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Paris bien vale una jotaMartín Bernal y los aragoneses que lucharon en FranciaTardaron
años en reconocerlo abiertamente y sólo ahora van a dedicarles una
placa en París. Y es que, durate décadas, los franceses lo han
sentido como una espinita en su ‘grandeur’. Pero la historia es
la que es y, aunque tarde, termina escribiéndose en sus justos términos.
Cuando las campanas de Notre Dame anunciaron, la mañana del 25 de
agosto de 1944, que la ciudad se había librado del yugo nazi, los
parisinos que salieron a las calles a abrazar a los héroes se
llevaron una pequeña sorpresa: “Vimos llegar hacia nosotros a dos
oficiales franceses -relató, hace años, Léo Hamon, uno de los
cabecillas de la Resistencia en la capital-. Eran los primeros
oficiales franceses de uniforme que veíamos y se nos saltaron las lágrimas.
Luego fuimos a saludar a las tripulaciones de los tanques, pero no
hablaban muy bien el francés: eran republicanos españoles
alistados en la división de Leclerc”. Martín
Bernal, zaragozano, es uno de los héroes de la liberación de París,
citado en decenas de libros de memorias y de recuerdos de aquella
batalla que supuso el mazazo mortal al poderío de ¿Cómo
llega un novillero zaragozano a las puertas del París ocupado? Toda
historia tiene un principio, y la de Martín Bernal debió empezar
en 1914 ó 1915, que fue cuando nació en La Cartuja. Por aquel
entonces, el futuro barrio rural no era más que un conjunto de
casas y granjas en torno al viejo convento de frailes. Los Bernal
eran siete hermanos y, desde muy jóvenes, vivieron inmersos en la
tradición anarquista del sur de Zaragoza.
Feudo
anarquista
La
capital aragonesa era, por aquellos años, un feudo de la CNT, nada
desdeñable, incluso en comparación con Barcelona. Y en las zonas
del sur de la ciudad, la central anarquista tenía a sus militantes
más fieles. Bernal creció queriendo ser torero, practicando verónicas
y estocadas imaginarias en las eras de La Cartuja y empapándose de
la cultura anarquista. “Garcés”
llegó a ser novillero con el nombre de Larita II, pero la historia
truncó su aspiración de ser
matador de toros: en 1936 estalló la guerra y los Bernal en pleno
salieron de Zaragoza para unirse a las milicias republicanas. Martín
tendría entonces 17 ó 18 años, y cambió la muleta por el fusil
para recorrerse todos los frentes del país. Primero, en las
milicias y, luego, en el Ejército republicano. Tres años que
hicieron del joven un luchador encallecido. El
fin de la contienda le sorprendió en algún lugar de la Mancha,
antecediendo el sobrenombre de ‘Quijote’ que él, como muchos de
sus compañeros, iba a recibir en Francia. Las tropas de Franco le
apresaron, junto a los restos del Ejército republicano, y le
llevaron a un campo de concentración cercano al monasterio de
Portaceli, a pocos kilómetros de Liria, en la provincia de
Valencia. No le resultó difícil escapar del lugar y, tras dos
meses de caminatas, evitando las ciudades,
alcanzó los Pirineos y los cruzó por algún valle de Huesca
o de Lérida. Hasta
este punto, su historia es la de muchos. Una vez en Francia, en el
departamento de los Altos Pirineos, los gendarmes le detuvieron y le
internaron en un campo de concentración, junto a otros
respublicanos que huían de Franco. Allí le sorprendió el
estallido de la Segunda Guerra Mundial, por lo que, a comienzos de
1940, las autoridades francesas le dieron a elegir entra alistarse
en la Legión Extranjera o ser deportado a España. Según contó el
propio Bernal a Eduardo Pons Prades en 1973, “al principio creímos
que era una medida de presión, pero cuando nos montaron en un camión
en dirección a Canfranc, nos empezamos a poner nerviosos. Y
comprendimos que la cosa iba en serio cuando vimos asomar los
tricornios de los civiles”. ‘In
extremis’, Bernal entró, como otros republicanos, en la Legión
Extranjera y embarcó rumbo al África central. Martín Bernal
