Nuevo elogio de la
locura
Publicado en La República, París, el 19
de febrero de 1982 y posteriormente incluido en Argentina: Años de alambradas
culturales y Obra Crítica /3
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El
primero fue escrito hace siglos por Erasmo de Rotterdam. No recuerdo
bien de qué trataba, pero su título me conmovió
siempre, y hoy sé por qué: la locura merece ser elogiada
cuando la razón, esa razón que tanto enorgullece al Occidente,
se rompe los dientes contra una realidad que no se deja ni se dejará atrapar
jamás por las frías armas de la lógica, la ciencia
pura y la tecnología.
De Jean Cocteau es esta profunda intuición
que muchos prefieren atribuir a su supuesta frivolidad: Víctor
Hugo era un loco que se creía Víctor Hugo. Nada más
cierto: hay que ser genial -epíteto que siempre me pareció
un eufemismo razonable para explicar el grado supremo de la locura,
es decir, de la ruptura de todos los lazos razonables- para escribir
Los trabajadores del mar y Nuestra Señora de París.
Y el día en que los plumíferos y los sicarios de la junta
militar argentina echaron a rodar la calificación de "locas"
a las Madres de Plaza de Mayo, más les hubiera valido pensar
en lo que precede, suponiendo que hubieran sido capaces, cosa harto
improbable. Estúpidos como corresponde a su fauna y a sus tendencias,
no se dieron cuenta de que echaban a volar una inmensa bandada de palomas
que habría de cubrir los cielos del mundo con su mensaje de angustiada verdad, con su mensaje que
cada día es más escuchado y más comprendido por
las mujeres y los hombres libres de todos los pueblos.
Como no tengo nada de politólogo y mucho de
poeta, veo el decurso de la historia como los calígrafos japoneses
sus dibujos: hay una hoja de papel, que es el espacio y también
el tiempo, hay un pincel que una mano deja correr brevemente para trazar
signos que se enlazan, juegan consigo mismo, buscan su propia armonía
y se interrumpen en el punto exacto que ellos mismos determinan. Sé
muy bien que hay una dialéctica de la historia (no sería
socialista si no lo creyera), pero también sé que esa
dialéctica de las sociedades humanas no es un frío producto
lógico como lo quisieran tantos teóricos de la historia
y la política. Lo irracional, lo inesperado, la bandada de palomas,
las Madres de Plaza de Mayo irrumpen en cualquier momento para desbaratar
y trastocar los cálculos más científicos
de nuestras escuelas de guerra y de seguridad nacional. Por eso no tengo
miedo de sumarme a los locos cuando digo que, de una manera que hará
crujir los dientes de muchos bien pensantes, la sucesión del
general Viola por el general Galtieri es hoy obra evidente y triunfo
significativo de ese montón de Madres y de Abuelas que desde
hace tanto tiempo se obstinan en visitar la Plaza de Mayo por razones
que nada tienen que ver con sus bellezas edilicias o la majestad más
bien cenicienta de su célebre pirámide.
En los últimos meses, la actitud cada vez
más definida de una parte del pueblo argentino se ha apoyado
consciente o inconscientemente en la demencial obstinación de
un puñado de mujeres que reclaman explicación por la desaparición
de sus seres queridos. La vergüenza es una fuerza que puede disimularse
mucho tiempo, pero que al final estalla de las maneras más inesperadas,
y ese factor no ha sido tenido jamás en cuenta por la soberbia
de los militares en el poder. Que bajo la férula menos violenta
de Viola esa explosión haya asumido la magnitud de una manifestación
de miles y miles de argentinos en las calles céntricas de Buenos
Aires, y una serie creciente de declaraciones, denuncias y solicitadas
en los periódicos, es una prueba de debilidad castrense que la
estirpe de los Galtieri y otros halcones no podía tolerar. Ellos,
por supuesto, no lo saben de manera demasiado lúcida, pero la
lógica de la locura no es menos implacable que la que se estudia
en el colegio militar: el corolario del teorema es que el general Galtieri
debería estar reconociendo a las Madres de Plaza de Mayo, pues
es sobre todo gracias a ellas que ha podido dar el zarpazo que acaba
de encaramarlo en el sillón de los mandamás.
Por su parte, las madres y las abuelas que sin saberlo
han facilitado su entronización, no tienen la menor idea de lo
que han hecho. Muy al contrario, pues en el plano de la realidad inmediata
esa sustitución de jefatura significa una profunda agravación
del panorama político y social de la Argentina. Pero esa agravación
es al mismo tiempo la prueba de que la copa está cada vez más
colmada, y que el proceso llega a su punto de máxima tensión.
Es entonces que la respuesta de esa parte de nuestro pueblo capaz de
seguir teniendo vergü;enza deberá entrar en acción
por todas las vías posibles, y que las fuerzas del interior y
del exterior del país tendrán que responder a algo que
las está invitando a salir de una etapa harto explicable pero
que no puede continuar sin darles la razón a quienes pretenden
tenerla.
Sigamos siendo locos, Madres y abuelitas de la Plaza
de Mayo, gentes de pluma y de palabra, exiliados de dentro y de fuera.
Sigamos siendo locos, argentinos: no hay otra manera de acabar con esa
razón que vocifera sus slogans de orden, disciplina y patriotismo.
Sigamos lanzando las palomas de las verdadera patria a los cielos de
nuestra tierra y de todo el mundo.
Julio Cortázar Obra
crítica /3, Madrid, Alfaguara, 1994
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