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Paris bien vale una jota

Martín Bernal y los aragoneses que lucharon en Francia

Tardaron años en reconocerlo abiertamente y sólo ahora van a dedicarles una placa en París. Y es que, durate décadas, los franceses lo han sentido como una espinita en su ‘grandeur’. Pero la historia es la que es y, aunque tarde, termina escribiéndose en sus justos términos. Cuando las campanas de Notre Dame anunciaron, la mañana del 25 de agosto de 1944, que la ciudad se había librado del yugo nazi, los parisinos que salieron a las calles a abrazar a los héroes se llevaron una pequeña sorpresa: “Vimos llegar hacia nosotros a dos oficiales franceses -relató, hace años, Léo Hamon, uno de los cabecillas de la Resistencia en la capital-. Eran los primeros oficiales franceses de uniforme que veíamos y se nos saltaron las lágrimas. Luego fuimos a saludar a las tripulaciones de los tanques, pero no hablaban muy bien el francés: eran republicanos españoles alistados en la división de Leclerc”.

Así era: los primeros carros blindados que entraron en París la noche del 24 de agosto de 1944 llevaban nombres como “Madrid”, “Don Quijote”, “Ebro”, “Teruel”... Y, en uno de ellos, famoso ya por su temeridad y valentía, iba un ex novillero que tenía por apodo taurino Larita II, en honor a un célebre diestro de la época. Su verdadero nombre era Martín Bernal, aunque todos le conocían como “Garcés”, por su segundo apellido. Su otro sobrenombre era “El Maño”.

Martín Bernal, zaragozano, es uno de los héroes de la liberación de París, citado en decenas de libros de memorias y de recuerdos de aquella batalla que supuso el mazazo mortal al poderío de

Hitler sobre Europa. “Bernal es uno de los siete u ocho nombres destacados que siempre se citan al hablar de la liberación de París”, asegura Eduardo Pons Prades, viejo militante anarquista barcelonés, que también luchó en la Resistencia francesa y ha dedicado el resto de su vida a recuperar la memoria de aquellos españoles que combatieron a los temibles ejércitos del Tercer Reich.

¿Cómo llega un novillero zaragozano a las puertas del París ocupado? Toda historia tiene un principio, y la de Martín Bernal debió empezar en 1914 ó 1915, que fue cuando nació en La Cartuja. Por aquel entonces, el futuro barrio rural no era más que un conjunto de casas y granjas en torno al viejo convento de frailes. Los Bernal eran siete hermanos y, desde muy jóvenes, vivieron inmersos en la tradición anarquista del sur de Zaragoza. 

 

Feudo anarquista

La capital aragonesa era, por aquellos años, un feudo de la CNT, nada desdeñable, incluso en comparación con Barcelona. Y en las zonas del sur de la ciudad, la central anarquista tenía a sus militantes más fieles. Bernal creció queriendo ser torero, practicando verónicas y estocadas imaginarias en las eras de La Cartuja y empapándose de la cultura anarquista.

“Garcés” llegó a ser novillero con el nombre de Larita II, pero la historia truncó su aspiración de  ser matador de toros: en 1936 estalló la guerra y los Bernal en pleno salieron de Zaragoza para unirse a las milicias republicanas. Martín tendría entonces 17 ó 18 años, y cambió la muleta por el fusil para recorrerse todos los frentes del país. Primero, en las milicias y, luego, en el Ejército republicano. Tres años que hicieron del joven un luchador encallecido.

El fin de la contienda le sorprendió en algún lugar de la Mancha, antecediendo el sobrenombre de ‘Quijote’ que él, como muchos de sus compañeros, iba a recibir en Francia. Las tropas de Franco le apresaron, junto a los restos del Ejército republicano, y le llevaron a un campo de concentración cercano al monasterio de Portaceli, a pocos kilómetros de Liria, en la provincia de Valencia. No le resultó difícil escapar del lugar y, tras dos meses de caminatas, evitando las ciudades,  alcanzó los Pirineos y los cruzó por algún valle de Huesca o de Lérida.

