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Una compañía española en la batalla de Francia y de Alemania (1944-1945)

Raymond Dronne

Numerosos españoles refugiados de la guerra civil, y descendientes de inmigrados instalados desde mucho tiempo antes al norte de los Pirineos, tomaron parte en los combates de la última guerra mundial en Francia.

Algunos se batieron en la clandestinidad, sobre todo en los maquis del Sudoeste de Francia, región donde los refugiados y los inmigrantes eran particularmente numerosos. Unos depusieron las armas después de la marcha del invasor. Otros, lanzados en persecución de las tropas alemanas en retirada, se unieron en el valle del Ródano y en el Este al Primer Ejército Francés que había desembarcado en las costas de Provenza a mediados de agosto de 1944 y se integraron en las unidades regulares hasta el final de la guerra.

Antes del desencadenamiento de las hostilidades, en septiembre de 1939, refugiados de la guerra civil se habían alistado en la Legión Extranjera Francesa.  Cuando el conflicto estalló, muchos españoles se alistaron para toda la duración de la guerra. Después del desastre de junio de 1940, algunas unidades pudieron replegarse sobre África del Norte. Junto con las que habían quedado allí, iban a constituir los elementos más importantes del futuro Ejército de la Liberación.

Estas tropas de África del Norte comprendían a numerosos españoles, refugiados y descendientes de emigrantes hispánicos que había hecho fortuna sobre todo en el Oranesado y en Marruecos. 

¿Cuántos eran? Sus efectivos parece que nunca han sido contados. Y no es fácil hacerlo.

La mayor parte de los que provenían de España o de la Francia metropolitana se alistaron bajo falsas identidades, preocupados por sustraer a sus familias a eventuales represalias. Este fue también el caso de tantos jóvenes escapados de Francia.  

EL EJEMPLO DE LA «NUEVE»  DE LA 2ª DIVISION BLINDADA DEL GENERAL LECLERC.  

Existió una unidad del Ejército regular compuesta casi por completo por voluntarios españoles: la 9.° Compañía del Regimiento de Marcha del Chad, la Nueve, de la famosa 2ª División Blindada del General Leclerc. Tuve el honor y el orgullo de ser el jefe de esta Nueve, desde su constitución en el curso del verano de 1943 hasta la primavera de 1945. Me adoptaron desde el principio, debido quizá a que había llegado del hospital, todavía mal recuperado de mis heridas, con un brazo en cabestrillo. El Regimiento de Marcha del Chad nació en Argelia, en la región de Djidjelli. Entre los alistados hubo numerosos españoles procedentes en particular de los Cuerpos Francos de África. Estos Cuerpos Francos habían sido formados por voluntarios a partir del desembarco americano en Marruecos y Argelia. Entre estos voluntarios había un buen número de españoles, casi todos evadidos de los campos de trabajadores que construían la línea férrea de Colomb-Béchar. Muchos de ellos eran militares transformados en trabajadores forzados desde 1940 bajo la vigilancia de las comisiones de armisticio alemana e italiana.

Los voluntarios españoles fueron repartidos en diferente proporción entre todas las unidades. Un alto porcentaje fue dirigido al Tercer Batallón del Chad, mandado por un oficial que había combatido en las Brigadas Internacionales en España, el Comandante Putz, oficial dinámico, experimentado, valiente. La 11 Compañía, la Compañía de Acompañamiento y la Compañía de Apoyo también recibieron voluntarios españoles. Pero el mayor número de ellos fue enviado a la 9ª, que adoptó la denominación de Compañía Española y familiarmente la de La Nueve.

Casi todos ellos habían participado en la guerra de España del lado de los republicanos. Habían vivido innumerables aventuras y tribulaciones. Algunos habían llegado al continente africano en barca. La mayor parte habían atravesado los Pirineos, vivido un tiempo más o menos largo en los campos de refugiados, y luego servido en el Ejército francés de 1939-40.
Conocían el amargo recuerdo de haber sufrido dos derrotas. Un inmenso deseo de revancha y de victoria les empujaba. La perspectiva de unirse a los franceses libres surgidos de las arenas del desierto, de pasar a las órdenes de un joven jefe ya aureolado de leyenda, el general Leclerc, les daba una gran confianza.

Desde Argelia, la División fue transferida a Marruecos y se instaló entre Rabat y Casablanca para recibir su material, familiarizarse con él, entrenarse. La mayor parte carecía por completo de conocimientos de mecánica. Se pusieron a la obra con ardor. Rápidamente, la cadena de montaje de la Nueve se puso al nivel de los mejores por la rapidez y la calidad de su trabajo.

