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28 de Enero 2017
Joan Manuel Serrat "Tengo el corazón contento." (1995)
(Hemeroteca ABC)
Vídeo presentación del disco siguiendo el hilo del anterior articulo "Serrat eres único."
Joan Manuel Serrat en imágenes. (Mi niñez.)
(Imágenes extraídas de
la revista Telva 12/1970)
Encuentro con Serrat.
Por Luis García Gil (Agosto
2005)
Luis
y su amigo con Serrat, Cádiz Agosto 2005La fotografía no salió nada bien. Pero
es el testimonio del encuentro que tuve con Serrat en las vísperas de su recital
en el Teatro José María Pemán de Cádiz. Ya pueden imaginar que lo que faltaba en
todo el proceso de satisfacciones derivadas de mi libro era encontrarme con
Serrat y que él me mostrara en persona su gratitud y su agradecimiento a todo el
trabajo realizado. Quise que me acompañara un buen amigo, Juan Manuel Fernández,
de la librería Manuel de Falla, fidelísimo seguidor de Serrat, y que tanto puso
de su parte en la presentación de mi libro en Cádiz y en tantas cuestiones en
las que siempre ha estado su mano tendida. Era una forma de agradecer también
toda su complicidad.
El encuentro con Serrat resultó todo lo emotivo que pueden imaginarse para quien
ha escrito un libro sobre sus canciones y para quien le ha seguido desde
siempre. La receptividad de Serrat hacia mi persona, su cordialidad extrema, su
sencillez absoluta volvieron nuevamente a quedar manifestados. Nada que no se
sepa, por otra parte.
Entrando de lleno en el concierto ofrecido por Serrat diré que quizá no haya un
momento más simbólico de los recitales de esta nueva gira que el que precede a
la interpretación de Señora. En ese momento Serrat realiza un inspirado y
divertido monólogo sobre la pertinencia de volver a recuperar un tema como
Señora, que evocaba la imagen de aquel “soñador de pelo largo” que se dirigía a
una hipotética suegra que tuvo “la carne firme y un sueño en la piel”. Casi al
final de ese preámbulo Serrat habla del milagro de existir, del maravilloso
milagro de la vida encarnada en los colores de cada mañana que nace y que nos
convoca a habitarla y a disfrutarla. En esas palabras, que precedían a su
brindis con cava por la vida, latían los graves problemas de salud que el
cantautor había padecido y que afortunadamente van quedando atrás, porque esta
vuelta a los escenarios es el mejor modo de arrinconar fantasmas y de volver a
sentirse en plena forma.
Ya la cerradísima ovación que el Teatro José María Pemán tributó a Serrat al
salir a escena escondía muchas y particulares connotaciones, muchas caricias y
abrazos en la sombra, muchos ojos emocionados, de quienes sintieron como un
durísimo golpe la confesión pública del cantautor catalán en la que anunciaba
que padecía un cáncer y que debía con urgencia pasar por el quirófano. Los meses
han ido pasando y Serrat ha vuelto mucho antes de lo que podía uno imaginarse,
con renovadas energías, con el alma encendida de proyectos, y con una gira
novedosa, desnuda de artificios, sostenida en su guitarra, en su voz y en el
piano del maestro Miralles. Todo lo contrario a la aparatosidad de la tan
controvertida gira sinfónica.
No se trata - digámoslo de entrada- de una gira fácil porque las canciones
quedan ahora más al desnudo que nunca, al prescindir de los matices de un
acompañamiento instrumental. Es un proceso inverso al Sinfónico pero igualmente
complejo porque ahora se trata de llegar a la sencillez a través de un proceso
enormemente exigente y muy creativo. Serrat y Miralles, Miralles y Serrat, han
tomado las canciones y las han desvestido, ataviándolas con una gasa suave, muy
ligera. Este proceso en las baladas canónicas del cantautor o en las canciones
de corte más intimista es obvio que no causa el más mínimo inconveniente. El
problema era que la cosa funcionara allí donde las canciones poseían una
estructura más abierta y unos arreglos originales donde primaba un mayor
despliegue instrumental. En todo caso estos recitales deben partir de un diálogo
cruzado entre Serrat y Miralles donde la guitarra y el piano deben acompañarse,
casi acariciarse y donde la voz del cantautor queda más al descubierto que
nunca, debiendo habitar con esmerada precisión los espacios del silencio o los
rincones musicales sugeridos por el piano de Miralles –siempre desbordante en
imágenes- o por su propia guitarra, siempre tan oculta en tantos recitales y que
ahora, de repente, cobra un mayor protagonismo.