Hasta este punto, su historia es la de muchos. Una vez en Francia, en el departamento de los Altos Pirineos, los gendarmes le detuvieron y le internaron en un campo de concentración, junto a otros respublicanos que huían de Franco. Allí le sorprendió el estallido de la Segunda Guerra Mundial, por lo que, a comienzos de 1940, las autoridades francesas le dieron a elegir entra alistarse en la Legión Extranjera o ser deportado a España. Según contó el propio Bernal a Eduardo Pons Prades en 1973, “al principio creímos que era una medida de presión, pero cuando nos montaron en un camión en dirección a Canfranc, nos empezamos a poner nerviosos. Y comprendimos que la cosa iba en serio cuando vimos asomar los tricornios de los civiles”.

‘In extremis’, Bernal entró, como otros republicanos, en la Legión Extranjera y embarcó rumbo al África central. Martín Bernal terminó de curtirse en las selvas senegalesas, por las que vagó tres años, hasta 1942. En esa fecha, subió al norte para participar en la Campaña de Túnez, uno de los episodios más destacados de la contienda en el África francesa. El 9 de mayo de 1943 fue herido por primera vez en su larga vida de guerrero, aunque ese percance no impidió que el Gobierno galo le concediese la Medalla Colonial de la República Francesa, una de las distinciones militares más preciadas.

A mediados de 1943, se empezó a correr, por todo el Magreb, la fama de un mariscal temerario, rey del desierto: Philippe Leclerc. Cuando Bernal se enteró de que el general estaba reuniendo una división para atacar la Francia ocupada, desertó de la Legión y se enroló, en Argel, en la Segunda División Acorazada, que pasará a la historia con el nombre de la División Leclerc.

Bernal no fue el único español que se ofreció, entusiasmado, al general gaullista de la “France Libre”. Le acompañaron centenares de compatriotas convencidos de que, después de Francia, le tocaría el turno a España. Tras una penosa travesía, la División Leclerc llegó a Inglaterra en la primavera de 1944, donde los españoles (más tarde conocidos como “los españoles de Leclerc”) formaron la 9ª Compañía del Tercer Regimiento, que tendría que esperar al 1 de agosto para desembarcar en las playas de Normandía, casi dos meses después que los estadounidenses. Fue la única división francesa que participó en la famosa operación bélica, y el alto mando aliado le había asignado misiones de apoyo.

La Novena

Ya en suelo francés, el grupo de soldados, en el que Bernal había empezado a destacar, recibió el nombre de la “Novena”, así, en castellano. La Novena y Bernal tuvieron su primera prueba de fuego en la liberación del pueblo normando de Ecouché, el 16 de agosto de 1944: su fama se estaba extendiendo en la Francia que entreabría los ojos tras las tinieblas del nazismo. Y les precedía.

El 19 de agosto, la Novena se convirtió en una de las puntas de lanza de la División Leclerc en su avance hacia la capital, París. La Ciudad de la Luz no era un objetivo estratégico de las tropas aliadas, que pretendían asentarse en una amplia plataforma continental para proyectar luego una expansión escalonada hacia Alemania. Sin embargo, Leclerc y De Gaulle lograron convencer a los estadounidenses de que liberar París supondría un golpe simbólico fundamental para activar la moral de los europeos. Y la Segunda División se puso en camino.

El día 23 de agosto, Bernal ya estaba con la Novena acampado en Limours, a 40 kilómetros al sur de París. El 24 por la mañana, desobedeciendo las instrucciones del alto mando aliado, Leclerc  ordenó al capitán Dronne, bajo cuya responsabilidad estaba la Novena, que avanzara con sus hombres hacia París a toda costa. Mientras Bernal y sus compañeros se dirigían a la Puerta de Italia de la capital, una avioneta sobrevoló sus calles diseminando millares de octavillas con el texto: “Tenez bon. Nous arrivons. Leclerc” (“Resistid, que ya llegamos. Leclerc”).

A las 20.30 del 24 de agosto, Bernal cruzó la Puerta de Italia y se convirtió en uno de los primeros soldados aliados en entrar en el París ocupado. Los alemanes se habían hecho fuertes en los principales edificios públicos de la ciudad, dispuestos a resistir hasta el final. Así que, sin encontrar apenas obstáculos, los blindados de los españoles llegaron, a las 21.22, a la Plaza del Ayuntamiento.

Bernal destacó, en los días siguientes, en los combates callejeros para terminar con la resistencia alemana, y así se reflejó en numerosos informes. También ha quedado escrito en muchos libros que Bernal y sus amigos se ganaron las simpatías de los parisinos cuando la bandera tricolor volvió a ondear en los balcones. Eran “les Espagnols de Leclerc”, unos héroes.

