Home Up
     
      
                J.G.Frazer, La Rama Dorada

            Se trata de “explicar la ley que regulaba la sucesión del rey del sacerdocio de Diana en el bosque de Aricia”. El vigilante del roble del santuario de Diana en el bosque de Aricia, cercano a Roma, y que databa del 495 a.de n.e., era rey y estaba condenado a esperar que llegara de fuera un candidato para matarle con el fin de sucederle. El atacante tendría primero que arrancar una rama, un muérdago que crecía en el árbol. La fiesta era el 13 de agosto. Diana aquí había tomado el nombre de Vesta y las vestales, doncellas, tenían que mantener el fuego sagrado. El primer rey, según el mito, fue Hipólito, que en el bosque de Aricia tomó el nombre de Virbio. La pareja Diana-Virbio emulaba la de Atis-diosa Madre o Adonis-Afrodita. El Hipólito del mito griego pagó con la muerte su deuda amorosa con la diosa inmortal que se encarnaba en el árbol.
            Para comprender el mito, o mejor la institución, conviene comentar los términos “árbol”, “rey”, “fuego sagrado”, “llegar de fuera”, “Attis”, “Adonis”..., en unos tiempos en que la muerte del rey sagrado era un acto ritual, por tanto mágico, en un entorno animista.

00.00. Animismo

En tiempos primitivos, hace decenas de miles de años, no teníamos concepto de nosotros mismos como individuos. Eramos parte de la naturaleza y veíamos como igual (aunque nos amedrentaran como superiores en fuerza, destreza o capacidad de destrucción) tanto al animal como al paisaje, o las piedras o los ríos o la vegetación. Nuestra mente no funcionaba todavía estableciendo la relación de causa-efecto sino por asociaciones, más emocionalmente intuitiva, menos racional, como funciona la de un niño en los primeros años de su vida. El niño da vida con su imaginación y trato a las cosas inanimadas que le rodean, se comunica con ellas, las hace actuar y “sentir” como él desea.

La consideración de nuestro entorno, paisaje y naturaleza, como iguales a nosotros y la animación infantil de que hacemos objeto a las cosas que nos circundan, proyectándonos en ellas nosotros, nuestra vida, deseos y fantasías, siguió en parte vigente decenas de milenios. Como ejemplos, para empezar Dios maldijo la serpiente. Ya en tiempos cercanos a Pericles, Jerjes mandó azotar al río que dificultó su cruce en el Helesponto. Cristo maldijo la higuera. Algo después San Bernardo excomulgó a las moscas que le importunaban y -privadas de la comunión de los espíritus, suponemos- al instante cayeron fulminadas, muertas. Pero es que en el año 1.740 un tribunal francés condenó a una vaca, culminando 92 procesos judiciales contra animales entre los siglos XII a XVIII en el país de la luz. Uno de ellos, en el siglo XV, condenó a unas ratas in absentia por no haber comparecido ante el tribunal. Una sentencia contra hormigas brasileñas en 1.713 fue leída gravemente en voz alta al pie del hormiguero. Como haciendo ruidos se ahuyentan los espíritus (sobre todo si la muerte aconteció en el ruidoso campo de batalla), en tiempos posteriores el vigilante de noche se acompañaba de una campanilla (con la disculpa racional de hacerse anunciar, que no cuela), los monaguillos la tocaban cuando acompañaban al Santo Sacramento, los aguadores la llevaban para proteger el agua, en las puertas de las casas nos defendían contra el extraño, los campanarios repicaban para mantener el sosiego. Y todavía se practicaban exorcismos (del demonio o de malos espíritus, que para el caso es igual). O golpeábamos al objeto inanimado que nos hubiera molestado.

Cuando el salvaje que éramos pensaba que todo tenía un espíritu (hoy energía) y que todo lo creado, vivo o inanimado, formaba parte de un todo, por lo que todo era capaz de sobrevivir a la muerte, éramos menos salvajes que ahora en que nos reservamos ese privilegio para sólo los humanos.

Culto de los árboles.

Los primeros santuarios (nemus) fueron bosques naturales. Fueron árboles también los primeros oráculos. No podía talarse un árbol sin el consentimiento de su espíritu (su dríade, su ninfa) y la infracción de esta norma era castigada con un hambre del transgresor tal que terminaba devorándose a sí mismo, como le ocurrió en el mito de Tesalia a Erisictón. El susurro del movimiento de las hojas de la encina con el viento servía de oráculo a los griegos en Dodona y de expresión a los espíritus en Australia, China, Filipinas, Corea... Los miaokia al oeste y sur de China tienen todavía en cada aldea el árbol sagrado (totémico) en que reside el espíritu de sus ancestros (y por lo tanto de la tribu). Divinidades con ramas a menudo pueden corresponder a árboles antropomorfizados. Los árboles hacen llover, además de dar sombra y alimento, y madera para la construcción y para el fuego (cuya chispa se esconde en la madera). Y puestos, hasta para hacer balsas que nos transporten por el agua.

Los celtas adoraban los árboles en la época romana. En la India y otras partes de Oriente se sigue desposando con árboles a hombres y mujeres.

Drys es el nombre griego del roble y druida el hombre-roble, hijo del roble. Para los celtas el muérdago y el árbol en el cual crece, si éste era el roble, lo que ocurre escasas veces, eran objeto de culto y de veneración. El nombre griego alude al rey sagrado (o sacerdote) celta que rinde culto al roble. Plantar un árbol cuando se tiene un hijo ayuda a proteger al niño y su crecimiento, cuidando del primero.

        El roble de los arios, Zeus, y la encina del mediterráneo, Hera, se unieron en Dodona, y su noche de bodas duró 300 años, dice el mito. Leto, la madre de Apolo y Artemisa, se agarró a la rama de dos árboles, el olivo y la palmera, (o dos laureles) cuando le llegó el momento del parto.

        Durante mucho tiempo seguiríamos presumiendo de nuestro árbol genealógico o hablando de volver a las raíces como metáfora de encontrar nuestros orígenes.

Tótems:         

            Cuando un paisaje natural o una especie animal nos interesaba, o dependíamos de ella para nuestra subsistencia, hacíamos de ellos el tótem en que se encarnaba el espíritu de nuestros ancestros.

El tótem, pues, guarda, cobija y protege el espíritu del colectivo y por tanto el de sus miembros. El animal totémico era, pues, sagrado, estaba tabuado, no se lo podía tocar, para protegerlo de todo peligro o daño, y de ese modo protegernos a nosotros, los miembros del tótem. Periódicamente celebrábamos un ritual para sacrificarlo y comerlo, pero solamente con motivo de estas ocasiones. La comida era ritual, ágape: comida fraternal con amor, y en ella, al hacer nuestro, ingiriéndolo, el espíritu del animal, participábamos todos de una nueva fuerza con la que el animal joven y sano sacrificado había revitalizado el espíritu del tótem.

