Una compañía española en la batalla de Francia
y de Alemania (1944-1945)
Raymond
Dronne
Numerosos
españoles refugiados de la guerra civil, y
descendientes de inmigrados instalados desde mucho
tiempo antes al norte de los Pirineos, tomaron parte en
los combates de la última guerra mundial en Francia.
Algunos
se batieron en la clandestinidad, sobre todo en los
maquis del Sudoeste de Francia, región donde los
refugiados y los inmigrantes eran particularmente
numerosos. Unos depusieron las armas después de la
marcha del invasor. Otros, lanzados en persecución de
las tropas alemanas en retirada, se unieron en el valle
del Ródano y en el Este al Primer Ejército Francés
que había desembarcado en las costas de Provenza a
mediados de agosto de 1944 y se integraron en las
unidades regulares hasta el final de la guerra.
Antes
del desencadenamiento de las hostilidades, en septiembre
de 1939, refugiados de la guerra civil se habían
alistado en la Legión Extranjera Francesa. Cuando
el conflicto estalló, muchos españoles se alistaron
para toda la duración de la guerra. Después del
desastre de junio de 1940, algunas unidades pudieron
replegarse sobre África del Norte. Junto con las que
habían quedado allí, iban a constituir los elementos más
importantes del futuro Ejército de la Liberación.
Estas
tropas de África del Norte comprendían a numerosos
españoles, refugiados y descendientes de emigrantes
hispánicos que había hecho fortuna sobre todo en el
Oranesado y en Marruecos.
¿Cuántos
eran? Sus efectivos parece que nunca han sido contados.
Y no es fácil hacerlo.
La
mayor parte de los que provenían de España o de la
Francia metropolitana se alistaron bajo falsas
identidades, preocupados por sustraer a sus familias a
eventuales represalias. Este fue también el caso de
tantos jóvenes escapados de Francia.
EL
EJEMPLO DE LA «NUEVE» DE LA 2ª DIVISION
BLINDADA DEL GENERAL LECLERC.
Existió
una unidad del Ejército regular compuesta casi por
completo por voluntarios españoles: la 9.° Compañía
del Regimiento de Marcha del Chad, la Nueve, de la
famosa 2ª División Blindada del General Leclerc. Tuve
el honor y el orgullo de ser el jefe de esta Nueve,
desde su constitución en el curso del verano de 1943
hasta la primavera de 1945. Me adoptaron desde el
principio, debido quizá a que había llegado del
hospital, todavía mal recuperado de mis heridas, con un
brazo en cabestrillo. El Regimiento de Marcha del Chad
nació en Argelia, en la región de Djidjelli. Entre los
alistados hubo numerosos españoles procedentes en
particular de los Cuerpos Francos de África. Estos
Cuerpos Francos habían sido formados por voluntarios a
partir del desembarco americano en Marruecos y Argelia.
Entre estos voluntarios había un buen número de españoles,
casi todos evadidos de los campos de trabajadores que
construían la línea férrea de Colomb-Béchar. Muchos
de ellos eran militares transformados en trabajadores
forzados desde 1940 bajo la vigilancia de las comisiones
de armisticio alemana e italiana.
Los
voluntarios españoles fueron repartidos en diferente
proporción entre todas las unidades. Un alto porcentaje
fue dirigido al Tercer Batallón del Chad, mandado por
un oficial que había combatido en las Brigadas
Internacionales en España, el Comandante Putz, oficial
dinámico, experimentado, valiente. La 11 Compañía, la
Compañía de Acompañamiento y la Compañía de Apoyo
también recibieron voluntarios españoles. Pero el
mayor número de ellos fue enviado a la 9ª, que adoptó
la denominación de Compañía Española y familiarmente
la de La Nueve.
Casi
todos ellos habían participado en la guerra de España
del lado de los republicanos. Habían vivido
innumerables aventuras y tribulaciones. Algunos habían
llegado al continente africano en barca. La mayor parte
habían atravesado los Pirineos, vivido un tiempo más o
menos largo en los campos de refugiados, y luego servido
en el Ejército francés de 1939-40.
Conocían el amargo recuerdo de haber sufrido dos
derrotas. Un inmenso deseo de revancha y de victoria les
empujaba. La perspectiva de unirse a los franceses
libres surgidos de las arenas del desierto, de pasar a
las órdenes de un joven jefe ya aureolado de leyenda,
el general Leclerc, les daba una gran confianza.
Desde
Argelia, la División fue transferida a Marruecos y se
instaló entre Rabat y Casablanca para recibir su
material, familiarizarse con él, entrenarse. La mayor
parte carecía por completo de conocimientos de mecánica.
Se pusieron a la obra con ardor. Rápidamente, la cadena
de montaje de la Nueve se puso al nivel de los mejores
por la rapidez y la calidad de su trabajo.
