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14 de Febrero 2017
“LA MUERTE ME DA PÁNICO”
Entrevista
en el semanario
«MUNDO JOVEN»
Número 121
23 de Enero de 1971
Texto: Salvador de Andrés
Fotos: Pedro A. Martínez Parra
¿Y cuando pise tu
huerto, Joan Manuel?
Joan Manuel Serrat ha sido el más popular entre los cantantes que habéis votado
los lectores de MUNDO JOVEN. Y este hombre joven también, lleno de vida, de
ganas de vivir, lanzó hace muy poco un tema a la calle con un titulo tremendo:
«Si la muerte pisa mi huerto». La canción prendió pronto en el público. A
Serrat, que un día cantara la llegada del amanecer, al trovador de la muchacha
«como un gorrión», al enamorado de la ternura estética de «La Carmeta». A
Serrat, que revienta de vida le colocamos frente a la muerte.
El día tenía una luz gris y deprimente. Una buena luz para una entrevista sobre
la muerte. Pero hablar de la muerte con Joan Manuel no resulta nada fácil. Y no
es porque ahora viniera a cuento -que no viene- el chiste fácil de que Serrat
sea un «vivo». No lo es. Lo que sí es, es un «viviente. Aprovecha para vivir
cada minuto del día. La sola conciencia de que está vivo le produce una gran
alegría. Huele una flor, toma una copa, toca la guitarra, va a ver a un amigo,
piropea a una muchacha que le pide un autógrafo. No para. Y no es que sea lo que
los psicólogos llaman un «activo». Lo que pasa es que está vivo a rabiar.
PARO FORZOSO
Estos días, Serrat está en Madrid. No canta, ni actúa, ni graba. Está tratando
de resolver algunos problemas administrativos para poder salir al extranjero.
Tiene que estar el 2 de febrero en Viña del Mar. Tenía que haber actuado en
Barcelona y Madrid en enero, pero tampoco le ha sido posible, «por causas ajenas
a su voluntad».
Pero la filosofía que tiene Joan Manuel de la vida le hace aceptar lo que venga
con cierto estoicismo, entre resignado e indiferente. «Bueno, no puedo actuar.
Pero, ¿qué gano con enfurecerme? Lo que haré será tratar de volver a actuar».
En un pequeño cementerio de pueblo había fosas dispuestas. Unos hoyos profundos
de más de dos metros.
— Esto sí que es impresionante.
— ¿Te preocupa la muerte, Joan Manuel?
— Hombre, claro que me preocupa. Pero, la verdad, procuro pensar en ella lo
menos posible.
— ¿Por qué?
— Pues porque me da un miedo terrible. La sola idea de que me metan en una caja,
con las manos cruzadas, el cristal por encima... No quiero ni pensarlo.
Martínez Parra le hacía fotos; Serrat no posó junto a las fosas abiertas. Y no
hacía más que hablar de la vida, de cosas que pasan.
Un camión cargado de hortalizas nos cerraba el paso en la carretera estrecha. El
perito agrícola señor Serrat comentó:
— Este año será fatal. Sobre todo para las habas y los guisantes. Y en Albacete
va a ser terrible. ¿Habéis visto la noticia del tío que puso estufas en el campo
y fue el único que salvó su cosecha de las heladas?
¿POR QUE VIVIR?
— Joan Manuel, eres el más popular. Los lectores de MUNDO JOVEN lo han dicho.
¿Qué te parece?
Hace
un gesto ambiguo. Como diciendo que ni bien ni mal. Lucha constantemente contra
la borrachera de popularidad. Contesta muchas veces «¿y yo qué sé?» y a las más
diversas preguntas. Lucha también contra la tendencia a pontificar, me parece.
— ¿Qué tiene que ver el público en tu vida?
— Mira, las relaciones entre un artista y el público son una cosa muy
complicada. Yo escribo para mí. Compongo para mí. Si a mí no me gusta algo que
hago, no lo presento en público, ni lo grabo. Y después resulta que a la gente
le gustan más unas cosas que otras. Como ha pasado con «Fiesta». Yo creo que en
ese «long play» hay dos cosas muy buenas, que en cambio no han «enganchado»: «Mi
niñez» y «Cuando me vaya».
— Conectar con el público, ¿es difícil?
