Maneras de estar preso
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Ha sido cosa de empezar y ya. Primera
línea que leo de este texto y me rompo la cara contra todo
porque no puedo aceptar que Gago esté enamorado de Lil; de
hecho sólo lo he sabido varias líneas más adelante
pero aquí el tiempo es otro, vos por ejemplo que empezás
a leer esta página te enterás de que yo no estoy de
acuerdo y conocés así por adelantado que Gago se ha
enamorado de Lil, pero las cosas no son así: vos no estabas
todavía aquí (y el texto tampoco) cuando Gago era ya
mi amante; tampoco yo estoy aquí puesto que eso no es el tema
del texto por ahora y yo no tengo nada que ver con lo que ocurrirá
cuando Gago vaya al cine Libertad para ver una película de
Bergman y entre dos flashes de publicidad barata descubra las piernas
de Lil junto a las suyas y exactamente como lo describe Stendhal empiece
una fulgurante cristalización (Sthendal piensa que es progresiva,
pero Gago). En otros términos rechazo este texto donde alguien
escribe que yo rechazo este texto; me siento atrapado, vejado, traicionado
porque ni siquiera soy yo quien lo dice sino que alguien me manipula
me regula y me coagula, yo diría que me toma el pelo como de
yapa, bien claro está escrito: yo diría que me toma
el pelo como de yapa.
También te lo toma a
vos (que empezás a leer esta página, así está
escrito más arriba) y por si fuera poco a Lil, que ignora no
sólo que Gago es mi amante sino que Gago no entiende nada de
mujeres aunque en el cine Libertad etcétera. Cómo voy
a aceptar que a la salida ya estén hablando de Bergman y de
Liv Ullmann (los dos han leído las memorias de Liv y claro,
tema para whisky y gran fraternización estético-libidinosa,
el drama de la actriz madre que quiere ser madre sin dejar de ser
actriz con atrás Bergman la más de las veces gran hijo
de puta en el plano paternal y marital): todo eso alcanza hasta las
ocho y cuarto cuando Lil dice me voy a casa, mamá está
un poco enferma, Gago yo la llevo tengo el coche estacionado en Plaza
Lavalle y Lil de acuerdo, usted me hizo beber demasiado, Gago permítame,
Lil pero sí, la firmeza tibia del antebrazo desnudo (dice así,
dos adjetivos dos sustantivos tal cual) y yo tengo que aceptar que
suban al Ford que entre otras cualidades tiene la de ser mío,
que Gago lleve a Lil hasta San Isidro gastándome la nafta con
lo que cuesta, que Lil le presente a la madre artrítica pero
erudita en Francis Bacon, de nuevo whisky y me da pena que ahora tenga
que hacer todo ese camino de vuelta hasta el centro, Lil, pensaré
en usted y el viaje será corto, Gago, aquí le anoto
el teléfono, Lil, oh gracias, Gago.
De sobra se ve que de ninguna manera puedo estar
de acuerdo con cosas que pretenden modificar la realidad profunda;
persisto en creer que Gago no fue al cine ni conoció a Lil
aunque el texto procure convencerme y por lo tanto desesperarme. ¿Tengo
que aceptar un texto porque simplemente dice que tengo que aceptar
un texto? Puedo en cambio inclinarme ante lo que una parte de mí
mismo considera una pérfida ambigüedad (porque a lo mejor
sí; a lo mejor el cine) pero por lo menos las frases siguientes
llevan a Gago al centro donde deja el auto mal estacionado como siempre,
sube a mi departamento donde sabe que lo espero al final de este párrafo
ya demasiado largo como toda espera de Gago, y después de bañarse
y ponerse la bata naranja que le regalé para su cumpleaños
viene a recostarse en el diván donde estoy leyendo con alivio
y amor que Gago viene a recostarse en el diván donde estoy
leyendo con alivio y amor, perfumado e insidioso es el Chivas Regal
y el tabaco rubio de la medianoche, su pelo rizado donde hundo suavemente
la mano para suscitar ese primer quejido soñoliento, sin Lil
ni Bergman (qué delicia leerlo exactamente así: sin
Lil ni Bergman) hasta ese momento en que muy despacio empezaré
a aflojar el cinturón de la bata naranja, mi mano bajará
por el pecho liso y tibio de Gago, andará en la espesura de
su vientre buscando el primer espasmo, enlazados ya derivaremos hacia
el dormitorio y caeremos juntos en la cama, buscaré su garganta
donde tan dulcemente me gusta mordisquearlo y él murmurará
un momento, murmurará esperá un momento que tengo que
telefonear. A Lil of course, llegué muy bien, gracias,
silencio, entonces nos vemos mañana a las once, silencio, a
las once y media de acuerdo, silencio, claro a almorzar tontita, silencio,
dije tontita, silencio, por qué de usted, silencio, no sé
pero es como si nos conociéramos hace mucho, silencio, sos
un tesoro, silencio, y yo que me pongo de nuevo la bata y vuelvo al
living y al Chivas Regal, por lo menos me queda eso, el texto dice
que por lo menos me queda eso, que me pongo de nuevo la bata y vuelvo
al living y al Chivas Regal mientras Gago le sigue telefoneando a
Lil, inútil releerlo para estar seguro, lo dice así,
que me vuelvo al living y al Chivas Regal mientras Gago le sigue telefoneando
a Lil.
De Un tal Lucas Cortázar, Julio; Cuentos
completos 2, Buenos Aires, Alfaguara, 1996
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