 

El Nido de Águila

Pero estos ‘Espagnols’, tras descansar unos días en París, volvieron a montarse en los blindados y enfilaron rumbo a Alsacia. La guerra no había terminado. Bernal volvió a mostrar su bravura delante de cien tanques de la 112ª Panzerdivision nazi que les salieron al paso. La ruta de Leclerc tenía como objetivo el llamado Nido de Águila de Hitler, el reducto del ‘führer’ en Berchtesgaten, en las montañas de Austria. Cuentan que el zaragozano fue el primero en llegar y que, al irrumpir en el despacho de Hitler, orinó en su sillón.

De regreso a Francia, ya en 1945, Bernal anduvo buscando un pueblecito, cerca de la frontera con Suiza, donde había oído que un grupo de españoles estaba preso en un campo de concentración. Pasó muy cerca, pero no lo encontró. De haberlo hecho, hubiera sacado de allí a su hermano Paco, prisionero de los nazis -junto al comunista oscense Mariano Constante- desde 1940. El pueblecito, bucólico e insignificante, se llamaba Mathausen.

Tras la guerra, Martín se reunió con su hermano en París y montó con él una zapatería en un pueblo cercano a la capital. Y en Francia vivió hasta su muerte, en 1991. El próximo 24, los parisinos lo recordarán como el héroe que fue. El héroe maño.

Guerrilleros y soldados

Aunque sea imposible dar una cifra totalmente segura, se cree que en Francia combatieron unos 12.000 españoles, y que otros tantos participaron en actividades de apoyo y propaganda. La mayor parte lo hizo en la Resistencia, organizada en guerrillas que actuaron en dos tercios de los departamentos franceses. Algunos grupos comenzaron a operar en 1940, antes que la Resistencia francesa.

De las guerrillas, destacaron especialmente los llamados ‘carcasones’, que eran republicanos españoles asentados en la ciudad de Carcasona, en el Midi, cerca de la frontera. El histórico enclave cátaro acogió a numerosos españoles que cruzaron la frontera al acabar la guerra. Entre ellos, muchos aragoneses.

Eduardo Pons Prades, que pertenecía a estos ‘carcasones’, recuerda, por ejemplo, que el cocinero de su grupo era aragonés: “Y no era una labor nada fácil hacer menús variados para veinte y treinta personas con los recursos de los que disponíamos”, señala. El pasado mes de febrero, Sylvie Fabia, nieta de una exiliada española, inauguró un monumento en el cementerio de Carcasona en memoria a los españoles que allí murieron entre 1939 y 1940. En la lista, figuran los siguientes aragoneses: Luisa Alloza, de Híjar; Julio López y Perpetuo Muniesa, de Zaragoza; Antonio Nadal, de Tamarite de Litera; Bautista Vicente Sancho, de Caspe; Mateo Til Oliván, de Gurrea de Gállego, y Llana Toricio, de Barbastro.

Sin embargo, aunque fueron muchos los guerrilleros republicanos que actuaron en la Francia ocupada durante la guerra, haciendo sabotajes, labores de espionaje..., la gloria primera se la llevaron “los españoles de Leclerc” con su entrada apoteósica en París. Pero la historia de esta Novena compañía fue trágica: de los más de 400 españoles que estaban integrados en ella cuando desembarcaron en Utah Beach, apenas 20 seguían con vida cuando se aproximaron, meses después, al temible Nido de Águila de Hitler. Martín Bernal, aunque con una herida que le obligó a usar bastón, como se aprecia en la imagen de la página de la izquierda, no sólo salvó el pellejo, sino que se convirtió en héroe.

Pons Prades, que le conoció muchos años después, en 1973, cuando preparaba su monumental libro “Republicanos españoles en la Segunda Guerra Mundial”, lo recuerda como alguien “muy afable, muy majo; seguramente, de los más simpáticos de entre todos sus compañeros”. Y, aunque no regresó a Zaragoza, no pudo disimular nunca su origen aragonés. Cuando pregunté a Pons Prades por Martín Bernal repuso rápidamente: “¡Ah, sí, el maño!”. El novillero de La Cartuja.

*Fuente: Heraldo de Aragón

 

 

 

 

 

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