Los
treinta suboficiales eran en gran mayoría españoles,
contándose entre ellos el teniente Campos, jefe de la 3ª
sección, un coloso originario de las Canarias; Moreno,
adjunto al subteniente Montoya; Bernal (Garcés),
adjunto al teniente Elías. Había también dos
alemanes, antiguos miembros de la Legión Extranjera y
de las Brigadas Internacionales, destacando Reiter,
experto en armamento e invencible as del combate.
La
casi totalidad de los cabos y de los soldados eran españoles.
Había sin embargo, algunas excepciones: un brasileño,
un hispanomexicano, un portugués, algunos eslavos, una
media docena de franceses, un italiano, dos o tres apátridas.
Pero los españoles eran la mayoría con mucho. Se
hablaba más español que francés. La mayor parte de
los carros llevaban nombres de España: Madrid, Brunete,
Ebro, Guadalajara, Guipúzcoa, Guernica...
Los
recuerdos de la guerra de España eran todavía próximos
y pesados. Las divergencias de opiniones, de ideales, de
tendencias no estaban olvidadas y se manifestaban a
veces en rivalidades entre hombres y entre grupos; pero,
en definitiva, nunca fueron peligrosas y una armonía
general y un buen acuerdo terminaron por reinar en el
conjunto de la compañía. El orgullo español se
manifestaba por cualquier causa. En Inglaterra, por
ejemplo —donde pasamos algunos meses antes de
desembarcar en Normandía— todos trataron de
comportarse ante la población británica como
verdaderos embajadores de la España eterna: vistiendo
con cuidado, afeitándose de la misma forma; algunos, de
barba muy cerrada, se rasuraban dos veces al día.
Poseían
ya la experiencia del combate. Y eran bravos, de una
bravura a veces excesiva. Tras cada combate, los vacíos
se llenaban con jóvenes franceses, casi todos carentes
de toda instrucción militar. Los viejos luchadores
tomaban bajo su protección a estos reclutas
inexperimentados, formándolos y protegiéndolos; se
comportaban como padres preocupados. Muy rápidamente,
en el curso de la campaña, la Nueve se hizo célebre en
toda la división.
EN
LA BATALLA DE NORMANDIA
La
2ª D.B., no fue lanzada hasta los primeros días de
agosto de 1944, cuando se amplió la cabeza de puente.
Incluida en el Ejército del general americano Patton
que había abierto una estrecha brecha a la altura de
Avranches, participó en el gran movimiento de cerco de
las fuerzas alemanas de Normandía.
Los
encuentros se sucedían, con violencia variable. Ampliábamos
nuestro conocimiento de los Panzer alemanes, y sobre
todo de los famosos Panther. Son muy superiores a los
Sherman, en blindaje y sobre todo en cañón. A pesar de
esta desventaja, nuestro destacamento no lo hace mal. Y
es cierto que la aviación americana es la dueña
absoluta del cielo durante el día.
Con
su sección, el teniente Campos da un osado golpe de
mano, acorrala y captura a ciento treinta alemanes, sin
causar apenas heridos ni destrucciones en los vehículos,
y libera a ocho americanos prisioneros. La jornada del
16 de agosto es particularmente dura. Tenemos pérdidas,
entre ellas los sargentos Pujol y Poreski, muertos en
combate cuerpo a cuerpo. Los bombardeos y los encuentros
se repiten durante todo el día.
El
17 por la tarde, la 3ª sección del teniente Campos
rechaza un contraataque alemán: grupos de SS han
franqueado la orilla del Orne, se han infiltrado en
nuestro flanco, y atacan. Al principio de la acción, el
soldado Helio Roberto es gravemente herido por disparos
en el vientre; al caer, abate a uno de sus asaltantes.
Poco antes de las 18, todo ha terminado. Campos ha
llevado el asunto admirablemente. Variamos nuestros
dispositivos noche y día, lo que desorienta a nuestros
adversarios. El 19 de agosto por la mañana, llegan
tropas británicas. Se ha realizado la unión. La
batalla de Normandía se acaba. Hacemos el balance.
Hemos infligido duras pérdidas al enemigo. También
nosotros las hemos sufrido, pero felizmente mucho más
ligeras: siete muertos en combate y diez heridos graves
evacuados.
Llegado
el momento del reposo, la compañía se rehace,
reemplaza, repara y pone en buen estado su material y su
armamento; alista también a los primeros voluntarios
que vienen a llenar los vacíos. Todos somos optimistas:
hemos conocido el éxito del desembarco en la costa de
Provenza. Esperamos pues la orden de avanzar sobre París.
Pero tarda en llegar.
A
TODA VELOCIDAD SOBRE PARIS.
