Prensa, vídeos, canciones, imágenes, novedades...al día.
9 de Enero 2017
Joan Manuel Serrat en frases o canciones por Silvia García Redrado.
Recuerdos del concierto "Serrat simfònic.." Palau Sant Jordi de Barcelona.
Vídeo documental Especial Joan Manuel Serrat (Uruguay.)
Vídeo concierto
"Antología desordenada" San Cugat del Vallès 11/09/2015
Comparte Josep Mª
Carafí (Ifarac)
Concierto homenaje - Con Allende Siempre - Estadio Nacional 4-09-1998
Comparte
Carlos Pinto V.
Nueva revista juvenil Claro de luna con ilustraciones de la canción " Balada de otoño."
Joan Manuel Serrat en imágenes.
"Serrat busca novia" revista Pronto 1972 (En todocoleccion.net)
Joan Manuel Serrat visto por otros. (Joan Marse)
JUAN MARSÉ
(Escritor)
«Desde que en 1967 escuché por primera vez "Cançó de Bressol", poema fundacional
sobre el que reposa toda su obra, he sabido que las canciones de Serrat son,
sobre cualquier otra consideración, formas de felicidad.»
Acte de rendició de comptes amb Joan Manuel Serrat - Oxfam
Intermón
Acto de rendición de cuentas con Joan Manuel Serrat - Oxfam Intermón
El 28 de novembre vam rendir comptes amb els nostres col•laboradors, de la feina feta durant l’any anterior. Aquest cop ens vam centrar en la situació dels refugiats i vam comptar amb Joan Manuel Serrat, soci des de fa 20 anys i implicat activament amb aquesta causa.
http://www.oxfamintermon.org
“Serrat y la balada de un otoño remoto” (Manuel Rico-2014)
Gracias a
FRANCISCO DEL AMOR LIBRE·
LUNES, 9 DE ENERO DE 2017
Siempre me han atraído
los otoños. Quizá porque nací en octubre, un día 27 de un año de la década de
los cincuenta, el otoño ha tenido para mí algo de comienzo del ciclo anual, de
restauración de la vida tras el paréntesis veraniego. En mi adolescencia era la
vuelta a la rutina después del verano: era de nuevo el colegio, los amigos, la
recuperación de los juegos y las costumbres del barrio, el retorno de la lluvia,
de los primeros fríos, y era…. escribir y leer al amparo de la estufa de butano
de mi casa familiar en la UVA de Hortaleza. Después, en la frontera de la
primera juventud, allá por los dieciocho o diecinueve años, el otoño me servía
para fantasear con mis sueños de escritor en ciernes: la cachimba, un símbolo en
el que se concentraba la insumisión ante el franquismo y el charme del
intelectual antifascista, y la chaqueta y el pantalón de pana se dibujaban en el
horizonte, cuando acababa septiembre como apacibles refugios de una labor que
alimentábamos de quimeras que avanzaban, pese al ambiente hostil y a las
resistencias del régimen, en la dura realidad de la España de los primeros años
setenta.
Pero el otoño fue más otoño una tarde en que, en casa de un amigo, en un
tocadiscos de maletín de los que se compraban en el Círculo de Lectores, su
propietario puso en marcha un LP en cuya portada podía verse un Joan Manuel
Serrat casi tan joven como yo (bueno, me sacaba diez años, más o menos) en un
primerísimo plano, con las mismas patillas que nosotros lucíamos y con un jersey
de cuello de cisne de color negro muy parecido al que vestían los dioses
existencialistas del París inalcanzable. Joan Manuel Serrat ya era uno de los
nuestros: desde el affaire de Eurovisión lo considerábamos parte del grupo de
amigos del barrio. Pero lo era con dos o tres canciones en catalán como
“Paraules de amor" o “La tieta”, con “Manuel”, “Como un gorrión”, “El
titiritero” y poco más. Todas aquellas canciones las habíamos escuchado en
pequeños discos de 45 revoluciones llamados singles y en nuestra memoria
ocupaban espacios individualizados, singulares.
El LP que mi amigo había puesto en marcha tenía algo de antología, de compendio:
en él podíamos recorrer las diez o doce canciones/poema que, en castellano,
circulaban con desigual fortuna por las emisoras radiofónicas y por las
discotecas. No recuerdo en qué momento quedé cautivado por los versos que daban
comienzo a aquella canción suave, melancólica, llena de ternura y de pasadizos a
una memoria que no era sólo nuestra sino de todos aquellos que se habían sentido
contagiados por la cadencia de la lluvia en una tarde otoñal. “Llueve. / Detrás
de los cristales / llueve y llueve, / sobre los chopos medio deshojados, / sobre
los pardos tejados, / sobre los campos, llueve….”. Una canción profunda, casi
perfecta, con la calidad de los mejores poemas que hasta aquel día yo había
leído. Desde aquella tarde, Joan Manuel Serrat sería el acompañante de toda mi
aventura sentimental , el imaginario testigo de mi relación amorosa, el
cantautor que pondría música de fondo a todo lo bueno que me quedaba por vivir y
también, ¿por qué no?, a los momentos menos dulces. Incluso a los infelices.