Los treinta suboficiales eran en gran mayoría españoles, contándose entre ellos el teniente Campos, jefe de la 3ª sección, un coloso originario de las Canarias; Moreno, adjunto al subteniente Montoya; Bernal (Garcés), adjunto al teniente Elías. Había también dos alemanes, antiguos miembros de la Legión Extranjera y de las Brigadas Internacionales, destacando Reiter, experto en armamento e invencible as del combate.

La casi totalidad de los cabos y de los soldados eran españoles. Había sin embargo, algunas excepciones: un brasileño, un hispanomexicano, un portugués, algunos eslavos, una media docena de franceses, un italiano, dos o tres apátridas. Pero los españoles eran la mayoría con mucho. Se hablaba más español que francés. La mayor parte de los carros llevaban nombres de España: Madrid, Brunete, Ebro, Guadalajara, Guipúzcoa, Guernica...

Los recuerdos de la guerra de España eran todavía próximos y pesados. Las divergencias de opiniones, de ideales, de tendencias no estaban olvidadas y se manifestaban a veces en rivalidades entre hombres y entre grupos; pero, en definitiva, nunca fueron peligrosas y una armonía general y un buen acuerdo terminaron por reinar en el conjunto de la compañía. El orgullo español se manifestaba por cualquier causa. En Inglaterra, por ejemplo —donde pasamos algunos meses antes de desembarcar en Normandía— todos trataron de comportarse ante la población británica como verdaderos embajadores de la España eterna: vistiendo con cuidado, afeitándose de la misma forma; algunos, de barba muy cerrada, se rasuraban dos veces al día.

Poseían ya la experiencia del combate. Y eran bravos, de una bravura a veces excesiva. Tras cada combate, los vacíos se llenaban con jóvenes franceses, casi todos carentes de toda instrucción militar. Los viejos luchadores tomaban bajo su protección a estos reclutas inexperimentados, formándolos y protegiéndolos; se comportaban como padres preocupados. Muy rápidamente, en el curso de la campaña, la Nueve se hizo célebre en toda la división.  

EN LA BATALLA DE NORMANDIA  

La 2ª D.B., no fue lanzada hasta los primeros días de agosto de 1944, cuando se amplió la cabeza de puente. Incluida en el Ejército del general americano Patton que había abierto una estrecha brecha a la altura de Avranches, participó en el gran movimiento de cerco de las fuerzas alemanas de Normandía.

Los encuentros se sucedían, con violencia variable. Ampliábamos nuestro conocimiento de los Panzer alemanes, y sobre todo de los famosos Panther. Son muy superiores a los Sherman, en blindaje y sobre todo en cañón. A pesar de esta desventaja, nuestro destacamento no lo hace mal. Y es cierto que la aviación americana es la dueña absoluta del cielo durante el día.

Con su sección, el teniente Campos da un osado golpe de mano, acorrala y captura a ciento treinta alemanes, sin causar apenas heridos ni destrucciones en los vehículos, y libera a ocho americanos prisioneros. La jornada del 16 de agosto es particularmente dura. Tenemos pérdidas, entre ellas los sargentos Pujol y Poreski, muertos en combate cuerpo a cuerpo. Los bombardeos y los encuentros se repiten durante todo el día.

El 17 por la tarde, la 3ª sección del teniente Campos rechaza un contraataque alemán: grupos de SS han franqueado la orilla del Orne, se han infiltrado en nuestro flanco, y atacan. Al principio de la acción, el soldado Helio Roberto es gravemente herido por disparos en el vientre; al caer, abate a uno de sus asaltantes. Poco antes de las 18, todo ha terminado. Campos ha llevado el asunto admirablemente. Variamos nuestros dispositivos noche y día, lo que desorienta a nuestros adversarios. El 19 de agosto por la mañana, llegan tropas británicas. Se ha realizado la unión. La batalla de Normandía se acaba. Hacemos el balance. Hemos infligido duras pérdidas al enemigo. También nosotros las hemos sufrido, pero felizmente mucho más ligeras: siete muertos en combate y diez heridos graves evacuados.

Llegado el momento del reposo, la compañía se rehace, reemplaza, repara y pone en buen estado su material y su armamento; alista también a los primeros voluntarios que vienen a llenar los vacíos. Todos somos optimistas: hemos conocido el éxito del desembarco en la costa de Provenza. Esperamos pues la orden de avanzar sobre París. Pero tarda en llegar.  

A TODA VELOCIDAD SOBRE PARIS.  