El recital de Serrat en el Teatro José María Pemán de Cádiz fue un éxito
anunciado, una esperada sinfonía de reencuentros y emociones, de canciones
imperecederas que fueron abriéndose como flores y que tenemos clavadas en la
memoria. La poesía necesaria de Serrat volvió a sublimar los acontecimientos más
pequeños, volvió a hacerse temblor en su voz, a pesar de que ésta no arribara en
toda su plenitud. Al cantautor se le vio entregado, relajado, cómodo, pero la
voz, en algunos momentos, le jugó alguna mala pasada, nos llegaba demasiado
quebrada y forzada y esto producía un efecto extraño en algunas canciones que no
nos llegaron en su mejor versión, o al menos de la mejor manera que él sabe
interpretarlas. Pero es evidente que a Serrat le sobran los recursos para llevar
a buen puerto cada encuentro con el público fiel que siempre le aguarda. El
cantautor posee además una manera exquisita de adueñarse del escenario, de
introducir sus comentarios, de marcar los tiempos de cada pieza. Con todo ese
caudal expresivo consiguió paliar ciertos contratiempos vocales que fueron
visibles en determinados momentos de la noche.
Serrat abrió su concierto con la belleza de Menos tu vientre. Fue un buen
comienzo. Sólo con su guitarra, templando los primeros acordes de una pieza
exquisita para luego dibujarnos con su voz bien modulada los versos del poema de
Miguel Hernández. He aquí uno de los rescates más apreciables de esta gira,
vueltos los ojos al espléndido disco que dedicara al poeta de Orihuela en el
lejano 1972. Como hiciera en la gira de Cansiones con Umbrío por la pena se
agradece la recuperación de Menos tu vientre porque es una mirada más profunda a
un trabajo que esconde joyas, más allá de las más emblemáticas y visitadas Para
la libertad o Nanas de la cebolla, ésta última con música original de Alberto
Cortez y que alguien le pidió – más bien le gritó, sin éxito- en las
postrimerías del recital.
Después de Menos tu vientre entró en escena Miralles para introducirnos
Mediterráneo que sigue soportando estoicamente cada nueva revisión, sea con el
añadido de un bandoneón en la gira de Cansiones o con el arreglo muy personal de
Amargós en la gira sinfónica o con la desnudez que le presta ahora el arreglo de
Miralles. Prosigue un recorrido que sin ánimo antológico – como al cantautor le
gusta insistir- sí permite una visión panorámica de su obra, del ayer mayúsculo,
con la poética desbordante y poderosa de los años 70 pasando por la evolución
magistral de temas y conceptos de En tránsito – un disco que recupera su
representatividad en esta gira- hasta llegar a los últimos quince años de su
carrera donde Serrat siempre gusta de visitar el paisaje de la madurez encarnado
en algún momento particularmente intenso de Utopía, Nadie es perfecto, Sombras
de la China o Versos en la boca .