— ¿Yo qué sé? Es que me parece que la comunicación entre el público y yo se
establece a distinto nivel. A mi, lo que me gustaría de verdad sería ir por los
sitios, sentarme a cantar y hacer participar a todos de mis canciones. Pero eso
es imposible. Lo que yo quiero decir se me entiende de otro modo. Para que
existiera una verdadera comunicación haría falta un mismo nivel de sensibilidad,
de formación... De muchas cosas.
PERDER UN AMIGO
— ¿Cuál es tu filosofía de la vida? ¿Dónde está tu ancla?
— Bueno, no me gusta hablar de anclas, de maromas o de amarres. Pero sí que
tienes razón en enfocar el asunto. Hay gente que se destroza cuando le falta su
punto de apoyo.
— ¿Cuál es el tuyo?
Serrat piensa un momento.
— No tengo ninguno. Mejor dicho, tengo... Bueno, soy como el anzuelo de una caña
de pescar. Tengo corchos, plomillos... Muchos. Si falla uno, tengo otros. Creo
que no estar atado a nada -por dentro, por el alma, quiero decir- libera mucho,
te permite funcionar con muda más soltura. Yo vivo, me pasan cosas. Unas las
provoco yo. Otras me vienen dadas... Aunque es posible que sí tenga un punto de
apoyo. Sí, sí. Mi punto de apoyo en mi pasado, lo irreversible. Ml niñez. Me
apoyo en el chaval que era yo. Pero no soy ahora el mismo chaval. Soy la
proyección de él. Soy como una cometa, y el Joan Manuel-niño es el que la eleva.
No es lo mismo eso que una maroma, ¿verdad?
— ¿Y si te falla algo importante? Un amigo, por ejemplo...
— Eso no me ha ocurrido nunca. Mejor dicho, sí. Un amigo he perdido. Murió muy
joven, con una veintena de años, de cáncer. Yo le iba a ver, y hablábamos, y
veía cómo se iba consumiendo. Fue tremendo.
— ¿Qué hiciste entonces? ¿Cómo te desahogas en situaciones así?
— Normalmente, me callo y me lo guardo. A veces hay cerca un amigo a quien darle
el día. Pero eso ocurre pocas veces.
«ESTABA
DEPRIMIDO»
Para cuando la muerte pise el huerto de Joan Manuel Serrat, ¿qué dejará hecho en
la vida? ¿Cuál es la tecla que habrá tocado en el piano de la Humanidad?
— ¿Y yo qué sé? No creo que las cosas sean así. Yo no me propongo nada. Fíjate:
¿quién me iba a decir a mí, hace siete años, cuando yo era perito agrícola y
empezaba a cantar, que en mil novecientos setenta y uno iba a estar hablando
contigo, tendría tantos discos, habría hecho tales viajes? No, proyectos no
tengo. Depende. No soy profeta.
— ¿Por qué escribiste «Si la muerte pisa mi huerto»? Tú que cantabas a la
llegada del amanecer...
— Bueno, bueno. Un momento. Ese tema lo escribí un día que estaba deprimido, sin
más, y ya está. No hay por qué buscarle más vueltas al asunto. Y, por favor, no
compares las cosas de ahora cuan las de hace tiempo.
Parece muy interesado en dejar claro este punto. Le dejo hablar largo y tendido.
— Mira. Tú sabes que si una cosa no me gusta, no la grabo. Por ejemplo, hace más
de un año que estoy trabajando en un «long play» con poemas de Miguel Hernández.
Y como no estoy contento de algunas cosas, todavía no sale el disco a la calle.
Pero eso no quiere decir que lo que hago me guste toda la vida. Te voy a poner
un ejemplo: si yo fuera pintor y no vendiese un cuadro, lo casi seguro es que
pintara encima de un lienzo ya pintado. Lo que pasa es que un disco queda
grabado, y eso no se puede hacer. Pero si se pudiera, lo haría. Claro, ahora
comparar mis temas de hoy con los de hace seis o siete años no conduce a nada.
Ahora habría que criticar sólo veinte canciones. Las últimas.
— Decías que sólo haces lo que te parece bueno. Pero yo recuerdo...
— Sí, sí. Ya lo sé. Ha habido dos cosas que hice y que es mejor no recordar.
Pero eso no va a ocurrir nunca más. Puedes estar seguro.
LAS IDEAS CLARAS
— La vida, la muerte, los amigos... ¿Quiénes son los amigos de Joan Manuel
Serrat? Los verdaderos amigos, hasta el final, quiero decir.
