Juan Carlos Gumucio Quiroga
Yasser Arafat se refer�a a �l como el "palestino boliviano". Conoc�a el Medio Oriente como la palma de su mano. Abandon� la comodidad de la vida en New York y en Roma para trabajar como reportero en las fronteras de la guerra en Ir�n y en L�bano. Sus art�culos se publicaban en los diarios m�s importantes de Europa.  De pronto, decidi� dejarlo todo y regresar a Bolivia. Se refugi� en Tarata, donde escrib�a sus memorias de corresponsal de guerra.  All� muri�, en extra�as circunstancias, demasiado pronto.
      J.C. en mi memoria
                  
por Alfonso Gumucio Dagron

El lunes 14 de agosto del a�o 2000, recibi un mensaje de e-mail de mi primo Juan Carlos Gumucio: �Unas cuantas l�neas para mandarte un abrazo desde la Llajta, donde aterric� hace tres semanas con la intenci�n de hacer cosas. Confirma recepci�n de este mensaje y restablezcamos contacto.  Juan Carlos�  

Meses antes nos habia enviado una tarjeta de invitaci�n para asistir a la fiesta de celebraci�n de su cumplea�os n�mero 50, �at Tchaik and Melissa�s, Flat 2, 17 Powis Terrace� en Londres, el 6 de noviembre  del 1999. Ambos cumpl�amos a�os con apenas una semana de diferencia ��l era un a�o mayor- por lo que el signo de Scorpio nos vinculaba, adem�s del parentesco y la amistad que cultivamos espor�dicamente a trav�s de los a�os. Como se sabe, los escorpiones podemos ser autodestructivos y terminar clav�ndonos el aguij�n.

�Qu� precipit� su regreso a Bolivia, y m�s a�n su decisi�n de refugiarse en Tarata, lejos del contacto con amigos y familia? En abril del 2001 fui con Katherina a Cochabamba con la firme intenci�n de buscarlo y, entre otras cosas, preguntarle la raz�n de su repentina decisi�n.  Nadie pudo darme su direcci�n y su tel�fono, pero todos sab�an que estaba en Tarata �escribiendo sus memorias de corresponsal de guerra�. Pregunt� por �l en la Plaza Principal y en la Polic�a de Tarata, pero nadie pudo darme el dato sobre su paradero.  Recorr� las viejas callejuelas empedradas, tocando los timbres de algunas casas que, a mi parecer, podr�an albergar a Juan Carlos, pero no pude dar con �l.

Los encuentros y desencuentros con Juan Carlos han sido producto de esas casualidades que hacen la vida m�s interesante. No recuerdo cuando fue la �ltima vez que estuvimos juntos, pero s� una ocasi�n muy especial en la que coincidimos durante un par de d�as en Amman, Jordania, a principios de los a�os noventa. 

Yo llegaba a Jordania para asistir a una reuni�n internacional de UNICEF, en mi calidad de oficial de comunicaci�n e informaci�n de la oficina de UNICEF en Nigeria.  Hab�a perdido el rastro de Juan Carlos mucho tiempo antes, y s�lo ten�a la certeza de que viv�a en el L�bano, pues all� estaban fechados muchos de sus art�culos sobre la situaci�n pol�tica en Medio Oriente. Al llegar al hotel Intercontinental en Amman, no bien  hab�a ocupado mi habitaci�n, son� el tel�fono y una voz en ingl�s me pregunt� si yo era Juan Carlos Gumucio, a lo que respond� que Juan Carlos era primo m�o y que me encantar�a saber c�mo contactarlo. La voz al otro lado del tel�fono, que result� ser el corresponsal de la BBC de Londres, me dijo que Juan Carlos estaba alojado en ese mismo hotel, y que acababa de llegar tambi�n a Amman siguiendo los pasos de Yasser Arafat, a quien iban a operar de la cabeza al d�a siguiente.

