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7 y 8 de Febrero 2017
LO QUE NUNCA SE PUBLICÓ, NI SE DEBIÓ PUBLICAR NUNCA.
GRACIAS SERRAT...
porque nunca es tarde!
© José Ortega Rocha. (Pepeiyo)
Servidor que su infancia son recuerdos de un patio de Sevilla de la calle
Misericordia,al lado de la Farmacia que marca con una concha en su fachada el
centro geográfico de la ciudad, no se ruboriza en reconocer que descubre a
Antonio Machado en Barcelona y gracias a Joan Manel Serrat,
¡Quien me hubiera dicho a mi, que en aquellos años sesenta y cuando uno estaba
metido en eso del rock and roll, iba a conocer a un chico debutante con una
guitarra de palo bajo el brazo que pretendía ganarse al publico a golpe de
versos en una matinal de la sala “PAU y JUSTICIA” de la calle Pedro IV del
barrio del Poble Nou de Barcelona!
Pues sí señor, esa mañana de domingo y mientras montaba el equipo de altavoces
de nuestro grupo para hacer el baile de la tarde, se me acerca un joven y con la
timidez característica de las grandes personas me solicita le preste el sonido
para cantar tres canciones en la matinal de las doce ya que no dispone de equipo
propio y el de la sala suena como el de una “tómbola”.
A regañadientes accedo porque eso significaba tener que quedarme hasta el final
de su actuación para apagar el equipo y recoger cables, pero lo hice a gusto
porque la espera me hizo ver con mis propios ojos hasta donde llega la seguridad
de las personas cuando crees en lo que haces.
Aquel joven empezó a cantar, no recuerdo si “La Tieta” o “Paraules” pero la
gente no estaba por la labor, las sillas plegables que medio llenaban la sala
producían muchísimo ruido, los jubilados asistentes habituales de las matinales
no mostraban interés y los niños que correteaban por los pasillos hacían el
resto. Total que Joan Manel agotada su paciencia en la segunda canción “agarró”
el micro y dijo algo así: “O esteu callats o men vaig” (O estáis callados o me
voy) y dicho y hecho como el “runruneo” no cesaba, dejó de cantar a media
canción y se fue.
Me quedé “pasmao” y la sala en silencio, pero él ya no estaba allí.
Meses después con “ARA QUE TINC VINT ANYS” triunfaba en todas partes.
Veinte años después, la casualidad nos hizo coincidir en un parking de la calle
Santaló, yo le miré, él me miró, nadie dijo nada, ese instante se prolongó... y
en mi silencio quedé recordando aquel día en que un desconocido como yo le
cediera un micro Shure de piña y un amplificador Roselson de segunda mano a
quien después me regalaría toda la sensibilidad musical necesaria para poder
descubrir la poesía de quien con su torpe aliño indumentario siempre estuvo
ligero de equipaje.
Gracias Serrat.
Pepeiyo.
Joan Manuel Serrat en portadas de revistas y otros. (1968-72)
Joan Manuel Serrat en frases o canciones.
Actualizado mi canal de vídeos.
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¡COMENZAMOS DE NUEVO LOS ENSAYOS!
http://www.elgustoesnuestro20.com/comenzamos-de-nuevo-los-ensayos/
Hoy nos hemos
reencontrado con todos los músicos que forman nuestra espectacular banda para
revisar todo el repertorio y pasar un buen rato juntos compartiendo música.
Además hemos recibido la visita de medios de comunicación para realizar
entrevistas.
Seguimos contando las horas para cruzar ya el atlántico.
¡
CALLEJERO !
(Por Joan Manuel
Serrat)
Viajero permanente, el compositor Joan
Manuel Serrat aceptó la invitación de escribir en exclusiva para SOHO sobre las
ciudades: “están hechas para caminarlas y bucear por ellas”.
(Gracias a Nany por el enlace.)
Las ciudades como las mujeres se disfrutan en el cuerpo a cuerpo. Hay que
acercarse a ellas y dejar que nos hablen, que nos regalen sus olores, que nos
refresquen sus sombras y nos permitan participar de sus tesoros. Normalmente el
alma de una ciudad suele vivir en eso que las guías turísticas llaman el centro
histórico.
La ciudad vieja. La monumental. Racimos desordenados de calles, plazas y
callejones que se desparraman alrededor de una iglesia, siguiendo el curso de un
río, salvando accidentes orográficos y por lo general enfajadas por recintos
amurallados, hoy tal vez desaparecidos o escamoteados por otras construcciones
que se sirven de sus muros para mantenerse en pie.