El
22 de agosto, caída la tarde, llega la orden. Toda la
División levanta el campo el 23 por la mañana. Las
vanguardias americanas han sobrepasado Chartres y ocupan
el Sena a uno y otro lado de la capital. El alto mando
americano duda. No quiere batallas callejeras que podrían
ser ásperas y largas. La tempestad azota la costa
normanda. Los desembarcos de gasolina y de municiones
han sufrido retrasos. El camino hacia adelante es difícil
y prolongado a lo largo de caminos en los que las obras
de arte han sido destruidas; los ferrocarriles están
inutilizables; las unidades ocupadas corren el riesgo de
carecer de carburantes y de municiones. Las noticias que
se filtran desde París son inquietantes: la población
se ha sublevado contra el ocupante. Los responsables políticos
y militares americanos no quieren verse mezclados en las
competencias políticas que estallan en el París
insurreccionado. Por el contrario, el general Leclerc y
el general De Gaulle, que se encuentra en Normandía,
pretenden entrar en la capital para evitar que sufra la
suerte de Varsovia, para impedir destrucciones y
masacres. Las llamadas de socorro de los insurrectos se
hacen cada vez más apremiantes.
De
noche, bajo avalanchas de lluvia, avanzamos a ciegas.
Vamos a entrar en contacto con las fuerzas alemanas que
defienden la periferia de París. El suelo está
anegado. Nos encontramos aprisionados, ahogados. Los vehículos
se atrancan. A duras penas nos preparamos para el
combate.
Los
enfrentamientos se suceden en un extraño ambiente de
kermesse. Una multitud entusiasta, surgida de todas
partes, rodea los carros, los hombres, y los paraliza.
De pronto, suenan ráfagas, estallan obuses. La multitud
se dispersa. Guardo la imagen de una chiquilla radiante
que, subida en la torrecilla de un carro, cae a lo largo
del blindado, cubierta de sangre: ha recibido una ráfaga
en pleno rostro. Extraña batalla: cuando cesa el fuego,
la gente vuelve; desaparecen de nuevo cuando se reanuda.
¡Cuantos imprudentes han pagado con su vida su loca
alegría! Una alegría rara, pero invencible,
retardadora, que da respiro al enemigo y lo favorece.
Tengo
la sensación de que el camino hacia París está
abierto. Subitamente, por radio, recibo la orden de
retroceder sobre el eje al sur de la Croix de Berny.
Decisión absurda: el eje está ya demasiado obstruido.
Conviene, por el contrario, alejarse y sobrepasarlo. Mis
observaciones no son atendidas. La orden es confirmada,
brutal: retroceder sobre el eje. Furioso, asiento. Dejo
la columna un poco atrás, para no aglutinarla sobre el
eje, donde hay demasiada gente y vehículos. Avanzo
solo, a pie para hacerme una idea y establecer la unión.
Caigo sobre el general Leclerc, que golpea el suelo con
su bastón, lo que en él es un signo de mal humor. Está
furioso al constatar que la columna se ha detenido y que
no maniobra. Me apostrofa:
—Dronne,
¿qué ha hecho usted?
Le
explico la orden que he recibido, que para mí es fácil
desbordar las resistencias, y que es posible lanzarse
hacia París sin demasiados riesgos:
—No
se ejecutan las órdenes idiotas, truena.
Se
pone más sonriente. Me hace precisar mi idea.
Reflexiona algunos instantes. Y de pronto, lanza:
—«Bueno,
arrójese sobre París. Pase por donde quiera, arrójese
al corazón de París, diga a los parisienses que no se
desmoralicen, dígales que toda la división estará en
París mañana por la mañana.»
Por
la tarde avanzamos. Son las 19 pasadas. El general
Leclerc está inquieto. Ha recibido informes alarmantes
de París. Teme represalias alemanas contra la población.
Quiere asegurarse, volver a dar esperanza a los
parisienses, actuar con el máximo de rapidez.
No
dispongo más que de dos secciones, las secciones de
Campos y de Elías, y de la sección de mando de la
Nueve. La sección Montoya está detenida y clavada en
el suelo ante la Croix de Berny. Su jefe, Montoya, será
herido. Dos secciones de combate, es poco. Leclerc me
ordena tomar las unidades disponibles que se encuentren
en las proximidades.
La
pequeña columna se mueve a las 20 horas. Guiada por un
parisiense, se oculta fuera de las grandes arterias a la
derecha de Fresnes, a través de las localidades de la
zona Sur, en medio de una población delirante. Hombres,
mujeres, niños abren camino en algunas calles
obstruidas por árboles caídos, cargan los troncos de
la misma manera que las columnas de hormigas transportan
los granos de trigo.
20,45.