El recital tuvo parada obligatoria en una serie de canciones que sí forman parte
de las antologías habituales del cantautor y de los reclamos del público más
mayoritario. Uno de esos instantes ineludibles lo protagonizó Cantares que se
nos reveló muy diferente a lo acostumbrado, con los acordes de la guitarra de
Serrat buscando su afluente en el piano de Miralles. Esa senda que no se ha de
volver a pisar, el poeta exiliado que muere lejos del hogar, el recitado de
siempre dando paso a la vibración de las estrofas finales, toda esa mística
renovada en una interpretación diferente a las acostumbradas donde no hubo
ocasión a los habituales coros del público. Además de Cantares nos llegarían
otras canciones emblemáticas como Fiesta, Aquellas pequeñas cosas , La saeta ,
Penélope y Lucía , éstas tres últimas como epígonos de un recital que sobrepasó
las dos horas de duración. Entre las piezas más populares recuperadas destacó Tu
nombre me sabe a hierba, que también fue muy bien recibida por el público. Las
canciones más íntimas llegaron mucho mejor – como antes anoté- que aquellas que
exigían cambios tonales. De todos modos la machadiana Saeta destacó por su
fuerza y expresividad levantando al público de sus asientos.
Del resto del recital destacó el momento en el que interpretó Una de piratas .
Volvió a destacar la introducción musical de Miralles que ha reinventado en esta
gira los matices de algunas de las piezas, jugando con las melodías,
alterándolas sutilmente para luego llevarlas por los territorios más conocidos.
La lectura de los libros de aventuras – y en concreto de aquellos libros en las
que los piratas eran los protagonistas- son parte de la infancia recuperada, tal
como dejara dicho en el conocido ensayo homónimo Fernando Savater. Serrat nos
volvió a reivindicar en su bellísima canción y en su preámbulo a los maltratados
piratas, salidos de las páginas de Stevenson o de Salgari, enamorados de una
piel que huele a jazmines y abocados a un final triste, porque la censura no
podía permitir que salieran indemnes de sus fechorías. El monólogo de Serrat –
no por conocido, menos deslumbrante- y su interpretación del tema constituyeron
uno de los mejores momentos de la noche.
También fue memorable la revisión de otro clásico sobresaliente de su
repertorio, Romance de Curro el Palmo. Los acentos y desgarros personalísimos de
la copla en la historia desgraciada de Curro el Palmo, uno de los personajes más
memorables del repertorio de Serrat, nacidos de la observación precisa, de la
inspiración y el lirismo intenso del cantautor para retratar emociones, para
eternizar momentos que forman parte de una iconografía muy particular. Junto a
ello está la perfecta asimilación del magisterio de Quintero, León y Quiroga con
aquellas historias que albergaban en pocos minutos toda una historia con una
poderosa recreación de atmósferas. Romance de Curro el Palmo no fue interpretada
de la mejor forma – retornaron algunos desajustes en la voz del cantautor que
lastraron el resultado final- pero bastó y sobró para coronar otro de los
momentos fundamentales de la velada.
Del repertorio más reciente nos fue regalando Por dignidad, Dondequiera que
estés, Me gusta todo de ti o Es caprichoso el azar. En todas estas canciones
Serrat recobró cierta prestancia en la voz. Son canciones que forman parte de su
última etapa pero que tienen una calidad indiscutible. Por ello conviven sin
esfuerzo con el repertorio más clásico del cantautor. Menos interesante resultó
la interpretación de Disculpe el Señor – ya interpretada de este modo en la gira
Sinfónica - o de Muñeca Rusa que llegaron algo más forzadas. Muy bien, en
cambio, la versión de Una mujer desnuda y en lo oscuro con el piano de Miralles
y la voz de Serrat en perfecta armonía. También resultó muy lograda la
interpretación de Esos locos bajitos , otra canción que hacía algún tiempo que
Serrat no recuperaba y que el público recibió con mucho cariño.
Hay canciones de los años 80 que engarzan muy bien con la propuesta musical de
esta gira. De Cada loco con su tema hay piezas como Sinceramente tuyo –
interpretada por Miralles, junto a Vagabundear , en una breve retirada de la
escena de Serrat- o De vez en cuando la vida, que podrían haber encajado
perfectamente en la concepción de los estos recitales. De necesario contrapunto
volvió a ejercer Hoy puede ser un gran día. La única en catalán fue la Cancó del
lladré que ya ha formado parte de algunas de las últimas giras del cantautor y
cuya presentación tampoco tiene desperdicio.
