La Casa del Hada
                                 BU�UEL, HETERODOXO

               
                    Por Alberto Ramos



          Las herej�as que debemos temer, son las que pueden confundirse con la ortodoxia
                                              Los te�logos, Jorge Luis Borges 


Luis Bu�uel sostuvo impenitente su fama de anticlerical a lo largo de cincuenta a�os de carrera como cineasta. A fin de cuentas la cr�tica al cristianismo, vinculado hist�ricamente a toda la cultura occidental donde se desenvuelve su obra, forma parte de la revuelta contra los estamentos esenciales del modo de vida burgu�s (familia, patria y religi�n) que anim� a la vanguardia de su juventud espa�ola y parisiense a protagonizar el esc�ndalo de las atrocidades surrealistas, que en el cine quedaron asociadas para siempre a Un perro andaluz y La Edad de Oro, dos disparos a quemarropa a la susceptibilidad de una burgues�a confiada y satisfecha, que no tuvieron otro heredero sino al propio Bu�uel, tras quince a�os de silencio en un exilio solitario y azaroso.

Trat�ndose del realizador hispano, sin embargo, resumir su posici�n hacia la religi�n en t�rminos tan simples deja muchas dudas por el camino. Personalidad que se defini� a s� mismo como contradictoria por naturaleza y vocaci�n, uno encuentra que su vida y obras est�n marcadas por toda suerte de aparentes disparidades. Apenas pudo rodar en su pa�s natal, pero su obra es tan raigalmente espa�ola como la de Goya, Quevedo y Valle-Incl�n, sus ilustres predecesores; modelo de burgu�s en privado, sus filmes son una muestra del m�s apasionado esp�ritu revolucionario, que desata su furia hacia los poderes establecidos proyectando una peculiar visi�n de la libertad, el erotismo, las represiones, la ambig�edad e irracionalidad de las conductas humanas y el inabarcable misterio que rodea cada momento de nuestra existencia. En este sentido, m�s que al paranoico esposo de �l con quien Bu�uel gustaba identificarse, la ambivalencia del director hace recordar a Sev�rine, la respetable burguesa que se prostituye secretamente en Bella de d�a.

Bu�uel cont� con una educaci�n cat�lica en la m�s tradicional ortodoxia. Conserv� siempre un buen recuerdo de los nueve a�os con los jesuitas del colegio de Zaragoza, donde su destacado rendimiento escolar (sobresaliente en Religi�n!) corri� parejo al peor comportamiento. Seg�n el realizador, a esa �poca se remonta su abandono de la fe. Por lo que comenta en sus memorias, aquella decisi�n estuvo fundada en razonamientos ingenuos y apasionados, de una l�gica elemental, propios de las t�picas crisis existenciales de la adolescencia, pero que el director conserv� invariables hasta el final de su vida y de los que un ejemplo famoso es su declaraci�n de �ateo, gracias a Dios�. Lleg� a ser admitido en la Congregaci�n Mariana al a�o siguiente de su ingreso en el colegio y, parad�jicamente, su admiraci�n hacia la Virgen no lo abandon� nunca m�s. Cuando en otros casos se permiti� los comentarios m�s mordaces sobre una supuesta desigualdad en el status moderno que han alcanzado las distintas figuras de la Trinidad, Bu�uel confiesa �pero no quiere decir que una ceremonia en honor de la Virgen, con las novicias en sus h�bitos blancos y su aspecto de pureza, no pueda conmoverme profundamente�, para concluir luego ��C�mo puedo negar que estoy marcado culturalmente, espiritualmente, por la religi�n cat�lica?. Esta �devoci�n� hacia la liturgia mariana fue m�s all� de la fascinaci�n hacia el entorno cultural asociado al fen�meno religioso, pues la imagen de Mar�a aflor� hasta en los sue�os del cineasta, quien como buen surrealista les conced�a una enorme importancia. Habla Bu�uel: �Vi de pronto a la Virgen Sant�sima inundada de luz que me tend�a dulcemente las manos. Presencia fuerte, indiscutible. Ella me hablaba a m�, siniestro descre�do, con toda la ternura del mundo, con un fondo de m�sica de Schubert que yo o�a claramente. En La v�a L�ctea trat� de reconstituir esta imagen, pero all� no tiene la fuerza de convicci�n inmediata que pose�a en mi sue�o�.