El 22 de agosto, caída la tarde, llega la orden. Toda la División levanta el campo el 23 por la mañana. Las vanguardias americanas han sobrepasado Chartres y ocupan el Sena a uno y otro lado de la capital. El alto mando americano duda. No quiere batallas callejeras que podrían ser ásperas y largas. La tempestad azota la costa normanda. Los desembarcos de gasolina y de municiones han sufrido retrasos. El camino hacia adelante es difícil y prolongado a lo largo de caminos en los que las obras de arte han sido destruidas; los ferrocarriles están inutilizables; las unidades ocupadas corren el riesgo de carecer de carburantes y de municiones. Las noticias que se filtran desde París son inquietantes: la población se ha sublevado contra el ocupante. Los responsables políticos y militares americanos no quieren verse mezclados en las competencias políticas que estallan en el París insurreccionado. Por el contrario, el general Leclerc y el general De Gaulle, que se encuentra en Normandía, pretenden entrar en la capital para evitar que sufra la suerte de Varsovia, para impedir destrucciones y masacres. Las llamadas de socorro de los insurrectos se hacen cada vez más apremiantes.

De noche, bajo avalanchas de lluvia, avanzamos a ciegas. Vamos a entrar en contacto con las fuerzas alemanas que defienden la periferia de París. El suelo está anegado. Nos encontramos aprisionados, ahogados. Los vehículos se atrancan. A duras penas nos preparamos para el combate.

Los enfrentamientos se suceden en un extraño ambiente de kermesse. Una multitud entusiasta, surgida de todas partes, rodea los carros, los hombres, y los paraliza. De pronto, suenan ráfagas, estallan obuses. La multitud se dispersa. Guardo la imagen de una chiquilla radiante que, subida en la torrecilla de un carro, cae a lo largo del blindado, cubierta de sangre: ha recibido una ráfaga en pleno rostro. Extraña batalla: cuando cesa el fuego, la gente vuelve; desaparecen de nuevo cuando se reanuda. ¡Cuantos imprudentes han pagado con su vida su loca alegría! Una alegría rara, pero invencible, retardadora, que da respiro al enemigo y lo favorece.

Tengo la sensación de que el camino hacia París está abierto. Subitamente, por radio, recibo la orden de retroceder sobre el eje al sur de la Croix de Berny. Decisión absurda: el eje está ya demasiado obstruido. Conviene, por el contrario, alejarse y sobrepasarlo. Mis observaciones no son atendidas. La orden es confirmada, brutal: retroceder sobre el eje. Furioso, asiento. Dejo la columna un poco atrás, para no aglutinarla sobre el eje, donde hay demasiada gente y vehículos. Avanzo solo, a pie para hacerme una idea y establecer la unión. Caigo sobre el general Leclerc, que golpea el suelo con su bastón, lo que en él es un signo de mal humor. Está furioso al constatar que la columna se ha detenido y que no maniobra. Me apostrofa:

—Dronne, ¿qué ha hecho usted?

Le explico la orden que he recibido, que para mí es fácil desbordar las resistencias, y que es posible lanzarse hacia París sin demasiados riesgos:

—No se ejecutan las órdenes idiotas, truena.

Se pone más sonriente. Me hace precisar mi idea. Reflexiona algunos instantes. Y de pronto, lanza:

—«Bueno, arrójese sobre París. Pase por donde quiera, arrójese al corazón de París, diga a los parisienses que no se desmoralicen, dígales que toda la división estará en París mañana por la mañana.»

Por la tarde avanzamos. Son las 19 pasadas. El general Leclerc está inquieto. Ha recibido informes alarmantes de París. Teme represalias alemanas contra la población. Quiere asegurarse, volver a dar esperanza a los parisienses, actuar con el máximo de rapidez.

No dispongo más que de dos secciones, las secciones de Campos y de Elías, y de la sección de mando de la Nueve. La sección Montoya está detenida y clavada en el suelo ante la Croix de Berny. Su jefe, Montoya, será herido. Dos secciones de combate, es poco. Leclerc me ordena tomar las unidades disponibles que se encuentren en las proximidades.

La pequeña columna se mueve a las 20 horas. Guiada por un parisiense, se oculta fuera de las grandes arterias a la derecha de Fresnes, a través de las localidades de la zona Sur, en medio de una población delirante. Hombres, mujeres, niños abren camino en algunas calles obstruidas por árboles caídos, cargan los troncos de la misma manera que las columnas de hormigas transportan los granos de trigo. 