Llegamos a la Puerta de Italia. Es París. Hay gente en
el lugar. Huyen a nuestra vista; nos toman por una
columna de alemanes. La plaza se ha vaciado. Parten
gritos de las casas: «¡Son los americanos!» Salen
todos. Luego se oye. «¡Son franceses!» Es el
entusiasmo. Una alsaciana en traje regional se instala
sobre la cubierta del jeep del capitán. Pero no estamos
allí para efusiones y abrazos. Es preciso enfilar hacia
el corazón de París. Guiado por un armenio que conduce
un curioso ingenio, el festivo jeep con la alsaciana
colocada sobre la cubierta, la pequeña columna se lanza
a toda velocidad hacia el Sena, evitando a la vez las
barricadas elevadas por la resistencia y los puntos de
apoyo alemanes. El fragor de los motores y de las
cadenas domina el ruido de algunas detonaciones.
Atravesado el Sena por el puente de Austerlitz,
recorrida la longitud de los muelles, desembocamos en la
plaza del Ayuntamiento. El gran reloj de la fachada del
monumento marca exactamente 21 h, 22. El reloj anda según
la hora alemana. Todavía es de día. El capitán
dispone la columna alrededor del Ayuntamiento para
detener un posible contraataque. Luego, junto con el
teniente Granela y el soldado Pirlian, entra en el
Ayuntamiento de París, sube arriba y penetra en el gran
salón donde el estado mayor político de la Resistencia
parisiense está reunido, siendo su presidente Georges
Bidault. Es el encuentro de los voluntarios de la
Francia Libre venidos de ultramar y de la resistencia
interior. Momento de intensa emoción. La frenética
alegría engendra una bella conmoción. Felizmente, una
larga ráfaga de ametralladora disparada desde el
exterior, pasa por las grandes ventanas abiertas
y destroza la gran araña del salón imprudentemente
iluminado. Esto hace volver a las realidades. El
ocupante está todavía aquí. No son tres carros
Sherman, quince orugas y algunos vehículos quienes
pueden destruirlo, capturarlo o cazarlo.
Todas
las campanas de París se han puesto a sonar, en último
lugar el gran Bourdon de Nuestra Señora. Tocan por la
liberación. Noticia todavía prematura que hace salir a
los parisienses a las calles y suscita reacciones de los
alemanes, nerviosos y desmoralizados. El capitán deja
el mando al teniente Granell, y cerrada ya la noche, va
a tomar contacto con el estado mayor militar de la
Resistencia en la Prefectura de Policía, que ha sido
ocupada por policías insurrectos.
La
misión ordenada por el general Leclerc ha sido
cumplida. Los parisienses saben que los blindados
aliados han entrado en París, ignoran cuántos son,
pero han tomado confianza de nuevo. A la caída de la
noche, un pequeño avión Piper de observación se lanzó
en vuelo rasante hasta la Prefectura y lanzó un
mensaje. Están allí el general Chaban, el nuevo
prefecto
de Policía Luizet, y Parodi, que tienen rango de
ministro del Gobierno Provisional y que representa al
general De Gaulle. En la mañana del 25 de agosto
nuestro pequeño destacamento ocupa la central telefónica
de Archives. El golpe duro llega en la calle del Temple.
De una casa situada al otro lado de la Central, un grupo
de soldados alemanes y de civiles abre instantáneamente
fuego; el subteniente Elías es herido en pleno pecho;
luego el sargento Cortés y el jefe de carro Caron. Este
último no sobrevivirá. Elías y Cortés, gravemente
heridos, pasarán varios meses en el hospital.
Los
diversos destacamentos de la D.B. dirigen la batalla en
todo París y suprimen las resistencias alemanas una
tras otra. El general Von Choltitz, comandante del Gross
París, es capturado y firma la rendición de las tropas
situadas bajo su mando. De noche, París está liberado.
La capital ha escapado a la destrucción ordenada por
Hitler. París, salvado, liberado, intacto, ¡es un
verdadero milagro!
Por
la tarde, la multitud se agolpa en la plaza del
Ayuntamiento. Espera al general Leclerc. Es el general
De Gaulle quien se presenta. Es delirantemente
ovacionado.
En
la mañana del 26 de agosto, se produce el descenso
triunfal de los Campos Elíseos, desde el Arco de
Triunfo. El general De Gaulle y todos los estados
mayores marchan a pie hasta la plaza de la Concordia en
medio de una frenética marea humana, difícilmente
contenida. Los hombres de la Nueve sobre sus orugas les
siguen inmediatamente detrás y aseguran la protección
adecuada. En la plaza de la Concordia, los oficiales
suben a automóviles y se dirigen a Nuestra Señora.
Cuando entran, una ráfaga estalla. El misterio nunca ha
sido bien aclarado. Con toda seguridad, algunos
tiradores situados en los tejados han abierto fuego
sobre el cortejo. Entre la multitud enfebrecida, hay
numerosos hombres armados, auténticos resistentes y
sobre todo resistentes de última hora inexperimentados,
que se han hecho con armas que portaban los alemanes en
el momento de su rendición. De entre la multitud,
numerosos tiradores hacen fuego hacia los tejados. Hay
militares que se mezclan. El petardazo se extiende a
través de la ciudad. Será difícilmente calmado. Mucho
ruido para tan poca cosa.