Lo dem�s es historia, memoria deliciosa de un par de d�as que pasamos juntos, particularmente una escapada al Mar Muerto donde nos embadurnamos de pies a cabeza con ese barro al que se le atribuyen propiedades curativas. Como ni�os traviesos flotamos en el agua saturada de sal de ese mar que separa a Jordania de Israel, y bebimos lo suficiente en las noches como para sellar nuestro reencuentro. Despu�s de ese episodio en Medio Oriente, otro gran silencio.  En esa �poca no se usaba el e-mail como ahora, pero las casualidades funcionaban perfectamente, como si estuvieran programadas por una computadora.

Unos meses m�s tarde, en Nigeria, llegu� una noche a la ciudad de Kano, en el norte del pa�s, y me fui a alojar al �nico lugar limpio que conoc�a: un hotelito de siete habitaciones sencillas, con un estupendo restaurante italiano. El hotel pertenec�a a un piloto nigeriano casado con italiana. Durante la cena se me acerc� la nueva administradora del hotel, una filipina, y me dijo que hab�a notado mi apellido, poco usual. �De donde es usted?�, me pregunt�.  Para no confundirla le dije que era latinoamericano, pero insisti� ��de qu� pa�s?�.  Cuando le dije �Bolivia� inmediatamente empez� a contarme que ella hab�a trabajado durante un par de a�os como ama de llaves de un boliviano que viv�a en Beirut y que se llamaba... �Juan Carlos Gumucio�, la interrump� para disfrutar su sorpresa. Pero el m�s sorprendido en el fondo era yo: �c�mo creer en tanta casualidad? Yo de visita en Kano, ella reci�n llegada a Nigeria desde el L�bano, y en medio Juan Carlos Gumucio, ausente.

Pero as� como hubo encuentros y casualidades sorprendentes, tambi�n hubo desencuentros. Juan Carlos fue brevemente condisc�pulo m�o en el Colegio Saint Andrew�s, a mediados de los a�os sesenta, pero en esos a�os yo estaba fuera de Bolivia. Luego �el gordo� y yo nos perdimos de vista.

Fue en New York a principios de los �80s donde nos vimos con m�s frecuencia. Iba a visitarlo a la Associated Press y apenas pod�a levantar la vista de su computadora, pues deb�a editar las noticias al ritmo que la computadora le impon�a en la pantalla. Era un ritmo de trabajo tir�nico. Nos ve�amos a veces en la oficina de corresponsales en las Naciones Unidas o cerca de all�, en su departamento en la calle 35, entre Lexington y Park Avenue.  Era un departamento peque�o pero muy acogedor, que compart�a con su segunda esposa, Ana Mar�a Barbery.

Cuando la Associated Press lo nombr� como Jefe de Oficina en Roma viv�a con Ana Mar�a en un hermoso departamento con una terraza llena de flores sobre Santa Mar�a Trastevere.  Qu� mejor lugar para vivir en esa capital del arte. Pero cuando fui a Roma en 1984 s�lo encontr� a Ana Mar�a, ya que �Jota C.� �como lo conoc�an sus amigos, pero en ingl�s- pasaba la mayor parte del tiempo en Ir�n o en L�bano, esquivando balas en ambos frentes de guerra.  Finalmente logr� que lo nombraran corresponsal en Beirut en 1985, donde se mov�a como pez en el agua, no solamente por su aspecto que pod�a ser f�cilmente confundido con el de un Hezbollah, la barba negra y el cabello hirsuto, sino porque adem�s se las hab�a ingeniado para obtener pases de todas las milicias que controlaban las diferentes barricadas de Beirut Oeste. Al final termin� comprando casa en esa ciudad asediada por las bombas, la �Buenos Aires de Medio Oriente� dec�a Juan Carlos, reducida a escombros.