20,45. Llegamos a la Puerta de Italia. Es París. Hay gente en el lugar. Huyen a nuestra vista; nos toman por una columna de alemanes. La plaza se ha vaciado. Parten gritos de las casas: «¡Son los americanos!» Salen todos. Luego se oye. «¡Son franceses!» Es el entusiasmo. Una alsaciana en traje regional se instala sobre la cubierta del jeep del capitán. Pero no estamos allí para efusiones y abrazos. Es preciso enfilar hacia el corazón de París. Guiado por un armenio que conduce un curioso ingenio, el festivo jeep con la alsaciana colocada sobre la cubierta, la pequeña columna se lanza a toda velocidad hacia el Sena, evitando a la vez las barricadas elevadas por la resistencia y los puntos de apoyo alemanes. El fragor de los motores y de las cadenas domina el ruido de algunas detonaciones. Atravesado el Sena por el puente de Austerlitz, recorrida la longitud de los muelles, desembocamos en la plaza del Ayuntamiento. El gran reloj de la fachada del monumento marca exactamente 21 h, 22. El reloj anda según la hora alemana. Todavía es de día. El capitán dispone la columna alrededor del Ayuntamiento para detener un posible contraataque. Luego, junto con el teniente Granela y el soldado Pirlian, entra en el Ayuntamiento de París, sube arriba y penetra en el gran salón donde el estado mayor político de la Resistencia parisiense está reunido, siendo su presidente Georges Bidault. Es el encuentro de los voluntarios de la Francia Libre venidos de ultramar y de la resistencia interior. Momento de intensa emoción. La frenética alegría engendra una bella conmoción. Felizmente, una larga ráfaga de ametralladora disparada desde el exterior, pasa por las grandes ventanas abiertas 
y destroza la gran araña del salón imprudentemente iluminado. Esto hace volver a las realidades. El ocupante está todavía aquí. No son tres carros Sherman, quince orugas y algunos vehículos quienes pueden destruirlo, capturarlo o cazarlo.

Todas las campanas de París se han puesto a sonar, en último lugar el gran Bourdon de Nuestra Señora. Tocan por la liberación. Noticia todavía prematura que hace salir a los parisienses a las calles y suscita reacciones de los alemanes, nerviosos y desmoralizados. El capitán deja el mando al teniente Granell, y cerrada ya la noche, va a tomar contacto con el estado mayor militar de la Resistencia en la Prefectura de Policía, que ha sido ocupada por policías insurrectos.

La misión ordenada por el general Leclerc ha sido cumplida. Los parisienses saben que los blindados aliados han entrado en París, ignoran cuántos son, pero han tomado confianza de nuevo. A la caída de la noche, un pequeño avión Piper de observación se lanzó en vuelo rasante hasta la Prefectura y lanzó un mensaje. Están allí el general Chaban, el nuevo prefecto
de Policía Luizet, y Parodi, que tienen rango de ministro del Gobierno Provisional y que representa al general De Gaulle. En la mañana del 25 de agosto nuestro pequeño destacamento ocupa la central telefónica de Archives. El golpe duro llega en la calle del Temple. De una casa situada al otro lado de la Central, un grupo de soldados alemanes y de civiles abre instantáneamente fuego; el subteniente Elías es herido en pleno pecho; luego el sargento Cortés y el jefe de carro Caron. Este último no sobrevivirá. Elías y Cortés, gravemente heridos, pasarán varios meses en el hospital.

Los diversos destacamentos de la D.B. dirigen la batalla en todo París y suprimen las resistencias alemanas una tras otra. El general Von Choltitz, comandante del Gross París, es capturado y firma la rendición de las tropas situadas bajo su mando. De noche, París está liberado. La capital ha escapado a la destrucción ordenada por Hitler. París, salvado, liberado, intacto, ¡es un verdadero milagro!

Por la tarde, la multitud se agolpa en la plaza del Ayuntamiento. Espera al general Leclerc. Es el general De Gaulle quien se presenta. Es delirantemente ovacionado.

En la mañana del 26 de agosto, se produce el descenso triunfal de los Campos Elíseos, desde el Arco de Triunfo. El general De Gaulle y todos los estados mayores marchan a pie hasta la plaza de la Concordia en medio de una frenética marea humana, difícilmente contenida. Los hombres de la Nueve sobre sus orugas les siguen inmediatamente detrás y aseguran la protección adecuada. En la plaza de la Concordia, los oficiales suben a automóviles y se dirigen a Nuestra Señora. Cuando entran, una ráfaga estalla. El misterio nunca ha sido bien aclarado. Con toda seguridad, algunos tiradores situados en los tejados han abierto fuego sobre el cortejo. Entre la multitud enfebrecida, hay numerosos hombres armados, auténticos resistentes y sobre todo resistentes de última hora inexperimentados, que se han hecho con armas que portaban los alemanes en el momento de su rendición. De entre la multitud, numerosos tiradores hacen fuego hacia los tejados. Hay militares que se mezclan. El petardazo se extiende a través de la ciudad. Será difícilmente calmado. Mucho ruido para tan poca cosa.