— Alvaro y «El Pipo». Otros, también. Pero estos dos, sobre todo.
(Alvaro es Alvaro Lasso de la Vega, hermano menor de su «manager». «El Pipo» no
es, desde luego, el descubridor de «El Cordobés». Es un amigo suyo de Barcelona
que está metido en cosas de cine. Por lo que me cuenta Serrat, se trata de un
hombre tan anárquico y vitalista como él.)
Sin embargo, Joan Manuel es un tipo sumamente sociable.
— ¿A qué tiendes en el trato con los demás: a poner las cosas fáciles o a
plantear situaciones limite?
— ¿Yo qué sé? Creo que no tiendo a nada. Según... Eso depende de cómo vayan las
cosas. Es que en eso no se den decir cosas tajantes. Bueno, ni en eso ni en
nada. Me parece que no hay nunca que decir frases contundentes. O si quieres,
sólo valdría esta afirmación contundente: «No pueden hacerse afirmaciones
contundentes».
Una cosa parecida me había dicho momentos antes, cuando le había preguntado por
la idea que tiene de su vida, de futuro. «No sé. Yo no sé lo que va a ser de mí
dentro de dos años, o dentro de dos días. No tengo una idea clara de esto. O
quizá de nada. Bueno sí. Tengo una idea clara: no tengo ideas claras». Y se rió
de buena gana.
LA VIDA DE JOAN MANUEL
El día que estuvimos juntos dos vueltas por Madrid y sus alrededores, Joan
Manuel Serrat no tenía compromisos profesionales. Lo que, en él, equivale a
decir que no tenía nada más que hacer que dejar deslizarse la vida por cada
pliegue de su alma, por cada poro de su piel.
— No me aburro. ¿Que cuál es mi secreto? Pues en cuanto algo que hago me aburre,
inmediatamente empiezo a hacer otra cosa distinta.
Terminábamos de tomar un café, después de comer. Estábamos hablando de las
dificultades para conectar con el público. «Es difícil, difícil. Creo que el
modo de salvarlas es ser uno mismo. Pero resulta luego que uno mismo cambia, y
el público, a lo mejor, no cambia en la misma medida; la evolución de cada uno
es diferente. Es muy difícil. Porque si uno quiere seguir manteniendo un
público, entonces tiene que falsearse, prescindir de su propia evolución, no ser
auténtico. Y eso sí que no».
Y de estas reflexiones pasamos, casi sin transición, a hablar de mil cosas
distintas. Fuimos al hotel. Me desafió a una partida de naipes. Mientras jugaba,
iba probando cosas con la guitarra, que tenía sobre las rodillas. Cantaba
boleros. «Estas cosas son sensacionales. Mira esto». Y cantaba unos compases de
un bolerazo súper «camp», pero de una gran calidad musical.
Otra
ronda de naipes. Ahora, el principio de un tango. Luego, el principio de otro.
«Escucha esto». Y comenzaba un suave acompañamiento para un poema de Hernández.
De vez en cuando yo cogía la guitarra y probaba una armonización distinta para
una canción afrocubana o un bolero. «Un día -le digo- tendré que venir con otra
guitarra y nos vamos a divertir». «Vale, vale. Podemos pasar un buen rato
tocando». Atahualpa. Populares sudamericanas. La última «mano» de la partida. Me
ganó. «Oye, pon que te he ganado, que conste».
Bajamos al «hall». Unas chicas quieren que Joan Manuel firme en la portada de un
disco. É1 acepta. Le enseñan un «álbum» de su vida publicado en una revista
femenina. Le divierte ver de nuevo las fotografías de su infancia: en el
colegio, con uno de aquellos guardapolvos siniestros; vestido de primera
comunión; montando en una bicicleta... «Aquí estás muy bien, le dice la
muchacha. En esta fotografía aparece cuando tenia unos once o doce años en la
playa. Y Joan Manuel no resiste un leve coqueteo: «Aquí ya prometía, ¿eh?»
Serrat está absolutamente inmerso en la vida. No desaprovecha la menor
oportunidad de comprobar que está vivo. Y se pone muy contento el día que
descubre que hace sol, que no se ha desplomado el firmamento y no le duele nada.
«Tengo tanto miedo al dolor físico como a la muerte. La sola idea, de que
alguien pudiera torturarme me llena de pavor».
