Metros para el disco
(Cuento)

Don�t come around
leave me alone
don�t bother me.

(GEORGE HARRISON)

M

ira por la ventana, discretamente: adentro, la sala donde la gran fiesta anual se est� llevando a cabo se encuentra abarrotada de gente. Desde los cuatro rincones del recinto se ofrecen hasta el cansancio saladitos, canap�s y bebidas varias �posta, cuando los P�rez Stegmann le abren, �por Dios que le abren...!� Todos los colores, las formas, los olores que uno quiera imaginar, en este preciso instante, y a su entera disposici�n. Hace un par de horas atr�s la panza le cruj�a de hambre, los tragaderos, mustios de sed. Pero mientras sus possible targets son blancos m�viles que se mueven, fichan, danzan, se caen y/ o se levantan de los sillones entre hipos disimulados, la otra mayor�a va y vuelve del tocador al menos dos veces cada veinte minutos con asombrosa rapidez, y la sangre, caliente, bien oxigenada, es sabida que es mejor para la digesti�n.

Ah� est�n: flacos y gordos, viejos y j�venes. La mitad de ellos, colorados de tanto alcohol, amarillos de tanta nicotina, que se acaloran hablando de pol�tica, religi�n o f�tbol.

Bien: este es el contexto, y hoy, ella, se considera un bicho con suerte.

Mira la hora y decide seguir esperando.

All� afuera, en los jardines, ha refrescado considerablemente con respecto a la ma�ana. Claro que, a esas horas de la tardecita, nadie �ni siquiera �el V�ctor�, mir�, que ya debe estar en la casa desde hace como media hora, de seguro� le hubiese agarrado dando vueltas por ah�. No se�or: un est�mago delicado como el suyo no puede andar por ah�, chup�ndole la sangre al primer croto que se te cruce.

Ella es� distinta. Y lo sabe. Se considera una vampiro� �c�mo te dir�a?� fina. Eso es: una vampiro �finoli.�

Tose y se pasa las puntas de las extremidades por la boca. Ha empezado a tiritar. Mala se�al. Deber�a haberse abrigado un poco antes de salir. Pero igualmente piensa aguantarse: siempre hay alguna vieja que, sofocada por los calores, necesita salir a tomar un poco de fresco. O mejor aun, alguna parejita en busca de privacidad, alg�n empresario con un fato en ciernes�

Deja de pensar en todas sus posibilidades cuando ve a los dos nenes de unos 5 y pico empujar la puerta batiente usada por la gente del cattering. Entonces, calcula, mide r�pido la distancia y se lanza adentro. Consigue entrar, y sin ser vista, se esconde enseguida tras el cortinado.

Oculta a los ojos de todos, respira ahora aliviada. El calor del ambiente es insoportable.

Y la m�sica, tambi�n.

La orquesta de jazz que Nen� P�rez Stegmann ha contratado para la ocasi�n ofende con una versi�n demacrada de �As times go by�, pero de todos modos ha logrado mantener el dancing bastante tupido. Los dos m�s nost�lgicos de la fiesta se apresuran a unirse a las cuatro parejas que han resistido tama�a insolencia. �De veras que el calor es insoportable, pero vali� la pena�, vuelve a decirse, para s�: los m�s j�venes �los m�s rosaditos, y, curiosamente, tambi�n, los m�s rozaditos� han comenzado a transpirar: en cuesti�n de segundos, las mujeres, los hombres de la fiesta le ofrecer�n sus cuellos, desinhibidamente, y ella proceder� a transferirles, en paga, parte de su fluido salivar.

Se relame y, al hacerlo, la larga lengua roza las piezas bucales adaptadas para perforar la piel de sus sacrificados. Excitada por el ceremonial de caza iniciada, se decide, presta, a abandonar su refugio.

Mira hacia a un lado, hacia otro. Descarta una joven por antoj�rsele hipercolesterol�mica.

Mira en otra direcci�n. Ese no. Sigue buscando...

Finalmente, all� est�.

Sigiloso, se acerca por detr�s a su elecci�n: la rubia despampanante, fibrosas sus carnes, habla con la boca torcida hacia un lado, entrometiendo un ��m�entend�s?� cada tanto. Sinti�ndose observada, se pasa la mano por el pelo y con fingida exasperaci�n, insiste e insiste a uno de sus dos interlocutores (precisamente, el de los ojos rasgados) que Sabina es mejor que Serrat.

Se encuentra ya a escasos metros de ella. El vampiro sigue avanzando. Los ojos ahora est�n desorbitados: puede casi oler la sangre de la rubia, imagin�rsela corriendo inocentemente por sus venas sin advertir siquiera que saldr� de all� para alimentarla. Las piezas bucales ya est�n prestas para ejecutar su labor.

Apurado, uno de los mozos sale del pasillo y a paso r�pido se le entrecruza en el camino, nublando por un momento su visi�n. Hace una r�pida maniobra y logra ocultarse detr�s la escalera.

Espera.

Mira hacia los costados: nadie.

Vuelve a salir.

En camino otra vez hacia su m�s que saludable rubia (�o es un rubio? �qu� m�s da!), se embelesa: cuando posea a la presa, sentir�, una vez m�s, el vigor de la vida eterna.

Se desliza como si flotara en el aire. Menos de un metro para aterrizar.

Como si de una hiena ante un pedazo de carro�a se tratase, abre sus fauces, lista para el ataque. El fr�o de su cuerpo ya se confunde con el calor corporal de su v�ctima.

El vampiro tiene hambre..., y va a comer.

Antes de que las dos manos se cerraran sobre su flaqu�simo y desvencijado cuerpo, lleg� de todos modos a o�r la voz p�lida que, en correcto espa�ol de turista, dec�a:

�Oye, no te muevas ahora: tienes un mosquito...

 
 
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