Oldawa

1

Oldawa. Un país. Tres reinos. Tres torres. Tres princesas. Tres historias. Tres mentiras. Una verdad. Tres guerreros derrotados. O salvados. Tres meses. Tres horas. Tres minutos. Fin o comienzo. Oldawa.

2

1 torre

Todo comenzó un día cualquiera. Yo estaba tranquilamente jugando con mis muñecas en mi torre, como de costumbre, antes de merendar. Hilda, mi aya, le estaba poniendo su vestido de paseo a Rosita, pues íbamos a dar una vuelta por la Latipac Atnalp, la ciudad que hay al lado de mi torre. Se me hace algo raro decir las palabras al revés, pero es que en este sitio todo es muy extraño…

Mi profesora particular me ayuda a estudiar geografía, y también a desenvolverme con el idioma séver, pero es muy difícil acostumbrarme a decir “¡Aloh!” En vez de “¡Hola!”.

Hilda me cogió de la mano y las tres (Hilda, Rosita y yo) fuimos bajando lentamente, y con la pose erguida, como me habían enseñado, las escaleras. “¡Soneub saíd, asecnirp Aritnem!” me saludaron los guardias, como cada mañana. Yo les sonreí y le pedí a Egroj que me prestara su lanza una vez más, y, aunque se lo supliqué mucho, él no me la dejó, se limitó a acariciarme el pelo y a decirme que era demasiado pequeña. Luego, ante la mirada horrorizada de Hilda, le pedí a Egroj que jugara un poco conmigo. Aquello ya fue demasiado para la tonta de mi aya, que me cogió fuertemente de la mano y me arrastró hacia la salida. Los guardias se quedaron allí plantados, intentando disimular la risa. ¡Bah, idiotas¡ Y no sabía por qué se ponía así Hilda… Bueno, según ella, “las princesas como tú no pueden hablar con los plebeyos tuteándoles”, y, por supuesto, nunca debía, BAJO NINGÚN CONCEPTO pedirle nada a un plebeyo…

Bueno, después de este pequeño incidente, y después de escapar de la regañida de Hilda (al final me encontró,, escondida en un tronco hueco en compañía de unas ardillas) nos encaminamos hacia Latipac Atnalp por el sendero principal. Por el camino, muchos carros cargados con mercancías para comerciar en Sanud ed Latem se nos cruzaron, haciendo un ruidillo muy agradable cuando las ruedas pisaban la grava.

Los conductores nos saludaban, y yo les respondía  con un elegante movimiento de cabeza, bajo la mirada aprobadora de Hilda.

El paseo fue muy agradable, pues cruzamos muchas praderas cubiertas de hermosas flores… pero claro, estábamos en el país de las plantas.

Yo fui haciendo un gran ramo y Hilda me regañó por mancharme el vestido de tierra. Bueno total, tengo tantos… El cielo era azul y no tenía ni una sola nube. Se oía el bonito trino de los pájaros y el fresco sonido de las olas del mar, el cual teníamos bastante cerca, pues nuestro país era también continente, al igual que el del desierto, y que el helado, así que se podría decir que Oldawa era una isla dividida en muchos países… es algo fácil de asimilar, si no deseas ponerte límites, pues también es cierto que más allá del mar no hay nada. Eso si es difícil de asimilar, pero es la verdad, según mis libros de geografía…

En cuanto vislumbramos las casas de la ciudad, yo me puse muy contenta, y eché a correr, seguida de los familiares gritos de Hilda. Pero cuando me fui acercando, me di cuenta de que lo que oía no era el bullicio propio de la Latipac, sino otro tipo de sonido, uno terrible, que me producía escalofríos por todo el cuerpo… el ramo cayó al suelo.

Hilda llegó por fin a mi lado muy sofocada. Temí que me riñera, pero en vez de eso, me agarro e intentó arrastrarme de nuevo al camino por el que habíamos venido.

A mí me venció más la curiosidad que el miedo, y, librándome de las manos de mi aya, me adentré en la antes alegre ciudad.

Conforme más me iba acercando al lugar del que procedía el sonido, una extraña sensación se apoderó de mí.

Me sentí más seria, más digna, más… mayor. Ésa sensación no podía ser buena. Así que concentré todas mis fuerzas para echarla de mi cuerpo. No oía ni los desesperados gritos de Hilda ni el sonido que antes me martirizaba tanto. Sólo estábamos yo y ésa extraña y molesta sensación…

Mis pasos retumbaban por las estrechas calles de la Latipac. No se veía ni un alma. Ya estaba llegando al mercado, que era el lugar del que provenía el sonido que me atraía, y había perdido a mi aya de vista. Sentí miedo…

3

Poco a poco me fui acercando hacia el mercado y los gritos se iban oyendo más y más. Al final, llegué a la desembocadura de la calle en la plaza. Los gritos ya retumbaban en mis oídos. Cautelosamente me asomé para averiguar qué estaba pasando y lo que vi me dejó atónita:

Los gritos procedían de una niña muy delgada, que estaba hecha un ovillo contra la pared, la cabeza tapada por los brazos.

No me di cuenta de qué era lo que la hacía gritar tan desesperadamente hasta que un rayo que anunciaba el comienzo de una tormenta lo iluminó.

Una gran sombra negra daba vueltas alrededor de la niña una y otra vez, amenazadoramente. Era realmente aterradora.

Al verla, algo se despertó dentro de mí. Una sensación (otra) de poder y energía que nunca había experimentado. Esta, junto a la sensación que había sentido anteriormente, me provocaron unas ganas irrefrenables de salir y enfrentarme contra esa sombra. Tales eran esas ganas que, sin pensármelo dos veces, me planté en el centro de la plaza.

La sombra se volvió bruscamente y la niña dejó de gritar…

-¡Déjala en paz!

La sombra emitió un sonido parecido al chocar de dos sartenes. Se estaba riendo. Dejó de girar alrededor de la niña y se acercó a mí. Pero yo no me dejé intimidar. Me quedé inmóvil y mirando al frente fijamente mientras ella daba vueltas lentamente a mi alrededor. Aún se reía. Pero ella no sabía de lo que yo era capaz en aquellos momentos. No, ella no lo sabía…

El odio y una repentina furia que me invadían eran más fuertes que el miedo que sentía hacia esa sombra que me amenazaba. Al fin y al cabo, yo era una princesa, se supone que debía ser valiente y que tenía defender a mis súbditos de seres peligrosos aunque pusiera mi vida en ello, ¿no?