La Associated Press no pod�a garantizar su seguridad en L�bano, por lo que le ofreci� la jefatura en El Cairo, pero �l rechaz�. En cambio, acept� la corresponsal�a de una importante red de televisi�n de Estados Unidos, la CBS, y all� aparec�a durante 15 o 20 segundos cada vez que hab�a que reportar nuevas muertes.  Y esto lo enfermaba.  Acostumbrado a escribir art�culos con an�lisis pol�ticos sobre la guerra, ahora se ve�a obligado a adaptarse a la superficialidad de la televisi�n.  �Our man in Beirut, Juan Carlos Gumucio� -como lo introduc�a cada noche el presentador de turno- se limitaba a contar atropelladamente los muertos y las bombas. J.C. me confes� alguna vez que eso lo hab�a llevado a renunciar a la televisi�n y a optar nuevamente por la prensa escrita.  All� comenz� su vinculaci�n con el Times de Londres, y m�s adelante con El Pa�s de Espa�a.

Entre guerra y guerra, su vida personal sufr�a la presi�n de los traslados y de la inestabilidad emocional. Sus matrimonios sucesivos eran intentos de estabilizarse pero no lo lograba sino durante periodos muy cortos.  En New York nos encontramos a�os m�s tarde y me present� a su tercera esposa, una periodista sueca y a su hija Ana Celeste, reci�n nacida. Se los ve�a bien juntos, mas a�n cuando su esposa fue tambi�n corresponsal en Beirut y pod�a entender mejor el tipo de vida que le tocaba llevar a Juan Carlos.  Pero luego supe que esa relaci�n tampoco pudo durar.

Algo en Juan Carlos lo consum�a por dentro.  Nunca supe exactamente qu� era. Las veces que estuve con �l, a�n cuando estaba de excelente �nimo, consum�a alcohol y otras basuras en exceso. Hab�a en �l un rasgo autodestructivo que lo empujaba a tocar los extremos. Corresponsal estrella, muy respetado por todos los grandes del periodismo de guerra, Juan Carlos se mov�a en Medio Oriente como por su casa. Arafat lo trataba con extrema confianza, �el boliviano de Beirut�, as� como otros l�deres de esa regi�n. Juan Carlos se las bat�a perfectamente en �rabe y a orillas del mar muerto me cont� que estaba escribiendo un libro sobre la situaci�n pol�tica en Medio Oriente, seguramente el mismo libro que quiso terminar en Tarata y no pudo.

En Namibia me lleg� la noticia de su muerte, en mensajes de e-mail enviados simult�neamente por Eddy Gumucio desde Cochabamba y Jorge Gumucio desde La Paz. Mi primera reacci�n fue reprocharme por no haberlo buscado con mayor ah�nco en Tarata el a�o pasado.

Marzo 2002
Juan Carlos en New York, en 1981  (Foto de Alfonso Gumucio Dagron)
Recuerdo de
Juan Carlos Gumucio

                 
por Robert Fisk

Un d�a, estando en el sur de L�bano, Juan Carlos Gumucio -o J-C., que era como convinimos en llamarle-, se dio la vuelta dentro del coche y me dijo con esa oscura iron�a que usaba cuando ten�a pensamientos subversivos. '�Sabes lo que somos, Fisky?', me dijo. 'Somos corresponsales de fosas comunes'. En aquellos largos y terribles meses de la guerra de L�bano, ten�a raz�n. Deb�amos viajar juntos hasta el sur para ver los restos atomizados de los terroristas suicidas, o �ramos requeridos por los palestinos para ver el lugar de una masacre a las afueras de Sid�n. J-C y yo vag�bamos por tumbas repletas de huesos. Cog�a un f�mur y se lo pon�a contra su cuerpo. '�Eran bajos, no? Y caigo en la cuenta de que no llevaban reloj'. Su amplia sonrisa emerg�a de la oscuridad. J-C se hab�a dado cuenta de que los muertos pod�an haber sido asesinados, pero hac�a 2.000 a�os. Pod�an ser filisteos, pero no eran palestinos.

Juan Carlos Gumucio era uno de los mejores corresponsales y colegas que se pod�an tener en una guerra. Hombre de recursos, valiente, c�nico, y s�, profundamente subversivo en el mejor sentido de esa palabra, se desplaz�, a lo largo de su carrera, desde la ciudad boliviana de Cochabamba a Nueva York, Roma, Beirut y Teher�n. Su piel oscura -deb�a tener or�genes indios- y su barba le permit�an ser confundido con un miliciano shi�.