terminó de curtirse en las selvas senegalesas, por las que vagó
tres años, hasta 1942. En esa fecha, subió al norte para
participar en la Campaña de Túnez, uno de los episodios más
destacados de la contienda en el África francesa. El 9 de mayo de
1943 fue herido por primera vez en su larga vida de guerrero, aunque
ese percance no impidió que el Gobierno galo le concediese la
Medalla Colonial de la República Francesa, una de las distinciones
militares más preciadas. A
mediados de 1943, se empezó a correr, por todo el Magreb, la fama
de un mariscal temerario, rey del desierto: Philippe Leclerc. Cuando
Bernal se enteró de que el general estaba reuniendo una división
para atacar la Francia ocupada, desertó de la Legión y se enroló,
en Argel, en la Segunda División Acorazada, que pasará a la
historia con el nombre de la División Leclerc. Bernal
no fue el único español que se ofreció, entusiasmado, al general
gaullista de la “France Libre”. Le acompañaron centenares de
compatriotas convencidos de que, después de Francia, le tocaría el
turno a España. Tras una penosa travesía, la División Leclerc
llegó a Inglaterra en la primavera de 1944, donde los españoles (más
tarde conocidos como “los españoles de Leclerc”) formaron la 9ª
Compañía del Tercer Regimiento, que tendría que esperar al 1 de
agosto para desembarcar en las playas de Normandía, casi dos meses
después que los estadounidenses. Fue la única división francesa
que participó en la famosa operación bélica, y el alto mando
aliado le había asignado misiones de apoyo.
La
Novena Ya
en suelo francés, el grupo de soldados, en el que Bernal había
empezado a destacar, recibió el nombre de la “Novena”, así, en
castellano. La Novena y Bernal tuvieron su primera prueba de fuego
en la liberación del pueblo normando de Ecouché, el 16 de agosto
de 1944: su fama se estaba extendiendo en la Francia que entreabría
los ojos tras las tinieblas del nazismo. Y les precedía. El
19 de agosto, la Novena se convirtió en una de las puntas de lanza
de la División Leclerc en su avance hacia la capital, París. La
Ciudad de la Luz no era un objetivo estratégico de las tropas
aliadas, que pretendían asentarse en una amplia plataforma
continental para proyectar luego una expansión escalonada hacia
Alemania. Sin embargo, Leclerc y De Gaulle lograron convencer a los
estadounidenses de que liberar París supondría un golpe simbólico
fundamental para activar la moral de los europeos. Y la Segunda
División se puso en camino. El
día 23 de agosto, Bernal ya estaba con la Novena acampado en
Limours, a 40 kilómetros al sur de París. El 24 por la mañana,
desobedeciendo las instrucciones del alto mando aliado, Leclerc
ordenó al capitán Dronne, bajo cuya responsabilidad estaba
la Novena, que avanzara con sus hombres hacia París a toda costa.
Mientras Bernal y sus compañeros se dirigían a la Puerta de Italia
de la capital, una avioneta sobrevoló sus calles diseminando
millares de octavillas con el texto: “Tenez bon. Nous arrivons.
Leclerc” (“Resistid, que ya llegamos. Leclerc”). A
las 20.30 del 24 de agosto, Bernal cruzó la Puerta de Italia y se
convirtió en uno de los primeros soldados aliados en entrar en el
París ocupado. Los alemanes se habían hecho fuertes en los
principales edificios públicos de la ciudad, dispuestos a resistir
hasta el final. Así que, sin encontrar apenas obstáculos, los
blindados de los españoles llegaron, a las 21.22, a la Plaza del
Ayuntamiento. Bernal
destacó, en los días siguientes, en los combates callejeros para
terminar con la resistencia alemana, y así se reflejó en numerosos
informes. También ha quedado escrito en muchos libros que Bernal y
sus amigos se ganaron las simpatías de los parisinos cuando la
bandera tricolor volvió a ondear en los balcones. Eran “les
Espagnols de Leclerc”, unos héroes. El
Nido de Águila Pero
estos ‘Espagnols’, tras descansar unos días en París,
volvieron a montarse en los blindados y enfilaron rumbo a Alsacia.