Así que apreté los puños y le miré a la… a lo que supongo que sería su cara.

Me horroricé.

Aquella sombra lo único que tenía eran unos ojos muy extraños y terroríficos. Eran blancos, pero tenían doce puntitos que los rodeaban, y dos palos, uno más largo que el otro, los cuales estaban ahora señalando a dos puntitos diferentes.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo, y apreté más los puños, hasta hacerme daño. De repente, la sombra paró y miró hacia una calle. Yo miré también hacia allí, y vi a Hilda corriendo hacia aquí, y agitando los brazos.

Yo le grité que no se acercara, pero ella no hizo caso, y vino gritando mi nombre, los cabellos revueltos por la carrera. Y se quedó parada al observar  la escena. La sombra se acercó lentamente hacia ella.

Yo , de repente, me había quedado paralizada, y no podía ayudar a mi aya… sólo podía gritar.

La niña seguía sollozando, pero al menos no con tanta fuerza como antes. Su llanto se había aplacado un poco, pues la sombra había dejado de acosarla, pero aún miraba aterrada cómo se iba aproximando hacia Hilda, lenta pero inexorablemente.

Imágenes horribles me invadían, y eso hacía que esa energía que se estaba desatando dentro de mí creciera; imágenes de Hilda gritando de dolor, mientras la sombra se cernía sobre ella…

Por su parte, mi aya verdadera también se había quedado totalmente rígida, mirando a aquel ser. Su piel iba perdiendo rápidamente su rosado color, y sus ojos, literalmente, se le salían de las órbitas.

Como en las imágenes que se me aparecían, la sombra se cernió sobre Hilda. Pero, al contrario que en estas la mujer no emitió sonido alguno. Se limitó a mover los labios rápidamente, pronunciando palabras que desde mi situación no pude oír.

Mi mente se nubló.

Aquella cosa iba a hacerle daño a la única persona que me había cuidado y protegido desde que nací, a la que me enseñó y me quiso como nadie. Aunque era un poco mandona, Hilda era la única persona que me quedaba. Y no iba a permitir que le hicieran daño.

Al pensar esto, de repente la energía que se me había estado acumulando se disparó. De mi cuerpo empezaron a brotar pequeñas chispas. Luego más grandes. Y, finalmente, una luz dorada me envolvió, y miles de rayos se dispersaron hacia todos lados desde mi cuerpo. Energía transformada en increíbles rayos que iluminaron la plaza durante unos instantes, como si hubiera salido de nuevo el sol, y se hubiera multiplicado su luz…pues, desde que aquél ser había llegado a la ciudad, todo se había oscurecido, como si un dragón se hubiera tragado las estrellas.

Grité de rabia…

Y de repente, todo lo que me rodeaba desapareció.

Lo único que sentí antes de perder el conocimiento fue que me levantaban y me transportaban con ligereza y suavidad, como si fuera una pluma…

4

Me desperté en un lugar muy familiar: mi cuarto. Me hallaba tendida sobre la cama, aún con mi vestido de paseo, y cubierta de sudor. Respiré hondo y busqué con la mirada a Hilda. Esperaba encontrarla a los pies de mi cama, velando por mis sueños, como cada vez que me iba a dormir.

Estaba pensando eso cuando todos los recuerdos vinieron a mi mente: aquella terrorífica sombra, la niña llorando y Hilda… ¿y Hilda?

Me levanté rápidamente, aunque mis pocas fuerzas casi me hicieron caer de nuevo. Recorrí todo lo deprisa que pude la estancia, y bajé a la habitación de abajo, donde Hilda y yo solíamos comer…

Allí me encontré a varios guardias, que se alarmaron al verme.

-¡On, asecnirp Aritnem, on edeb rajab íuqa! Esayab.

- On os osneip olrecah.-respondí yo firmemente- ¿Ednod atse Hilda?

-Aroha on  edeup rev a us aya. El somagor euq es ayav.-me dijeron ellos, empujándome hacia la puerta.

-¡ON! OREIUQ REV A IM AYA. ¿EDNOD ATSÉ?

Estos malditos pesados ya me estaban empezando a cansar, y yo a ellos también. Y justo cuando uno de los guardias iba a perder la compostura, una voz que me resultó familiar me llamó débilmente:

-Aritnem nev…

Me acerqué lentamente hacia la procedencia de aquellos susurros. Provenían de una cama que se hallaba en un rincón de la estancia.

-No tengas miedo, pequeña.

Estaba utilizando el lenguaje humano… ése lenguaje sólo lo conocíamos dos personas: ¡Hilda y yo!

La alegría me invadió, y corrí hacia la cama.

Pero en cuanto me asomé a ver a mi aya no pude evitar gritar. Ésa no era Hilda.

¿Qué había sido de aquella piel sonrosada? ¿Y de aquel pelo fuerte y sedoso?

Esta persona no me recordaba a Hilda para nada… Ahora la piel era pálida como la de los muertos, seca y llena de… arrugas. Y su pelo estaba lacio, fino y blanco como la nieve.

No hay nadie que responda a esta descripción en Oldawa, todo el mundo vive cientos de años con el mismo aspecto. Y nadie ha envejecido nunca. Sólo conocemos la vejez a través de los cuentos que nos leen, y que, al parecer, han ido pasando de generación en generación. Cuentos fantásticos. Esto es algo FUERA DE LO NORMAL.

Con razón los guardias estaban tan conmocionados…

-Aritnem, corazón, no me va a pasar nada.-me dijo ella con su voz tranquilizadora, ahora más ronca y apagada-; escucha, acércate.

Al fin y al cabo, se trataba de mi aya, ¿no? No tendría que sufrir repelús de ningún tipo… así que me acerqué más a ella.

-Hilda, ¿qué te han hecho?

-No me queda mucho tiempo, así que te contaré todo lo que pueda.

-¿De qué estás hablando? ¿¡Hilda, qué te pasa!?

-Aritnem, por favor, déjame hablar.

Tragué saliva y asentí. Hilda estaba demasiado cariñosa.

- “¿Te acuerdas de cómo eras de pequeña? No, claro que no te acuerdas. Tú naciste en una casa terrestre, de unos padres humanos. Te encantaban las tormentas… te gustaba ver la energía en su mayor plenitud, por muy peligrosa que resultase.