Durante los terribles a�os de los secuestros, quedaba conmigo en el l�brego y destartalado aeropuerto de Beirut y me met�a en la ciudad. Trabajaba para Associated Press y yo era el hombre del Times en Oriente Pr�ximo, y cuando los norteamericanos bombardeaban Tr�poli, mir�bamos las oleadas a�reas por la ventana del dormitorio. Tres secuestrados occidentales fueron asesinados en Beirut y AP mand� a Gumucio que se fuera de forma inmediata de L�bano. En el ascensor, me toc� con su mano. '�Vamos a volver a Beirut occidental?'. Le dije que s�, y as� fue.

Fue a trabajar para un peri�dico mexicano y luego para la CBS. Era imparable y amaba la vida. De hecho, despu�s de muchas noches de juerga con J-C, me preguntaba si no la amar�a demasiado. Le gustaba la buena comida, le gustaba beber -una vez m�s, demasiado- y le gustaban las mujeres. Viajar por L�bano con �l fue una experiencia impactante. Me hablaba de un viaje cuando era ni�o en un viejo bombardero Mitchel al sur de Bolivia, en el que el piloto -quiz�s su padre, nunca supe bien de qui�n se trataba- le sent� en un bar frente a unos hombres que ten�an enfrente unos platitos con polvos blancos. 'S�lo drogas recreativas', advert�a a sus amigos con un fingido acento de Manhattan.

Gumucio no se fiaba de los milicianos ni de los israel�es. Era profundamente cr�tico con la supuesta neutralidad de EE UU en Oriente Pr�ximo y despectivo con lo que consideraba un fraudulento y altisonante pseudopatriotismo norteamericano. Ten�a una arrogancia que a veces te enfurec�a, pero era un escritor robusto y brillante. Fue el primer periodista que se dio cuenta de que los milicianos shi�es de Amal estaban asesinando palestinos en los campos de Sabra y Chatila, apenas cuatro a�os despu�s de las primeras matanzas masivas de milicianos libaneses de Israel. Conservo la nota aterradora que me dio despu�s de estar un d�a cerca de los campamentos: 'Las primeras se�ales de matanzas que tuve fueron los comentarios de un hombre y una mujer que dijeron haber escapado de Sabra, pero no dec�an cu�ntos o cu�ndo. Hablaban de muchos muertos en las calles. Eso era todo. Luego, un amigo m�o liban�s me dijo que hab�a visto 45 cad�veres apilados en la morgue del American University Hospital, y que no todos ellos eran combatientes. Otra prueba fue que en el hospital Acca un m�dico me dijo que no ten�an heridos por miedo a que Amal tomara represalias por ayudar a los palestinos... Tambi�n fue muy sospechoso para m� que Amal restringiera completamente el acceso de los periodistas a los campamentos. Me dispararon por encima de la cabeza dos veces a modo de aviso y me detuvieron hombres enfurecidos en varias ocasiones'.

A�n siento un hormigueo cuando leo este mensaje lleno de coraje y trabajo detectivesco. No s� c�mo aguant� toda la guerra, pero ciertamente, yo no lo podr�a haber hecho sin �l.

Juan Carlos Gumucio fue un hombre de vastas lecturas. Hablaba un bello italiano, su espa�ol nativo y un ingl�s fluido. Y, como muchos hombres buenos y generosos, pod�a llegar a ser obtuso y hasta ofensivo si decid�a que eras tonto. Sus reportajes del Ir�n posrevolucionario le proporcionaron el conocimiento de las guerrillas shi�es de L�bano. Un d�a se nos acercaron un grupo de guerrilleros suicidas que iban hacia una base de tanques israel�es con granadas en sus manos, y apareci� la misma iron�a oscura de aquella gran barba de J-C: 'Parece que se van hoy al para�so, Fiskers. Hummm, puede que no.'