Toda la División reposa, repara, se completa, rápidamente rehace sus fuerzas en el Bosque de Bolonia. Son las breves delicias de Capua. Se retrasa el avituallamiento de gasolina.   

DE PARIS A LORENA  

E] carburante y la orden de marcha terminan por llegar. Dejamos el Bosque de Bolonia y París el 8 de septiembre al alba. Marchamos hacia el Este, hacia Lorena, el Rhin y Alemania.

El 12 de septiembre, prosigue el avance, con choques con un enemigo en retirada, que instala defensas escalonadas sobre un terreno difícil, dividido parcialmente, boscoso.

Mientras que el grueso de la División libra una gran batalla de carros en Dompaire, nuestro grupo establece una cabeza de puente sobre el Mosela, en Chatel.

Múltiples combates, a menudo violentos, detienen nuestro avance. Operamos en varios destacamentos de infantería y carros con apoyo de artillería, en coordinación con las autoametralladoras. Estamos muy dispersados, nos desplazamos sin cesar, ocupamos mucho volumen. El 15 de septiembre... Uno de nuestros carros, demasiado avanzado sobre una cresta, recibe un obús. Los españoles consiguen sacar del carro, que explota y arde, a cuatro de los cinco miembros del equipo, muy gravemente heridos y quemados.

El 16 de septiembre a la caída de la tarde, la sección de Campos se repliega y se instala defensivamente unida a la sección de Montoya y los carros de la 501. Minamos con cuidado los itinerarios por los cuales los Panzer alemanes pueden infiltrarse.
Antes de la caída de la noche, los alemanes entablan un ataque en toda regla. El cabo Cortés pone fuera de combate un grueso Panther a golpes de bazooka, después de un verdadero cuerpo a cuerpo con el monstruo de acero. Somos atacados por una división blindada entera. La batalla se endurece; la noche es relativamente clara, sin embargo los blindados enemigos son poco visibles al abrigo de las cubiertas y de los desfiladeros. Con medios muy superiores, los alemanes acentúan su presión. Una de nuestras orugas ha sido tocada, el sargento Díez está mortalmente herido. Dos de nuestros carros arden...
Tenemos pérdidas: tres muertos contando al sargento Díez, nueve heridos evacuados, entre ellos el subteniente Montoya. El sargento Fermín Pujol, el hermano de Pujol, Constante, ha sido muerto en Ecouché, se hace curar sobre el terreno. Se niega a dejarse evacuar y vuelve a ocupar su puesto de combate.

En la noche del 16 al 17 de septiembre, hacia las dos de la madrugada, recibimos la orden de replegarnos y volver a cruzar el Mosela antes del alba. Tenemos ante nosotros un adversario demasiado superior en medios. Los hombres están furiosos; tienen la sensación de haber entregado una victoria. Al alba, todos nos encontramos en Nomexy, en la orilla izquierda del Mosela. El enemigo no recuperará Chatel, vacío, hasta la llegada del día. Los alemanes y sobre todo sus siniestros aliados, los milicianos franceses, ejercerán crueles represalias contra los civiles que allí han quedado. Fusilarán en primer lugar al alcalde.
Desde la tarde del 18 de septiembre, orden de partida. Volvemos a Nomexy para apoyar a la subagrupación del coronel Cantarel, que ha recibido la misión de recuperar Chatel. 

El 19 por la mañana... Progresamos en marcha hacia el Este. Múltiples choques con fuerzas alemanas en repliegue. El teniente Granell lanza con mucha fuerza su destacamento al ataque. Garcés está herido.

El grueso de la División, apoyado por la aviación americana, ha ganado una gran batalla de carros en Dompaire y ha infligido una severa derrota a los alemanes... Nuestro material ha sido puesto a prueba. Nuestros efectivos se han visto reducidos a un total de 136.

El 26 de septiembre, el capitán, el jefe ayudante Campos, el sargento Pujol y el cabo Cariño López son llamados a Nancy, donde el general De Gaulle en persona les condecora. 

Cerca de dos meses, vamos a inmovilizarnos. La guerra de posiciones sucede a la guerra de movimientos. Algunos dramas, algunos ataques marcan esta larga espera. La configuración del terreno es favorable a los alemanes, que ocupan los puntos dominantes. 

El 14 de octubre, una de nuestras patrullas cae en una emboscada en el pueblo de Menarmont. Su jefe, el sargento Ramón Etarict, un catalán, un as, un hombre cultivado y valiente, y el soldado Vázquez, dos bravos entre los bravos, son muertos. El capitán va a recuperar la patrulla con tres carros ligeros y dos orugas. Al día siguiente, Etarict y Vázquez son inhumados en el pequeño cementerio vosgo de St. Maurice sur Mortagne.