Tampoco el paso de tiempo dej� intacto su rechazo al orden religioso. A pesar de la vehemencia de sus declaraciones, al final de su vida Bu�uel se mostr� m�s comprensivo de lo que pudiera creerse en este aspecto. Habi�ndose referido a Jes�s con im�genes consideradas por muchos como blasfemas (en La Edad de Oro se ve a Cristo salir del castillo de Sade luego de una bacanal y volverse lascivamente para requerir a una hermosa joven que pasa junto a �l; en Viridiana hay una recreaci�n de La �ltima Cena en que un mendigo achacoso y abyecto, ciego por dem�s, ocupa el sitio de Jes�s), cuando la figura de Cristo aparece en La V�a L�ctea, por segunda y �ltima vez en toda su obra, el acercamiento es respetuoso y desprejuiciado. All� se muestra a un Cristo muy carnal, que r�e, corre, equivoca el camino y que predica con suprema sencillez, sin el tono admonitorio y elevado que en ocasiones le atribuye la iconograf�a tradicional como parte de la l�gica consustancial a su naturaleza divina..

Cuenta Pedro Miguel Lamet sobre la �ltima vez que vi� a Bu�uel, que aquel estaba sentado con un grupo de jesuitas bebiendo whisky y alguien le dijo�Don Luis, est� Ud. como el anticlerical Don Lope de Tristana: al final tomando chocolate entre los curas. Lejos de una capitulaci�n forzada por los a�os, m�s sensato ser�a afirmar que el incidente es otra prueba de que Bu�uel, fascinado como estaba por el misterio de la fe religiosa, nunca estuvo en contra de esta, aunque tampoco la compartiese. Sus diatribas se concentraban en las imperfecciones del aparato eclesi�stico, iban dirigidas hacia la instituci�n humana que m�s de una vez en la historia dio ocasi�n a sus detractores y enemigos para crear a su alrededor una leyenda negra cuya repercusi�n ha alcanzado vastos sectores sociales (y en especial a la intelectualidad) hasta hoy d�a. Pero su actitud hacia la fe y los que la profesaban con devoci�n aut�ntica no pod�a ser m�s considerada, tanto en la vida como en sus filmes. Bu�uel tuvo entre sus amigos a muchos sacerdotes. El m�s cercano fue el padre Arteta, s.j., cuya aparici�n durante los rodajes provocaba invariablemente que el director interrumpiera su trabajo para saludarlo. Asimismo, durante la larga enfermedad que termin� con su muerte, el director fue visitado a diario por un cura amigo suyo. Seguramente se trataba del padre Juli�n, aquel dominico moderno al que se refiere en sus memorias, quien resumi� un d�a el poderoso influjo del magisterio �negativo� del director en cuestiones de religi�n con estas palabras: �Antes de conocerlo, hab�a veces en que sent�a vacilar mi fe. Desde que hablamos juntos, se ha reafirmado�.