Con la luna arañando el mar de la soledad de Lucía, y ante un público
entusiasmado que estaba ya entregado para la causa mucho antes que el cantautor
apareciera en el escenario, llegó inevitablemente el final. Nuevamente Serrat
había dejado lo mejor de sí mismo en el escenario. Había sido la felicidad del
reencuentro, el regreso del cantautor a Cádiz donde tantos vínculos ha
establecido desde su primera visita un mes de agosto de 1969. De entonces a hoy
mucho tiempo ha pasado pero el cantautor catalán sigue persiguiendo utopías,
nombrando lo cotidiano, subiéndose al escenario con la misma ilusión de antaño,
con el mismo compromiso poético y moral, .
Aunque no fue el mejor recital posible, Serrat volvió a conmovernos y los ecos
inquebrantables de sus canciones volvieron a erizarnos la piel, volvieron a
dibujarnos la verdad inmedible de su roce, de su lírica desnuda y profunda, de
sus melodías perennemente instaladas dentro de nosotros.
A título particular quiero insistir en que me queda la emoción de haberme
encontrado con Serrat. Su gratitud hacia mi libro, la generosidad de su
dedicatoria, la cercanía de sus palabras, me quedarán grabadas para siempre. En
mi rostro quedó la felicidad de un encuentro y el testimonio de su dedicatoria
en un ejemplar de mi libro "Para Luis mi gratitud a todo el tiempo y el cariño
empleado en desmenuzar estas canciones que sin duda son también suyas". Gracias
por todo, maestro
La fotografía no salió nada bien (La foto adjunta no es la
que se corresponde con este primer encuentro). Pero es el testimonio del
encuentro que tuve con Serrat en las vísperas de su recital en el Teatro José
María Pemán de Cádiz. Ya pueden imaginar que lo que faltaba en todo el proceso
de satisfacciones derivadas de mi libro era encontrarme con Serrat y que él me
mostrara en persona su gratitud y su agradecimiento a todo el trabajo realizado.
Quise que me acompañara un buen amigo, Juan Manuel Fernández, de la librería
Manuel de Falla, fidelísimo seguidor de Serrat, y que tanto puso de su parte en
la presentación de mi libro en Cádiz y en tantas cuestiones en las que siempre
ha estado su mano tendida. Era una forma de agradecer también toda su
complicidad.
http://luisgarciagil.com/bitacora.htm
SERRAT EN ESENCIA.
© Luis Garcia Gil.(18/08/05)
Algunos
recordarán el primer recital de Joan Manuel Serrat en nuestra ciudad, en el
recordado Cortijo de los Rosales. Era el mes de
agosto del año 1969. Unos meses antes el cantautor había grabado en Milán su
disco dedicado a Antonio Machado. De aquel cantautor bilingüe de veintitantos
años que cantó en Cádiz en 1969 y que era ya todo un fenómeno popular, al
artista referencial de hoy, han pasado treinta y seis años, y podemos decir que
Serrat sigue con el mismo espíritu de antaño, con ese sentido poético y ético
que prevalece en su obra. La canción, para Serrat, siempre ha sido una expresión
artística que exigía un compromiso constante con el oyente. Y con ese compromiso
ahí sigue, y miren ustedes que ha habido, desde aquel 69 de “luche y vuelve” –
como cantara en “La Montonera”- baladas de otoño, tiempos de lluvia empapando
los cristales, conversaciones con la noche y con el viento y canciones
infantiles con las que hemos acunado las ilusiones de cada día.
Si algo posee Serrat es una vigencia que ha permitido que sus canciones
permanezcan vivas y sigan abriéndose paso entre las nuevas generaciones, al
menos aquellas más sensibles que, como quería Cortazar, no confunden lo actual
con lo moderno. Quien esto escribe no creció con las canciones de Serrat sino
que forma parte de ese público que conoció su obra como una herencia musical y
sentimental que se trasmite de padres a hijos o de hermanos mayores a hermanos
pequeños, como un patrimonio que pasa de generación en generación y que nos
pertenece a todos.