La guerra no había terminado. Bernal volvió a mostrar su bravura
delante de cien tanques de la 112ª Panzerdivision nazi que les
salieron al paso. La ruta de Leclerc tenía como objetivo el llamado
Nido de Águila de Hitler, el reducto del ‘führer’ en
Berchtesgaten, en las montañas de Austria. Cuentan que el
zaragozano fue el primero en llegar y que, al irrumpir en el
despacho de Hitler, orinó en su sillón. De
regreso a Francia, ya en 1945, Bernal anduvo buscando un pueblecito,
cerca de la frontera con Suiza, donde había oído que un grupo de
españoles estaba preso en un campo de concentración. Pasó muy
cerca, pero no lo encontró. De haberlo hecho, hubiera sacado de allí
a su hermano Paco, prisionero de los nazis -junto al comunista
oscense Mariano Constante- desde 1940. El pueblecito, bucólico e
insignificante, se llamaba Mathausen. Tras
la guerra, Martín se reunió con su hermano en París y montó con
él una zapatería en un pueblo cercano a la capital. Y en Francia
vivió hasta su muerte, en 1991. El próximo 24, los parisinos lo
recordarán como el héroe que fue. El héroe maño.
Guerrilleros
y soldados Aunque
sea imposible dar una cifra totalmente segura, se cree que en
Francia combatieron unos 12.000 españoles, y que otros tantos
participaron en actividades de apoyo y propaganda. La mayor parte lo
hizo en la Resistencia, organizada en guerrillas que actuaron en dos
tercios de los departamentos franceses. Algunos grupos comenzaron a
operar en 1940, antes que la Resistencia francesa. De
las guerrillas, destacaron especialmente los llamados ‘carcasones’,
que eran republicanos españoles asentados en la ciudad de Carcasona,
en el Midi, cerca de la frontera. El histórico enclave cátaro
acogió a numerosos españoles que cruzaron la frontera al acabar la
guerra. Entre ellos, muchos aragoneses. Eduardo Pons
Prades, que pertenecía a estos ‘carcasones’, recuerda, por
ejemplo, que el cocinero de su grupo era aragonés: “Y no era una
labor nada fácil hacer menús variados para veinte y treinta
personas con los recursos de los que disponíamos”, señala. El
pasado mes de febrero, Sylvie Fabia, nieta de una exiliada española,
inauguró un monumento en el cementerio de Carcasona en memoria a
los españoles que allí murieron entre 1939 y 1940. En la lista,
figuran los siguientes aragoneses: Luisa Alloza, de Híjar; Julio López
y Perpetuo Muniesa, de Zaragoza; Antonio Nadal, de Tamarite de
Litera; Bautista Vicente Sancho, de Caspe; Mateo Til Oliván, de
Gurrea de Gállego, y Llana Toricio, de Barbastro. Sin
embargo, aunque fueron muchos los guerrilleros republicanos que
actuaron en la Francia ocupada durante la guerra, haciendo
sabotajes, labores de espionaje..., la gloria primera se la llevaron
“los españoles de Leclerc” con su entrada apoteósica en París.
Pero la historia de esta Novena compañía fue trágica: de los más
de 400 españoles que estaban integrados en ella cuando
desembarcaron en Utah Beach, apenas 20 seguían con vida cuando se
aproximaron, meses después, al temible Nido de Águila de Hitler.
Martín Bernal, aunque con una herida que le obligó a usar bastón,
como se aprecia en la imagen de la página de la izquierda, no sólo
salvó el pellejo, sino que se convirtió en héroe. Pons
Prades, que le conoció muchos años después, en 1973, cuando
preparaba su monumental libro “Republicanos españoles en la
Segunda Guerra Mundial”, lo recuerda como alguien “muy afable,
muy majo; seguramente, de los más simpáticos de entre todos sus
compañeros”. Y, aunque no regresó a Zaragoza, no pudo disimular
nunca su origen aragonés. Cuando pregunté a Pons Prades por Martín
Bernal repuso rápidamente: “¡Ah, sí, el maño!”. El novillero
de La Cartuja. *Fuente:
Heraldo de Aragón |
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