-Un día saliste de casa cuando la tormenta estaba en su mayor intensidad. Rayos caían por todas partes. Los truenos resonaban en tus oídos, y la lluvia te despejaba la mente. ¿No es así?

Asentí, aunque extrañada. Hilda no sabía nada sobre mi anterior vida… ¿o sí?

- “Tus padres intentaron impedir que salieras, pero tú, como de costumbre, los ignoraste. Y de repente, te cayó uno de los muchos rayos que iluminaban el cielo. Y desapareciste. Del resto seguro que te acuerdas.”

- Sí, cómo me iba a olvidar de cuando me hallé de repente en un bosque profundo y oscuro…Estuve  buscando la salida durante horas, sin resultados. Lo único que encontré fueron árboles y más oscuridad. De vez en cuando se oía algún graznido o pitido, lo que me asustaba bastante. Incluso vi a sombras esconderse rápidamente tras los árboles, y acecharme tras éstos, sus ojos reluciendo amenazadoramente.

Pero hubo unos instantes en los que el bosque entero guardó silencio completamente, lo que lo hizo aún más amenazador aún…

Y yo empecé a inquietarme de verdad. De momento, un agobio empezó a extenderse por todo mi cuerpo (ya se ve que soy como un imán para las sensaciones extrañas).

La sensación de estar atrapada como un ratón en una ratonera. La sensación de desolación que da el no poder escapar. Una sombra con ojos brillantes se me acercaba, envolviéndome.

Y no podía gritar, ni moverme. La sombra se cernía sobre mí… yo gritaba e intentaba revolverme, pero era en vano. Jadeé, pensando que era el fin, y que todo había terminado para mí…

Y entonces llegó Hilda. Fue avanzando lentamente hasta acercarse a mí y a la sombra. Nos miraba sin que un solo atisbo de miedo se reflejara en su mirada. Reconozco que me impresionó enormemente…Pronunció unas palabras muy extrañas y cielo y tierra se removieron, para dejar paso a unos imponentes rayos que cayeron alrededor de nosotros, sin rozarnos. Esos rayos que a mí tanto me gustaban, pero que a partir de ése día odio…

Mi salvadora me rescató de las garras de aquel ser, y yo me escondí tras ella, sollozando, y lo único que pude ver fue cómo uno de aquellos rayos que caían le acertaba de lleno a la sombra, sin duda por obra de Hilda… (Que quede claro que yo aún desconocía la identidad de la mujer) La sombra fue envuelta por el rayo, y momentos después desapareció sin dejar rastro, junto a la tormenta creada por Hilda.

Más tarde, los ciudadanos de la Latipac Atnalp me nombraron su princesa, y edificaron una torre para que me sirviera de vivienda. Mi torre. Y Hilda se presentó voluntaria para convertirse en mi aya, y por lo tanto, para cuidarme y hacerse cargo de mí.

Y ésta es mi historia… ¡Un momento! Las piezas del puzzle encajaban: la sombra era idéntica en los dos casos, así que debió ser la misma… los rayos, la niña… ¡a la niña que lloraba también le debió caer un rayo, y por eso apareció en la plaza de la Latipac Atnalp! Claro que siempre podía ser una simple niña Oldawense. Pero si mal no recordaba, en la plaza no había ni un alma, así que las probabilidades de que una niña tan pequeña apareciera así por las buenas en esas circunstancias era prácticamente nulas. Así que tendría que ser humana.

Y en cuanto a la sombra… la sombra desapareció la primera vez gracias a un rayo provocado por Hilda (en Oldawa el emplear la magia es un acto corriente)… me pregunté si uno de mis rayos le habría hecho desaparecer…

Y Hilda… ¿eso es lo que pasa cuando la sombra te atrapa?

Las dudas bullían en mi mente.

Mi aya, al ver mi cara pensativa, adivinó lo que acababa de descubrir.

-Aritnem, dime, ¿te has preguntado alguna vez por qué mi nombre no se pronuncia al revés, en el idioma séver?

Pues la verdad es que no. Para mí Hilda siempre había sido así, Hilda. Nunca había dudado nada, lo veía todo tan claro…antes.

-Yo también fui humana, Aritnem.

¡Claro, por eso era la única persona que conocía el idioma terrestre!

Hilda me cogió las manos con las suyas, huesudas y pálidas, haciendo que un escalofrío me recorriera de pies a cabeza (otra vez). En sus ojos había un destello de cariño, pero también… de tristeza.

-¿Sabes por qué te nombraron los oldawenses su princesa, a mí tu aya, y nos llevaron a esta torre, Aritnem?

Negué con la cabeza.

-Dime, ¿qué harías tú si fueras terrestre, no supieras nada sobre este mundo y de repente apareciera por el cielo de tu ciudad un dragón?

-Lo…encerraría. Supongo.

Mi aya asintió, complacida.

-Pues eso es lo que nos han hecho a nosotras, cielo. Los oldawenses consideran al género humano una amenaza, y es lo más natural, pues todo ser vivo teme lo que o conoce. Y en este caso temían de nosotras, una simple mujer y una niña…

 “Nos consideran peligrosas, Aritnem. Por eso nos alejaron de la capital. Por eso vivimos en una torre. El título de princesa fue una excusa para traernos aquí, corazón. Recuérdalo.

No me podía creer lo que estaba diciendo mi aya.

Miré hacia los soldados, (los que nos observaban algo asustados, a causa del lenguaje que estábamos utilizando), y no pude contener el extraño fuego que empezaba a arder en mi interior. El fuego de sentirse traicionada, de creer en algo que nunca había existido, que sólo había servido para encubrir una verdad espeluznante…

Pero no pude concentrarme por mucho tiempo en ese odio, porque Hilda habló de nuevo:

-Aritnem, no odies a nadie por lo que nos han hecho, pues recuerda que tú habrías hecho lo mismo… vive tranquila y… no…

-¡¡¡¡Hilda!!!! ¿Qué pasa? ¡¡¡¡Hilda, responde!!!!

Hilda no terminó la frase. Exhaló su último suspiro y murió.

  5

Después de lo ocurrido no paré de llorar durante una semana.

Me encerré en mi habitación y rechacé todo tipo de comida, ayuda y visita. Cada vez que veía a un Oldawense el fuego de la rabia volvía a arder en mi interior, amenazándome con vengarme por lo que había creído durante toda mi vida.

Y aún no había asimilado lo de ser humana. ¿Cómo puedo ser de un planeta del que sólo se hablaba en las leyendas? Supongo que sería la única persona humana que procedía de aquel planeta.