Como en la mayoría de los casos en la Grecia de las ciudades suele tratarse de dioses locales, lo que es sagrado y por tanto prohibido en un lugar no tiene por qué serlo en otros sitios distintos. En el caso de Egipto, un estado centralizado, los dioses pudieron ser locales en su origen pero confluyen todos en función del faraón, según el Texto de las Pirámides ya en el 2350 aproximadamente.

El contacto con la tierra nos da vida pero también, por eso mismo, puede destruirnos. Por eso la Cabra Madre crió al bebé Zeus en Creta colgado de una hamaca entre dos árboles para que, al estar aislado de la tierra, pasara desapercibido de los dioses, concretamente de Cronos, su padre, que lo perseguía para tragárselo. Por ello es inteligible la nube o la neblina como tótems, al no tener contacto con la tierra. Es su distancia de la tierra la que hacía que el muérdago parasitario fuera entre los celtas un tótem sagrado, pues además de echar raíces en los árboles permanece verde cuando el árbol, en que se sustenta, en invierno pierde sus hojas.

02.23 teriomorfismo, animales totémicos sagrados:

        Después de, o además de, el árbol o la nube u otras representaciones que, por integración en el paisaje o en el medio, se hicieran totémicas, cuando el animal fascinó al ser humano y más aún, cuando de él dependió su subsistencia, en la serpiente-Perséfone o Sekmet o Diónisos, en la vaca-Hera o Hator o Pasífae, en el cerdo de Deméter en Eleusis, en la yegua de Deméter y Perséfone en la Arcadia, en el carnero Amón o Atum o Zeus o Diónisos, en el ciervo Acteón, devorado por sus propios perros, en el cabrón Pan o Diónisos, en el camello, y en tantos como vemos en figura de los dioses, se encarnó el espíritu vital de los ancestros. Más que una explicación sobre este hecho, que dejamos a otros, o para otro momento, nos interesa aquí el hecho de que así fue, sin duda, y así queda reflejado en todas las mitologías.

Cuando el dios (el tótem) dejó de encarnarse en los humanos para tomar forma animal, era este el que era sacrificado. Cuando un dios se representa comiendo un animal, éste era en un principio el propio dios. Cuando el dios teriomórfico devino en antropomorfo el sacrificio del animal sagrado perdió su motivo original para pasar a ser una ofrenda al “nuevo” dios.

Cuando un dios copula en figura de animal, éste representa el tótem del lugar. Así Zeus es ánade en Lacedemonia o toro en Creta. El cerdo tótem en Egipto, en Eleusis, en los sacrificios de Atis y Adonis que fueron heridos por el (dios) verraco, nos da la clave del tótem en un sitio y tiempo determinados. El animal totémico es tabú por lo que no es comido durante el año, pero sí lo será con motivo de su sacrificio anual.

Se puede sin correr riesgos generalizar que los dioses representados en un animal indican el carácter totémico de éste.

El caso del cerdo, tabuado en tantas culturas, es sagrado (tabú, prohibido tocarlo) en Eleusis de Grecia y en Egipto. Motivos racionales ya se buscan para su explicación, como por ejemplo que se les necesitara vivos para pisar las semillas tras la inundación del Nilo, o que conviniera segregarlos para evitar que se metieran en las eras y comieran los granos, pero no parecen suficientes, pujando más fuerte por dar razón de ser a la prohibición su carácter totémico, sin perjuicio de que luego se le encontraran ventajas a la institución. Verraco era el animal (dios) que hirió a Atis, a Adonis, Ulises, y fue como jabalí que Set sacrificó a su hermano Osiris, siendo -como dioses que son- sacrificados y comidos una sola vez dentro del año. No es que el animal (Set-verraco) sea sacrificado como enemigo del dios (Osiris) sino que el propio animal es el propio dios. Nadie duda del buey Apis como benefactor pero eso no lo libra de, al contrario lo obliga a, ser sacrificado como dios en una fecha determinada. Por eso el sacrificio anual del cerdo coincidía con el día de la muerte de Osiris, y el de Eleusis con la fecha en que Perséfone se hundía bajo el suelo.

Lo que no impide que Osiris sea también el toro Mnevis en Heliópolis o el buey Apis en Menfis, por distintos motivos, tiempos o sitios (si provienen de tiempos anteriores al cultivo del cereal, sería Osiris el que, por distintas razones, tomaría forma de toro, pero si la llegada de la vaca como tótem fuera posterior al hallazgo de la agricultura, sería el animal quien tomaría forma de Osiris). Que el culto al cerdo (o verraco), o al toro (o buey), o a la cabra o al carnero/morueco (o cordero), se haya extendido en zonas muy amplias no le da en principio un carácter universal sino más bien una amplia aceptación por cultos locales. El dios (de origen totémico) Amón es carnero en Tebas, toma la forma de buey Apis en Menfis, o de caballo en Tesalia, o de cabra-Atenea en Atenas.

          No es extraño, pues, que si Hipólito es sacrificado a los pies de los caballos de Posidón, el dios-tótem de que se trata sea el caballo mismo, y como caballo, Hipólito (por si era necesario, el mismo nombre ya lo deja claro) sea sacrificado. Las víctimas sacrificadas a un dios son ese dios mismo.

Si desde antiguo un animal es el tótem de un lugar, por las razones que fuesen, y luego se le añaden otros atributos manteniendo el mismo dios-animal por tradición (y porque les haya ido bien con él), nada impedirá que el dios del lugar se convierta en el grano del trigo, por ejemplo, si las nuevas necesidades en nuevos tiempos agrícolas así lo imponen o simplemente lo aconsejan. Como ocurre con el cerdo en la fiesta del grano de Eleusis, o con el caballo Hipólito griego de Trecén en figura de Virbio romano de Aricia, donde se sacrificaba el caballo una vez dentro del año en el bosque de Aricia y en el campo romano de Marte, ahora ya con panes colgados de las crines, conviviendo el nuevo grano con el árbol-roble-muérdago que tenía que vigilar desde antiguo el rey sagrado. Maniae llamaban los romanos a estos panes, siendo manes los espíritus de muertos. Los mitos cambian (nuevos valores e ideas para nuevos tiempos y necesidades) mientras que los ritos permanecen (por costumbre y tradición), pues son reacios al cambio por la seguridad que infunden a los participantes (caso explicitado en el ritual de la escalera de la oca Martina de Lorenz).

El miedo que teníamos al espíritu del muerto se aplicaba también al del animal cazado o pescado. Convenía acompañar al muerto en su sentimiento. Y si había que evitar que se rozara con objetos cortantes en la casa en que vivía, es de suponer que tomaríamos medidas también con el anzuelo.