Allí las viejas calles se identifican con viejos nombres sabios, cada uno con su
porqué, cada cual con su referencia. La Plaza del Pino, la Calle de la Sinagoga.
Nombres de oficios y gremios ya desaparecidos que en tiempos las poblaron y en
ellas comerciaron, crecieron y desaparecieron. La Calle de los Curtidores, La
Calle de la Platería… Nombres que nos hablan de acontecimientos que conmovieron
la ciudad, de los usos que le dieron. La Plaza del Peso de la Paja, la Calle del
Hospital. Nombres que nos ayudan a entender mejor dónde estamos, de dónde
venimos, y que marcan el paso, marcial la mayor parte de las veces, de la
historia o al menos de la historia parcial de los vendedores.
Cuántas
páginas del libro de nuestros amores y desengaños se han escrito volando por los
tejados, arrastrándose por los adoquines, aguardando que la vida doblase la
esquina de alguna calle húmeda y estrecha como éstas, bautizadas con nombres que
les son propios en todos los sentidos de la palabra.
Pero a medida que la ciudad se desparrama
como la cintura de una matrona pierde su encanto y las calles del progreso
aparecen como una retícula de vías más o menos paralelas y perpendiculares que
en absoluto nos conmueven y a las que se adjudican nombres de individuos más o
menos recomendables, de lugares geográficos más o menos ajenos, de poetas tan
ilustres como poco leídos y a las que nuestro corazón y su ¿quién soy…? ¿de
dónde vengo…? ¿a dónde voy…? Y mucho menos el ¿dónde estoy? Y ¿ por dónde coño
voy…? Les importa un rábano.
No estoy en contra de que las calles tengan nombre. Pero tampoco lo contrario.
Hermosos nombres aquellos con los que el tiempo y/o la sabiduría popular bautizó
ciertos lugares. La Diagonal, de Barcelona; La Gran Vía, de Madrid; El Carrer
del Pecat, en Sitges; La Piazza del Poppolo, en Roma.
En Barcelona, en el barrio de Gracia, sobreviven un manojo de calles con nombres
libertarios como la Calle de la Libertad, la Calle de la Legalidad, la Calle de
la Providencia, la Calle del Peligro que a su vez se entrecruzan sin reparo
alguno con la Calle del Oro, la Calle de la Perla, la Calle del Rubi que tanto
urbana como literariamente son pura poesía.
Y me pregunto: ¿por qué donde la ciudad pierde su encanto, si el pueblo no dice
lo contrario, no se pierden a su vez los nombres de las nuevas calles de la
nueva ciudad teniendo en cuenta que la Administración Pública, con la
provisionalidad que caracteriza todos sus actos, tiene muy mala mano para eso de
bautizar.
¿Estamos los ciudadanos condenados a soportar además de esa sensación de soledad
y urgencia que nos persigue por los territorios hostiles e ignotos de los
ensanches de las grandes ciudades, a tener que identificar ciertas calles con el
nombre de generales golpistas, próceres negreros o políticos zancarrones…?
Ilustrísimas. Póngales número a esas calles, leche.
Utilicen el alfabeto y déjense de pamplinas
líricas que la poesía se desvanece cuando la desorientación se alía con la
monotonía y las calles se parecen una a otra como un nicho al de al lado. Y eso,
no hay poeta que lo arregle.
¿O acaso temblarían los cimientos del ensanche de Barcelona o del barrio de
Salamanca de Madrid, si en lugar de bautizadas las calles estuviesen
ordenadamente numeradas y/o alfabetizadas?
¿No creen que si la calle Mallorca en Barcelona fuera la calle 15, pongamos por
caso y la calle de Serrano en Madrid, la Avenida B, no sólo sería más práctico
para quien tenga que dar con ellas sino también socialmente más imparcial y
aséptico?
Y no pasa nada, hombre. No pasa nada.
Pongamos el ejemplo de La Guineueta.
La Guineueta, —en castellano será algo así como el zorrillo— es un barrio de
Barcelona creado en plena dictadura, allá por los 60, para albergar inmigrantes,
en su mayoría andaluces, que han dejado aquí su sangre, aquí han crecido sus
hijos, aquí nacieron sus nietos y aquí se han hecho viejos.