¿Y qué habría pasado con mis padres? Posiblemente me habrían olvidado… o aún sufrían por mi ausencia.

Me sentía tan mal por todo lo que había pasado que no podía siquiera levantarme de la cama… aún así lo intenté.

Me incorporé, temblorosa, y conseguí acercarme hasta el espejo que se hallaba encima de la mesa. Y me miré la cara.

Mi rostro, antes blanco como tiza, ahora estaba enrojecido a causa de las lágrimas, mis ojos, antes de un azul intenso y alegre, se habían transformado en dos trozos de negro y reluciente carbón. Y mi pelo… mi pelo seguía siendo tan rubio y resplandeciente como siempre.

Mi mano se deslizó hacia la mesa, y toqué algo frío y delgado. Unas tijeras. No pude evitarlo.

Largos mechones rubios cían al suelo, unos tras otros descendiendo lentamente. Y yo empuñaba las tijeras firmemente con una mano, y con la otra agarraba fuertemente el mechón siguiente, esperando así no arrepentirme de mi decisión. De todas formas, ya no había marcha atrás. A partir de ahora la Mentira me había dejado marcada, como indicaba mi nombre.

6

Después de tumbarme en la cama durante lo que me parecieron 2 horas, conseguí por fin que una idea se abriera paso entre la rabia y la frustración. Una idea de venganza. Una idea arriesgada, pero letal…

Salí de mi habitación dando pasos pausados, con la cabeza erguida y el semblante serio.

No miré a los guardias que me encontraba por el camino, aunque ellos hacían grandes aspavientos al ver mi pelo, o mejor dicho, lo que quedaba de mi pelo. Hasta Egroj se asustó, y tartamudeando, se acercó a mí y trató de averiguar la razón de mi extraño corte. Pero yo le hice callar con un gesto brusco de la mano, y seguí impasible hacia mi destino.

Aquél chico de pelo oscuro y ojos grises no tenía de lo que sentía, y por mucho que lo deseara, nunca podría ayudarme…

Por fin llegué… a la sala prohibida de mi torre. Las advertencias sobre esta sala resonaban en mis oídos…

Y no eran formuladas en vano.

Los libros de magia oscura se hallaban abiertos y esparcidos por toda la sala, como incitando al visitante a leerlos.

Extraños y terroríficos seres se asomaban desde cuadros y botes de cristal, y las telarañas ,que no escaseaban, le daban un aire peligroso y lúgubre a la estancia, si eso era ya posible.

Aunque el enfado me cegaba todos los sentidos, tuve el suficiente sentido común para advertir la hostilidad de la habitación…

Pero aún así di un paso, y luego otro. Primero temblando, y luego más y más firmemente.

Pero una voz sonó detrás de mí, y me hizo dar un salto.

-Yo que tú no lo haría.

Me volví lentamente, y vi a Egroj, flotando detrás de mí. ¿Flotando?

Si, Egroj se hallaba levitando, y lo que era más desconcertante: su piel se había vuelto plateada, casi transparente, como la de un… fantasma. Y su rostro, por primera vez desde que lo conocía, me miraba enfadado.

-E…Egroj…

-No lo hagas.

Eso ya sonaba a amenaza.

Pero yo estaba tan conmocionada por verle en ese estado que no pude responderle. Me costó horrores cerrar la boca.

Me acerqué un poco a él, e intenté tocarlo, pero mi mano, simplemente… lo atravesó. Me retiré, asustada, mas él me seguía mirando con el mismo deje enfadado.

-¿¡Qué te ha pasado!?

Egroj continuó con su mirada inexcrutable.

-Lo que me pase o me deje de pasar no es asunto tuyo, niña. Sólo he venido aquí para advertirte.

-¿Ad… advertirme?

Este no era el Egroj de siempre, tan cariñoso y animado. Este fantasma que tenía frente a mí era brusco y frío, y sus facciones se habían vuelto más delicadas…en mi opinión, le favorecía este aspecto…

¿¡¡¡¡Pero en qué estaba pensando!!!!?

El caso es que Egroj estaba raro. Muy raro. Me acerqué a una mesa y, automáticamente, el libro que necesitaba se lanzó a mis manos. Parecía que los libros estos también leían los pensamientos.

Para comprobarlo, deseé que el que tenía entre mis manos se abriera, por ejemplo, en la página 56.

Deseo concedido. La página 56 apareció limpiamente ante mis ojos. Sonreí y cerré el libro. Luego me lo apreté contra el pecho y me dispuse a salir.

Pero Egroj se interpuso entre mí y la salida. Casi me había olvidado de él…

Lo miré a los ojos, desafiante.

-Déjame pasar.

El ni se inmutó.

-Egroj, te lo advierto.

Me estaba empezando a enfadar. Al fin y al cabo, era un estúpido oldawense que me quería separar de mi propósito. ¡A mí!

Egroj habló, pero esta vez sus palabras fueron más amables, aunque no tanto como antaño.

-Aritnem, eres sólo una niña. No dejes que el odio influya en ti como lo está haciendo.

-¿Influirme? ¿El odio? ¿De qué me estás hablando?

¿Cómo sabía el nada? Por lo que yo suponía, el no podía adivinar mis pensamientos…

-Percibo el aura de las personas. En estos momentos, tu aura contiene un odio tan intenso que se ha extendido por todo el castillo. Temo por lo que puedas hacer.

-   ¿Temer? ¿Qué ibas a temer tú, fantasma? Mira, no sé por qué has adoptado la forma de Egroj, ni qué asuntos te han obligado a molestarme…-me estaba sacando de mis casillas- pero no necesito que te metas en mi vida.

Él frunció el ceño y se acercó más a mí. Un escalofrío me recorrió de arriba abajo:-¿De verdad crees que no soy Egroj?- parecía divertido –No tienes pruebas-.

-¡Egroj no era un fantasma! ¿Egroj era un…! Había estado a punto de decir “humano”. De repente y sin saber cómo, las lágrimas resbalaban por mis mejillas.

Bajé la cabeza para que el fantasma no me viera llorar.

-No sé ni quién eres, ni cómo sabes tanto sobre mí… Ni siquiera sé cómo debo llamarte, fantasma.

Él me levantó la cabeza y me limpió las lágrimas.

-Llámame Enheas.

Enheas… ese nombre no tenía ni pies ni cabeza, pero le quedaba bastante bien.