01.12 Magia.

Ya hemos dicho que la mente primitiva actuaba de forma parecida a la del niño. Para el niño pensar algo supone ejercer un dominio sobre las cosas y el entorno. Otra faceta es animar todo lo que le rodea dando vida y hasta responsabilidades a los objetos inanimados que, de este modo, se “comportan” tal como él cree que deben hacer, incluso si son animales vivos que no se presten a colaborar.

Pues bien, esta facultad mental y la asociación de ideas en cuyo estadio de desarrollo estábamos todavía, fueron suficiente para crear la magia, cuyos inmediatos y eficaces resultados nos confirmaron que estábamos en el camino correcto. Con ella, por la ley de la sim-pathía, se puede producir a distancia el efecto que se desee con sólo imitarlo. Imponíamos a la naturaleza que actuara de un modo determinado simplemente porque así lo deseábamos, y remedando los cursos naturales pudimos comprobar, perplejos pero convencidos, que habíamos tenido éxito. Si al conjuro para que saliera el sol cada mañana “conseguíamos” que ocurriera, el éxito nos reforzaba en la autoestima tanto como en la credibilidad del instrumento utilizado. Si poniendo en charcos secos ranas vivas –que viven en el agua- forzábamos la lluvia (y terminaba lloviendo, eso seguro, más tarde o más temprano llovería, sobre todo si era época de lluvias), el resultado pragmático, mediante un método no muy científico pero suficientemente empírico, nos confirmaba que la magia servía para mucho. Como en efecto fue.

Toda magia es “simpática” (o simpatética), pues con ella lo semejante produce lo semejante (los efectos semejan a sus causas), lo cual subyace en toda superstición. Pero el término “superstición” es despectivo y merecido en una época en que se supone que prevalece la mente racional, no en el momento en que se inventó, se utilizó y resultó ser todo un hallazgo.

Los estudiosos de las prácticas mágicas distinguen entre diversos tipos de ellas pero aquí vamos a reducirlas sólo a dos:

 - la “magia de contacto” (contigua, contaminante, contagiosa, similia similibus curantur), en la cual lo que se le haga a algo afectará a todo lo que antes tuvo contacto con ello, por distante que se encuentre. En las fiestas bufonias de Atenas se condenaba y castigaba al cuchillo sacrificial con que habían matado al dios-buey para evitarle daños al sacrificante. En la Escocia rural todavía se desinfectaban las heridas untando de mercromina a la guadaña, en épocas en que ya habían llegado a la electrónica. De aquí le necesidad de contar con pelos, o uñas, o ropa impregnada de su sudor, de la persona amada para fabricar un filtro amoroso. Los anillos, brazaletes y los nudos protegen el alma (el espíritu) comprimiéndola dentro del cuerpo. El judío que come carne con leche pone en peligro la vida de la vaca al ponerse en contacto su leche con el de la carne de un animal sacrificado. Comer al rey hombre-dios sacrificado nos imbuirá de su fuerza y valentía, de su espíritu vital que anima a toda la tribu. Las cabezas y miembros de los valientes muertos en batalla se enterrarán formando un cerco alrededor del territorio de la tribu formando un arco “voltaico” que mate al extranjero que lo intente traspasar. Echar granos de arroz o flores a los novios les ayudará a ser fecundos en hijos en su relación. Hiriendo a una huella, o una sombra (para los indios hidatsa de América del Norte, y para muchos otros, la sombra de todo objeto era su espíritu), o una imagen o incluso un nombre!, haremos daño sin duda a su propietario (la madre enterraba el nombre del recién nacido junto con la placenta, los egipcios tenían un nombre público y otro secreto, privado, aún gustamos de utilizar apodos, todavía nos estremece escuchar nuestro nombre, los apodos cariñosos evitan usar en exceso el nombre de la persona querida, sobre todo si es inglesa la pareja: darling, dolly, sweethart, dear..., todo menos Elisabeth o Mary). Clavando una huella al suelo se consigue paralizar al animal.

- la “magia mimética” (imitativa u homeopática, similis similem quaerit) con la que, mediante una imitación consciente o pantomima, por la ley de la semejanza, se consigue a distancia un bien o un mal en lo imitado. El vudú es un buen ejemplo. O el conocido parto simulado del varón que “padece” dolores para ayudar a la mujer en tal momento, o incluso “pariendo” él mismo al bebé con éxito por adelantado, qué mejor modo de reconocerlo. O cuando Hera deja caer por entre sus ropas a Heracles para prohijarlo, o cuando en los ritos de adopción el adoptando tenía que reptar a cuatro patas por entre las piernas de la vaca o de la madre de la tribu. O cuando en el bautismo se rememora un nuevo nacimiento saliendo de las aguas (amneóticas). O cuando a las hilanderas en Italia se les prohibía utilizar los husos junto a las eras pues las mieses crecerían enmarañadas, no erguidas. O cuando en Grecia se desanudaban todos los lazos en la casa en los momentos de un parto, para no dificultar la salida del bebé. O cuando se ataba un escarabajo del sexo del fugitivo a una estaca clavada en el suelo para obligarle a enredarse en él, impidiéndole alejarse, cuando se quería obligar al esclavo o ser amado a que volviera a su casa. O cuando aporreaban cacerolas y tambores para provocar la lluvia remedando los ruidos de los truenos, como hacía Salmoneo, rey de Sición, en el Peloponeso. O colocando ranas en las resecas charcas confundiendo el efecto con la causa. El guerrero no comerá carne de gallo que haya muerto en una pelea, ni nadie matará animales machos en su casa durante su ausencia por guerra. Representar mediante farsa una calamidad fingida puede servir para evitar una calamidad real por sustitución (aunque requiera un experto en el ritual para preservarnos de ella y no para provocarla). El día del Año Nuevo la diosa Hator recibía al dios Nilo con la falda levantada, a sexo descubierto, para animarle a ser fecundo tras la inundación. Brincos en los bailes ayudarán a que el trigo crezca. Huir del amarillo hepático o del de la ictericia resulta así una medida profiláctica. Ruedas de fuego lanzadas por laderas de colinas, cuesta abajo, en dirección del solsticio del estío darán fuerza al sol debilitado del invierno para que no traspase el punto del solsticio del frío y retorne por su camino al otro extremo, el del verano.

            Un buen ejemplo de que ambas prácticas mágicas no son excluyentes sino que pueden reforzarse y ser complementarias, se da en la cópula frenética la noche de Carnaval junto a los surcos de la era, para forzarla a ser fecunda y dar buena cosecha. Después de las trillas, en Septiembre, en las fiestas de Eleusis el hierofante representaba la cópula de Zeus con la sacerdotisa de Deméter, diosa de las cosechas, y el parto de la espiga Brimo.

