La Bicicleta de Frances


TOMÁS MORO



UTOPÍA
Los libros sobre lugares idílicos suelen responder a un malestar social que lleva al escritor a desahogarse organizando sociedades imaginarias según su gusto. Evidentemente la “Utopía ” de Tomás Moro no inaugura este género literario, pero sí crea el término utilizado a partir de entonces para designar a este tipo de elucubraciones.
Convencido de que el problema radica en el hombre (pecado original o como quieran denominarlo los no creyentes; lo que está claro es que algo en nuestro interior nos inclina al mal), y que por tanto ni ahora ni nunca será posible el Paraíso en la tierra, uno lee estas historias con descreído escepticismo. Esos supuestos sistemas perfectos, aunque casi siempre bien intencionados, terminan siendo aún más aberrantes y opresivos que los reales. Buscando la Nueva Jerusalén dan forma a asfixiantes engendros totalitarios habitados por zombis, esclavos de los ideales del sesudo pensador. Y eso ya en la pura teoría, sin necesidad de ponerlos en práctica
La población inventada por Moro no es, desde luego, tan monstruosa como la de otros cultivadores de la utopía. Su isla todavía se percibe habitada por hombres pensantes y no por autómatas. Sin embargo, no escapa de errores típicos como el de echarle la culpa de todo al capital, cual bruja Avería, o el abogar por la distribución de los bienes y la abolición de la propiedad privada. Tampoco salva la incompatibilidad entre las libertades que tanto predica y las estructuras cerradas y rígidas que presenta. Aunque insiste en lo libres que son los ciudadanos, nos estremecemos ante eso de: “todos expuestos a las miradas de todos”, que inevitablemente trae a la mente el “ 1984” de Orwell; y nos agobiamos observando el estricto control al que se somete a los niños, siempre escoltados por adultos para evitar que hagan de las suyas.
Otras chocantes ideas con las que nos sorprende son la aprobación de la eutanasia, el consentimiento del divorcio en determinados casos y la libertad religiosa dentro del culto a la naturaleza divina.
En cualquier caso hemos de recordar que Moro no era un chiflado visionario reformista y que no escribió este tratado pensando en que sirviera como modelo a futuros estados. De alguna manera se distancia de las ideas expuestas mediante un ficticio narrador, Rafael Hytlodeo, aventurero que vivió un tiempo en la isla y que es quien nos ilustra sobre sus costumbres y organizaciones, al cual Moro escucha admirado pero con cierta reserva. Además relativiza la seriedad del asunto escudándose en su habitual sentido del humor. Introduce constantemente nombres humorísticos negativos para denominar los cargos y organismos utópicos. Por ejemplo, a los magistrados les llaman “sifograntes”, que viene a significar “viejos chochos”.
En realidad, lo que trata el libro es de mostrar su descontento con las tiranías imperantes en la Europa del momento. De denunciar a unas instituciones corruptas, carcomidas por valores distorsionados, que castigan al pueblo con guerras sin sentido y leyes absurdas, posibilitando así la vida lujosa de unos pocos, los cuales ni siquiera son felices, a costa del sudor y la sangre de la mayoría.
Se sirve de los utópicos para contraponer esa realidad con la que a él le gustaría. Así, éstos son gentes sanas, religiosas, sensatas y virtuosas, gobernadas con razón, justicia y equidad por unos líderes que buscan el bien común en vez del propio. No es que no les afecten los males –guerras, muerte, ambiciones, pasiones- sino que debido a su acertada educación están mejor preparados a la hora de afrontarlos.
En fin, es “Utopía” un libro interesante que, no obstante, debemos considerar menor comparado con otros del abogado y filósofo inglés. No deja de ser curioso que lo escrito como mero divertimento se haya convertido en su más famosa obra.



UN HOMBRE SOLO: CARTAS DESDE LA TORRE
Reconozco sentir debilidad por aquellos capaces de sostener opiniones contrarias a la mayoría. Pueden acertar o equivocarse, pero en cualquier caso me impresiona imaginar a un hombre solo frente a una sociedad. Ahora, esa atracción se torna en admiración cuando ese uno muestra la clarividencia y el sentido común de Tomás Moro.
Enrique VIII estaba empeñado en que Moro emulara al resto de notables del reino (con excepción del obispo Juan Fisher) firmando el documento que le erigía en Cabeza Suprema de la Iglesia de Inglaterra. Sin embargo esto no era posible puesto que, aun siendo súbdito fiel, como católico debía antes lealtad a Dios y al Papa. Para presionarle le encarcelaron en la Torre de Londres, donde escribiría las cartas recopiladas en este libro.
En ellas no encontramos rastro de eso que algunos califican como fanatismo religioso. Tampoco orgullo, rebeldía, vanidad, belicosidad o cabezonería. No pretende imponer sus ideas ni juzgar el comportamiento de los demás; lo que defiende, aferrado tanto a la razón discursiva como a la fe, y sin perder el buen humor, es el derecho a obedecer la verdad de su conciencia. ¿Resultado? Le cortaron la cabeza por no someter su pensamiento y discurso a la voluntad del Rey.
Dependiendo de la época y lugar variarán los métodos utilizados para adormecer conciencias y silenciar voces discrepantes. Unas veces serán más salvajes, otras más sutilmente diabólicos. No obstante, en ninguna podemos bajar la guardia si no queremos acabar firmando todo tipo de capitulaciones sin casi darnos cuenta. El pensar diferente y expresarlo libremente hay que ganárselo día a día.
¿De qué nos servirá la libertad física sin la espiritual? ¿Es posible la primera sin la segunda? ¿Merece la pena salvar el cuello, el prestigio o la posición social a costa de perder el alma? Tomás Moro tenía muy claras las respuestas a estas preguntas.
Recomendabilísima lectura.
Joselete Pérez


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