-Aritnem, lo único que quiero es protegerte - dijo mientras me cogía la cabeza con las manos:

-Mientes. Tú lo que quieres es ayudar a los oldawenses.

-Te equivocas.

-Entonces, ¿por qué adoptas la forma de uno de ellos?

Su mirada, antes tan dulce, cambió de repente para volverse fría de nuevo. Pero no me soltó. Y, de repente, me di cuenta de algo.

-Enheas ¿por qué tú me puedes tocar y yo a ti no?

De nuevo, su expresión se dulcificó.

-Es una de las “libertades” de ser fantasma- dijo, como sin darle importancia.

Levanté más la cabeza. Sus ojos me atraían, de algún modo. Eran tan…expresivos.

Sin darme cuenta me había quedado embobada mirándole. Y él lo percibió.

Riéndose, se alejó de mí. Yo me sonrojé hasta la médula y el silencio se volvió algo incómodo.

Hasta que me di cuenta de que llevaba un libro entre los brazos. Aprovechando aquel momento de distracción por parte de Enheas, eché a correr hacia la salida y no paré hasta llegar a mi habitación y cerrar la puerta rápidamente.

Los gritos de Enheas me persiguieron durante la escapada, pero luego no supe más de él… ni de sus expresivos ojos.

Cada vez que los recordaba un escalofrío me erizaba el cabello.

Pero había conseguido el libro.

Y mi venganza daría comienzo por fin.

  7 (  )

Aquella era, sin duda, una gran reunión.

Reyes y reinas representantes de todas las especies habitantes en Oldawa se hallaban parlamentando en La Gran Sala del palacio Zityaren, el que estaba situado en el fondo del lago Luza.

Era un castillo magnífico, plateado, con salas de mármol y almenas de cristal. Aunque parezca prácticamente increíble, ni una sola gota de agua se filtraba en su interior, pues un Hechizo Protector de Máximo Grado lo aislaba completamente de componentes no deseados en su interior, y, al mismo tiempo, cuando era necesario, como con la llegada de visitas, el castillo se llenaba de oxígeno. Y para entrar lo único necesario era lanzarse al interior del lago. Si Zityaren te dejaba pasar, aparecías en la entrada completamente seco. Si no, te habrías zambullido en un lago totalmente normal, y aparecerías chorreando en la orilla (si llegabas…).

En el interior del castillo había tal numero de salas y de pasillos que un individuo que viajara solo, y decidiera aventurarse a recorrerlo, posiblemente no volviera a ver la luz del sol en su vida, o bien, (y esto era lo más probable), perdería el juicio.

Esta maravilla era propiedad de las Nurvas, habitantes del agua, y llamadas vulgarmente sirenas. Y allí, en Zityaren, se habían reunido los distintos reyes/as y, también representantes de: los Hawerns, u orcos, conocidos por su brutal ferocidad, y su aspecto totalmente primitivo, las Lavas, ninfas de fuego, cuyos bailes eran para los hombres lo mismo que los cantos de las Nurvas; las Staress, o también llamadas hadas, las cuales revoloteaban de un lado a otro, impacientes, su larga melena verde oliva sin parar de ondear; también se hallaban allí los seres a los que llamaban simplemente, “Oldawenses” o “semi-humanos”, por ser iguales a éstos, pese a que este segundo nombre era lo más parecido a un insulto para ellos.

Y por último, los fantasmas, o “los sueños sin cumplir”. Pues, en contra de lo que ocurre en la tierra, los fantasmas oldawenses son seres que vendan sus cuerpos a las Lavas, a cambio de que estas poderosas mujeres les concedan un deseo. Cualquier deseo. Y así, lo único que queda de estos individuos es su alma, que vaga por el mundo, dispuesta a cumplir su sueño, ahora que le han concedido el poder hacerlo…

Todos ellos esperaban impacientes, sentados en unas altas sillas de madera labrada, las cuales estaban situadas de forma que formaran un círculo. Nadie sabía hacia donde mirar…

Al fin, Stella Storm, la reina de las Staress, rompió el hielo.

-¿Tardará mucho, Rodarepme? - preguntó secamente, dirigiéndose al emperador y representante de los Oldawenses.

Éste, incómodo de pasar a ser el centro de atención de los presentes, comenzó a mesarse la barba pausadamente (“lo más importante es la imagen”, se repetía), y respondió:

-No tardará mucho, supongo.

-¿Estás seguro de que esto dará resultado? - comentó la reina de las Lavas, desconfiadamente.

-Sin duda- intervino el pedante consejero de Rodarepme, observando a los presentes con soberbia-. Él es el más indicado para estos casos, Firella- dijo, refiriéndose a la antes nombrada.

Era obvio que Firella y sus dos acompañantes (ambas mujeres, por supuesto) no se hallaban cómodas en aquel, palacio debajo del agua, y por ello desconfiaban más de lo normal de todo y de todos, (en cuanto al recién nombrado representante de los Oldawenses, más bien sentían compasión hacia el amedrentado hombre).

Por supuesto, las Lavas no se acercarían bajo ningún pretexto a las Nurvas, pues estas dos especies eran, desde que fueron creadas, como “el fuego y el agua”, nunca mejor dicho…

Algo rompió el incómodo silencio que se había vuelto a formar. Fue un gruñido procedente del jefe de los Hawerns, fácilmente reconocible por ser el más grande, fuerte y basto de todos (y el que más mal olía):

-…drrragofness.

Viendo que nadie de las sala había entendido realmente el sonido producido por el ser, otro hawern se apresuró a traducirlo, con evidente torpeza.

-Dice quer donnde starr dragoness.

Para sorpresa de todos, la reina de las Nurvas, Delta fue la que respondió con un deje de enfado en la voz.

-Hasta el más diminuto y simple de los seres sabría que los dragones nos han traicionado, Grounf- dijo, refiriéndose al rey de los Hawerns-. Ya no se merecen estar entre nosotros.

  -¿Ah,sí?-preguntó interesada Firella- ¿Y cómo ocurrió?  

-Vosotras las Lavas nunca os enteráis de nada… claro, viviendo en el centro del desierto, dudo que las nuevas os lleguen.-Firella pasó por alto éste comentario- Los-dragones-se-negaron-a-seguir-el-plan-establecido - recitó Delta, haciendo como si le costara mucho esfuerzo contarlo.

-Ah, vale.