Las prácticas de castidad acumulan energía entre la siembra y la cosecha (entre el instinto de conservación –la ingesta- y el de reproducción, prevalece el primero). Pues la virginidad no tiene sentido por sí misma sino que se concibe como estado previo al de la fecundidad. Por eso Hera descendía todos los años a la tierra en el invierno para bañarse en la fuente de Kánatos, en Nauplia, donde recuperaba su virginidad (como Perséfone se hunde doncella bajo tierra en el invierno para poder luego resurgir fecundada como Primavera). Es ésa la castidad a la que se obligaba la sacerdotisa-consorte de Amón en el templo de Tebas o la de Baal en Babilonia. Virginidad/maternidad, así, no es un término incoherente o contradictorio sino que son las dos caras de un mismo concepto y ya sabemos que los mitos gustan de definir por sus contrarios. No es acaso la semilla podrida la que luego se nos muestra viva? y precisamente por haber pasado antes por su fase de putrefacción.

Los salvajes temen tanto que se les retrate como que se les cuente. Los masai beben leche diez días y luego se purgan un día antes comer carne durante otros diez días. El décimo mandamiento de la primera versión del Decálogo hebreo de rituales prohibía “cocer el cabrito en la leche de su madre” o de cualquier otra cabra pues, al hervir la leche, la ebullición pondría en peligro la vida de la cabra, más todavía si su leche tomaba contacto con la muerte por el cabrito a cocer. De aquí que este mandamiento, que afectaba al colectivo, fuera más importante que el de robar o asesinar, que no estaban, pues no eran rituales, Por la misma razón hay que cambiar los cubiertos a fin de que los que se utilicen para la carne o el pescado no toquen la comida del queso o de los lácteos, cuya fuente sigue viva. En estricto rigor, habría que cambiar hasta el mantel.

Los dos tipos de magia pretenden afectar a toda la naturaleza y no sólo a los humanos, u objetos animados (natural, si en su origen animista todo estaba imbuido del mismo espíritu o ánima). La magia es el origen y motivo del tabú.

Los mitos están repletos de relatos mágicos: el tizón de Meleagro, el hacha sacrificial de las bufonias procesada, el cuchillo de Melampo, la espada de Aquiles, Télefo, la rueda ardiente de Ixión (fuerza) para revigorizar al sol y obligarle al retorno desde el punto meridional del horizonte en el solsticio de invierno, los vientos embolsados de Odiseo...

Cuando en la Tebas egipcia sacrificábamos el carnero de Amón, lo desollábamos y vestíamos la imagen del dios con la piel, el vellocino, del morueco. El contacto, lo ven?, por lo del contacto, la magia de contacto. Y por la magia homeopática también, mejor por las dos, al vestir a nuestro dios de un modo similar a la del mismo dios joven y sano, en figura de carnero, sacrificado. Pero el carnero era Amón, Amón mismo era el carnero! Si conocemos a Amón con figura humana y cabeza de carnero es porque estaba en período de antropomorfización, pero seguro, seguro, que el primitivo Amón era todo carnero. El carnero no era el animal sacrificado a Amón, era al propio Amón al que sacrificábamos en figura de carnero. Era entonces cuestión de vida o muerte, o no?, para los griegos que Jasón recuperara de la Cólquide la piel dorada (con la lluvia de oro fecundó Zeus a Dánae) del carnero que se habían llevado de Tesalia! Ahora entendemos que toda Grecia se volcara en ello. No fue una broma a Zeus que Prometeo rellenara de huesos la piel del buey sacrificado a fin de simularlo como vivo. Cuando el dios tomara luego forma humana, seguiríamos vistiendo su efigie o estatua con la piel del animal sacrificado.

La magia, si bien hija del error, fue madre de la ciencia y de la libertad. Por eso conviene no olvidar las tradiciones, ni tampoco sus motivos y su origen, pero no esperar de ellas lo que no nos pueden dar, denigrando nuestra mente racional actual a una pura actividad de asociaciones mentales o de ideas que fue digna y necesaria en su momento, pero inaceptable ya. Pues no es sino práctica mágica lo que subyace en la actitud y creencias de la gran masa de mentecatos y estúpidos supersticiosos que forman aún, hoy en día, una gran mayoría que pretende gobernarse por una cultura racional. Y hasta hacen alarde de ella llamando salvajes a los que con tanta dignidad y eficacia utilizaron la magia para poder sobrevivir y hacer posible nuestra generación ya racional, cuando son ellos los abyectos ignorantes que siguen cada día practicándola, ya como superstición, sin percatarse de su actitud irracional.

Si tuviéramos que pronunciarnos sobre los hallazgos más eficaces de nuestra especie para adaptarse al medio, esto es para el desarrollo de nuestra evolución, como son el fuego, el lenguaje, los mitos, dios, la agricultura, la razón, las telecomunicaciones..., no dudaríamos en situar a la magia entre los primeros.

Quién podía asegurarnos que a la caída los frutos y las hojas sucedería una nueva primavera? que a la desaparición de la luna seguiría una luna llena? Sí, ya sabíamos que hasta ahora normalmente venía ocurriendo así, pero quién podía asegurarnos, por más sabios e iniciados que fueran los chamanes, que los cambios volverían a repetirse? El frío estaba ahí, el peligro de los depredadores no nos dejaba dormir, la carencia de plantas y de frutos era un hecho insoslayable en el invierno... Y si todo seguía así? quién podía asegurarnos que la calma llegaría tras la tormenta, la fecunda primavera luego del escuálido invierno, un sol cálido después de esta cellisca insoportable que no se acababa nunca, eso sí que era verdad, que te azotaba la cara día y noche sin visos de terminar, ahí estaba, quién se atrevía a asegurar que todo eso llegaría un momento en que tendría que cambiar? No, no es fácil imaginar el pánico que nos invadiría ante cualquier fenómeno natural desconocido, inusual, excepcional (un eclipse, un terremoto, una tormenta ruidos inacabable, un volcán...) que pusiera en peligro el discurso natural de las cosas en la vida cotidiana, si se podía llamar así a un sinvivir angustiado por las necesidades más elementales de la supervivencia.

Pues bien, para eso precisamente fue que inventamos la magia “simpática”. Para alcanzar lo imposible, la utopía, como ocurrió cuando pudimos cazar un mamut o bisontes gigantes mediante su pintura, en la que los vencimos porque fuimos capaces de apoderarnos de su espíritu, su fuerza, en la pared de la caverna.  A fin de provocar los fenómenos naturales de los que depende nuestra subsistencia sólo habría que reproducirlos, bastaría con imitarlos, para que, por esta magia (dígase, si se prefiere, por influencia mística, o más correcto animista), el orden conocido se restableciera. Y funcionó!, vaya si funcionó. Y si no, que nos lo digan cuando luego, una vez cogido el gusto, y orgullosos del éxito obtenido, en Egipto, por ejemplo, con eficaces rituales obligábamos al sol a renacer cada mañana. Simple dosis de autoestima para empezar bien el día.