En sus filmes Bu�uel se mostraba punto menos que quisquilloso en cuanto a la autenticidad de los detalles, en especial aquellos relacionados directamente con la praxis religiosa, por lo cual le molestaba mucho la ligereza de los cr�ticos que lo acusaban de inexacto e irresponsable, llegando al extremo de interpretar como imp�as ciertas im�genes donde no hab�a en principio ninguna intenci�n blasfema. En Viridiana, por ejemplo, Fernando Rey abre la tapa de un reloj con una navaja cuya empu�adura es un crucifijo, objeto corriente en Espa�a que el director hab�a comprado de pasada en un bazar. Al final de la misma pel�cula, una corona de espinas lanzada al fuego fue vista como un gesto execrable por los que ignoraban que seg�n la liturgia m�s ortodoxa cuando un objeto sagrado no tiene uso, no se le debe arrojar a la basura o venderlo, sino quemarlo. En Sim�n del desierto el santo anacoreta es tentado por el diablo disfrazado de Jes�s (Silvia Pinal), siendo riguroso que en los primeros tiempos del cristianismo [donde se ubica la pel�cula] el demonio se aparec�a bajo la forma de Cristo. En La v�a L�ctea la escritura del gui�n se extendi� a varias semanas de interminables discusiones sobre teolog�a, inspiradas por la lectura de Historia de los heterodoxos espa�oles, de Men�ndez y Pelayo y el Diccionario de las herej�as del abate Pluquet. Todas las situaciones que se suceden en la pel�cula se apoyan en la autenticidad testimonial del enjundioso tratado de Men�ndez y Pelayo. En cualquier caso, nadie niega que se trate de im�genes fuertes e ins�litas, pero el director tiene todo el derecho de emplearlas y adem�s, por qu� desconocer sus razones (claramente expuestas en varias entrevistas), si est� bien claro que Bu�uel puede resultar ambiguo, pero nunca falso o manipulador?

La carrera de Bu�uel comenz� con la denuncia surrealista enfilada a ridiculizar los valores osificados de una burgues�a reaccionaria, apegada a las viejas glorias de siglos anteriores. En La Edad de Oro, cuando la c�mara regresa sobre los arrecifes donde antes se ve�a a unos obispos descansando, s�lo quedan los esqueletos de los prelados. El hurac�n de pasi�n que acaba de pasar, ha arrasado tambi�n con la oposici�n del clero al ardiente frenes� de los amantes y su rom�ntica reivindicaci�n de un amor cuya libertad no conoce obst�culos. Durante la etapa mexicana siempre hubo alusiones mas o menos �cidas a la religi�n, especialmente con la presencia nada ejemplar de algunos sacerdotes. Involuntariamente esto se prest� a establecer un c�modo estereotipo negativo que el cine no consigui� superar en largo tiempo y a�n persiste en nuestros d�as.