Zanjó la representante del fuego, y se recostó en su silla de madera con la cabeza bien erguida, a pesar de que aún no terminaba de comprender en qué consistía el tal plan que los dragones supuestamente habían rechazado.

A Firella le caían bien los dragones. Le parecían seres ingeniosos, rápidos e inteligentes. Quizás un poco orgullosos y excesivamente independientes, pero buenos amigos. El brillo de sus escamas, la majestuosidad de sus movimientos… eran los seres perfectos.

Lástima que los demás reyes y emperadores no opinasen lo mismo…

Posiblemente habría sido su independencia la que habría formado la imagen de traición en las mentes de los demás seres. Era comprensible… de no ser porque las Lavas también eran una especie independiente frente a las demás. Aunque, por supuesto, no tanto como los dragones. Los espectaculares dragones.

-Volviendo al tema inicial- comentó aburrida Stella Storm, mientras volaba hacia Cervantes, jefe de los fantasmas.-¿por qué tuvo ese chico que convertirse en fantasma?,¿cuál era el deseo que con tanto anhelo necesitaba cumplir?

-Puesto que nosotras somos las que concedemos los deseos, creo que esta pregunta tendría que ir dirigida a mi, Stella - intervino Firella.

Delta soltó un resoplido por lo bajo.

-Bien, pues, ¿cuál era el deseo?

-Eso no es de tu incumbencia. Únicamente lo necesitamos para detener a la princesa.

-¿A la humana?

Firella asintió con la cabeza. Sus largas pestañas blancas relucieron.

Stella Storm se volvió hacia Cervantes, alarmada.

-¡Pero si el chico es un fantasma! Es decir, un alma libre. ¡Únicamente puede cumplir su deseo, nada más!

Cervantes sonrió. Fue una sonrisa terrorífica y perversa.

-Exacto, su deseo.

-Resulta que el chico ha deseado mantenerse cerca de la princesa.

Aclaró Rodarepme, sin darle importancia, bajo una mirada acusadora de las Lavas.

Pero Stella no acababa de comprender. Se situó de pie en el centro del círculo para evidenciar más su preocupación.

-Pero… ¿no será para protegerla?

En este caso, fue Firella la que respondió con una media sonrisa en la cara.

-Él simplemente dijo: “deseo estar cerca de la princesa”.

-Para protegerla.

El hada seguía en sus trece.

-Posiblemente - respondió Firella, aún más sonriente.

8

Por fin las puertas de la sala se abrieron, y los jefes de Oldawa se asomaron desde sus asientos, impacientes por conocer al muchacho elegido para cumplir la misión que tenían urgentemente que realizar. Por el bien de Oldawa, por supuesto.

Y más de uno tuvo que hacer un esfuerzo por contener la sonrisa.

Era perfecto.

Mirada firme, paso decidido, y (como advirtieron agradablemente Firella, Delta y Stella Storm), se trataba de un fantasma bastante agraciado.

El muchacho caminó hasta situarse en el centro del círculo, mientras la reina de las Staress volvía a su asiento.

-¿Y bien? ¿Puedo conocer el motivo de esta reunión? - preguntó, mientras estudiaba las fracciones de cada uno de los allí presentes.

Cervantes, como rey representante de los fantasmas, tomó la palabra el primero:

-Egroj, ¿te acuerdas de tu deseo?

-Enheas, me llamo Enheas-contestó el fantasma, algo incómodo-. Y sí, claro que me acuerdo.

-Solicitaste estar cerca de la princesa Aritnem, ¿no es así? – comentó lentamente Firella, con voz calmada y relajante.

-Si.

-Pues bien, he aquí nuestro encargo.- repuso Rodarepme, al tiempo que se levantaba.

El muchacho enarcó la ceja.

-Un momento, ¿encargo?

-No te asustes, chico. Eres nuestro elegido. Es un cargo de honor.

-Bien. ¿Y qué debería hacer, altezas?

La respuesta de Rodarepme fue rapidísima, y la pronunció sólo después de mirar desesperadamente las caras de sus compañeros, como suplicándoles ayuda.

-Tendrás que espiar a la princesa Aritnem.

Mas el chico no se alarmó ni se enfadó, como todos esperaban. Únicamente sonrió.

-Bien.

  9

-¿No te importa, pues, vigilar a la persona por la que has sacrificado tu cuerpo, y a la que seguro que querías proteger pon encima de todo? - preguntó Stella, visiblemente decepcionada por la reacción del fantasma.

-Con todo el respeto, alteza, me consta que mis elecciones son únicamente mías. Ustedes querían que yo cumpliera una misión, y yo he accedido a realizarla-contestó serenamente Enheas-. Mas, ya que voy a vigilar a la princesa…me gustaría saber, al menos, a qué se debe mi intervención.

-¡Ja, ja, ja! Bien, bien- aplaudió Rodarepme, agarrándose la gran barriga, cómo si temiese que se le fuera a caer de un momento a otro-. Eres un muchacho agudo, de eso no cabe la menor duda. Así que te lo vamos a explicar. ¿Cervantes?

Cervantes se incorporó en su silla y tras lanzarle a Rodarepme una mirada heladora, se dispuso a relatar los hechos de su “original” modo:

-La princesa Aritnem planea destruir Oldawa. Los libros de la Sala Prohibida nos informaron de que hace poco, la princesa retiró uno de su lugar. Eso no quiere decir nada bueno…

-Ignora la primera parte. Y sólo son suposiciones… - se apresuró a añadir Firella.

- Y desean que yo aclare sus suposiciones, ¿no es así?  

-Así es.

-Será un honor- zanjó Enheas, haciendo una teatral reverencia.

-Bien, pues- Delta, la que hasta entonces se había dedicado únicamente a mirar aburrida la conversación, se levantó de repente.-siendo así, permitidme acompañaros hasta la salida.

Anduvieron por tortuosos y zigzagueantes pasillos de mármol, atravesaron 38 puertas de madera labrada y al final llegaron a la puerta principal de Zityaren. Era una puerta imponente, de cristal aparentemente delicado, pero aun la más fuerte de las espadas no podría ni hacerle un rasguño…

Imágenes de bellas Nurvas se hallaban esculpidas en las columnas que  rodeaban la puerta, y un mosaico con la imagen de unas Nurvas sentadas en una roca, hechizando con su voz a unos marineros, adornaba el tímpano.

Delta silbó, y unas cuantas Nurvas abrieron la pesada puerta, dando paso a un tifón que se plantó en el centro de la sala, haciendo que todos saliesen despedidos hacia atrás (todos menos los fantasmas, a quienes el aire no afectaba, y, por supuesto, las propias Nurvas).