Aunque luego la vuelta del invierno, la sequía, la enfermedad, las hambrunas, las desgracias, nos recordaran que tendríamos que volver a reafirmarnos en nuestra lucha con la naturaleza que jamás se daría por vencida.

No es religión,

         sino magia, la amenaza del sacerdote egipcio a los dioses si no cumplían lo que se les ordenaba, o el lanzamiento de imágenes católicas al río, tras pasearlas bajo un sol abrasador, para que se enteraran de lo que vale un peine, como castigo cuando no nos propiciaban con la lluvia suplicada en tiempos de sequía (Heracles llegó a disparar sus flechas contra el sol).

En la magia hay adivinación y profecía, en la religión, milagros; y si en la magia hay órdenes a las fuerzas naturales –daimones-, en la religión se reza y suplica a un dios trascendente; en la magia la actitud es activa y conminante, en la religión es pasiva y sumisa hasta la abyección.

El miedo a los muertos es sin lugar a dudas la fuerza más poderosa en el origen de las religiones. La ofrenda para congraciarnos con el espíritu del muerto (ya dios) fue el primer paso desde la magia hacia la religión. Pero en ésta el hombre se arrodilla y humilla para conseguir pasivamente del dios que le saque las castañas del fuego y le ayude en sus desdichas o le colme con sus gracias, mientras que en la magia el ser humano adoptó la postura contraria, la postura de la dignidad, gritando “basta ya!”, a la naturaleza, a sí mismo, a su pasado, tomando una actitud de empeño contra las calamidades que rayaba en la utopía. No fue, pues, falsa ni estéril, la magia, pues llenó al ser humano de autoestima que le ayudó a superarse cada día.

 01.13. Oráculos.

            La toma de consciencia de los actos repetidos o asociados a causas o efectos conocidos, como por ejemplo la salida del sol por la mañana previo el amanecer, la lluvia en sus estaciones, o la primavera en su momento, de obligado discurso o destino (destino, lo inevitable, necesidad, ananqué, para los griegos), los hizo predictibles. Y eso, dicho así, parece baladí, mas no lo es. Tomar consciencia del entorno y su predictibilidad entusiasmó tanto al mono apasionado que le creó adicción a los oráculos. Nada más útil para el grupo que advertirle de un peligro por anticipado, para defenderse contra él; de forzar al sol a retornar por su camino en el horizonte al llegar al solsticio de invierno, para no perder su luz; de sembrar en el momento oportuno, para hacer posible la cosecha después. Y hacerlo bien da poder, sobre todo si se acierta, como en el caso de lluvias predictibles por la época (seguro que terminaba lloviendo), o de la cosecha en verano sembrada en primavera. Es más, la fuerza de la profecía es tal que llega a cumplirse a sí misma, y así la predicción de una muerte se verá facilitada por la obsesión y nerviosismo del llamado a cumplirla. Cómo podría, por ejemplo, sobrevivir un expulsado de la tribu si se marchaba convencido de que el exilio conllevaba su muerte sin ninguna duda, sin que él pudiera evitarla ni hacer nada a este respecto?

            Un buen hechicero “facedor” de lluvias residirá en la ladera de colinas donde aquéllas más abunden, para acertar más fácilmente en sus augurios sobre el agua. Su fracaso en las predicciones pueden acarrearle la muerte (no sólo por castigo sino incluso como inductor del mal causado por haberlo tratado indebidamente). No en vano predecir la lluvia es hacerla posible, como creía el hombre primitivo, y por ello los primeros jefes bien pudieron serlo por su capacidad para hacer llover. Así ocurría por ejemplo entre los zulús del Africa del Sur, y en todo Africa. La gran epopeya griega del Vellocino de Oro, cuyo marco histórico podemos situar alrededor del 1.250, tenía como objetivo que Jasón rescatara en el Mar Negro la piel del carnero de Zeus, dios de la lluvia, y devolvérsela a Grecia, de donde no debió salir nunca, lo cual consiguió con la ayuda de Medea, unciéndose con ello la corona de Corinto. Un fallo en la predicción es evidente pérdida de fuerza del mago sobre la naturaleza. Los reyes aztecas tenían que jurar que sabrían hacer llover. En la isla de Niné, en el Pacífico Sur, desapareció la monarquía porque nadie quería ser rey después de que varios candidatos fueran sacrificados durante una larga etapa de sequías.

            La práctica del vaticinio fue profunda y extendida en el tiempo. En una época ya racional, en el siglo de Pericles, no se tomaba todavía ninguna decisión importante sin antes consultar el oráculo de Delfos. Claro que al ser objeto de todo tipo de consultas, y no poder negarse a responder sin poner en peligro su prestigio ni menoscabar su fama, el oráculo de Apolo contestaba de una manera ininteligible y tan ambigua que cualquiera que fuera su interpretación siempre acertaba. Un buen ejemplo de ello fue el de Creso que, animado por el oráculo que le vaticinó que si atacaba a los persas “caería un gran imperio”, atacó... y fue derrotado, pero el augurio se cumplió, había caído un gran imperio: el de Creso.

            La pitonisa de Delfos se intoxicaba inhalando humo del laurel, las ménades (bacantes de Diónisos) masticaban yedra, la vestal de Apolo en Argos chupaba la sangre de un cordero una vez al mes y la sacerdotisa de la diosa Gea en Egira (Acaya) bebía la de un toro, todas antes de profetizar.

00.04. totem.agape

Ya hemos dicho que era mediante el sacrificio del vivo por quien mereciera sucederle, en duelo o competición, como se podía revitalizar el espíritu del tótem. Lo cual se conseguía en el ágape colectivo haciendo carne propia del cuerpo del fallecido, que había muerto mediante el sacrificio. Cuando el tótem tome figura de animal (terio-morfismo) será ése el animal sacrificado. Y por supuesto, ingerido.

Con la comida, teofagia, del espíritu del dios sacrificado en figura de animal (o humana, o de cereal) hacíamos nuestra su fuerza y atributos por magia homeopática (o de contacto) del modo más intenso y eficaz, en un ritual que se nos antoja el mayor acto de amor, el ágape celestial, aunque cobraba más sentido, y no es humor negro, cuando en tiempos más antiguos en vez de celestial el marco era ctónico (subterráneo) y nuestras propias entrañas remedaban las entrañas de la madre-tierra.

Comiendo a Diónisos mediante la bebida del fruto de la vid, hacemos del vino sangre que de este modo formará parte de la sangre nuestra. Que Baco sea borracho en Roma es una degeneración del dios  Diónisos griego original cuya bebida ritual era un solemne sacramento. Que Cicerón llamara locos a los que creían que al beber vino se estaba comiendo un dios nos confirma que en sus tiempos todavía seguía vigente el rito y la tradición, de la que el orador parecía conocer poco.