Hacia el final de su carrera, sin embargo, se hacen m�s consistentes y reveladores sus pronunciamientos sobre la religi�n, espec�ficamente en filmes como Nazar�n, Viridiana, Sim�n del desierto y La v�a L�ctea. El primero de ellos es considerado por algunos defensores a ultranza de Bu�uel como el filme que mejor refleja la misi�n evang�lica del sacerdote en toda la historia del cine. Realizado en 1959, hoy parecer�a que su director se estaba haciendo eco de los preparativos para el Concilio Vaticano II, cuyo primer anuncio se promulg� en enero de ese a�o y donde Juan XXIII llama la atenci�n de todos nuestros hijos para que, con la colaboraci�n de la Iglesia, se capacite esta cada vez m�s para solucionar los problemas del hombre contempor�neo. Nazar�n es un cura de pueblo que opta por una existencia sui generis. Se aparta de la vida comunitaria tradicional, convirti�ndose en lo que hoy d�a calificar�amos como un sacerdote freelance, que primeramente vive de misas pagadas, en medio de gente pobre y marginal (ladrones, prostitutas, mendigos) y luego, ante el rechazo de aquellos, decide peregrinar al encuentro providencial de la oportunidad para hacer el bien en medio de aquel universo tan hostil. La opci�n de Nazar�n por los pobres es clara, pero la realidad tal parece empe�ada en desalentarlo, como subrayando que su gesto en solitario no puede ser atendido por un mundo donde ni la Iglesia ni los pobres est�n preparados para actuar en consecuencia. Los �olvidados� a cuyo encuentro se dirige no entienden su actitud, que mezcla comprensi�n y solidaridad con un juicio pragm�tico y severo, que va rectamente a un cristianismo esencial, lleno de espiritualidad y para nada concuerda con la imagen oficial del sacerdote. Un paso tras otro, el proyecto de Nazar�n parece terminar siempre condenado al fracaso. Si alberga a una prostituta en su casa, es acusado de proteger una delincuente y lo expulsan del lugar. Si pide trabajo, tiene que enfrentar el recelo de los que temen la competencia, a tal punto que el episodio termina en una violenta refriega. Cuando trata de administrar los sacramentos a una moribunda, esta lo rechaza y clama por su amante. La incomprensi�n parte del propio seno de la instituci�n a la que pertenece, como lo demuestra la escena en que Nazar�n invoca la preeminencia de la dignidad humana para protestar ante el trato humillante a un humilde pe�n por parte de un militar y al o�rlo, el cura que acompa�a a este �ltimo confunde a Nazar�n con un estrafalario predicador ambulante venido de Norteam�rica. El clero lo considera un rebelde peligroso, cuyo ejemplo socava el prestigio de la Iglesia. V�ase lo que le dice un prelado al infeliz Nazar�n, cuyos infortunios terminan llev�ndolo a prisi�n hacia el final de la pel�cula: Por lo menos deb�ais reconocer todas vuestras imprudencias, todas vuestras locuras...Creo que tienen raz�n al decir que sois un anticonformista, un esp�ritu rebelde. No s� si podr�n haceros ver la realidad, haceros comprender que vuestro modo de vestir est� en contradicci�n con el de un sacerdote y ofende a la Iglesia a la que dec�s amar y obedecer...La pel�cula cierra con una de las salidas t�picas de Bu�uel, que tensa y enfrenta siempre los extremos para comunicar una extra�a y convincente sensaci�n de realismo. Poco despu�s que Nazar�n trata de convertir al preso que lo ha defendido y este lo rechaza, resumiendo su fracaso con estas palabras: Su vida pa� qu� sirve. Ud. por su lado y yo por el m�o. Ninguno de los dos servimos para nada, una mujer se acerca a Nazar�n, que parte con el grupo de prisioneros, y le ofrece una fruta. Luego de dudar un momento ante aquel inesperado acto de caridad, el sacerdote acepta finalmente.

Si Nazar�n encarna las angustias de la voz que clama en el desierto material y moral de la contemporaneidad, Viridiana sigue la misma l�nea para centrarse en el parad�jico destino del cristiano que idealiza su misi�n entre los hombres, sin advertir que la misericordia requiere discernimiento y no s�lo una disposici�n mec�nica e irresponsable a actuar, partiendo de una justificaci�n intr�nseca por las obras. Viridiana es una novicia obligada por las circunstancias a regresar al mundo secular, pero que a su retorno intenta trasladar a este los esquemas, h�bitos y pr�cticas propios del convento. Paso a paso ir� fracasando en su cruzada evangelizadora, que no sin candorosa soberbia, se empe�ar� en llevar hasta extremos quijotescos cuando traiga a vivir con ella un grupo de mendigos, a los que intenta rehabilitar. Los pordioseros terminan rebel�ndose, invaden la casa y cometen toda clase de excesos, que culminan en la famosa parodia de la Ultima Cena. El contraste resulta tan intenso porque Bu�uel no idealiza ninguno de los bandos. Los mendigos son mostrados con un naturalismo brutal: viles, ego�stas, ignorantes, ladrones, mentirosos, tarados, malintencionados, de una sensualidad bestial. La ciega beater�a de Viridiana la compulsa a ignorar esa realidad, empuj�ndola al rid�culo en cada momento. El primo, interpretado por Paco Rabal, encarna la sensatez que contempla con sorna el torpe desenvolvimiento de Viridiana. Al final, ella se examina ante el espejo, descubre que es un ser humano y que la santidad no puede ser una meta. Acepta su lugar entre los hombres y toca a la puerta del primo.

