Roque Narvaja
Universal, 1999
«El otro día me encontré con
Roque Narvaja. Hacía un tiempo que le había perdido el rastro aunque sabía de él
y sus circunstancias por amigos comunes.
Me habló del disco nuevo que estaba por sacar. Le brillaba la cara como a un
crío frente al escaparate de una pastelería mientras me hablaba sonriente, como
buscando complicidad. Rebuscó en un maletín y lo puso en mis manos.
Los viejos roqueros nunca mueren, ni falta que hace pensé, aunque uno vió ya
demasiados cadáveres como para mentar tranquilamente estas cosas sin que le
tiemblen las patas. Por eso me alegré al verle echando chispas por los ojos y
salpicando ilusión. Porque no me gustan los cadáveres y sé que también los
viejos roqueros cascan. ¡Claro que cascan! Algunos privilegiados, la palman
heroicamente y sin previo aviso, un domingo luminoso en los medios de la Plaza
cual torero de cartel, pero las más de las veces, como el común de los mortales,
los viejos roqueros expiran, cualquier lunes de mierda, envueltos en tenebrosas
soledades. Eso sí, no es fácil darles muerte. No encajan resignadamente el
tránsito a la sinmemoria.
Aún a sabiendas de que la fortuna los dejó al pairo, abandonados a su
suerte, puede vérseles, con sus "demos" bajo el brazo, circular de despacho en
despacho, de mesa en mesa, de A.R. en A.R., con la dignidad de un príncipe
desterrado, ofertando ilusionado su legado en forma de maqueta.
Los viejos roqueros son duros de pelar aunque su corazón, sumamente frágil,
haga que algunas veces se tambaleen y caigan. Pero es sólo una finta. Un simple
traspiés. Ellos volverán a levantarse con la energía de aquellos que se sienten
respaldados por un espíritu indomable.
Más de 12 años llevaba Roque sin que apareciese en el mercado español un
disco suyo. Desde que en 1987 de la mano de Josep Marría Bardagí, nos cantara "El
resto de mi vida". Después, el mundo de la música y sus regiones le
perdieron la pista.
¿Dónde estuviste metido Roque...? Aquí, el personal angustiado por colarse
en las listas de éxitos, peleando por las ventas y las radiofórmulas y tú sin
dar la cara. ¿Qué oscuro lazo de niebla, como diría Yupanqui, te cazó junto al
barranco? ¿Dónde estabas cuando repartían los caramelos y los honores...? ¿A
quién le cantabas con la boca cerrada...?
Pero ya ven. "Roda el mon i torna al born", como reza un refrán
catalán y el Narvaja, se animó a dar la cara de nuevo y reaparece como el
Guadiana de las tripas de la tierra, aburridas y oscuras como una vida sin
música y sin escenarios, con un manojo de canciones en el que se mezclan viejas
y nuevas historias, en donde convive lo real y lo imaginado. Una miscelánea con
la que quiere abarcar desde el vuelo del águila hasta el leve gemido de la
espiga.
Canciones a modo de terapia personal, que crecen con la escucha como crece
el tacto con los ojos cerrados, y en las que enjuaga sus heridas con esponjas
con vinagre reclamando confianza para sus sueños. Sabe que el oficio de cantor
es una carrera de obstáculos, pero él sigue dispuesto a correrla. Cuentan sus
biógrafos que a los 17 años, en 1970 y siendo presidente de la República
Argentina el general, cómo no, Onganía, formó un grupo musical que se
autoproclamó La Joven Guardia, con el que viajó al interior de la
República, más allá del oasis del Río de la Plata, para descubrir un país. El
suyo. Con ellos grabó su primer disco "El extraño del pelo largo" y poco
más tarde, ya en solitario, aparece "Octubre", un trabajo pionero en la
fusión instrumental, en el que conviven la quena con la guitarra eléctrica, el
charango con el primitivo sintetizador.
Se viene para Madrid (1977) con los sueños y la familia a cuestas, empujado
por unos tiempos en los que cantar opinando en la Argentina se convirtió en
oficio de alto riesgo. Fueron tiempos de pubs guitarreros y dúos con Marian
Farias Gómez. Y luego Benidorm (1978) y aquella canción que hablaba de las
lluvias y que como tantas otras que por Benidorm pasaron, no encontró lugar en
el baúl de los recuerdos colectivos. Tampoco ahí ganó. Habría que esperar un par
de años aún a que"Santa Lucía" le besara en la frente y Miguel Ríos la
convirtiera en algo más que un éxito para que su tarjeta de visita se detuviera
en la mesa del ejecutivo de turno sin brincar sin escalas, hacia la papelera más
cercana.
Y llegaron, tal vez, los mejores tiempos. Con Movieplay (1981) graba
su disco más vendido hasta la fecha "Un amante de cartón" (de ahí "Menta
y Limón" y "Yo quería ser mayor") y más tarde "Balance
provisional", para volver al de aquí y, esta vez con EMI, publicaría
su antepenúltimo trabajo que tituló "Al día siguiente".
Y ahora nos invita a Esponjas con vinagre". Aclararemos que yo no
estoy aquí presentando a Roque con su nuevo disco. Estoy acompañándole en este
paso al frente, con el afecto solidario que nos une desde hace años porque Roque
forma parte de esa gente que de la lluvia se interesa por las gotas y en los
cielos busca relámpagos. Porque es una de esas voces que corta el pan del
silencio con cuchillos cotidianos y por ser un representante emblemático de una
música sin fronteras.
Me alegro que esté de vuelta. Es valiente y no le será difícil
reincorporarse a su puesto. A fin de cuentas, Roque, las cosas están más o menos
como estaban cuando las dejaste.»