ira por la ventana, discretamente: adentro, la
sala donde la gran fiesta anual se est� llevando a cabo se encuentra
abarrotada de gente. Desde los cuatro rincones del recinto se ofrecen
hasta el cansancio saladitos, canap�s y bebidas varias �posta,
cuando los P�rez Stegmann le abren, �por Dios que le abren...!� Todos
los colores, las formas, los olores que uno quiera imaginar, en este
preciso instante, y a su entera disposici�n. Hace un par de horas atr�s
la panza le cruj�a de hambre, los tragaderos, mustios de sed. Pero mientras
sus possible targets son blancos m�viles que se
mueven, fichan, danzan, se caen y/ o se levantan de los sillones
entre hipos disimulados, la otra mayor�a va y vuelve del tocador al
menos dos veces cada veinte minutos con asombrosa rapidez, y la sangre,
caliente, bien oxigenada, es sabida que es mejor para la digesti�n.
Ah� est�n: flacos y gordos, viejos
y j�venes. La mitad de ellos, colorados de tanto alcohol, amarillos
de tanta nicotina, que se acaloran hablando de pol�tica, religi�n o
f�tbol.
Bien: este es el contexto, y hoy, ella,
se considera un bicho con suerte.
Mira la hora y decide seguir esperando.
All� afuera, en los jardines, ha refrescado
considerablemente con respecto a la ma�ana. Claro que, a esas horas
de la tardecita, nadie �ni siquiera �el V�ctor�, mir�, que ya debe estar
en la casa desde hace como media hora, de seguro� le hubiese
agarrado dando vueltas por ah�. No se�or: un est�mago delicado como
el suyo no puede andar por ah�, chup�ndole la sangre al primer croto
que se te cruce.
Ella es� distinta. Y lo sabe. Se considera
una vampiro� �c�mo te dir�a?� fina. Eso es: una vampiro �finoli.�
Tose y se pasa las puntas de las extremidades
por la boca. Ha empezado a tiritar. Mala se�al. Deber�a haberse abrigado
un poco antes de salir. Pero igualmente piensa aguantarse: siempre hay
alguna vieja que, sofocada por los calores, necesita salir a tomar un
poco de fresco. O mejor aun, alguna parejita en busca de privacidad,
alg�n empresario con un fato en ciernes�
Deja de pensar en todas sus posibilidades
cuando ve a los dos nenes de unos 5 y pico empujar la puerta batiente
usada por la gente del cattering. Entonces, calcula, mide
r�pido la distancia y se lanza adentro. Consigue entrar, y sin ser vista,
se esconde enseguida tras el cortinado.
Oculta a los ojos de todos, respira
ahora aliviada. El calor del ambiente es insoportable.
Y la m�sica, tambi�n.
La
orquesta de jazz que Nen� P�rez Stegmann ha contratado para la ocasi�n
ofende con una versi�n demacrada de �As times go by�, pero de todos
modos ha logrado mantener el dancing bastante tupido. Los dos m�s nost�lgicos
de la fiesta se apresuran a unirse a las cuatro parejas que han resistido
tama�a insolencia. �De veras que el calor es insoportable, pero vali�
la pena�, vuelve a decirse, para s�: los m�s j�venes �los m�s rosaditos,
y, curiosamente, tambi�n, los m�s rozaditos� han comenzado a transpirar:
en cuesti�n de segundos, las mujeres, los hombres de la fiesta le ofrecer�n
sus cuellos, desinhibidamente, y ella proceder� a transferirles, en
paga, parte de su fluido salivar.
Se
relame y, al hacerlo, la larga lengua roza las piezas bucales adaptadas
para perforar la piel de sus sacrificados. Excitada por el ceremonial
de caza iniciada, se decide, presta, a abandonar su refugio.
Mira
hacia a un lado, hacia otro. Descarta una joven por antoj�rsele hipercolesterol�mica.
Mira
en otra direcci�n. Ese no. Sigue buscando...
Finalmente,
all� est�.
Sigiloso,
se acerca por detr�s a su elecci�n: la rubia despampanante, fibrosas
sus carnes, habla con la boca torcida hacia un lado, entrometiendo un
��m�entend�s?� cada tanto. Sinti�ndose observada, se pasa la
mano por el pelo y con fingida exasperaci�n, insiste e insiste a uno
de sus dos interlocutores (precisamente, el de los ojos rasgados) que
Sabina es mejor que Serrat.
Se
encuentra ya a escasos metros de ella. El vampiro sigue avanzando. Los
ojos ahora est�n desorbitados: puede casi oler la sangre de la rubia,
imagin�rsela corriendo inocentemente por sus venas sin advertir siquiera
que saldr� de all� para alimentarla. Las piezas bucales ya est�n prestas
para ejecutar su labor.
Apurado,
uno de los mozos sale del pasillo y a paso r�pido se le entrecruza en
el camino, nublando por un momento su visi�n. Hace una r�pida maniobra
y logra ocultarse detr�s la escalera.
Espera.
Mira
hacia los costados: nadie.
Vuelve
a salir.
En
camino otra vez hacia su m�s que saludable rubia (�o es un rubio? �qu�
m�s da!), se embelesa: cuando posea a la presa, sentir�, una vez m�s,
el vigor de la vida eterna.
Se
desliza como si flotara en el aire. Menos de un metro para aterrizar.
Como
si de una hiena ante un pedazo de carro�a se tratase, abre sus fauces,
lista para el ataque. El fr�o de su cuerpo ya se confunde con el calor
corporal de su v�ctima.
El
vampiro tiene hambre..., y va a comer.
Antes
de que las dos manos se cerraran sobre su flaqu�simo y desvencijado
cuerpo, lleg� de todos modos a o�r la voz p�lida que, en correcto espa�ol
de turista, dec�a:
�Oye,
no te muevas ahora: tienes un mosquito...