Fue a trabajar para EL PA�S en Londres. En Belfast estaba en su elemento -igual que en Beirut- y puede ser que le atrapara la falta de este ambiente extraordinario, que requer�a extraordinarias pasi�n y energ�a.. Para mi desgracia, no nos reconciliamos de una disputa que ten�amos cuando le vi por �ltima vez, en 1999, en Kosovo, una vez m�s corresponsales de fosas comunes, buscando entre los cuerpos inocentes apabullados por m�s bombardeos norteamericanos. �Pod�a pensar en suicidarse un hombre que amaba tanto la vida?
El d�a que el reportero Juan sin miedo salv� el prestigio de Bolivia
En memoria de Juan Carlos Gumucio
por Ted Cordova Claure
Corr�a el verano de 1979 y, para variar, la noticia del d�a de Bolivia era que se hab�a producido un nuevo golpe militar�el en�simo de no se cuantos cuartelazos del pa�s, s�mbolo de su voluntario subdesarrollo y del b�rbaro atraso mental de sus militares, que hist�ricamente han perdido todas las guerras en defensa del territorio patrio y solamente han "ganado" masacres contra civiles no siempre armados, mientras defend�an a una peque�a, primitiva y espritualmente miserable plutocracia que el pueblo boliviano bautiz� sarc�sticamente como la "rosca".
Ese golpe del 79, adem�s, no pudo ser m�s inoportuno. Ocurri� un d�a depu�s que Bolivia hab�a conquistado victoriosa su m�s importante batalla diplomatica en su larga y penosa gesti�n por recuperar sus salida al Oc�ano Pac�fico.
La Asamblea de Cancilleres de la Organizaci�n de Estados Americanos hab�a aprobado una declaraci�n que en s�ntesis dec�a que no podr�a haber una verdadera integraci�n latinoamericana mientras no se resuelva el problema de una salida al mar para Bolivia.
Gran �xito diplom�tico para Bolivia. Y derrota humillante para Chile, la nacion usurpadora, en el siglo pasado, del territorio boliviano junto al oceano Pac�fico.
Al clausurarse la Asamblea en el hotel Sheraton de La Paz, se desat� una ola de j�bilo en la opini�n publica y por consiguiente una aprobaci�n a la gesti�n del presidente interino, Walter Guevara.
Por entonces corr�an rumores de que Guevara, gobernando s�lo siete meses por mandato de emergencia del Congreso, pretend�a prorrogarse en el poder. El triunfo diplom�tico en la OEA, sin duda fortalec�a esa apetencia pol�tica. Pero tambi�n hab�a rumores de que civiles y militares marginados por su reticente mediocridad complotaban para sacar a Guevara de la presidencia.
Este rumor era tan fuerte, que el periodista Ricardo Kirstchen del Clar�n de Buenos Aires, envi� un despacho informando que el secretario de Estado norteamericano Cyrus Vance, quien llevaba la batuta de la reuni�n de la OEA, convoc� a varios jefes militares bolivianos y les advirti� que un golpe de estado ser�a muy mal visto en Washington y por lo tanto ser�a repudiado por todos.
Pero m�s pudo la ambici�n desmedida y la costumbre t�pica de los pa�ses m�s subdesarrollados de resolver las cosas pol�ticas por la via del matonaje. As� que, en la madrugada de la noche de las celebraciones, cuando el pueblo todav�a estaba festejando y se amanec�a con alegr�a, los militares desplazaron los tanques de fabricaci�n austr�aca y brasile�a hacia puntos vitales de La Paz y capturaron el palacio de gobierno -no en vano llamado el "Palacio Quemado"-, y se declararon "Nuevo gobierno", con el coronel Natusch Bush como presidente y una comparsa de civiles y militares oportunistas a su alrededor.
A poca distancia, en el hotel Sheraton, quedaron encerrados Cy Vance y los cancilleres de otros 25 pa�ses m�s todo el personal de la OEA, otros diplom�ticos, y un centenar de periodistas que contemplaban estupefactos c�mo en una hora gloriosa de Bolivia, una gavilla de taimados con ambici�n de poder lo arruinaba todo. As� ha sido siempre y ser� en un pa�s que parece maldecido por el Diablo -al que adoran en carnaval- y por sus propios turbios habitantes.
