, que al incorporarse en la federación ceden y
suman poderes para crear una organización más fuerte y eficaz. Fue el caso de
los Estados Unidos y es ahora el de Europa. Y se trata de procesos de
agregación que pueden empezar con pocos pero que está abierto para incorporar a
los demás.
Lo que esto implica es que
hay plena compatibilidad entre autonomías y federalismo. El desafío que tenemos
es el de avanzar en ambos sentidos, promoviendo la descentralización que dará
mayor versatilidad a nuestro sistema institucional y político, y promoviendo
nuestra integración con Argentina, Paraguay, Chile, Perú y Brasil en un ente
federal que nos de la fuerza que necesitamos para superar la pobreza y el
subdesarrollo.
Consuela,
pero sirve de poco, hablar o marchar por la integración y la democracia, la
unidad nacional y la solidaridad. El desafío trascendental es recuperar
institucionalidad en la práctica diaria, y promover descentralización hacia
adentro, y federalismo hacia fuera en el diseño de las normas y el proyecto de
futuro.
(Publicado
en Los Tiempos y