Toda
la División reposa, repara, se completa, rápidamente
rehace sus fuerzas en el Bosque de Bolonia. Son las
breves delicias de Capua. Se retrasa el avituallamiento
de gasolina.
DE
PARIS A LORENA
E]
carburante y la orden de marcha terminan por llegar.
Dejamos el Bosque de Bolonia y París el 8 de septiembre
al alba. Marchamos hacia el Este, hacia Lorena, el Rhin
y Alemania.
El
12 de septiembre, prosigue el avance, con choques con un
enemigo en retirada, que instala defensas escalonadas
sobre un terreno difícil, dividido parcialmente,
boscoso.
Mientras
que el grueso de la División libra una gran batalla de
carros en Dompaire, nuestro grupo establece una cabeza
de puente sobre el Mosela, en Chatel.
Múltiples
combates, a menudo violentos, detienen nuestro avance.
Operamos en varios destacamentos de infantería y carros
con apoyo de artillería, en coordinación con las
autoametralladoras. Estamos muy dispersados, nos
desplazamos sin cesar, ocupamos mucho volumen. El 15 de
septiembre... Uno de nuestros carros, demasiado avanzado
sobre una cresta, recibe un obús. Los españoles
consiguen sacar del carro, que explota y arde, a cuatro
de los cinco miembros del equipo, muy gravemente heridos
y quemados.
El
16 de septiembre a la caída de la tarde, la sección de
Campos se repliega y se instala defensivamente unida a
la sección de Montoya y los carros de la 501. Minamos
con cuidado los itinerarios por los cuales los Panzer
alemanes pueden infiltrarse.
Antes de la caída de la noche, los alemanes entablan un
ataque en toda regla. El cabo Cortés pone fuera de
combate un grueso Panther a golpes de bazooka, después
de un verdadero cuerpo a cuerpo con el monstruo de
acero. Somos atacados por una división blindada entera.
La batalla se endurece; la noche es relativamente clara,
sin embargo los blindados enemigos son poco visibles al
abrigo de las cubiertas y de los desfiladeros. Con
medios muy superiores, los alemanes acentúan su presión.
Una de nuestras orugas ha sido tocada, el sargento Díez
está mortalmente herido. Dos de nuestros carros
arden...
Tenemos pérdidas: tres muertos contando al sargento Díez,
nueve heridos evacuados, entre ellos el subteniente
Montoya. El sargento Fermín Pujol, el hermano de Pujol,
Constante, ha sido muerto en Ecouché, se hace curar
sobre el terreno. Se niega a dejarse evacuar y vuelve a
ocupar su puesto de combate.
En
la noche del 16 al 17 de septiembre, hacia las dos de la
madrugada, recibimos la orden de replegarnos y volver a
cruzar el Mosela antes del alba. Tenemos ante nosotros
un adversario demasiado superior en medios. Los hombres
están furiosos; tienen la sensación de haber entregado
una victoria. Al alba, todos nos encontramos en Nomexy,
en la orilla izquierda del Mosela. El enemigo no
recuperará Chatel, vacío, hasta la llegada del día.
Los alemanes y sobre todo sus siniestros aliados, los
milicianos franceses, ejercerán crueles represalias
contra los civiles que allí han quedado. Fusilarán en
primer lugar al alcalde.
Desde la tarde del 18 de septiembre, orden de partida.
Volvemos a Nomexy para apoyar a la subagrupación del
coronel Cantarel, que ha recibido la misión de
recuperar Chatel.
El
19 por la mañana... Progresamos en marcha hacia el
Este. Múltiples choques con fuerzas alemanas en
repliegue. El teniente Granell lanza con mucha fuerza su
destacamento al ataque. Garcés está herido.
El
grueso de la División, apoyado por la aviación
americana, ha ganado una gran batalla de carros en
Dompaire y ha infligido una severa derrota a los
alemanes... Nuestro material ha sido puesto a prueba.
Nuestros efectivos se han visto reducidos a un total de
136.
El
26 de septiembre, el capitán, el jefe ayudante Campos,
el sargento Pujol y el cabo Cariño López son llamados
a Nancy, donde el general De Gaulle en persona les
condecora.
Cerca
de dos meses, vamos a inmovilizarnos. La guerra de
posiciones sucede a la guerra de movimientos. Algunos
dramas, algunos ataques marcan esta larga espera. La
configuración del terreno es favorable a los alemanes,
que ocupan los puntos dominantes.
