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Un amigo me dice: "Todo plan de alternar poemas con
prosas es suicida, porque los poemas exigen una actitud, una concentración,
incluso un enajenamiento por completo diferentes de la sintonía mental
frente a la prosa, y de ahí que tu lector va a estar obligado a cambiar
de voltaje a cada página y así es como se queman las bombitas".
Puede ser, pero sigo tercamente convencido de que
poesía y prosa se potencian recíprocamente y que lecturas
alternadas no las agreden ni derogan. En el punto de vista de mi amigo
sospecho una vez más esa seriedad que pretende situar
la poesía en un pedestal privilegiado, y por culpa de la cual
la mayoría de los lectores contemporáneos se alejan más
y más de la poesía en verso, sin rechazar en cambio la
que les llega en novelas y cuentos y canciones y películas y
teatro, cosa que permite insinuar, a) que la poesía no
ha perdido nada de su vigencia profunda pero que b) la aristocracia
formal de la poesía en verso (y sobre todo la manera con que
poetas y editores la embalan y presentan) provoca resistencia y rechazo
por parte de muchos lectores tan sensibles a la poesía como cualquier
otro.
De todas maneras lo único que realmente cuenta
hoy en América Latina es nadar contra la corriente de los conformismos,
las ideas recibidas y los sacrosantos respetos, que aun en sus formas
más altas le hacen el juego al Gran Sistema. Armar este libro,
como ya algunos otros, sigue siendo para mí una operación
aleatoria que me mueve la mano como la vara del avellano la del rabdomante;
las manos, mejor, porque escribo a máquina como él sostiene
su varilla, y así me ocurre esta misma tarde vacilar entre fajos
de viejos papeles, dejándolos de lado sin la menor razón
atendible para traerme en cambio una libretita de tapas verdes donde
allá por los años sesenta escribí poemas mientras
cambiaba de avión en Amsterdam. De tan puro desorden va naciendo
un orden; nacidos en tiempos y climas diferentes, hay pameos que buscan
pameos a la vez que rechazan meopas, hay prosemas que sólo aceptan
por compañía otros prosemas hasta ahora separados por
años, olvidos y bloques de papel tan diferentes. El juego avanza
así, con bruscas rebeldías y ganas de mandar todo a ese
canasto donde ya se acumulan tantos desencantos, y de cuando en cuando
una ráfaga de alegría cuando por ahí un poema se
deja acariciar por la nueva lectura como un gato cargado de electricidad.
Y aunque Calac y Polanco me digan lo contrario cada
vez que pueden, nada de eso si estuviera atado por la seriedad bibliográfica,
aquí la poesía y la prosa. Me apenaría que a pesar
de todas las libertades que me tomo, esto tomara un aire de antología.
Nunca quise mariposas clavadas en un cartón; busco una ecología
poética, atisbarme y a veces reconocerme desde mundos diferentes,
desde cosas que sólo los poemas no habían olvidado y me
guardaban como viejas fotografías fieles. No aceptar otro orden
que el de las afinidades, otra cronología que la del corazón,
otro horario que el de los encuentros a deshora, los verdaderos.
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