Esta noche Serrat volverá al Teatro José María Pemán y volverá a sentar cátedra
sobre cómo debe manejarse un artista en un escenario. No faltarán las canciones
de siempre pero junto a ellas habrá canciones que desplegarán emociones muy
particulares como cuando nos cante su “Romance de Curro el Palmo”, que parecerá
traernos la memoria de su propia infancia, de su madre Ángeles Teresa cantando
coplas mientras hacía las faenas de la casa y el niño Serrat tomaba desde el
Poble Sec barcelonés el tranvía hacia la playa de Can Tunis (temps era temps).
Las canciones de Serrat se presentan en esta gira ligeras de equipaje, con la
dificultad de la sencillez bien entendida. Estos recitales se ubican en el otro
extremo de la experiencia sinfónica anterior y la voz del cantautor sonará más
desnuda que nunca, con el único acompañamiento de su propia guitarra y del piano
del maestro Ricard Miralles, sin cuya aportación no podría concebirse buena
parte del legado serratiano. Habrá piezas esta noche que hacía tiempo que Serrat
no interpretaba como “Menos tu vientre”, “Tu nombre me sabe a hierba”, “Señora”
o “Esos locos bajitos” dentro de una selección que sin tener pretensión
antológica abarcará distintas etapas de su trayectoria. Habrá la emoción del
reencuentro tras el paréntesis de su enfermedad, habrá, con total seguridad, una
ovación desmedida al trovador que vuelve a estar donde solía. El caso es que la
ternura de Serrat volverá a habitar entre nosotros. Y una vez concluya este
nuevo encuentro con su público y nos persigan los ecos de “Fiesta”, de la
“Saeta” o de “Lucía” – instantes finales, culminantes de tantos de sus
recitales- seguiremos imaginando un futuro, como decía Antonio Muñoz Molina,
donde sigan latiéndonos sus canciones. A ellas siempre volveremos con la certeza
de que sus palabras y sus melodías, encajadas en lo más profundo, nunca nos
traicionarán. A ellas seguiremos encallando, como a un puerto seguro, esperando,
mientras tanto, el día y la hora de su próximo recital y aguardando con
expectación esas nuevas canciones en catalán en las que ya está trabajando,
canciones que han vuelto a pulirse, como acostumbran, a las orillas del mar. En
fin, gràcies, per tot, Joan, y hasta el próximo encuentro. Luis García Gil.
Escritor y poeta. Autor del libro Serrat, canción a canción (Editorial Ronsel).
http://www.luisgarciagil.com
Imágenes Serrat en concierto "Cortijo de los Rosales" (1974) (Luis García Gil)
Joan Manuel Serrat en frases o canciones.
El piso tras el Nou Camp donde Serrat y Marisol vivieron su tórrido amor.
Vuelve a grabar Mediterráneo, su
canción más emblemática.
Por Manuel Román
28/01/2017
Libertad Digital.
De vez en cuando alguna publicación o medio audiovisual decide hacer una encuesta entre críticos musicales, extensible también al público, con el fin de saber qué canción española del pop melódico creen es la mejor, a su juicio, de las compuestas, estrenadas en los últimos cincuenta, sesenta años. Y por lo general siempre resulta elegida "Mediterráneo", que Joan Manuel Serrat grabó en Milán en 1971. Han transcurrido, por lo tanto, cuarenta y seis años (uno menos, si somos precisos, pues faltan unos meses para esa efeméride). Por razones que no han sido explicadas –tampoco es que sean necesarias- el cantautor catalán accedió a grabar ahora su celebrado tema, con la aportación de una quincena de voces de otros colegas más jóvenes que él, quienes o no habían nacido cuando se dio a conocer "Mediterráneo" o eran unos niños. Entre ellos: Manolo García, Antonio Orozco, Ismael Serrano, el dúo Estopa… Los derechos de autor irán destinados a una organización que vela por la integración europea de los miles y miles de refugiados, que huyen de los conflictos de Oriente Medio.