Finales de octubre, la División recibe la misión de ocupar Baccarat y su región. Campos y algunos hombres atacan con bazooka un carro alemán, que se demuestra invulnerable y que responde con el cañón. Campos queda herido. A la izquierda, la sección del sargento-jefe Moreno, que ha reemplazado al subteniente Montoya, avanza con metralleta y con granadas y hace saltar un carro con bazooka. En el centro, Granell dirige al asalto a los infantes de a pie. El cabo Montaner, aislado un momento, es capturado por un grupo de alemanes; finalmente, es él quien va a entregar a sus guardianes como prisioneros.
Unos cincuenta cadáveres alemanes han quedado sobre el terreno. Nosotros tenemos también pérdidas (seis muertos, de los cuales tres de la Nueve, y trece heridos, de los cuales cinco de la Nueve). Nuestros muertos, el sargento Careno y los soldados González y Perea, han sido inhumados en el cementerio de Vacqueville.

El 3 de noviembre, el sargento Gualda descubre un documento preciso: el plan alemán de minado de todo el sector. Somos relevados por americanos. Bajo la lluvia y los obuses, abandonamos Vacqueville. Nos instalamos en la pueblo de Azerailles. La mayor parte de las casas está destruida; las otras han sido desvalijadas por los alemanes antes de su marcha.

Llueve. Pateamos en el agua. En el horizonte, percibimos en el cielo gris la línea blanquecina de los Vosgos. Ya nieva.
12 de noviembre: despertar en la nieve, hace frío.

No se prevé de inmediato ninguna misión de envergadura. El general hace partir un primer contingente de permisos para una breve ausencia, entre ellos el capitán, que no ha vuelto a ver a su familia desde la primavera de 1939, y seis suboficiales y soldados.  

EL CAMINO SOBRE ESTRASBURGO Y EL RHIN  

El 16 de noviembre por la mañana, un primer contingente de permisos se va. A las 14,15, llega la inesperada orden: la Nueve forma parte de una subagrupación a las órdenes del teniente coronel La Horie, que tiene por misión ocupar Badonvillers. La compañía reducida va a batirse durante toda la mañana contra un adversario tenaz, mordiente, sólidamente situado, bien provisto de armas. Es preciso rendir las resistencias una tras otra. En el último bastión, el coronel alemán responsable del sector se dispara una bala en la cabeza; los últimos defensores salen y se rinden.

Finalmente, Badonvilliers es tomado, inundado, ocupado. Pero la cuestión ha sido caliente, nos ha costado cara. La compañía ha perdido seis muertos y catorce heridos evacuados, la mayoría gravemente afectados. Entre los muertos, se cuentan antiguos y valerosos elementos como el sargento Bullosa, los soldados Antonio Martínez, Nicolás López...

Las secciones son puestas bajo las órdenes jóvenes suboficiales. Moreno, promovido a ayudante, ejerce las funciones de oficial adjunto.

Leclerc pone a punto su plan: rápidamente, indica a cada columna su itinerario y su misión. El 21 de noviembre por la mañana, la cabeza de columna está dispuesta desperdigarse sobre la llanurj de Alsacia. Saverne es desbordado. El camino está conquistado.

Sin dejar al enemigo tomar un respiro, Leclerc lanza lo esencial de sus fuerzas sobre Estrasburgo. La infantería americana sigue en apoyo.

El 23 de noviembre, al levantarse el día, dos agrupaciones de la División se lanzan sobre Estrasburgo por cinco itinerarios diferentes. Misión: ir adelante lo más rápidamente posible, desbordar las resistencias y ocupar el puente de Kehl, el gran paso sobre el Rhin. 10,30: la subagrupación del coronel Rouvillois entra en Estrasburgo. La sorpresa es total: los habitantes se encuentran en sus ocupaciones como un día ordinario. A través de la ciudad, Rouvillois corre a toda velocidad hacia el Rhin, franquea las exclusas y el Petit-Rhin, y llega ante Kehl. La defensa alemana se organiza... El puente salta. La División no ha podido entrar en Alemania por sorpresa. Pero Estrasburgo es conquistado y ocupado intacto... la bandera azul blanca-roja ha sido izada en la punta de la flecha de la catedral de Estrasburgo. El juramento de Koufra se ha realizado. El juramento de Koufra fue pronunciado el 2 de marzo de 1941 por el coronel Leclerc después de la toma de la célebre ciudadela italiana en el corazón del Sahara: «No nos detendremos hasta que la bandera francesa ondee sobre Metz y Estrasburgo.»  

