Hablen, tienen tres minutos

 
De vuelta del paseo
donde junté una florecita para tenerte entre mis dedos un
  momento,
y bebí una botellas de Beaujolais, para bajar al pozo
donde bailaba un oso luna,
en la penumbra dorada de la lámpara cuelgo mi piel
y sé que estaré solo en la ciudad
más poblada del mundo.

Excusarás este balance histérico, entre fuga a la rata y queja
  de morfina,
teniendo en cuenta que hace frío, llueve sobre mi taza de
  café,
y en cada medialuna la humedad alisa sus patitas de esponja.

Máxime sabiendo
que pienso en ti obstinadamente, como una ciega máquina,
como la cifra que repite interminable el gongo de la fiebre,
el loco que cobija su paloma en la mano, acariciándola
  hora a hora
hasta mezclar los dedos y las plumas en una sola miga de
  ternura.

Creo que sospecharás esto que ocurre,
como yo te presiento a la distancia en tu ciudad,
volviendo del paseo donde quizá juntaste
la misma florecita, un poco por botánica,
un poco porque aquí,
porque es preciso
que no estemos tan solos, que nos demos
un pétalo, aunque sea un pastito, una pelusa.


Salvo el crepúsculo, Buenos Aires, Ed. Alfaguara, 1996


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