Joaquín Sabina: perdonen la tristeza

Javier Menéndez Flores

Plaza y Janés, Madrid 2000

 

 

 

SABINA Y ANIBAS

Dice el escritor peruano Julio Ramón Ribeyro que "todos tenemos un doble en las antípodas. Pero encontrarlo es muy difícil porque los dobles tienden siempre a efectuar el movimiento contrario"

    Es difícil encontrarlo y más cuando se busca, es cierto. En cambio, el doble da contigo siempre que le viene en gana. 

    El doble es alguien que está en nosotros, dentro de nosotros, y de vez en cuando se da a conocer, casi siempre a mayor gloria del personaje oficial. 

    Y tú le amas y le abominas y él a ti. 

    Y él te niega y te reconoce y viceversa. 

    El doble suele ser ese íntimo enemigo que te recuerda desde el espejo el paso de los años y el rastro de los daños. Ese mamón que nos traspasa las resacas de sus borracheras y las deudas de sus excesos y sus incompetencias. El monstruo que no nos cabe bajo la piel y nos arrastra con él por la vida para mostrarnos la belleza de lo inútil, para que nos enteremos de cómo lo sublime y lo sórdido caminan por la vida de la mano. 

    El doble es el compañero de viaje, el cómplice que siempre está del otro lado, sea cual sea el lado en el que se encuentre uno. 

    Mi doble se llama Tarrés. 

    Vivimos, el uno del otro y por el otro, manteniendo una relación a caballo del socio y el contrario, conscientes y resignados ambos a la "innoble servidumbre de amar seres humanos y a la más innoble que es amarse a sí mismo" como dijo Jaime Gil de Biedma. 

    Sabina, en cambio, no tiene dobles. 

    Tiene muchos imitadores. Buscavidas que hacen suyos los defectos del Flaco al tiempo que carecen de sus virtudes. 

    Tiene también un interesante catálogo de sanguijuelas y fantasmas en nómina y con llave de la casa, que le suministran Peusec ilustrado e incluso dispone de un eficiente y entregado servicio a domicilio que se ocupa de limpiar los vómitos, recoger los destrozos y reponer las carencias. También hay quien le ama sincera y ciegamente, pero dobles, lo que se dice dobles, no tiene. 

    Supongo que en algún tiempo los tuvo, como todo el mundo, pero se le acabaron. Algunos no pudieron seguirle el paso y se quedaron atrás. 

    Otros se le debieron caer de los bolsillos y los más se diluyeron en los caminos aceitosos por los que los arrastró nuestro héroe. 

    Amarse a sí mismo es la primera condición para tener un doble. 

    Tal vez por eso Sabina no los tiene. 

    Tal vez por eso o porque el tipo prefiere entreverarse con sus personajes, que no sus dobles, y confundirse con ellos viviendo vidas que él mismo construye y/o destruye y a los que les hace sentir el rigor de su cotidiana muerte, lo cual provoca que, de vez en cuando, cansados de la caña que les da el Sabina, sus personajes se rebelen. 

    El otro día, en lo del Caco Senante, uno de ellos comentaba: 

    "...Este chico acabará muy mal... Tú, que eres amigo suyo, deberías hablar con él. Decirle que nos cuide un poco más... 

    ...Que tome el sol, que tenemos un color que, vamos, parecemos Lázaro recién revivido... 

    ...Y que coma a sus horas... 

    ...Que no abuse, que con moderación todo es bueno... pero ¡hostias!, el tío es que se pasa mucho... 

    ...Y mucho rock and roll y mucha polla... pero los años no perdonan, amigo... 

    ...Y luego están los modales... y el lenguaje... Coño, un poquito más de respeto... que hay cosas que son sagradas. Yo estoy de acuerdo con lo que dice, pero... leche, es la manera ¿me entiendes...? 

    ...Y ¡Cómo nos viste...! ¡Joder! Si parecemos "periquito va de corto..." Debería cuidar la presencia... No sé qué quiere que le diga, pero, para un tipo de su edad, eso del bombín y el chaleco de colorines me parece un poco extremado... 

    ...Y si en lugar de tanto putón se dedicase más a la familia otro gallo le cantaría... pero ya sabe... 

    ...En fin, ya lo dijo aquel: "Cada quien es cada cual y baja las escaleras como quiere". ¡Salud, primo, y aúpa Atleti...!" 

    Y soltó una carcajada cascada y se dio la vuelta encaminándose a la barra donde le esperaban una rubia y una cerveza. 

    La evidencia de que la vida es un camino sin retorno en su caso es extremadamente clara, pero, qué coño, también los toreros mueren los domingos en la plaza y, puestos en plan taurino, Sabina consume tanta vida porque es un hombre que tiene mucha muerte. 

    Aunque también puede ser que Sabina no exista. 

    Si existiese se pondría al teléfono cuando lo llamo. 

    Lo más seguro es que el Sabina sea un invento mío, o mejor dicho, el seudónimo de un tal Anibas que se inventó mi doble para tener un sosía, que como el Tarrés se niegue a crecer y no tenga el ramalazo de maricón de Peter Pan. Un cómplice para sus correrías. Un compañero para llorarle en la solapa. Un colega del que aprender. Un bufón al que reirle las gracias. Un amigo con el que compartir el tequila de los solitarios. Un desnaturalizado que tampoco recuerde con exactitud la fecha de nacimiento de sus hijos. 

    Pero si Sabina no existe, ¿Qué hacer, entonces, con toda esta ternura que guardo para Joaquín?