EL INVIERNO ALSACIANO  

El capitán vuelve a la Nueve el 27 de noviembre, tras su permiso. Ha cambiado mucho. Ya no es la compañía española del principio. Se ha convertido en una compañía franco-española. Muchos de los antiguos ya no están allí: han sido muertos o gravemente heridos. La unidad ha sido probada moralmente: el recuerdo de los camaradas perdidos entristece a soldados y a cuadros; el frío sorprende duramente a estos hombres; de los cuales muchos no han conocido hasta ahora más que el sol y el calor; piensan en España, algunos piensan ir allí y reemprender el combate.

La Nueve tiene un nuevo rostro. El teniente Granell, psíquicamente afectado, dado de baja por enfermedad, ha sido sustituido por el teniente Dehen. La primera sección está mandada por el ayudante Moreno; la segunda por el sargento Calero, que pronto será sustituido por el subteniente Porteres.

De finales de noviembre a finales de diciembre de 1944, la Nueve tomará parte en una serie de encuentros en la llanura de Alsacia, entre los Vosgos y el Rhin, al sur de Estrasburgo. La toma de cada pueblo precisa combates y suscita inmediatos contraataques. La aviación alemana ha vuelto a su actividad. Surge bastante a menudo en vuelo raso y nos ametralla.

Entre las noticias recibidas, un español evadido de Alemania.

El ayudante-jefe Campos ha vuelto recientemente a la compañía. Se pensaba para él la creación de un grupo franco, conveniente a su carácter. Había desaparecido cuando el asunto de Binderheim. Formaba parte de un destacamento que operaba a nuestra derecha. Según su costumbre había partido en patrulla solitaria. No había vuelto. Debió caer en una emboscada. Nadie tendrá ya nunca noticias de él. Este misterio dará origen a una serie de leyendas. El personaje se prestaba: era un fuera de serie.

Fines de diciembre de 1944, somos relevados. La Nueve es puesta en relativo reposo, dispuesta a proseguir a la primera alerta. Hace cada vez más frío; los blindados ya no dependerán de los caminos: podrán evolucionar sobre el suelo helado.

El día 1 de enero, al advenimiento del año 1945, es digna y alegremente festejado. Sin embargo, los hombres y el material han sido duramente castigados. Muchos de los antiguos han desaparecido, muertos o heridos. La unidad necesita un buen reposo para rehacerse moralmente, psíquicamente, materialmente. Se habla de ello; y la 2ª D.B. comienza a ser relevada por una división de infantería del Primer Ejército, la antigua primera División Francesa Libre.

En la noche del 1 al 2 de enero, llega la orden de partida. Los alemanes han contraatacado a través de las Ardenas; aprovechando el mal tiempo, la niebla, la nieve, que impiden salir a los aviadores aliados, han aplastado al Ejército de Patton. El alto mando americano ha decidido rectificar su frente y evacuar Estrasburgo y la Alsacia del Norte. El general De Gaulle, Presidente del Gobierno Provisional Francés,... decide conservar Estrasburgo y Alsacia. Clásico conflicto entre el poder militar y el poder político. La 2ª D.B., que formaba parte del Ejército americano, debía obedecer sus órdenes. Pero, en su calidad de dueño del poder político de Francia, el general De Gaulle encargó al Primer Ejército Francés la defensa de Estrasburgo. Los acontecimientos le dieron la razón. Y la capital de Alsacia escapó a una reocupación que le hubiera costado cara.

En todas las localidades que atravesábamos, los habitantes, desesperados, nos acusaban de abandonarlos y traicionarlos. Estamos dispuestos para cerrar el camino a una ofensiva alemana. Tenemos que desconfiar de pequeñas unidades enemigas vestidas con uniformes americanos que operan con carros y material americanos.

El 19 de enero, orden de partida. Volvemos a Alsacia. Vamos a finalizar la liberación entre los Vosgos y el Rhin en unión con el Primer Ejército. El tiempo era espantoso: frío, nieve, hielo. Los vehículos, ruedas y cadenas, resbalaban sobre la nieve helada. Los alemanes se defienden ferozmente. 

Al día siguiente por la tarde, la Legión de la 1.° D.F.L. ataca, con el apoyo de nuestros carros y de las secciones de Moreno y Porteres. Durante la noche, la sección de Moreno, instalada en el extremo de un bosque, sufre un ataque de la infantería apoyada por tiros de artillería.

