Lucas, sus luchas con la hidra
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Ahora
que se va poniendo viejo se da cuenta de que no es fácil matarla.
Ser una hidra es fácil pero matarla
no, porque si bien hay que matar a la hidra cortándole
sus numerosas cabezas (de siete a nueve según los
autores o bestiarios consultables), es preciso dejarle
por lo menos una, puesto que la hidra es el mismo Lucas y
lo que él quisiera es salir de la hidra pero quedarse en
Lucas, pasar de lo poli a lo unicéfalo. Ahí te quiero
ver, dice Lucas envidiándolo a Heracles que nunca tuvo
tales problemas con la hidra y que después de entrarle a
mandoble limpio la dejó como una vistosa fuente de la
que brotaban siete o nueve juegos de sangre. Una cosa es
matar a la hidra y otra ser esa hidra que alguna vez fue
solamente Lucas y quisiera volver a serlo. Por ejemplo,
le das un tajo en la cabeza que colecciona discos, y le
das otro en la que invariablemente pone la pipa del lado
izquierdo del escritorio y el vaso con los lápices de
fieltro a la derecha y un poco atrás. Se trata ahora de
apreciar los resultados.
Hm, algo se ha conseguido, dos cabezas
menos ponen un tanto en crisis a las restantes, que
agitadamente piensan y piensan frente al luctuoso fato. O
sea: por un rato al menos deja de ser obsesiva esa
necesidad urgente de completar la serie de los madrigales
de Gesualdo, príncipe de Venosa (a Lucas le faltan dos
discos de la serie, parece que están agotados y que no
se reeditarán, y eso le estropea la presencia de los
otros discos. Muera de limpio tajo la cabeza que así
piensa y desea y carcome). Además es inquietantemente
novedoso que al ir a tomar la pipa se descubra que no está
en su sitio. Aprovechemos esta voluntad de desorden y
tajo ahí nomás a esa cabeza amiga del encierro, del
sillón de lectura al lado de la lámpara, del scotch a
las seis y media con dos cubitos y poca soda, de los
libros y revistas apilados por orden de prioridad.
Pero es muy difícil matar a la hidra
y volver a Lucas, él lo siente ya en mitad de la cruenta
batalla. Para empezar la está describiendo en una hoja
de papel que sacó del segundo cajón de la derecha del
escritorio, cuando en realidad hay papel a la vista y por
todos lados, pero no señor, el ritual es ése y no
hablemos de la lámpara extensible italiana cuatro
posiciones cien vatios colocada cual grúa sobre obra en
construcción y delicadísimamente equilibrada para que
el haz de luz etcétera. Tajo fulgurante a esa cabeza
escriba egipcio sentado. Una menos, uf. Lucas está acercándose
a sí mismo, la cosa empieza a pintar bien.
Nunca llegará a saber cuántas
cabezas le falta cortar porque suena el teléfono y es
Claudine que habla de ir co-rrien-do al cine donde pasan
una de Woody Allen. Por lo visto Lucas no ha cortado las
cabezas en el orden ontológico que correspondía puesto
que su primera reacción es no, de ninguna manera,
Claudine hierve como un cangrejito del otro lado, Woody
Allen Woody Allen, y Lucas nena, no me apurés si me querés
sacar bueno, vos te pensás que yo puedo bajarme de esta
pugna chorreante de plasma y factor Rhesus solamente
porque a vos te da el Woody Woody, comprendé que hay
valores y valores. Cuando del otro lado dejan caer el
Annapurna en forma de receptor en la horquilla, Lucas
comprende que le hubiera convenido matar primero la
cabeza que ordena, acata y jerarquiza el tiempo, tal vez
así todo se hubiera aflojado de golpe y entonces pipa
Claudine lápices de fieltro Gesualdo en secuencias
diferentes, y Woody Allen, claro. Ya es tarde, ya no
Claudine, ya ni siquiera palabras para seguir contando la
batalla puesto que no hay batalla, qué cabeza cortar si
siempre quedará otra más autoritaria, es hora de
contestar la correspondencia atrasada, dentro de diez
minutos el scotch con sus hielitos y su sodita, es
tan claro que le han vuelto a crecer, que no le sirvió
de nada cortarlas. En el espejo del baño Lucas ve la
hidra completa con sus bocas de brillantes sonrisas,
todos los dientes afuera. Siete cabezas, una por cada década;
para peor, la sospecha de que todavía pueden crecerle
dos para conformar a ciertas autoridades en materia hídrica,
eso siempre que haya salud.
De Un tal Lucas
Cortázar, Julio; Cuentos
completos 2, Buenos Aires, Alfaguara, 1996
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