            El animal joven y sano elegido para ser sacrificado a fin de revitalizar el espíritu del tótem era coronado para distinguirlo, para tabuarlo (como luego lo sería el rey sagrado, tras ser coronado), para separarlo del resto de su especie, y especialmente cuidado para evitarle ningún daño que perjudicaría a todo el clan que en él se encarna y representa. Los judíos siguen controlando en los restaurantes que el animal sacrificado cumpla con el ritual y no tenga roto ningún hueso.

            Comer juntos, participando de la misma comida, crea un fuerte lazo entre los miembros de la tribu. Excomulgar no es tanto expulsar a alguien de una comunidad como expulsarlo de una comida colectiva ritual. Orestes marcó una nueva era patriarcal cuando fue absuelto por Apolo y Atenea a pesar de haber matado a su propia madre, Clitemnestra, invocando el nuevo orden, vengando el sacrificio de su padre Agamenón, pero las Moiras (Coéforas, las Furias romanas) de los tiempos primitivos condenaron al réprobo matricida a tener que comer solo. Fue una dura sanción, pero coherente y merecida, excomulgarlo de la comida compartida.

El faraón egipcio no podía comer carne que no fuera de ternera o ganso.

Las reliquias de santos (el uso indebido y excesivo del famoso brazo de nuestra santa Teresa, con sarcásticos comentarios de incrédulos y cínicos, lo ha llegado a poner en entredicho) nos recuerdan el derecho de su poseedor para acceder al trono (la piel del carnero de oro por la que competían Tiestes y Atreo, hijos del micénico Pélope y de Hipodamía, y también el vellocino de oro de Frixos, hijo del beocio Atamante y de Néfele), como le ocurría también al que comiera su lengua o corazón (caso del reino de Ibadan o Abeokuta en Africa occidental) ingiriendo con ello el espíritu de su antecesor.

El animal no era algo inferior a nosotros, todo lo contrario, y al matarlo para comerlo temíamos la posible venganza de su espíritu, como temíamos a los espíritus de nuestros muertos. Al comerlo lo hacíamos nuestro, irrogándonos su fuerza y su destreza. Le pedíamos disculpas, nos purificábamos, cuidábamos de no romperle ningún hueso, incluso lo enterrábamos. Todo sería más fácil, aunque lo tiñéramos con el sentimiento de culpa consiguiente al del remordimiento, cuando a alguno de ellos, relevante para nuestra subsistencia, lo identificáramos con el espíritu de nuestros ancestros haciéndolo totémico, y su sacrificio y comida nos permitiera expiar nuestra culpa mediante la participación en una ceremonia colectiva, origen del ritual. Actuando como grupo era éste el culpable, y no nosotros. Al tiempo que en la figura del animal daríamos rienda suelta al antiguo deseo reprimido de matar al padre de la tribu, algo a los que no nos atrevíamos por miedo a los espíritu y por ambivalencias afectivas. Opina Calasso que el sentimiento de culpa deriva de la acción de la comida, pero quizás fue con ella, colectiva, con la que conseguimos liberarnos de la culpa. (verificarlo ???)

El hierro llegó con los arios que impusieron el orden patriarcal. Por eso los sacrificios, que tuvieron su origen en tiempos de la diosa, aborrecían ese metal y se ejecutaban con hachas o cuchillos de silex u obsidiana... y aún siguió siendo así por mucho tiempo en el sacrificio ritual, en la mayoría de los sitios donde se siguió practicando.

        En los ritos mágicos no había dioses, ni templos, ni sacerdotes, ni ruegos propiciatorios. El dios era todavía el espíritu de los ancestros encarnado en el tótem, con ceremonias en función de un objetivo determinado; el lugar del ritual no era el templo sino cualquier sitio, abierto, santuarios, bosques o prados; sus oficiantes eran los más adecuados, no los sacerdotes como casta, y los rituales eran instrumentos mágicos para forzar a la naturaleza, por simpatía mimética, a comportarse de un modo determinado.

Tema de la máscara: los rituales totémicos, por semejanza, obligaban al disfraz del oficiante (o víctima) con figura del animal totémico, para identificarse con él y ser él mismo. (Del baile al teatro)

01.15. Muerte, sacrificios.

El hombre primitivo no teme a la muerte como el agente destructivo que nosotros vemos hoy, sino todo lo contrario. Es de la muerte, ya lo sabemos, de la que surge la vida. Más aún, es la muerte la que da su sentido a la vida, la que la mantiene viva. Dicho así parece fuerte, resulta paradójico pero, independientemente de los motivos biológicos que su inevitable necesidad, es la muerte la que hace viva a la vida, la que hace que el mono apasionado se entusiasme, se arrebate, se emocione, a lo largo de su vida, pues sin muerte la vida sería plana, gris, aburrida, muerta. Por eso Zeus, cuya tumba por cierto está en Creta, copula como un desesperado: porque el oráculo de Temis le auguró que un hijo suyo lo derrocaría, lo que el interpretaba como que lo mataría. Y es la muerte lo que Zeus buscaba, febril, apasionado, afanosamente, envidiando el privilegio de su creador, el ser humano: la mortalidad del ser humano.

Una vida sin muerte sería imposible al llegar un momento en que la superpoblación nos aniquilaría por falta de recursos suficientes. Aparte de que el envejecimiento obligaría al absurdo de la eterna juventud. Por otra parte la continua evolución y adaptación al medio sólo es posible mediante mutaciones genéticas que sólo se producen con el cambio en nuevas generaciones, facilitada por la reproducción sexual que permite duplicar en la progenie las nuevas adaptaciones, al diversificar mediante dos progenitores los cromosomas del engendrado. A la naturaleza sólo le interesa la vida de la especie, le importa un bledo el individuo y lo que haga con su vida.

Un dios inmortal es una contradicción en los propios términos ya que es la muerte la que diviniza al rey sagrado. La inmortalidad es una abstracción, un concepto, huero, vacío, carente de vida, de emoción y de pasión. El motivo original del sacrificio es la convicción de que el tótem, el espíritu vital del muerto y de la tribu, y aquél en quien se encarna y que lo representa, debe mantenerse fuerte, vigoroso, vivo. Por eso hay que matar a quien lo encarna y representa mientras está fuerte, joven y sano, antes de que desfallezca y con él toda su tribu. De donde se deriva la necesidad de un plazo fijo, suficientemente corto, para evitar que el tiempo lo debilite o enferme (ocho años era un plazo generalmente aceptado, al ser el tiempo en que coincide el calendario lunar con el solar, como al hablar del calendario se verá). Muerto mientras estaba sano, su espíritu se renovará en el tótem encarnándose en el más fuerte y sano de los vivos que de nuevo cederá el sitio a quien llegue más fuerte, más vivo, todavía. Su vigor será reconocible en la lucha y la carrera tanto como en su capacidad de copular con las sacerdotisas. Su muerte natural provocaría que su espíritu se alejara de la tribu, pues ya sabemos que los supervivientes lo rechazarían inevitablemente. Además de que la tribu habría quedado afectada por la debilidad del fallecido.