Sería también la dimensión poética de mi barrio, de mi familia humilde (como la
de Serrat, éramos de la clase trabajadora, nuestra UVA de Hortaleza tenía un
correlato en Barcelona, en el Poble Sec en el que el Nano había crecido), de mis
modestos sueños cotidianos.
Aquella “Balada de otoño” era la hospitalidad y la casa, era el amor y el fuego
del hogar, era una extraña reverberación de aquel hermoso poema del Machado de
Soledades en el que la lluvia era la compañera inevitable de los alumnos de una
escuela: “Una tarde parda y fría / de invierno, los colegiales / estudian.
Melancolía / de la lluvia tras los cristales”, escribió el poeta sevillano. Y
era el campo que se extendía no lejos de mi casa (“sobre los campos, llueve”), y
los inmensos chopos que crecían en los precarios jardines de mi barrio. Pero era
también ella, su abrigo de paño, su voz cálida, llena de matices, de cantautora
en ciernes, eran los ecos de una soledad de domingo por la tarde, y era el
miedo. ¿Miedo a qué si éramos tan jóvenes? Era el miedo a la vida, el miedo al
porvenir (“porque estoy solo y tengo miedo…”, cantaba Serrat), a un futuro que
Franco y el régimen convertían en quimera para quienes vivíamos en los barrios
que, en certera denominación de Manuel Vázquez Montalbán (que, por cierto,
escribió una espléndida biografía de Serrat en 1973), les sobraban a las clases
dominantes: “nací en la cola del ejército huido / me quedé a la luz del
centinela / y os pedí prestados aire y agua / en barrios que os sobraban”.
¿Cuántas veces habré escuchado, conmovido, “Balada de otoño”? ¿Cuántas lo habré
cantado en soledad en un viaje en coche, o caminando por el campo, en compañía
de la propia voz de Serrat llegando de un tocadiscos o de un reproductor de "cedés"?
Aquél pasadizo otoñal me llevó a “Antes de que den las diez” (el límite nocturno
de los regresos a casa de novias y primeros amores en aquel tiempo), a “Poema de
amor”, a “Mediterráneo”, canciones de erotismo y de ternuras, de intimidades y
desafíos a las convenciones, canciones refugio en la España que comenzaba a
incorporar el color poco a poco, a sacudirse de manera definitiva (¿definitiva?:
cuidado, hay quienes quieren volver a aquel tiempo de uniformes y silencio) la
caspa de un blanco y negro que parecía interminable.
Aquellos años (principios de la década de los setenta) fueron los que
consolidaron un pacto de sangre, de por vida, entre la obra deJoan Manuel y mis
imaginarios creativos (en la poesía, también en la narrativa): nada nos
separaría en los más de cuarenta años que vinieron después. Cada nuevo disco de
Serrat fue una vuelta de tuerca de un poeta que parecía pensar desde nuestra
interioridad, que parecía haber vivido en mis habitaciones de infancia y
adolescencia, compartido mis vacaciones en los campos de Soria, en un pueblecito
en el que vivíamos la libertad casi absoluta de la intemperie y el relajamiento
de la disciplina familiar, con el que habíamos contemplado las “pequeñas cosas”
que el tiempo y la experiencia nos dejaron. Sí, entonces se forjó ese pacto no
escrito.
En ese pacto, como el reverso de la “Balada de otoño”, un acontecimiento
conectaría a Serrat con lo que yo, por aquel entonces, leía de manera casi
compulsiva, con lo que se contaba en mis libros de literatura del instituto: en
1973, mi padre me regaló un LP recién publicado. En pocos meses ese disco
sonaría en cada rincón del país con una intensidad sin precedentes. Me refiero
al titulado Antonio Machado, aquella antología con una docena de textos
imprescindibles del autor de Campos de Castilla que contribuiría a hacer del
poeta enamorado de Soria, del clásico del 98, un imprevisto y sorprendente
“superventas”. Después vendría Miguel Hernández, vendrían otros, en catalán y en
castellano…. La literatura que vivía en los libros y llenaba algunas horas en el
aula, salía a la calle, a conciertos que ya empezaban a ser multitudinarios, nos
acompañaba en el trabajo, en la universidad, en el club parroquial o en la
asociación de vecinos.
En mi más reciente libro de poemas, Fugitiva ciudad (Hiperión, 2012), hay un
capítulo, compuesto por once poemas, titulado “Días en ti con música de fondo”.
La música de fondo no es otra que la de Joan Manuel. Y los “días en ti” no
podrían ser distintos que aquellos que, junto a quien hoy es mi compañera, mi
mujer, fueron creciendo al calor (y a la lluvia) de aquella “Balada de otoño”
inolvidable. Cierro este particular homenaje al Nano, al Noi del Poble Sec con
el poema que abre ese capítulo:
“La más cálida voz, la voz de amante
clandestino, la voz
de niebla y de tabaco
negro, la voz de las crisálidas del barrio.
La voz amilanada
de las muchachas pálidas que habrían
de volver a su casa, sin remedio,
antes de que las diez
dieran en los relojes,
los ojos todavía
viviendo en el placer y en el engaño
del domingo de octubre.
En la herida primera y en la lágrima oculta.”
"Balada de Otoño"
© Pere Mas Pascual (1997-2017)