Conocí a Serrat cuando vino a Madrid en 1967, a poco de ser seleccionada "La,la,la" para competir en el Festival de Eurovisión, al que finalmente como es archiconocido no acudió al exigir que o lo hacía en lengua catalana o no tomaría parte. Asunto turbio, ya harto ya debatido, en el que se vio envuelto por diversas presiones nacionalistas ya entonces. El caso es que en una de las diferentes entrevistas que con el paso de los años sostuve con él, me dijo que no creía fuese "Mediterráneo" su composición preferida, por mucho que sus admiradores así lo consideraran. No sé si habrá cambiado de opinión a estas alturas. Nosotros seguimos manteniendo que es la más emblemática de su vasto repertorio. En su grabación tomó parte activa, con unos excelentes arreglos, Juan Carlos Calderón, que contribuyeron a reforzar su calidad. Manuel Vázquez Montalbán escribió en la biografía que publicó sobre el "Noi de Poble Sec" (como se conocía en Cataluña al cantautor) que "el Serrat de siempre está en "Mediterráneo". Y Margarita Rivière, en otro volumen, "Serrat y su época" decía que "era un canto a la sensibilidad del Sur frente a la cultura del Norte, toda una declaración cultural, lo latino frente a lo anglosajón". El propio intérprete ha declarado estos días que al volver a grabar "Mediterráneo" lo ha hecho "pensando en las personas que cruzan el mar en búsqueda de un mundo mejor".
Cuando apareció el disco en 1971 fue inmediatamente bien acogido por los comentaristas musicales, y en pocos meses el álbum llegó al número 1 de las listas de ventas, en tanto la propia canción alcanzaba el mismo honor. Aquel elepé fue de los mejores de su discografía (junto al "Dedicado a Antonio Machado"), pues contenía joyas como "Tío Alberto", "La mujer que yo amo", "Lucía", "Qué va a ser de ti"… Los jóvenes veinteañeros de aquellos primeros 70 consideraban a Joan Manuel Serrat un cantautor distinto a los de su generación, el más querido y valorado. Seguidores que no pertenecían únicamente a élites universitarias, pues se extendían a otras esferas, obreras, o de más baja condición social. ¡Y qué decir de ellas, las que lo idolatraban, las que con su rostro figuraban en las pegatinas adheridas a sus cuadernos estudiantiles!
Entre tanto, como él mismo declararía en sus entrevistas, vivía incontables aventuras sentimentales, pasajeras, sin atarse para nada a ninguna mujer. Eso sí: con absoluta discreción. Los semanarios de finales de los 60 y primeros 70 no prodigaban todavía su imagen en ellos, si exceptuamos alguno de los editados en Barcelona, su ciudad natal. No era "un personaje de revistas del corazón". Hasta que pasó un tiempo. Hubo una anécdota, que él mismo contribuyó a divulgar en una canción, "Conillet de vellut" (Conejo de terciopelo), donde reflejaba el amor hacia una modelo de la que se había prendado y aportaba un número telefónico: el propio de Serrat. Ni que decir tiene que al poco tiempo de la salida del disco al mercado hubo de cambiarlo ante la avalancha de llamadas femeninas, que lo acosaban a diario, al descubrir que esos dígitos correspondían a los de su casa u oficina. Se supo en esos finales sesenteros que iba a ser padre, sin estar casado. Recordemos que esa circunstancia, desde luego en una mujer, era por entonces motivo de cierto escándalo en la sociedad española de la época. El cantante se había enamorado de una atractiva modelo, Mercedes Doménech, que alumbraría un hijo, Queco, en 1969. El cantante nunca quiso desde luego cobrar ni un duro de las revistas. Ni por una exclusiva ni por contar sus memorias, como le ofrecieron más de una vez con un cheque en blanco. No se casó con Mercedes, mantuvo con ella incluso la amistad cuando se separaron, y dio sus apellidos a Queco, preocupándose por su educación y estando en contacto periódico con él. Siempre fue un hombre responsable de todos sus actos.