Para nuestros abuelos primitivos la especie era un conjunto que no sabían distinguir del individuo, por lo que un daño a cualquiera de sus miembros ponía en peligro la de todo el colectivo. Es por eso que temíamos que una especie falleciera en su conjunto como lo hace un individuo, cuyo concepto como tal, repito, no habíamos alcanzado todavía. Cuando un paisaje natural o una especie animal nos interesaba, o dependíamos de ella para nuestra subsistencia, hacíamos de ellos el tótem en que se encarnaba el espíritu de nuestros ancestros y teníamos que hacer algo para protegerlos, protegernos, de la extinción natural, para defenderlos de peligros y sobre todo de la muerte, y qué mejor sistema, una vez que comprobamos la eficacia de la magia simpática, que sacrificar alguno de nuestros miembros, el más joven o fuerte, antes de que envejeciera, a fin de que su energía se transmitiera y rejuveneciera a todo el grupo? Por absurda que la idea nos parezca ahora, eso fue lo que hicimos, ahí está. Llevaba razón Aquiles cuando, argumentando a favor de su muerte gloriosa, decía que los dioses gustan de la muerte de los jóvenes, ahora lo entenderemos.

El espíritu del muerto “es malo” -lo fue siempre y así perduró en extraña convivencia con su posterior función de protector-benefactor- pues es fruto, como ya sabemos, del remordimiento, y a él le imputábamos todas, todas, las desgracias y enfermedades que sufriéramos. Lloramos, pues, ante su cadáver para ganarnos su favor, o al menos no airarle, cuanto más alto mejor. Cuidamos de guardar los objetos punzantes en la casa para que no se hiera con ellos, mejor que no se irrite. Nos vestiremos de negro para mejor escondernos, confundidos con las sombras de la noche. Guardaremos silencio para evitar decir inconveniencias, nunca se sabe, o llamar su peligrosa atención. Aplazaremos otro emparejamiento, no por respeto al muerto, sino para proteger a la nueva pareja de sus celos y rencor.

La extendida costumbre de cortarse mechones de pelos por condolencia de la muerte de un pariente o conocido entra en las medidas que los vivos nos procurábamos para evitar ser reconocidos por el espíritu del muerto. La tonsura y la sotana negra de los sacerdotes católicos muestran que están de luto por la muerte de su dios.

El malestar que produce el fallecido evidencia el temor por el espíritu del muerto y las medidas que se adoptan para eludirlo, engañarlo, aplacarlo, evidencian que son fruto de los remordimientos y del consiguiente sentimiento de auto-recriminación que, al ser reprimido, deriva en complejo de culpa. La comida del cuerpo del muerto, oh felix culpa!, cierra su alianza con los vivos de los que pasa a formar parte.

La libación -en principio de sangre, luego de simbólico vino- sobre el cadáver o tumba de muerto tenía por objeto reforzar la energía de su espíritu, pues éste lo era también de los vivos. Los mechones de pelo cortado añadirían también fuerza al espíritu del muerto. No otro fue el origen del culto de los muertos, pues revitalizándolos reforzábamos también el espíritu del tótem, y por lo tanto de nosotros mismos.

El rojo representa la energía pues es el color del fuego, del sol al nacer y al morir de cada día, de la lava, del metal candente... No es extraño que situaran el espíritu vital en la sangre de los cuerpos. La creencia de que en la sangre residía el alma (espíritu) del animal es motivo todavía de aversión para ingerirla. El cazador judío dejará exangüe la pieza de caza matada y cubrirá el charco de sangre con polvo (la enterrará), entregándola luego sin catarla. Pero la aparente afición desmedida al sacrificio se explica si se entiende que el espíritu se encarna en quien lo mata.

01.16. Sparagmós (descuartizamientos):

        Fuera para proteger el lugar mediante el enterramiento de trozos del cuerpo fallecido alrededor del territorio, fuera para remedar el desgranamiento del fruto para poder diseminarlo a la hora de la siembra, el hecho es que en los sacrificios rituales se despedazaba los cadáveres. Catorce pedazos parecía un buen número, al menos para Osiris. Catorce fueron los hijos de Níobe asaetados por Apolo. Atreo ofreció a su hermano Tiestes un banquete con los trozos de sus hijos. A la mesa del banquete se ofreció la cabeza de san Juan.

        (Recordar caso de Eneo con las uvas o de Peleo que descuartizó a Astidamía, la mujer del rey de Yolco, con el fin de introducir sus soldados en la ciudad a través de sus trozos.)

        Troceamientos, pacto de sangre, pasando entre los trozos se forma parte del espíritu troceado. Los trozos rodeaban el asentamiento protegiéndolo como si formaran un arco voltaico. Los rituales de intensa fuerza permanecen en el tiempo aunque se olvide su origen: todavía hoy el novio coge en brazos a la novia para atravesar el umbral de su hogar sin que pise el suelo, lo que no haría falta si la casa fuera de la familia de la novia (el que no debería entonces pisar el suelo, al cruzar el límite del territorio, sería el novio). El criminal que se refugia dentro de un recinto sagrado es inmune mientras permanezca en él. El espíritu del tótem ronda el límite de su territorio para protegerlo y no le gustan los extraños. El umbral de la “vivienda” era lugar adecuado para realizar sacrificios o enterrar la placenta de la parturienta.

        Pero el sparagmós podía, quizás, significar también la siembra a voleo. El cadáver tenia que remedar el desgrane de las semillas de la mazorca del maíz o de la vid, esparciéndose bien sus trozos bien sus cenizas por los campos de cultivo. Rómulo fue despedazado tras su muerte. Y Osiris, y el ciervo Acteón, y el león Penteo de Tebas, y Licurgo de Tracia, como Orfeo, y los hijos de Leucipa, y los de Tiestes..., o Diónisos (la vid) que también fue troceado (desgranado) tras su muerte.

        El rey frigio Literses despedazaba los segadores extranjeros a los que vencía en la competición de siega, hasta que Heracles, extranjero, se lo hizo a él. En México se aplastaba a las víctimas, como al grano, entre dos piedras. La fiesta en que se entierra el cuerpo de un gallo, salvo la cabeza, que se decapita, remeda la siega del grano. El Diónisos cabra o toro fue sin duda anteriormente un dios de la vegetación.

(01.16. tema de la corona, Ker:destino/muerte, Kor: cima de la testuz, Kore: doncella, virgen)

El animal joven y sano elegido para ser sacrificado a fin de revitalizar el espíritu del tótem era coronado para distinguirlo, para tabuarlo (como luego lo sería el rey sagrado, tras ser coronado), para separarlo del resto de su especie, y especialmente cuidado para evitarle ningún daño que perjudicaría a todo el clan que en él se encarna y representa.