Otro silbido de Delta, y el tifón salió fuera de la habitación y se situó en el borde de la puerta que comunicaba con el exterior.

-Bien, ¿todos preparados?

-Si, Delta, ya lo hemos hecho otras veces - respondió Firella, incorporándose.

-¡Pues hala!… ya os podéis ir - contestó ofendida la reina de las Nurvas, cruzándose de brazos.

-…Empieza tú, Rodarepme - apremió Stella Storm.

Rodarepme se incorporó y se acercó al fantasma. Principalmente le intentó estrechar la mano, pero luego de varias miradas significativas, se apresuró a desearle suerte efusivamente, y, avergonzado, se internó en el tifón. Giró sobre si mismo varias veces, cada vez más deprisa, y momentos después desapareció.

Acto seguido, Cervantes le estrechó la mano (pues él era el único que podía), y también desapareció en el tifón.

Luego vinieron Grounf y su traductor. Grounf, lo único que pronunció (según su traductor) fue un seco “hasta luego”.

Posteriormente, Firella y Delta tuvieron dos largas discusiones: una por despedirse antes de Enheas (en la que ganó Firella), y otra aún más encarnizada; por la resistencia de Firella y de sus acompañantes a internarse en el gran tifón de agua. En esta ganó Delta, gracias a un fuerte empujón. Después de esto, la reina de las Nurvas se retiró a sus aposentos con la cabeza bien erguida.

Sólo quedaba la reina de las Staress por despedirse del chico. Se le acercó, y le deseó suerte, al igual que los demás. Mas cuando estaba a punto de internarse en el tifón, se volvió hacia él y le preguntó:

-Muchacho… ¿tú amas a la princesa?

Enheas respondió fríamente.

-Alteza, como ya le dije antaño, mis asuntos son únicamente de mi incumbencia. Lamento decepcionarle, pero no he cambiado de opinión.

La reina de las Staress miró fijamente al fantasma durante unos instantes, y luego, en silencio, se internó en el torbellino, la melena verde oliva envolviéndole…   

10

Desperté bruscamente.¡Me había quedado dormida encima del libro mientras lo estudiaba! Me desperecé y me asomé a la ventana. Tras horas y horas de leer lo único que había conseguido era cabecear.

Y yo que creía que este libro de magia negra me daría alguna pista para mi venganza… pero no.

“De todas formas”-pensé-  “no debo rendirme. Estoy segura de que hay alguna manera de vengarme de estos estúpidos.”

Me vinieron a la cabeza las últimas palabras de Hilda.”Aritnem, no odies a nadie por lo que nos han hecho, pues recuerda que tú habrías hecho lo mismo…vive tranquila y…no…”

Intenté retirar a Hilda de mi mente… resultaba demasiado doloroso. Pero justo entonces una idea me iluminó, y me dieron ganas de ponerme a dar saltos de alegría: ¡la  sombra!

La sombra que había acabado con mi aya podría sembrar la destrucción en Oldawa. Me imaginé a la gente vieja, al borde de la muerte, y entonces el monstruo que se revolvía constantemente en mi interior dio fuertes sacudidas, deseando que la masacre se realizara.

¿Qué, los oldawenses me temían? Pues ahora tendrían una buena razón para hacerlo…

Me centré de nuevo en el libro, deseando que se abriera en una parte de invocación. Como otras veces, el libro se abrió en la primera página de la parte deseada. Necesitaba rayos de nuevo… y otra persona para ayudarme a controlar a la sombra envejecedora, razoné.

Al momento, pensé en Enheas. “Sólo quiero protegerte”- dijo. Mas, avergonzada, negué con la cabeza. Él no me ayudaría…

La verdad es que no podía contar con nadie.

Desilusionada, apoyé la cabeza en el libro. ¡Y éste empezó a agitarse! Me levanté de un salto y comprobé que el libro había dado paso a una nueva página. Una página de crear seres vivos…

Crear un ser vivo es una tarea complicada, y con resultados peligrosos si no se realiza con suficiente habilidad. La cantidad de material necesario varía según el tamaño y la inteligencia del ser deseado. El libro pasó a una página dónde se describía la creación de un oldawense con una inteligencia mediana. Cómo yo quería que mi ser creado fuera bastante listo, dupliqué aproximadamente todo lo que pude los ingredientes-  Así pues, estos son los ingredientes necesitados para crear un oldawense:

 

·        Un animal (preferiblemente vivo), del que se deseen proporcionar sus habilidades al ser creado.

·        Cuatro mandrágoras de hoja amarilla.

·        Un colmillo de orco gigante.

·        Dos vasos de agua salada.

·        Una pluma de un pájaro del bosque de los Pájaros Terrestres.

·        Una palabra para nombrarlo.

Aquél material era muy difícil de conseguir… excepto el nombre. Ya tenía pensada la palabra con la que nombrarlo. Si, él me ayudaría en mi venganza… Me terminé de leer la preparación:

Todos estos ingredientes deben ser arrojados en el orden en el que aparecen a un gran caldero lleno con sangre de fénix, en una noche de tormenta. La misión que deba cumplir el ser creado deberá ser pronunciada nada más se termine el hechizo. Si esto no se hace, el oldawense creado tomará la libertad por su mano y se marchará…

11

Comenzó a amanecer. El aire gélido de la noche se calentaba con la luz del sol, y la luna se retiraba, derrotada.

Me colgué al hombro un bolso, del que colgaban varios saquitos de cuero, y le hice un pequeño encantamiento anti-gravitatorio a la bolsa para que no me pesara tanto. Luego me abroché una sencilla y tosca capa, tejida de finas enredaderas. Después de asegurarme de que la capucha me cubría bien la cara, salí de mi habitación.

Bajar las escaleras y escaparme de la torre fue una tarea sencilla, pues nadie pareció darse cuenta de que, debajo de unos guantes, de un recio vestido y de la capa, se encontraba Aritnem, la supuesta princesa.

En cuanto llegué al camino, abrí los brazos y respiré hondo. Los amaneceres de Oldawa eran únicos. Y olían tan bien… el ambiente me resultaba irreal, como el de un sueño…

Con paso enérgico, comencé a andar por el mismo camino que había recorrido tantas veces con mi aya. Pero ahora lo veía desde otro ángulo. Ahora el camino no era el principio de un inocente paseo. Era el principio de una búsqueda.

