Alma popular
 


Antonio García Barbeito (Escritor y periodista)

Quizá porque mi niñez anda perdida en la playa fluvial de los cincuenta,
y escondido entre las cañas y los veranos del Guadiamar de los sesenta
tenga mi primer amor; quizá porque en alguna terraza de la adolescencia
­picú y mirinda de naranja­ tenga la indecisión de un corazón que no
sabía decir que amaba, aunque me bordaba por fuera la camisa de nailon
mientras le buscaba y le huía los ojos a aquella chiquilla; quizá porque
le puso música a la copla nunca escrita del pensamiento enamorado,
llevo, por donde quiera que vaya, la luz cantora de Joan Manuel Serrat,
quinto de mi tristeza y mi alegría, socio amanuense a la hora de
escribir sentimientos que no se le confían a nadie, más que al papel.
Serrat fue la carta que recibí de la niña que nunca me escribió. La e
migración de los sesenta me robó unos ojos claros que me dejaron oscuros
y tristes los olivos. Y la adolescencia, aquella adolescencia a la que
tanto se le notan los remiendos del tiempo, esa adolescencia que cuando
sopla solano de ayer le d
a al corazón de hoy una pequeña cojera en la
diástole. Al final, la vida es una copla que se ha quedado, una canción
que alguien dice, que alguien ha escrito y que hacemos nuestra, para
gozo y pena del recuerdo. Que, aunque no fuera don Antonio, que fuera
don Manuel, ya saben: "A todos nos han cantao / en una noche de juerga /
coplas que nos han matao".

Nosotros, los andaluces, mandamos a Cataluña ojos con escozor en la
mirada, miedo pueblerino y maletas de cartón que tenían de casera, entre
la ropa, la estampa de la Patrona; mandamos hambre cansada de no salir
del tajo y asombros que miraban el paisaje por la ventanilla del tren
como quien mira la escena de una triste película de adioses y raíces
arrancadas. Y nos quedamos ­se quedaron­ allí entre la patria de
porompompero de Manolo Escobar y el pecado que llamaba desde los oscuros
zaguanes del Barrio Chino, entre El emigrante de Valderrama y el sueño
de ver por Las Ramblas una cara conocida. A nosotros nos llegó él, un
muchacho delgado, emigrante del alma que venía a los tajos donde el
corazón trabajaba de sol a sol. Vino a traernos un poco de agua fresca,
nueva, clara. Y se quedó entre nosotros, se nos quedó su voz entre
nosotros como una mujer perfumadita de brea. Poco más tarde, muy poco
después, de todos los andaluces que conoció se hizo amigo de uno, leyó
sus versos y los cantó. Y los versos del poeta nuestro, que muchos andaluces
no habíamos aprendido en los libros, los aprendimos en la radio,
en el picú, cerca de la mirinda y los primeros emboquillados. De un
golpe ­"golpe a golpe, verso a verso"­, Serrat nos dejaba a los dos
Machado. Antonio, en la voz: "Mi infancia son recuerdos de un patio de
Sevilla..."; Manuel, en el mensaje: "Hasta que el pueblo las canta, /
las coplas, coplas no son. / Y cuando las canta el pueblo / ya nadie
sabe su autor". Tan fue así que algunos decían: "Como dice Serrat", y
era, en verdad, "como dice Machado", Antonio. Daba lo mismo. Lo
importante es que por Serrat supimos que en la orilla que lame el Duero
había un olmo seco, y que era posible esperar "otro milagro de la
primavera". Y supimos quién fue Don Guido, y quién "ese hombre del
casino provinciano / que vio a Carancha recibir un día...".

Hace unos días, en alguna parte, he leído o he oído que Serrat había
sufrido una afección cardiaca. Y en ese momento, a mi adolescencia le
dolió el corazón. Porque si se calla el cantor, calla la vida. Y quien
vivió con él ­él cantando; nosotros, escuchando­ en la patria redonda de
un disco, sabe que le ocurrirá lo que le ocurra al cantor. Arriba ese
corazón, Joan Manuel, que es el tuyo, sí, pero también es el nuestro, el
de tantos como aprendimos a decir tantas cosas con tu voz, que algunas
de mis conquistas tienen, clavada en la cima de su noche, la bandera de
una canción tuya. Arriba ese corazón, que tu corazón es una copla
clavada en el alma, como el Cristo de los gitanos: siempre con sangre en
los labios, "siempre por desenclavar".
 

Pere Mas (1997-2018)