La Casa del Hada

        ROBERT BRESSON, de la luz a las tinieblas

                              
por Alberto Ramos

Aunque el encuentro definitivo con la obra completa de Bresson es todav�a una asignatura pendiente entre nosotros, la breve muestra del director franc�s que ha programado el festival de La Habana es una ocasi�n excepcional para acercarse de nuevo a uno de los m�s fascinantes paradigmas de grandeza que ha conocido el cine e introducir a los que a�n la desconocen en una obra dif�cil y esquiva, pero al final invariablemente generosa con la sensibilidad del espectador m�s exigente.

Ubicar a Bresson entre los �viejos� de la Nueva Ola (Tati, Melville, Franju, Becker) apenas sirve para cumplir una obligaci�n insoslayable en cualquier cronolog�a. No fue una figura m�s o menos innovadora, sino el creador de un sistema conceptual que revis� a fondo la esencia audiovisual del cine, a su modo de ver contaminada desde los or�genes por una malsana teatralidad que le es ajena, lo cual fue suficiente para confinarlo al ostracismo, voluntario pero propicio, desde donde pudo entregarnos, con s�lo trece filmes rodados en cuarenta a�os, una de las contribuciones m�s influyentes en la historia del cine moderno. Pues aunque su soledad, alimentada por una incomprensi�n que a�n persiste, hizo que su obra se enfocase al inicio de manera dispersa y unilateral, sin atender a la admirable cohesi�n que interrelaciona los temas que siempre le obsesionaron del entramado formal en que quedan expuestos, el no crear escuela le ha asegurado parad�jicamente una gozosa e indefinida permanencia. Su huella no cesa de reconocerse de una u otra manera en todas las generaciones que le han seguido: Tarkovski, Straub, Erice, Doillon, Schrader, Yanagimachi, Egoyan, Sokurov, Assayas, Hartley, Kaurism�ki, Tarr, Omirbaev...

Toda su obra se centra en unos pocos temas: la posibilidad de redenci�n en un mundo b�rbaro y hostil, la soledad y el sufrimiento de los inocentes, el conflicto entre predestinaci�n y libre albedr�o. Su carrera recorre el camino inverso a la promesa cristiana: va de la luz a las tinieblas, de la esperanza que se anuncia al final de Diario de un cura rural, cuando sobre una humilde cruz que llena la pantalla se anuncia como en una epifan�a �Todo es gracia�, hasta el desesperado pesimismo que testimonian sus �ltimos filmes, donde el Mal se impone con la fuerza de un destino inexorable. No hay m�s que remitirse al t�tulo de su pen�ltimo filme, extra�do de una conversaci�n an�nima que se escucha en un �mnibus. Alguien comenta: �No culpen al gobierno, estamos manejados por las masas. En otras palabras, por nosotros mismos�. Otra voz insiste: �En el fondo, qui�n nos gu�a?� . �Fuerzas oscuras� es la respuesta y otro concluye �El diablo, probablemente�.

En sus dos primeros filmes, Los �ngeles del pecado y Las damas del bosque de Bolonia, Bresson se mantuvo a�n dentro del canon vigente del cine franc�s: exquisitas adaptaciones (Cocteau, Giradoux), fotograf�a refinada, actores famosos (Maria Casar�s). A partir de Diario de un cura rural sobrevino una r�pida ruptura con estas premisas. Pronto emerge el estilo que identificar� a su cine en lo adelante, con el cual estos temas hallar�n el tratamiento id�neo para ser expresados. Para decirlo con sus propias palabras: �Esperaba hacer un filme sobre objetos, que al mismo tiempo tendr�an un alma. Esto es, llegar a lo �ltimo a trav�s de lo primero�. Prescinde de actores profesionales, entrena a sus int�rpretes �los llama �modelos�- hasta aniquilar todo rastro de actuaci�n en el sentido convencional, convirti�ndolos en aut�matas carentes de emoci�n, con una dicci�n neutra, lineal; minimiza los movimientos de c�mara y los sustituye por una prodigiosa sucesi�n de planos cortos que encuadran con minuciosidad objetos aislados, espacios vac�os, partes del cuerpo humano; independiza el sonido de la imagen, y llega al punto de negarla y reemplazarla por aquel. Los di�logos se vuelven escasos mientras el silencio adquiere un considerable valor expresivo; sus filmes son verdaderas partituras de efectos sonoros registrados en su mayor pureza, donde la m�sica (Monteverdi, Bach, Lully, Purcell) casi siempre evoca la presencia de lo divino. Su estilo de edici�n, que se ha hecho famoso por la absoluta precisi�n y el ritmo casi hipn�tico que logra, abunda en elipsis sorprendentes, donde la acci�n se comprime, las transiciones se violentan y el cl�max queda resumido con una escueta alusi�n. Y sin embargo, la radical heterodoxia de su m�todo conduce a los resultados m�s extraordinarios en tanto que la propuesta se traduce muchas veces en su contrario: minimalismo-plenitud, fragmentaci�n-integralidad, inexpresividad-emoci�n, laconismo-densidad, atenci�n al detalle externo-profundidad, confinamiento f�sico-libertad del esp�ritu, naturalismo-abstracci�n, todo lo cual viene a ser como segmentos de un solo motivo central: la fecunda y misteriosa dicotom�a entre inmanencia y trascendencia.

Volver a este cine es imprescindible. Al encuentro de Bresson, ese �loco de Dios� (1Cor 4:10), como una vez lo llam� Tarkovski coloc�ndolo junto a Bach y Miguel Angel entre los m�s grandes poetas del esp�ritu, vamos persuadidos por el magisterio fundador y vivificante de los cl�sicos.

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