El almuerzo
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No
sin trabajo un cronopio llegó a establecer un termómetro de vidas.
Algo entre termómetro y topómetro, entre fichero y curriculum vitae.
Por ejemplo, el cronopio en su casa
recibía a un fama, una esperanza y un profesor de
lenguas. Aplicando sus descubrimientos estableció que el
fama era infra-vida, la esperanza para-vida, y el
profesor de lenguas inter-vida. En cuanto al cronopio
mismo, se consideraba ligeramente super-vida, pero más
por poesía que por verdad.
A la hora del almuerzo este cronopio
gozaba en oír hablar a sus contertulios, porque todos
creían estar refiriéndose a las mismas cosas y no era
así. La inter-vida manejaba abstracciones tales como espíritu
y conciencia, que la para-vida escuchaba como quien oye
llover -tarea delicada. Por supuesto la infra-vida pedía
a cada instante el queso rallado, y la super-vida
trinchaba el pollo en cuarenta y dos movimientos, método
Stanley Fitzsimmons. A los postres las vidas se saludaban
y se iban a sus ocupaciones, y en la mesa quedaban
solamente pedacitos sueltos de la muerte.
Cortázar, Julio; Historias
de cronopios y de famas, Buenos Aires, Sudamericana, 1994
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