La cucharada estrecha
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Un
fama descubrió que la virtud era un microbio redondo y lleno de patas.
Instantáneamente dio a beber una gran cucharada de virtud a su suegra.
El resultado fue horrible: esta señora renunció a sus comentarios
mordaces, fundó un club para la protección de alpinistas extraviados,
y en menos de dos meses se condujo de manera tan ejemplar que los
defectos de su hija, hasta entonces inadvertidos, pasaron a primer
plano con gran sobresalto y estupefacción del fama. No le quedó más
remedio que dar una cucharada de virtud a su mujer, la cual lo abandonó
esa misma noche por encontrarlo grosero, insignificante, y en un todo
diferente de los arquetipos morales que flotaban rutilando ante sus
ojos.
El fama lo pensó largamente, y al
final se tomó un frasco de virtud. Pero lo mismo sigue
viviendo solo y triste. Cuando se cruza en la calle con
su suegra o su mujer, ambos se saludan respetuosamente y
desde lejos. No se atreven ni siquiera a hablarse, tanta
es su respectiva perfección y el miedo que tienen de
contaminarse.
Cortázar, Julio; Historias
de cronopios y de famas, Buenos Aires, Sudamericana, 1994
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