Pues bien, con la muerte de Franco, el retorno de la democracia y la
normalización de la lengua catalana, la Administración local reivindicando
derechos que el franquismo pisoteó, como el uso del catalán en Catalunya,
tradujo los nombre de las calles, originalmente en castellano, a catalán y así
la Calle del Rebeco pasó a llamarse el ¡Carrer del 1¨Isard! y la Calle de la
Ardilla Voladora el Carrer de L´Esquirol Volador.
Y no pasó nada.
Nadie se suicidó, ni se produjeron manifestaciones populares pidiendo la
restitución de las viejas placas y eso que la perturbación para las familias de
los vecinos del barrio que vivían, pongamos por caso, en Utrera (Sevilla) o
Villanueva de los Barros (Badajoz), para escribir los sobres de las cartas a sus
parientes de Barcelona, fue notable. Incluso estas molestias familiares se
habrían evitado si las calles hubiesen estado numeradas desde un principio.
Imagínese que usted está en la Calle del Mono y tiene que ir a la Calle del Pez,
pongamos por caso. Pues si no sabe dónde está la Calle del Pez o lo pregunta lo
tiene jodido para llegar. ¿Entiende? Pero si las calles estuviesen numeradas
ordenadamente sería distinto. Usted, que está en la calle 21 sabría que la calle
65 esta 44 calles más allá, y punto.
Claro está que siempre puede ser peor.
En Costa Rica, por ejemplo, la cosa es singular. Cuando usted le pida la
dirección a esa muchacha ‘tica’ que conoció en el tren para enviarle la foto que
le hizo en Madrid junto a la Cibeles, no se extrañe cuando le diga que escriba
en el sobre: “50 varas al sur y 25 varas al oeste de la casa de Matute Gómez”. Y
tal vez añada para precisar: “El lote que tiene cinco árboles de mangos”.
O sea que, para saber dónde vive la muchacha, hay qué saber cuánto es una vara,
dónde queda el sur y, por supuesto, cuál es la casa de Matute Gómez en San José.
No importa que Matute Gómez —por si le interesa, general venezolano que se
refugió en Costa Rica por los años 20— pasara a mejor vida hace 50 años. Ni
siquiera que la casa del general haya cambiado de manos y sucesivamente haya
sido restaurante, bar y casa de tolerancia.
La señorita vive 50 varas al sur y 25 varas al oeste de la casa de Matute Gómez
y el que venga que arree.
Tal vez le parezca complicado pero ellos se
manejan perfectamente. Tengo unos amigos que para el correo viven: “A un
kilómetro al sur del último poste de luz a mano
izquierda”, y a pesar de que las líneas eléctricas hace años que sobrepasaron
con éxito su vivienda, la referencia no cambió.
Más curioso aun en Managua donde las direcciones postales se forman con: “arriba
o abajo”, según donde sale el sol y donde se acuesta y con “al lago o a la
montaña referencias claras al norte o al sur”. ¿Estamos? Por ejemplo, uno puede
vivir “del Hotel Intercontinental 2 arriba y 3 al lago”, siendo las cifras las
cuadras de distancia a las que se encuentra la casa de uno, de la de referencia.
No me joda, hombre. Póngales números y letras y listos.
Números para todo el mundo. Para la Guineueta, para Managua, para mi barrio el
Pueblo Seco de Barcelona.
Así la referencia de las calles sobreviviría a los cambios de regímenes
políticos y a los caprichos de primeras damas sin que los ciudadanos de a pie
estemos obligados a circular por calles y avenidas bautizadas con nombres de
personajes impresentables a mayor gloria de la canallada que nunca cesa y
nuestros hijos puedan caminar por ellas sin leer obscenidades en las placas de
sus esquinas.
Que los hombres pasan y los números quedan.
Admiren la nomenclatura del centro de Manhattan, que con algunas humanas
excepciones, es un extraordinario ejemplo eficiente de ayuda al ciudadano.
Calles y avenidas, mayormente numeradas, se cruzan en una retícula en la que
propios y extraños se orientan con facilidad.
Esas debieron ser las intenciones del ilustre bogotano que decidió cuadricular
la ciudad que crecía y estableció que de norte a sur circularían las carreras y
del monte hacia abajo las calles.
Hasta ahí vamos bien. La cosa se enmierda cuando empiezan a aparecer las
diagonales, las transversales y las avenidas aliadas a eso que eufemística
solemnemente llamamos la idiosincrasia de los pueblos.
Que le vamos hacer.
Nadie es perfecto.
© Pere Mas Pascual (1997-2017)