El
14 de octubre, una de nuestras patrullas cae en una
emboscada en el pueblo de Menarmont. Su jefe, el
sargento Ramón Etarict, un catalán, un as, un hombre
cultivado y valiente, y el soldado Vázquez, dos bravos
entre los bravos, son muertos. El capitán va a
recuperar la patrulla con tres carros ligeros y dos
orugas. Al día siguiente, Etarict y Vázquez son
inhumados en el pequeño cementerio vosgo de St. Maurice
sur Mortagne.
Finales
de octubre, la División recibe la misión de ocupar
Baccarat y su región. Campos y algunos hombres atacan
con bazooka un carro alemán, que se demuestra
invulnerable y que responde con el cañón. Campos queda
herido. A la izquierda, la sección del sargento-jefe
Moreno, que ha reemplazado al subteniente Montoya,
avanza con metralleta y con granadas y hace saltar un
carro con bazooka. En el centro, Granell dirige al
asalto a los infantes de a pie. El cabo Montaner,
aislado un momento, es capturado por un grupo de
alemanes; finalmente, es él quien va a entregar a sus
guardianes como prisioneros.
Unos cincuenta cadáveres alemanes han quedado sobre el
terreno. Nosotros tenemos también pérdidas (seis
muertos, de los cuales tres de la Nueve, y trece
heridos, de los cuales cinco de la Nueve). Nuestros
muertos, el sargento Careno y los soldados González y
Perea, han sido inhumados en el cementerio de
Vacqueville.
El
3 de noviembre, el sargento Gualda descubre un documento
preciso: el plan alemán de minado de todo el sector.
Somos relevados por americanos. Bajo la lluvia y los
obuses, abandonamos Vacqueville. Nos instalamos en la
pueblo de Azerailles. La mayor parte de las casas está
destruida; las otras han sido desvalijadas por los
alemanes antes de su marcha.
Llueve.
Pateamos en el agua. En el horizonte, percibimos en el
cielo gris la línea blanquecina de los Vosgos. Ya
nieva.
12 de noviembre: despertar en la nieve, hace frío.
No
se prevé de inmediato ninguna misión de envergadura.
El general hace partir un primer contingente de permisos
para una breve ausencia, entre ellos el capitán, que no
ha vuelto a ver a su familia desde la primavera de 1939,
y seis suboficiales y soldados.
EL
CAMINO SOBRE ESTRASBURGO Y EL RHIN
El
16 de noviembre por la mañana, un primer contingente de
permisos se va. A las 14,15, llega la inesperada orden:
la Nueve forma parte de una subagrupación a las órdenes
del teniente coronel La Horie, que tiene por misión
ocupar Badonvillers. La compañía reducida va a batirse
durante toda la mañana contra un adversario tenaz,
mordiente, sólidamente situado, bien provisto de armas.
Es preciso rendir las resistencias una tras otra. En el
último bastión, el coronel alemán responsable del
sector se dispara una bala en la cabeza; los últimos
defensores salen y se rinden.
Finalmente,
Badonvilliers es tomado, inundado, ocupado. Pero la
cuestión ha sido caliente, nos ha costado cara. La
compañía ha perdido seis muertos y catorce heridos
evacuados, la mayoría gravemente afectados. Entre los
muertos, se cuentan antiguos y valerosos elementos como
el sargento Bullosa, los soldados Antonio Martínez,
Nicolás López...
Las
secciones son puestas bajo las órdenes jóvenes
suboficiales. Moreno, promovido a ayudante, ejerce las
funciones de oficial adjunto.
Leclerc
pone a punto su plan: rápidamente, indica a cada
columna su itinerario y su misión. El 21 de noviembre
por la mañana, la cabeza de columna está dispuesta
desperdigarse sobre la llanurj de Alsacia. Saverne es
desbordado. El camino está conquistado.
Sin
dejar al enemigo tomar un respiro, Leclerc lanza lo
esencial de sus fuerzas sobre Estrasburgo. La infantería
americana sigue en apoyo.
El
23 de noviembre, al levantarse el día, dos agrupaciones
de la División se lanzan sobre Estrasburgo por cinco
itinerarios diferentes. Misión: ir adelante lo más rápidamente
posible, desbordar las resistencias y ocupar el puente
de Kehl, el gran paso sobre el Rhin. 10,30: la
subagrupación del coronel Rouvillois entra en
Estrasburgo. La sorpresa es total: los habitantes se
encuentran en sus ocupaciones como un día ordinario. A
través de la ciudad, Rouvillois corre a toda velocidad
hacia el Rhin, franquea las exclusas y el Petit-Rhin, y
llega ante Kehl. La defensa alemana se organiza... El
puente salta. La División no ha podido entrar en
Alemania por sorpresa. Pero Estrasburgo es conquistado y
ocupado intacto... la bandera azul blanca-roja ha sido
izada en la punta de la flecha de la catedral de
Estrasburgo. El juramento de Koufra se ha realizado. El
juramento de Koufra fue pronunciado el 2 de marzo de
1941 por el coronel Leclerc después de la toma de la célebre
ciudadela italiana en el corazón del Sahara: «No nos
detendremos hasta que la bandera francesa ondee sobre
Metz y Estrasburgo.»