El frío aumenta; numerosos cuadros y soldados tienen los pies helados. Necesitaríamos calzado de nieve; el que ha llegado ha ido a proteger los preciosos pies del personal de los estados mayores y de los servicios. La consigna es mantenerse, liquidando la bolsa y llegar al Rhin.

El 29 de enero nos enteramos que el teniente coronel Putz ha sido muerto. La noticia apena a todo el mundo y en particular a los españoles.

Ahora conocemos una novedad: aviones alemanes de una extraordinaria velocidad, aviones a reacción; una «arma nueva» impresionante; en picado sorprenden y abaten a cada golpe un avión aliado; y sus ataques son impresionantes, las bombas nos caen encima sin que hayamos tenido tiempo de reaccionar.

El frío persiste. Alcanza 22 grados bajo cero. Todavía pies helados. La sección de Aboville se bate cuerpo a cuerpo con infantes que durante la noche se han infiltrado en el bosque. El 31 de enero, el frío ha disminuido. Igualmente, comienza a deshelar. La tragedia de los pies congelados se termina. El enemigo decrece por todas partes. Parece que se ha defendido duramente para mantener en paso sobre el último puente a través del Rhin que puede utilizar, en Mrckblsheim.

Los fusileros-marinos de la 1ª D.F.L. llegan al puente de Markblsheim sobre el Rhin. No está destruido. En seguida nos enteramos que algunos alsacianos civiles habían imposibilitado concienzudamente al capitan alemán encargado de hacerlo saltar. La orilla alemana aparece abandonada. Unico signo de vida: algunas ligeras humaredas que se escapan de los blockhaus.

El 2 de febrero, la Nueve marcha a Selestat. En esta batalla de la bolsa, ha perdido cuatro muertos, once heridos y cincuenta hombres evacuados por graves congelaciones en los pies. Cinco de sus orugas han sido puestas fuera de combate. La batalla de Alsacia ha terminado.  

EL ULTIMO ACTO  

Los grandes combates han finalizado. La Nueve se acantona en el pueblo de Vicq Sur Nahon. El capitán es encargado de una misión por el general Leclerc. El teniente Dehen le reemplaza.

La Nueve, ahora comandada por Dehen, promovido a capitán, terminará la guerra en Berghtesgaden, la ciudad santa del nazismo, en el corazón del macizo alpino.

La resistencia alemana solamente se manifiesta por los puentes destruidos. Nuestros destacamentos atraviesan a toda velocidad pueblos empavesados por banderas blancas en los tejados de todas las casas. Los soldados alemanes levantan los brazos y van a reunirse en las carreteras en largas filas de prisioneros que, sin guardianes, van tranquilamente, en buen orden, hacia la retaguardia.

El Obersalzberg, la alta planicie sobre la que los dignatarios nazis y Hitler tienen sus villas, no está intacto: ha sido bombardeado y demolido en parte por la aviación aliada.

Zapadores de la 12." Compañía van a izar en el nido de águila de Hitler, allá arriba, sobre el Kehlstein, una gran bandera tricolor que una dama de Alejandría de Egipto había bordado para el capitán Dronne, entonces en el hospital.

Es el fin. Los Ejércitos alemanes de los Alpes han capitulado; una última víctima: el subteniente Peters ha sido abatido, asesinado más exactamente, cuando remontaba una columna que acababa de rendirse.

Los voluntarios españoles de la Nueve contribuyeron a escribir una gran página de historia con su valor y su sangre. Tuvieron la gloria de entrar los primeros en París, de participar en el camino hacia Estrasburgo, y de terminar su epopeya en Berchstesgaden.

Jalonaron su itinerario con las tumbas de sus muertos. Treinta y cinco de ellos fueron muertos en combate o fallecieron por heridas. Más de sesenta fueron heridos.

Tuvieron el valor del soldado. Tuvieron también el valor cívico. La mayor parte de ellos habían sido lanzados muy jóvenes a la guerra civil española. No tenían ninguna formación profesional. No tenían oficio, solamente sabían pelear. Todos se pusieron al trabajo con ardor y corazón. Casi todos se hicieron con una situación envidiable. La mayor parte quedaron en Francia. Otros volvieron a Africa del Norte, de donde debieron marchar, obligados por los acontecimientos. Otros incluso volvieron a España, como el teniente Granen y el sargento Caballero.

Es para mí una inmensa satisfacción y un gran honor haber sido el compañero de hombres tales, y una gran alegría el volver a verles. Han guardado el recuerdo y la amistad; muchos de ellos se encuentran en el curso de una reunión anual; la Nueve continúa existiendo en las memorias.

R. D.

 **Articulo de la revista Tiempo de Historia nº 85, diciembre 1981

 

 

 

 

 

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