Otra soluci�n hacia una vida cristiana coherente se cuestiona en Sim�n del desierto. Se trata de San Sime�n el Estilita, un monje ermita�o en la Siria del siglo IV, que vivi� cuarenta a�os predicando desde una columna. La excentricidad del personaje subraya su voluntaria automarginaci�n del mundo, de los hombres cuya molesta insistencia lo distrae en su di�logo con Dios. Bu�uel lo a�sla en la columna para estudiarlo con curiosidad de entom�logo, como lo hizo con Arturo de C�rdova, el marido celoso de �l. Sim�n es tentado constantemente por el diablo, bajo la forma de una ni�a, un monje o el propio Jes�s. Lo salva su simplicidad, su ausencia de malicia, pero la soledad lo convierte en una figura risible, que desvar�a en medio del aburrimiento, de una santidad equ�voca, contraproducente porque parte de un presupuesto ego�sta. Los milagros que obra apenas tienen repercusi�n entre los fieles, se les acepta con una decepcionante indiferencia, propia de los esp�ritus endurecidos por la ignorancia.

En estos tres filmes Bu�uel sintetiza una inquietud fundamental de su cine: el desajuste, la falta de sinton�a entre el mundo y la Iglesia, encarnada en las figuras de un sacerdote, una ex-novicia y un santo. Lo hace con iron�a impregnada de ese humor socarr�n y torcido que ha llevado a acu�ar el t�rmino �bu�uelesco� para referirse a su obra, pero en el fondo es comprensivo y amable, consciente de las flaquezas humanas que la hipocres�a de muchos no quiere ver. Lo que dice al respecto de Viridiana puede extenderse al resto de los filmes: En Viridiana pongo un espejo frente a la vida. Los cr�ticos dicen que la pel�cula est� llena de amargura. No soy amargo. No soy c�nico. Al contrario. Veo con afecto a todos en Viridiana. Uno es bueno, otro no es tan bueno. Otro es mezcla de bueno y malo. Los quiero a todos. Quiero a la gente y la muestro tal como es porque la amo.

En 1969, Bu�uel film� una especie de compendio de su visi�n sobre la religi�n cristiana, ofrecida desde la perspectiva de sus detractores. El filme se llam� La v�a L�ctea y toma como pretexto el viaje de dos peregrinos a Santiago de Compostela en la �poca actual para recrear en una serie de vi�etas que se suceden a lo largo del camino, algunas de las principales cuestiones relativas a la fe que han dado pie a las herej�as. Es un filme un tanto desconcertante por su estructura, el primero en el que Bu�uel se aparta de la unidad de espacio y tiempo caracter�stica del relato lineal, y por si fuera poco, se embarca en cuestiones teol�gicas bastante arduas y distantes de la sensibilidad moderna. Seis son las herej�as que dan lugar a episodios donde campean el humor y el absurdo: las relativas al misterio de la eucarist�a, de la doble naturaleza de Cristo y de la Trinidad, por un parte y la aparici�n del Mal, la libertad de la gracia y los misterios relacionados con Mar�a, del otro lado. El filme, como siempre, dio lugar a las reacciones m�s encontradas. El propio Bu�uel comenta encantado que Carlos Fuentes ve�a en ella una pel�cula combativa, antirreligiosa, mientras que Julio Cort�zar lleg� a decir que la pel�cula estaba pagada por el Vaticano. A un Bu�uel indiferente ante una u otra posici�n, lo que le interesaba era mostrar los extremos a los que puede conducir la fe, no en individuos y situaciones singulares al estilo de los tres filmes anteriores, sino en un contexto m�s amplio donde la religi�n se manifiesta como una poderosa fuerza social.

Puede parecer una paradoja, no ser�a nada extra�o trat�ndose de Bu�uel, pero el ateo convicto y confeso dej� para el cine un pu�ado de pel�culas que han promovido como pocas la pol�mica en torno a la religi�n, de alguna manera han dejado ver con lucidez, pero sin mala fe, sus debilidades y en algunos casos incluso, no han hecho sino anticiparse a cambios conceptuales y estructurales que han terminado por imponerse con el paso del tiempo. Digamos que ese alucinante fervor con que los herejes defend�an su verdad hasta el martirio, ha sido en su caso una especie de tributo involuntario al enaltecimiento de una fe pura, aut�ntica y renovada.

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