EL
INVIERNO ALSACIANO
El
capitán vuelve a la Nueve el 27 de noviembre, tras su
permiso. Ha cambiado mucho. Ya no es la compañía española
del principio. Se ha convertido en una compañía
franco-española. Muchos de los antiguos ya no están
allí: han sido muertos o gravemente heridos. La unidad
ha sido probada moralmente: el recuerdo de los camaradas
perdidos entristece a soldados y a cuadros; el frío
sorprende duramente a estos hombres; de los cuales
muchos no han conocido hasta ahora más que el sol y el
calor; piensan en España, algunos piensan ir allí y
reemprender el combate.
La
Nueve tiene un nuevo rostro. El teniente Granell, psíquicamente
afectado, dado de baja por enfermedad, ha sido
sustituido por el teniente Dehen. La primera sección
está mandada por el ayudante Moreno; la segunda por el
sargento Calero, que pronto será sustituido por el
subteniente Porteres.
De
finales de noviembre a finales de diciembre de 1944, la
Nueve tomará parte en una serie de encuentros en la
llanura de Alsacia, entre los Vosgos y el Rhin, al sur
de Estrasburgo. La toma de cada pueblo precisa combates
y suscita inmediatos contraataques. La aviación alemana
ha vuelto a su actividad. Surge bastante a menudo en
vuelo raso y nos ametralla.
Entre
las noticias recibidas, un español evadido de Alemania.
El
ayudante-jefe Campos ha vuelto recientemente a la compañía.
Se pensaba para él la creación de un grupo franco,
conveniente a su carácter. Había desaparecido cuando
el asunto de Binderheim. Formaba parte de un
destacamento que operaba a nuestra derecha. Según su
costumbre había partido en patrulla solitaria. No había
vuelto. Debió caer en una emboscada. Nadie tendrá ya
nunca noticias de él. Este misterio dará origen a una
serie de leyendas. El personaje se prestaba: era un
fuera de serie.
Fines
de diciembre de 1944, somos relevados. La Nueve es
puesta en relativo reposo, dispuesta a proseguir a la
primera alerta. Hace cada vez más frío; los blindados
ya no dependerán de los caminos: podrán evolucionar
sobre el suelo helado.
El
día 1 de enero, al advenimiento del año 1945, es digna
y alegremente festejado. Sin embargo, los hombres y el
material han sido duramente castigados. Muchos de los
antiguos han desaparecido, muertos o heridos. La unidad
necesita un buen reposo para rehacerse moralmente, psíquicamente,
materialmente. Se habla de ello; y la 2ª D.B. comienza
a ser relevada por una división de infantería del
Primer Ejército, la antigua primera División Francesa
Libre.
En
la noche del 1 al 2 de enero, llega la orden de partida.
Los alemanes han contraatacado a través de las Ardenas;
aprovechando el mal tiempo, la niebla, la nieve, que
impiden salir a los aviadores aliados, han aplastado al
Ejército de Patton. El alto mando americano ha decidido
rectificar su frente y evacuar Estrasburgo y la Alsacia
del Norte. El general De Gaulle, Presidente del Gobierno
Provisional Francés,... decide conservar Estrasburgo y
Alsacia. Clásico conflicto entre el poder militar y el
poder político. La 2ª D.B., que formaba parte del Ejército
americano, debía obedecer sus órdenes. Pero, en su
calidad de dueño del poder político de Francia, el
general De Gaulle encargó al Primer Ejército Francés
la defensa de Estrasburgo. Los acontecimientos le dieron
la razón. Y la capital de Alsacia escapó a una
reocupación que le hubiera costado cara.
En
todas las localidades que atravesábamos, los
habitantes, desesperados, nos acusaban de abandonarlos y
traicionarlos. Estamos dispuestos para cerrar el camino
a una ofensiva alemana. Tenemos que desconfiar de pequeñas
unidades enemigas vestidas con uniformes americanos que
operan con carros y material americanos.
El
19 de enero, orden de partida. Volvemos a Alsacia. Vamos
a finalizar la liberación entre los Vosgos y el Rhin en
unión con el Primer Ejército. El tiempo era espantoso:
frío, nieve, hielo. Los vehículos, ruedas y cadenas,
resbalaban sobre la nieve helada. Los alemanes se
defienden ferozmente.
Al
día siguiente por la tarde, la Legión de la 1.° D.F.L.
ataca, con el apoyo de nuestros carros y de las
secciones de Moreno y Porteres. Durante la noche, la
sección de Moreno, instalada en el extremo de un
bosque, sufre un ataque de la infantería apoyada por
tiros de artillería.