Si Serrat fuera un magnate del dólar, probablemente se mandaría poner en estado
de «hibernación», como Walt Disney, para «resucitar» dentro de unos cuantos
años.
— Dime, Joan Manuel, ¿prefieres morir joven o viejo? ¿De repente o dándote
perfecta cuenta?
— ¿Quién? ¿Yo? Yo lo que preferiría sería ser inmortal.
(Material extraído y recuperado de la antigua página de Paco Martín.)
Joan Manuel Serrat en pósters. (8)
Joan Manuel Serrat en prólogos.
Joaquín Sabina: perdonen la tristeza
Javier Menéndez Flores
Plaza y Janés, Madrid 2000
SABINA Y ANIBAS
Dice el
escritor peruano Julio Ramón Ribeyro que "todos tenemos un doble en las
antípodas. Pero encontrarlo es muy difícil porque los dobles tienden siempre a
efectuar el movimiento contrario".
Es difícil encontrarlo y más cuando se busca, es cierto. En cambio, el doble da
contigo siempre que le viene en gana.
El doble es alguien que está en nosotros, dentro de nosotros, y de vez en cuando
se da a conocer, casi siempre a mayor gloria del personaje oficial.
Y tú le amas y le abominas y él a ti.
Y él te niega y te reconoce y viceversa.
El doble suele ser ese íntimo enemigo que te recuerda desde el espejo el paso de
los años y el rastro de los daños. Ese mamón que nos traspasa las resacas de sus
borracheras y las deudas de sus excesos y sus incompetencias. El monstruo que no
nos cabe bajo la piel y nos arrastra con él por la vida para mostrarnos la
belleza de lo inútil, para que nos enteremos de cómo lo sublime y lo sórdido
caminan por la vida de la mano.
El doble es el compañero de viaje, el cómplice que siempre está del otro lado,
sea cual sea el lado en el que se encuentre uno.
Mi doble se llama Tarrés.
Vivimos, el uno del otro y por el otro, manteniendo una relación a caballo del
socio y el contrario, conscientes y resignados ambos a la "innoble servidumbre
de amar seres humanos y a la más innoble que es amarse a sí mismo" como dijo
Jaime Gil de Biedma.
Sabina, en cambio, no tiene dobles.
Tiene muchos imitadores. Buscavidas que hacen suyos los defectos del Flaco al
tiempo que carecen de sus virtudes.
Tiene también un interesante catálogo de sanguijuelas y fantasmas en nómina y
con llave de la casa, que le suministran Peusec ilustrado e incluso dispone de
un eficiente y entregado servicio a domicilio que se ocupa de limpiar los
vómitos, recoger los destrozos y reponer las carencias. También hay quien le ama
sincera y ciegamente, pero dobles, lo que se dice dobles, no tiene.
Supongo que en algún tiempo los tuvo, como todo el mundo, pero se le acabaron.
Algunos no pudieron seguirle el paso y se quedaron atrás.
Otros se le debieron caer de los bolsillos y los más se diluyeron en los caminos
aceitosos por los que los arrastró nuestro héroe.
Amarse a sí mismo es la primera condición para tener un doble.
Tal vez por eso Sabina no los tiene.
Tal vez por eso o porque el tipo prefiere entreverarse con sus personajes, que
no sus dobles, y confundirse con ellos viviendo vidas que él mismo construye y/o
destruye y a los que les hace sentir el rigor de su cotidiana muerte, lo cual
provoca que, de vez en cuando, cansados de la caña que les da el Sabina, sus
personajes se rebelen.
El otro día, en lo del Caco Senante, uno de ellos comentaba:
"...Este chico acabará muy mal... Tú, que eres amigo suyo, deberías hablar con
él. Decirle que nos cuide un poco más...
...Que tome el sol, que tenemos un color que, vamos, parecemos Lázaro recién
revivido...
...Y que coma a sus horas...
...Que no abuse, que con moderación todo es bueno... pero ¡hostias!, el tío es
que se pasa mucho...
...Y mucho rock and roll y mucha polla... pero los años no perdonan, amigo...
...Y luego están los modales... y el lenguaje... Coño, un poquito más de
respeto... que hay cosas que son sagradas. Yo estoy de acuerdo con lo que dice,
pero... leche, es la manera ¿me entiendes...?