¿Por dónde empezaría? Recorrí mentalmente el mapa de Oldawa. Lo más cercano era el bosque de los Pájaros Terrestres. Pues hacia allá me dirigiría. ¡A por la pluma!

Después de dejar atrás la Latipac Atnalp, mi entusiasmo se enfrió. Nunca había pasado más allá de aquella ciudad. Pero tendría que hacerlo, si quería llegar a algún lado con la venganza… no tenía más remedio.

Justo cuando estaba a punto de dar el primer paso más allá de la Latipac Atnalp, una sombra me tapó el sol por unos instantes.

Miré hacia el cielo y vi lo que parecía un gran pájaro planeando lentamente, mientras descendía. Un momento. Aquello no se trataba de un pájaro. ¡Aquello era un dragón!

Un enorme dragón de verdes escamas estaba a punto de aplastarme. Me tiré al suelo y rodé, hasta mantenerme lejos de su alcance. Cuando me incorporé, y le miré a la cara, me di cuenta de que su expresión no era de furia, sino de dolor.

Me acerqué con cautela y busqué entre sus escamas el origen de su agonía. Y lo encontré entre los omoplatos. Un pequeño dardo, casi imperceptible, estaba clavado profundamente.

Cuando se lo arranqué, el dragón, antes tranquilo y quieto, expulsó una bola de fuego por su boca, al rugir. Se sacudió, pero yo lo calmé con suaves palabras.

Taponé con una mano la hemorragia de la herida, mientras con la otra buscaba en mi bolso una botellita con un bálsamo que consiguiera curarla, o, al menos, calmar el dolor.

Por fin la encontré, y vertí gran parte de su contenido en la herida. El dragón gimió. La extendí lentamente en círculos con unas hierbas, como me había enseñado Hilda, y luego di el trabajo por terminado.

De repente, el dragón habló débilmente:

-Observa tu mano.

Me miré las manos, y comprobé con sorpresa que no había ni rastro de sangre en la mano con la que había taponado la hemorragia. Y tampoco estaban las hierbas manchadas de sangre. ¿Qué demonios ocurría?

-Ahora sangre de dragón corre por tus venas.

Sentenció el dragón. Luego, jadeando, desplegó las alas y alzó el vuelo hacia el horizonte…

Yo no salí de mi asombro, pero una voz seria rompió mis ensoñaciones.

-No durará mucho. El dardo estaba envenenado.

Enheas salió tras unos matorrales, un arco al hombro y un carcaj en la espalda. 

-¡Tú!- sorprendida, di un paso hacia atrás- ¿Qué… qué haces aquí?

-Es evidente. Matar dragones.

-Así que fuiste tú quién le clavó el dardo. ¿Por qué?

¿Por qué? ¿Por qué querría Enheas acabar con unas criaturas tan bellas cómo los dragones?

Se encogió de hombros.

-De alguna manera hay que ganarse la vida…princesa. Sólo cumplo lo que me mandan.

-¿Lo que te mandan a ti? ¿A un alma libre?

-¿Has conocido anteriormente a algún fantasma, para sentenciar que somos libres? Te sorprendería saber por lo que tenemos que pasar.

Me callé, pensativa. Él se acercó un poco más.

-Por cierto, que una princesa salga así por las buenas de su torre no es muy frecuente, ni está muy bien visto. ¿Te divierte saltarte las reglas?

-Eso a ti no te incum… ¡ay!

La mano izquierda me ardía. El dolor era tan fuerte que caí de rodillas al suelo, la mano apretada contra la tripa. Por primera vez desde que lo conocía, Enheas pareció preocuparse por algo.

-¿Qué te ocurre? Déjame ver.

Le tendí lentamente la mano, él la abrió cuidadosamente y recorrió la palma con sus dedos. Su cara de concentración dejó paso a unas cejas encorvadas y una sonrisa.

-Interesante.

Retiré bruscamente la mano, más que nada porque me estaban empezando a entrar escalofríos, como cada vez que veía a Enheas.

-Debo irme.- Declaré, mientras recogía mis cosas sin mirarle- Me espera un largo camino.

Me estaba alejando ya cuando Enheas dijo a mis espaldas con una voz potente, casi gritando:

-La mano empeorará. El dolor será más fuerte y agudo. Y tú no puedes hacer nada para calmarlo.- Me volví bruscamente, y él inclinó la cabeza con expresión divertida- ¿me equivoco?

Al ver que yo me había quedado petrificada, decidió especificar más.

-Déjame acompañarte. Créeme, lo necesitas.

Yo no sabía que decir. Por un lado, esa presencia misteriosa que llevaba siempre consigo me intimidaba pero, sorprendentemente, otra parte de mí había deseado siempre que él me acompañara… al final, me dejé convencer con que necesitaría a alguien que me protegiera, y Enheas parecía dar perfectamente la talla.

Así que, irguiéndome, y con el semblante solemne, le comuniqué al fantasma mi decisión:

-Está bien. Si prometes no matar más dragones, me acompañarás.

Él soltó una carcajada, yo sonreí, y los dos pasamos de largo de la Latipac Atnalp. Y yo estaba alegre porque ya no estaba sola…

Rayos sin fin

Esperanza se despertó bruscamente… de nuevo. Se incorporó en la cama y se frotó los ojos. Las pesadillas no la dejaban dormir, ni esa noche, ni la anterior, ni la anterior… ya prácticamente no recordaba lo que era pegar ojo.

Se estiró en la cama y miró el despertador. Pronto serían las siete de la mañana. Y tendría que volver al instituto, donde se volverían a reír de su pelo negro, de su piel blanca y de su extrema delgadez, y, el tema preferido de los alumnos: “¿por qué Esperaza es autista?”.

Autista… qué tontería.

Y no olvidemos los motes y las burlas que hacían de su nombre. ¿Acaso ella tenía la culpa de que a su madre le diera por ponerle un nombre ridículo?

Menos al que nadie sabía de las pesadillas que la atormentaban cada noche. Pesadillas de un lugar oscuro, y de una sombra de ojos brillantes que se inclinaba amenazadoramente hacia ella. Y en la parte que más miedo daba, una niña de cabellera rubia aparecía, gritando algo. De su cuerpo emanaban rayos, y la sombra desaparecía junto a ellos. Y entonces se despertaba. Siempre.

Continuara...

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Celia Delgado Mastral

 

 

 

 

 

 

 

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