El
frío aumenta; numerosos cuadros y soldados tienen los
pies helados. Necesitaríamos calzado de nieve; el que
ha llegado ha ido a proteger los preciosos pies del
personal de los estados mayores y de los servicios. La
consigna es mantenerse, liquidando la bolsa y llegar al
Rhin.
El
29 de enero nos enteramos que el teniente coronel Putz
ha sido muerto. La noticia apena a todo el mundo y en
particular a los españoles.
Ahora
conocemos una novedad: aviones alemanes de una
extraordinaria velocidad, aviones a reacción; una «arma
nueva» impresionante; en picado sorprenden y abaten a
cada golpe un avión aliado; y sus ataques son
impresionantes, las bombas nos caen encima sin que
hayamos tenido tiempo de reaccionar.
El
frío persiste. Alcanza 22 grados bajo cero. Todavía
pies helados. La sección de Aboville se bate cuerpo a
cuerpo con infantes que durante la noche se han
infiltrado en el bosque. El 31 de enero, el frío ha
disminuido. Igualmente, comienza a deshelar. La tragedia
de los pies congelados se termina. El enemigo decrece
por todas partes. Parece que se ha defendido duramente
para mantener en paso sobre el último puente a través
del Rhin que puede utilizar, en Mrckblsheim.
Los
fusileros-marinos de la 1ª D.F.L. llegan al puente de
Markblsheim sobre el Rhin. No está destruido. En
seguida nos enteramos que algunos alsacianos civiles habían
imposibilitado concienzudamente al capitan alemán
encargado de hacerlo saltar. La orilla alemana aparece
abandonada. Unico signo de vida: algunas ligeras
humaredas que se escapan de los blockhaus.
El
2 de febrero, la Nueve marcha a Selestat. En esta
batalla de la bolsa, ha perdido cuatro muertos, once
heridos y cincuenta hombres evacuados por graves
congelaciones en los pies. Cinco de sus orugas han sido
puestas fuera de combate. La batalla de Alsacia ha
terminado.
EL
ULTIMO ACTO
Los
grandes combates han finalizado. La Nueve se acantona en
el pueblo de Vicq Sur Nahon. El capitán es encargado de
una misión por el general Leclerc. El teniente Dehen le
reemplaza.
La
Nueve, ahora comandada por Dehen, promovido a capitán,
terminará la guerra en Berghtesgaden, la ciudad santa
del nazismo, en el corazón del macizo alpino.
La
resistencia alemana solamente se manifiesta por los
puentes destruidos. Nuestros destacamentos atraviesan a
toda velocidad pueblos empavesados por banderas blancas
en los tejados de todas las casas. Los soldados alemanes
levantan los brazos y van a reunirse en las carreteras
en largas filas de prisioneros que, sin guardianes, van
tranquilamente, en buen orden, hacia la retaguardia.
El
Obersalzberg, la alta planicie sobre la que los
dignatarios nazis y Hitler tienen sus villas, no está
intacto: ha sido bombardeado y demolido en parte por la
aviación aliada.
Zapadores
de la 12." Compañía van a izar en el nido de águila
de Hitler, allá arriba, sobre el Kehlstein, una gran
bandera tricolor que una dama de Alejandría de Egipto
había bordado para el capitán Dronne, entonces en el
hospital.
Es
el fin. Los Ejércitos alemanes de los Alpes han
capitulado; una última víctima: el subteniente Peters
ha sido abatido, asesinado más exactamente, cuando
remontaba una columna que acababa de rendirse.
Los
voluntarios españoles de la Nueve contribuyeron a
escribir una gran página de historia con su valor y su
sangre. Tuvieron la gloria de entrar los primeros en París,
de participar en el camino hacia Estrasburgo, y de
terminar su epopeya en Berchstesgaden.
Jalonaron
su itinerario con las tumbas de sus muertos. Treinta y
cinco de ellos fueron muertos en combate o fallecieron
por heridas. Más de sesenta fueron heridos.
Tuvieron
el valor del soldado. Tuvieron también el valor cívico.
La mayor parte de ellos habían sido lanzados muy jóvenes
a la guerra civil española. No tenían ninguna formación
profesional. No tenían oficio, solamente sabían
pelear. Todos se pusieron al trabajo con ardor y corazón.
Casi todos se hicieron con una situación envidiable. La
mayor parte quedaron en Francia. Otros volvieron a
Africa del Norte, de donde debieron marchar, obligados
por los acontecimientos. Otros incluso volvieron a España,
como el teniente Granen y el sargento Caballero.
Es
para mí una inmensa satisfacción y un gran honor haber
sido el compañero de hombres tales, y una gran alegría
el volver a verles. Han guardado el recuerdo y la
amistad; muchos de ellos se encuentran en el curso de
una reunión anual; la Nueve continúa existiendo en las
memorias.
R. D.
**Articulo
de la revista Tiempo de Historia nº 85, diciembre 1981
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