...Y ¡Cómo nos viste...! ¡Joder! Si parecemos "periquito va de corto..." Debería
cuidar la presencia... No sé qué quiere que le diga, pero, para un tipo de su
edad, eso del bombín y el chaleco de colorines me parece un poco extremado...
...Y si en lugar de tanto putón se dedicase más a la familia otro gallo le
cantaría... pero ya sabe...
...En fin, ya lo dijo aquel: "Cada quien es cada cual y baja las escaleras como
quiere". ¡Salud, primo, y aúpa Atleti...!"
Y soltó una carcajada cascada y se dio la vuelta encaminándose a la barra donde
le esperaban una rubia y una cerveza.
La evidencia de que la vida es un camino sin retorno en su caso es
extremadamente clara, pero, qué coño, también los toreros mueren los domingos en
la plaza y, puestos en plan taurino, Sabina consume tanta vida porque es un
hombre que tiene mucha muerte.
Aunque también puede ser que Sabina no exista.
Si existiese se pondría al teléfono cuando lo llamo.
Lo más seguro es que el Sabina sea un invento mío, o mejor dicho, el seudónimo
de un tal Anibas que se inventó mi doble para tener un sosía, que como el Tarrés
se niegue a crecer y no tenga el ramalazo de maricón de Peter Pan. Un cómplice
para sus correrías. Un compañero para llorarle en la solapa. Un colega del que
aprender. Un bufón al que reirle las gracias. Un amigo con el que compartir el
tequila de los solitarios. Un desnaturalizado que tampoco recuerde con exactitud
la fecha de nacimiento de sus hijos.
Pero si Sabina no existe, ¿Qué hacer, entonces, con toda esta ternura que guardo
para Joaquín?
(Material extraído y recuperado de la antigua página de Paco Martín.)
Alina Clemente interpreta la canción "Lucía" de Joan Manuel Serrat por la televisión Cubana. 2017
Javi Jareño, canta una excelente y linda versión de "Lucia" en el Café de les Delicies en Barcelona.
Álbum de imágenes del concierto "Volem acollir" (11-02-2017)
Joan Manuel Serrat y los Beatles.
© Por Marcelo Ravelo Troiano. (Junio 2003)
El
cantautor catalán, de quien también me confieso gran admirador, es un seguidor
de Los Beatles de la primera hora, aunque no hable muy seguido de ello ni se le
pregunte nunca al respecto.
Yo le he escuchado confesar, por ejemplo, que ‘Eleanor Rigby’ está entre sus 10
canciones preferidas de todos los tiempos; o que siempre lamentará no haber
podido ir al recital que el grupo de Liverpool ofreciera el 3 de julio de 1965
en la plaza de toros Monumental de Barcelona.
Ese mismo año, 1965, Serrat publicaría su primer disco, ya perdido en el tiempo.
Era un EP (disco pequeño de 4 canciones) cantado en catalán llamado ‘Una
Guitarra’.
Así Serrat aparecía en el mercado musical catalán (por aquel entonces era sólo
apenas conocido en su lugar de origen) como una figura joven y prometedora; por
lo cual, y llegado el momento de hacer la portada de aquel disco, el mismo
Serrat sugirió jugar con una idea bien conocida: la portada de ‘With The
Beatles’ que había hecho Robert Freeman para Los Beatles dos años antes.
Veintisiete años más tarde (en 1992), y con todo ese tiempo de carrera a cuestas
para Joan Manuel, finalmente cumplió un viejo sueño y logró que su disco
‘Utopía’ contara con fotografías y diseño del mítico fotógrafo inglés Robert
Freeman (radicado hace años en España); además, y ya de paso, de grabar las
cuerdas de 4 de los 10 temas del disco en los estudios de Abbey Road de Londres
(donde grababan Los Beatles), con John Kurlander como ingeniero de grabación, y
con la Royal Philarmonic Orchestra.
Dijo Robert Freeman al respecto:“Hice las fotos para su álbum ‘Utopía’ y comimos
juntos en su casa del Ampurdán. Quedé encantado. Es un gran conversador, un
hombre de gran cultura y conocimiento del mundo y de la vida, que sabe poner el
humor oportuno en cada cosa. Entiendo que su personalidad sea tan seductora.”
Audio inédito., Joan Manuel Serrat, Ia Clua i Jordi Batiste, cantan la cançó dels Beatles "I Should Have Known Better".
Joan Manuel Serrat en imágenes.
© Pere Mas Pascual (1997-2017)