Acabada su relación con la modelo, Joan Manuel Serrat se sintió muy atraído por una belleza morena, de raíces calés: Charo Vega, hija del matador de toros Gitanillo de Triana, tía de Pastora Vega (la ex de Imanol Arias), y nieta de la legendaria bailaora Pastora Imperio. Se veían en Madrid, adonde él viajaba con frecuencia, y en verano, en Marbella, donde los sorprendí, coladitos el uno por la otra. Pero el cantante no quería atarse entonces "de por vida" y aquel inicio de romance, se enfrió. La íntima amiga de Charo, Lolita, estaba "hasta las cachas", loquita por Joan Manuel, pero éste sólo la consideraba una buena amiga… y nada más. Nunca se atrevió a ir más allá, por mucho que la hija de "La Faraona" estuviera deseando que él se lanzara. Dicho sea con todos los respetos. Pero posiblemente la fémina que marcó más el corazón del "Nano" (otro de los apelativos de su círculo familiar) fue Marisol. O si lo prefieren, Pepa Flores, que salía de su separación matrimonial de Carlos Goyanes, un marido con el que no fue nunca feliz; una boda en cierto modo impuesta, que ella ha olvidado con el paso del tiempo.
Con la colaboración del malogrado reportero Juanjo Montoro, tempranamente fallecido, pude descubrir el nidito de amor de la pareja. Un apartamento propiedad de Serrat, situado a espaldas del Nou Camp. Supongo que lo compró en esas inmediaciones dada su manifiesta devoción por los colores blaugranas. El cantante es un seguidor culé y cuando su físico se lo permitió formó parte del equipo de veteranos del club, con quienes jugaba en encuentros benéficos junto a César, Ramallets, Kubala y otros ídolos, a los que evocó en una de sus canciones. Pues bien, allí, en aquella vivienda, Joan Manuel y Marisol vivieron un tórrido amor, que les duró unos pocos meses. Aunque no siempre ella podía quedarse en la Ciudad Condal, sujeta a sus compromisos artísticos todavía. Pero Marisol quería formalizar de algún modo aquel idilio, no necesariamente con papeles por medio. Y Serrat volaba por libre. Y de manera sutil se lo fue manifestando. Ella lo comprendió, por mucho que le doliera su separación de un hombre al que quería y admiraba. Del que llegó a cantar alguna de sus creaciones, por ejemplo, "Tu nombre me sabe a yerba". Pensaba en él, como cuando Lolita entonaba en otro disco las notas del tan traído y mentado "Mediterráneo".
Pero, en el firmamento
sentimental de Joan Manuel Serrat apareció cierto día la figura de una bella
mujer, de nombre Candela
Tiffon. Educada, tranquila, discreta, nada que
ver con ninguna de sus alocadas "fans". Hija del responsable de la Feria de
Muestras de Barcelona, prohombre industrial que dirigía la misma empresa,
Catalana de Gas, en la que años atrás había trabajado su progenitor de operario.
El cantante, procedía del lumpen; Candela, de la burguesía catalana. Pero Joan
Manuel nunca fue un arribista. Además, para esas calendas, cuando se casó
civilmente en 1978, ya tenía un abultado patrimonio. ¿Mayor que el de su suegro?
Puede. Desde luego no era el paria de treinta años atrás. Y han sido muy
felices. Con dos niñas: María, nacida en diciembre de 1979 y Candela, que vino
al mundo en el otoño de 1986, convertida en una estupenda, prometedora gran
actriz. Entre tanto, después de superar no hace muchos años una dura y
complicada operación de cáncer, felizmente superada su quebrantada salud, Serrat
ha continuado su carrera, con varias giras por España e Hispanoamérica con su
cuate Joaquín Sabina, que a veces lo saca de quicio cambiándole sus costumbres y
horarios. Pero Joan Manuel ya no ejerce de seductor con las muchas chicas que se
le acercan. No se le conocen infidelidades. Ha grabado algunos otros discos.
Compone, aunque ya no con la costumbre de antes. Siempre le costó. Me lo dijo un
día: "Tardo mucho en que me salga una canción". Tiene un ejemplar historial. Ya
pertenece a eso tan traído y llevado de "la memoria sentimental de varias
generaciones de españoles".
© Pere Mas Pascual (1997-2017)