Metralla

Tito Muñoz

Editorial El Visor, Barcelona 1999

    

 

 

«El Tito y yo somos devotos de Marlowe y de las viudas desconsoladas que cruzan las piernas y piden fuego, mientras con los ojos anulan inclementes nuestra voluntad sujetándola por la parte más sensible del bajo vientre. 

    Además, a los dos nos gusta citarnos con la vida en bares donde se rinde homenaje al dry martini, sólo un suspiro de vermut y basta, que disponen de cristales cuyo vaho incita a dibujar corazones e iniciales cuando la tarde llueve en Barcelona. 

    También nos enamoran los objetos con historias que contar, como las Harley cromadas, las Parker de émbolo, las Stratocaster de los 60 o aquel mechero americano de gasolina que, en uno de sus generosos arranques de humor, el Tito puso en mis manos porque, según dijo, iba a traerme buena suerte. 

    Y están Charlie Parker... Y Bukowski, esos gloriosos perdedores de manual, además de varias cosechas de amigos comunes como el "cabesa", el grillo, el Joan, el Bigas... Por eso me tienen ustedes aquí participando de la fiesta en plan de pregonero y amigo del novio. 

    A quien le interese y no lo sepa, le diré que al Tito le gustan las botas de serpiente y las cadenas y los anillos, así como gastarse el sueldo en tulipanes o en bogavantes según lo reclame la ocasión. 

    "¿Quiere un vestío?... Catorse. ¿Quiere un reló?... De brillantes"

    Y a los amigos nos gusta que el Tito sea así. Gitano señorito con una tendencia natural a olvidar fechas señaladas y a dejarse la sombra en divanes ajenos, cosa que, como es notorio, además de impedir volar con naturalidad puede ocasionar múltiples problemas. 

    Él mismo reconoce que es tanto su descuido que en pleno Julio Verne se le olvidó crecer. Y en ello anda, esperando que, de una vez por todas la palme el Tamagotchi y pueda irse sin nostalgia alguna a Singapur o al Bourbon Boulevard a reñir y a convidar al mundo a champaña. 

    En tanto llegue ese día, el Tito, siguiendo las pisadas del abuelo materno, buzo titular que fue del puerto de Mahón, afiló los sentidos y se puso a rastrear sirenas en conserva, sirenas de enormes pechos que lamentablemente no visten con medias y ligueros, decidido a regalarnos por escrito un trailer de sus pasiones. 

    Se agradece que ahora, después de aquel anticipo, vuelva de nuevo a la carga ampliando el cargamento de sirenas con un manojo de nuevos versos en los que además de metralla, reparte sensaciones que huelen a higo chumbo abierto al sol, como las siestas de verano, con moscas de ésas que tanto le gustan a Manolo Vicent. Versos en los que nos confirma que las mujeres son lo más parecido a un sismo y que joyería es la primera persona del singular de un verbo. 

    Al Tito se le ocurren estas cosas porque con frecuencia, sin previo aviso, escapan de su cárcel esos curiosos personajes "made in london" que el hombre lleva puestos en la piel y nadie ni nada puede impedirles que se tomen la vida por asalto, se monten una road movie en Zaragoza o inviten a cenar a los amigos a tortilla de patatas en la calle Borrell, 151 donde acaban todos llorando a contramano en el parking que el progreso decidió construir sobre su infancia. 

    El Tito es así y con esa forma de ser no es de extrañar que últimamente su corazón curioso y polvorilla ande con el sueño revuelto por culpa de una pesadilla pertinaz en la que se descubre, perfectamente quieto, adornando, entre mariposas y escarabajos, el escaparate de un taxidermista de la Plaza Real.»