El Sheraton parec�a una elegante prisi�n de cancilleres y diplom�ticos desesperados por salir rumbo al Aeropuerto El Alto (4,000 metros sobre el nivel del mar). Pero no se pod�a. Todas la rutas estaban bloqueadas por blindados militares y, en algunos puntos, hab�a comenzado la resistencia a los golpistas. El sacrificado combatiente pace�o es un s�mbolo viviente de la bolivianidad y era respetado hasta por sus enemigos. Si no fuera por la hist�rica combatividad y persistencia del pueblo pace�o, Bolivia no existir�a, porque ha dependido de la firmeza de este basti�n del Altiplano.
Lo cierto es que las cosas se estaban poniendo muy oscuras para Bolivia. Con toda esa gente importante encerrada en el Sheraton, Bolivia corr�a el riesgo hasta de ser internacionalmente intervenida. Fue entonces que a Juan Carlos Gumucio, sus ojos verdosos brillando hasta lagrimear y mostrando su cautivante sonrisa "Kolinosista", se le ocurri� una gran idea:
�Y por qu� no salimos con una gran caravana, tocando bocinas y portando banderas blancas y por supuesto las distintas banderas de los pa�ses? Era un escenario fellinesco, pero al final funcion�.
El problema inmediato fue: �Y a qui�n le pedimos permiso? Al mismo Gumucio se le ocurri� otra idea loca: al doctor Paz Estenssoro, quien era el jefe absoluto de los pol�ticos comprometidos en tan insensato golpe.
Paz no hab�a sido visto ni escuchado en todos las tensas horas transcurridas desde que se precipit� el m�s est�pido -en general lo son todos- golpe militar. De este detalle ya se hab�a percatado Gumucio, as� que buscamos al veterano Jefe y lo encontramos en una peque�a oficina redactando una tajante oposici�n al golpe.
Gumucio tom� la hoja y le pregunt� si quer�a que lo fotocopiaramos y lo entregaramos a la prensa. Por toda esta audacia se me ocurri� calificarlo como el reportero Juan sin miedo.
Y todo eso ocurri� antes de que Jota Ce decidiera abandonar la c�moda burocracia internacional para ocupar una modesta posici�n en la Associated Press. Y antes de que la AP se diera cuenta de su valor e iniciativa y lo destinara a Roma, para cubrir L�bano y otros puntos neur�lgicos del Oriente Medio. Esa fue su presencia de �nimo y genialidad para romper el colosal estancamiento que produjo el golpe militar e inoportuno.
Se mostr� antes que se convirtiera en un intrepido corresponsal cotizado por una de las grandes televisoras norteamericanas, a donde salt� para un sueldo annual muy por encima del magro "salario del miedo"de la agencia noticiosa.
Bueno, al intr�pido reportero Juan Carlos Gumucio tuvo la ocurrencia ese dia de crisis en Bolivia, mucho antes de convertirse en el �nico periodista del mundo que fue al mismo tiempo corresponsal del major diario de habla hispana, El Pa�s, y del mas reputado y venerable de habla inglesa, The Times de Londres.
Por diez a�os, el reportero Juan sin miedo deambul� por todas las guerras y conflictos entre el Mediterraneo y el Adri�tico sin pensar en volver a su Cochabamba natal. A veces hac�a una pasada fugaz por Bolivia para visitar a su madre, relatar con simpat�a sus aventuras period�sticas y comerse unas empanadas. Sol�amos hacer planes para sacar juntos un peri�dico en La Paz.
Ya no lo haremos. El otro d�a supe, desde muy lejos, que regres� a Cochabamba. Se decepcion� de la mediocridad, choc� con una muralla de mezquindad y envidia. Y se quit� la vida. 
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