Cuentos en serio

Daniel Rabinovich

Ediciones de la Flor S.R.L.,
Buenos Aires 2003

    

 

Debo confesar que cuando Daniel Rabinovich me propuso escribir cuatro renglones acompañando este libro, el demonio del rencor me tentaba a decirle: "...y, andá y pedíselo a Paul McCartney.." (ver Les Luthiers de la L ala S, de Daniel Samper, pág. 164, y fijarse en la respuesta a la cuestión: "¿Cuál es su músico predilecto?"), pero sabiendo lo ocupados que están Los Beatles, pelillos a la mar y no se hable más del tema. 
    Así pues, querido lector, ya sabe cuál va a ser mi papel en este festejo: actuar de introductor y amigo del novio, pues como acostumbra ocurrir cuando de encargar escribir un prólogo se trata, el autor de la obra busca a un tipo de confianza, que con toda seguridad le quiere, a cambio de una invitación, eso sí, en primera fila y llena de cariño, para acompañarle en este viaje a la Ítaca de la memoria. El ruso es jodido, pero no hasta el punto de hacerme el encargo con la malvada intención de hacerme laburar sin afectos que lo justifiquen. Ni siquiera para tener la seguridad de que leyese los cuentos. Él sabe que de cualquier modo lo hubiera hecho, y en la primera edición. 
    ¿Qué impulsa a un tipo, que no se gana la vida con la literatura, a escribir, sea actor o veterinario, pongamos por caso? ¿Por qué hay gente a la que le basta su rutina, en algunos casos maravillosa, y hay picaflores que necesitan probar de aquí y de allá? Pues, qué sé yo... Acaso sea el deseo sin tregua de mostrarse de tantas formas distintas como sea posible, de reconocerse al derecho y al revés, de expresarse a los cuatro puntos cardinales, de dar salida a los fantasmas que nos circunvalan de las tripas al cerebro y viceversa, junto a la necesidad de comunicarse con sus semejantes e incluso más allá, con el resto de los seres vivos. 
    ¿Qué impulsó en este caso concreto al señor Rabinovich a escribir este manojo de cuentos? 
    Francamente y aun a sabiendas de que lo más probable es que me equivoque, creo que, tratándose en este caso de un autor que es escribano, argentino y judío, además de las suposiciones anteriores le ha estimulado el descubrimiento de que a medida que uno ventila por escrito sus pesadillas y sus sueños, sus visitas al analista se van espaciando y uno dispone de más tiempo libre para sacar a mear al perro e invierte menos plata en calidad de vida. Pero eso ya lo contará él en las presentaciones y entrevistas que a su tiempo, le guste o no, va a tener que conceder. 
    Hace muchos años que Daniel Rabinovich, emérito Luthier, nos cuenta historias desde los escenarios. Historias de humor y de amor con música y esmoquin, cargadas de talento y complicidades. 
    Le hemos visto, y a veces escuchado, interpretar magistrales solos de tubófono parafínico, de bass-pipe a vara, de gaita de cámara y de calefón. Además, el señor Rabinovich goza de justa y merecida fama de payador guitarrero, baterista, rapsoda, cantor y embustero, le gusta el juego y el vino y tiene alma de marinero (ver "Mediterráneo" y "Las Majas del Bergantín"), pero que yo sepa es ésta la primera vez en que por escrito y en solitario se retrata con un puñado de historias que parecen escritas con la intención de conservar recuerdos, propios o ajenos, en un lugar más seguro que la memoria. Digamos que responden a la necesidad de guardar en el disco duro de un libro, luces y sombras que quién sabe si un corte de luz inoportuno podría llevarse para siempre más allá de la papelera de reciclaje; y si te he visto, no me acuerdo. 
    Espero que usted, querido lector, no esperará encontrar en estos renglones un juicio literario de la obra, para el que no estoy preparado ni dispuesto. Usted sabe leer perfectamente -al menos eso espero- y sacará sus propias conclusiones, que sin duda serán tan agradecidas con el autor como las mías. 
    No voy a manifestar otro parecer que no sea mi satisfacción de ver los cuentos que tuve el privilegio de escuchar en confesión, estos papeles con alma, pasar de mano en mano en letras de molde y tapas plastificadas. 
    Como alguna cosa tendré que contar del libro, aunque sea para demostrar que lo he leído, convengamos en que se trata de un manojo de historias sencillas, sin conejos saliendo de la chistera, ni ases escondidos en la manga. 
    Historias donde por lo general el asesino es el mayordomo, sin otro tiempo, época y lugares que no sean los del autor. Donde, como en los cambalaches, conviven con naturalidad coincidencias y casualidades de manchas y mellizas con ex mujeres de uno, que son a un tiempo la mujer de otro y la amante del primero y en las que viven y mueren de la mana la traición y los celos. 
    Historias con tres heridas: la de la muerte, la del amor, la de la vida. 
    Historias en las que los malos tienen su corazoncito y los buenos, su lado oscuro, como en la vida misma. 
    Historias en las que el autor se mimetiza en lo que ama, en lo que teme o en lo que duele, y donde más que dibujar personajes, se va dibujando en ellos. 
    Historias en las que la infancia es un refugio seguro, y los tiempos idos, el mágico país de Nunca Jamás. Donde las mujeres son lo más parecido a un sismo y los hombres, como dice Álvaro Mutis, seres inconsecuentes y fantasiosos destinados a perder. 
    Historias de cagadores y cagados. 
    Incluso historias de gentes felices, que viven felices historias con final feliz. 
    Leyendo estos relatos, me parece oír la voz de Daniel contándolos apoyado en el estaño, Juancito Caminador de por medio, mirándome fijamente con sus ojos húmedos, entreverando el castellano de España y el del Río de la Plata y dejando en las pausas levantada la parte derecha del labio superior que sostiene el bigote. Por eso debe ser que estos cuentos de Daniel Rabinovich se le parecen tanto a Neneco. 
    Lo digo porque conozco a ese tipo desde que era un oso, pues tal era su aspecto cuando superaba los cien kilos y el pelo le envolvía por todos los puntos cardinales excepto uno que le unía al vodka, y porque le he visto en el escenario trabajar con gripe y la bragueta abierta, situaciones ambas en las que un hombre demuestra si es capaz de dar la talla. 
    Un par de recomendaciones antes de acabar. Uno: "Nunca leas los prólogos ni los epílogos de un libro" (ver Cartas a un joven poeta, de Rainer María Rilke); dos:"Eine kügel komm geflogen" (ver El Poeta y el Eco, de Helmut Bösengeist). 
    Deseando que disfruten estas historias; que el duende manso del vino, como diría el maestro, nos acompañe sin rencores; que las mujeres nos sigan amando dentro de nuestros merecimientos, y sobre todo que la naturaleza nos permita responder a sus requerimientos como caballeros, aprovecho la ocasión para saludarles afectuosamente y todos tan contentos. 
    Todos, a excepción del analista de Daniel.