Amemos a María Inmaculada


Contempla a María que te dice: si soy tu Madre, ¿dónde está mi honor?

Dame un corazón agradecido a tus bondades, María.


    María es la hija más amada de Dios Padre... Por eso le dio todo poder en el cielo, en la tierra y en los infiernos...
     Es la Madre más honrada de Dios Hijo... que quiso elevarla a la dignidad infinita de Madre de Dios...
    Es la Esposa más privilegiada de Dios Espíritu Santo... Por eso le comunicó un amor el más encendido, y la enriqueció con toda clase de gracias, dones y excelencias...
    Virgen y Madre Inmaculada, purísima sin igual... Solo Dios es superior a María... Todo lo demás, ángeles, santos, criaturas todas, le son inferiores... Esta es tu Madre; ámala, pues; admira y reverencia tan incomprensible grandeza.

    María es la Madre más solícita de tu felicidad... y por lo mismo tu vida... dulzura.... y esperanza... No puedes vivir en gracia y perseverar sin amar a María... Es María la respiración de¡ alma cristiana...
    ¿Amas a María? ¿La invocas a menudo? En esto conocerás si vives la vida de la gracia y tus adelantos en la virtud y perfección.
    En este valle de lágrimas, en este lugar de destierro nadie vive sin penas, sin gustar grandes amarguras de desengaños... Pero en estos casos duros, ¿es María tu dulzura?...

    Quizá no te acuerdas de que en el cielo tienes a tu Madre, y vives por ello lleno de desabrimiento, de despecho y de desolación... Vuelve al seno de la mejor de las Madres... llama a María Inmaculada, invócala con confianza, y renacerá en tu alma la fe... la confianza... la caridad... la paz... el perdón.

    ¿Qué esperas de María? ¿Esperas alcanzar por su medio el perdón de tus pecados, la gracia de la perseverancia, ver, por fin, a Jesús después de este destierro?...
    Examina tu corazón y persuádete que nunca te excederás en amar a María, en honrarla, en imitarla y extender su devoción... Jesús te va delante con su ejemplo... Ningún mortal, por más que haga, podrá honrar a María tanto como la honró el Hijo de Dios...
    ¡María, Madre querida, vida, dulzura y esperanza mía; en vida, en muerte, en el tiempo y en la eternidad muestra que eres mi Madre ... ! En todos mis peligros y tentaciones te invocaré con confianza, y saldré siempre victorioso de mis enemigos...
    ¿Qué eres tú para tu madre? Hijo ingrato tal vez... carga molesta... nueva cruz... quizás espada de dolor que laceras su pecho... ¿Y tendrás corazón para lacerar otra vez el corazón inmaculado de María clavándole nuevas espadas de dolor?... ¿Tendrás corazón para cometer tan enorme crimen?... Pues esto has hecho y estás haciendo cuantas veces cometes un pecado mortal.
    Madre mía, María, ten piedad y perdóname.
 
 

        No pasaré día sin encomendarme a María rezándole tres Avemarías. Cada día, en cuanto lo consientan mis ocupaciones, le rezaré el Rosario. 

A.M.G.D.


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