Con la diadema sobre la cabeza se distinguía (segregaba, sacralizaba) al animal que había sido elegido como el más apto, fuerte, joven y sano, para ser sacrificado, en beneficio de su colectivo. Con coronas se adornarían los reyes sagrados. Bueno sería que los reyes posteriores recordaran el origen de su corona. El rango de realeza (posteriormente divinidad) se mostraba como premio en la cabeza del vencedor en las competiciones deportivas y literarias, distinguiéndole como el más fuerte, el más veloz, el que más alto saltaba, altius, citius, fortius, o el que mejor se expresaba (nuevos tiempos).

02.25. Divinización del espíritu del muerto:

(Freud habló de la ambivalencia afectiva, amor/odio, que aplicado al muerto deriva en remordimiento, sentimiento de culpa, y miedo al espíritu del muerto por su posible venganza. Convirtiéndolo (al espíritu perverso) en espíritu bueno, protector, propiciatorio, lo hicimos dios, aunque el término como tal nacerá más tarde, con el patriarcado, thios, luz diurna, Xeus, como contrapuesto al mundo de la diosa Madre Tierra de la Noche y ctónica, subterránea.)

Los dioses los creamos a nuestra imagen y semejanza, “por eso es negro el dios de los negros, rubios y de ojos azules los dioses de la Tracia, y si los bueyes, caballos y leones tuvieran dioses éstos tendrían figura de bueyes, caballos y leones”, además de hablar en su idioma, ya lo dijo Xenófanes hace más de 2.500 años. Creamos a los dioses con nuestros atributos y nuestras pasiones. Así pues no sólo son antropomorfos, sino también antropópatas, antropómanos y antropocéntricos. En la Iliada se narran dos guerras de Troya simultáneas, una la de los mortales en el suelo y la otra la de los dioses en el cielo. Es más apasionante, más dramática y humana la segunda.

El dios totémico recién inventado por el hombre no era trascendente (para eso hubo que llegar a una capacidad de abstracción muy posterior) sino más cercano. Se le podía coaccionar para satisfacer sus deseos. Incluso serviría para echarle la culpa de carencias y desgracias de la tribu. Era el dios-hombre. Un buen ejemplo de él era el faraón en Egipto.

Divino era el atributo de protector que se daba al que había sido sacrificado en beneficio del clan. De este modo al espíritu del muerto, por tanto de los ancestros, que en principio ya sabemos que era malo (lo del remordimiento freudiano por la ambivalencia afectiva) y al cual se le imputaban todas las desgracias que podían acontecer, se le reconvertía en benefactor y, por lo tanto, en propiciatorio.

En principio el término dios (thios, luz diurna) implicó la implantación del nuevo orden patriarcal en que la luz sustituyó a la oscuridad, el día a la noche, el cielo del Padre-Zeus-Uránida al mundo subterráneo de la Diosa-Madre-Tierra, el varón a la mujer, la vida por sí misma a la muerte como origen de la vida, el ave a la serpiente, la ley de la ciudad al sacrificio ritual, la relación ciudadana territorial a la anterior consanguínea de la tribu, el calendario solar al lunar, la lógica racional a la magia que pasó así a ser superstición, por más que todavía siga vigente.

La divinización del espíritu conllevó a que tomara nombres propios, existencias y rasgos individuales, historias personales como temas de los mitos.

El término dios se reforzó y cobró su sentido actual con el monoteísmo, de un solo Dios, no representable ni nombrable, con sacerdotes intermediando entre él y los humanos, con una moral misógina y un dogma intolerante, en nombre del cual se hace proselitismo, se persigue con saña a los infieles, y el fin justifica cualquier medio.

Pero el monoteísmo no pudo evitar sustentarse sobre viejas tradiciones tan bien o mejor conservadas que en el folklore laico y pagano, cuyo mejor representante es el catolicismo. El atributo de Sinnombre de Yahvé (así se llama también el héroe de Grimm que conseguirá casarse con la princesa) evita no sólo ser pronunciado, con el peligro consiguiente, sino también ser cambiado como se hacía con los de los difuntos cuyos nombres tenían que ser olvidados para evitar que, al pronunciarlos, fueran invocados, lo que a nadie agradaría, ni querrían oír ni hablar de eso, dado el carácter perverso y vengativo que en origen tenía el espíritu del muerto. Por eso los faraones tenían que exigir expresamente y suplicaban en los textos de sus tumbas que sus nombres fueran pronunciados para conseguir la inmortalidad en la memoria de los vivos.

Pero que el muerto trascendiera de sí mismo y de nosotros para, tomando forma de animal o humana, derivara en su divinización como benefactor y protector de su tribu, eso ocurriría en un proceso posterior. Al desgajarse del tótem y tomar vida propia, habría que encontrarle (inventarle) también un alma propia que le permitiera la inmortalidad, pero ya como alguien en sí mismo, si bien trascendental, ajeno a su grupo original que lo creó como dios.

Los magos creían, llegaron a creer, en su capacidad sobrenatural, lo que les hizo distintos. En una sociedad que se mostró eficaz a medida que desarrolló la división del trabajo (sobre todo en el neolítico, después de domesticar la agricultura), el caudillo civil y militar cedió espacio al hechicero, el chamán, para ejercer su poder del ritual.

El rey de los sacrificios, el Arconte Basileo, era sacerdote (tabuado, normal, pues se hallaba en contacto con la muerte). La palabra sacerdote implica una intermediación que no era tal ya que el rey recibía culto directamente como “dios”, y como tal dispensaba beneficios. El rey era el hombre-dios. La época de las lluvias, o de inundaciones, o del nuevo año del sol (en el solsticio), eran los adecuados para los sacrificios. El rey sacerdote era hechicero, pues en él se producía la magia más excelsa, la de su propia divinización.

La secular costumbre de condenar a muerte a los reyes en un plazo determinado o con motivo de alguna calamidad pública, persistía en el reino medieval de los kazares en la Rusia meridional. En la africana Bunyoro se escogía cada año un rey de burlas, en el que se suponía que el rey difunto se encarnaba, que copulaba en su templo-tumba durante una semana con sus “viudas” y, al cabo de este plazo de reinado, era estrangulado. Lo mismo ocurría en el antiguo festival babilónico de Sacaea, con un plazo de reinado de cinco en lugar de siete días. Las fiestas saturnales en Roma tenían el mismo ritual y motivo. Son ejemplos de una institución implantada en todo el mapa habitado por humanos, de origen especialmente africano. En todos ellos se trataba de marcar el inicio de Año Nuevo.

Si la ofrenda fue el origen de la divinización del muerto, al intentar agradar y ganarse su espíritu con la intención de hacerlo benefactor, propiciatorio, las flores en el altar (o en la tumba, o en el punto de la carretera en que tuvo lugar el accidente) pueden querer significar un recuerdo del difunto pero no esconden el genuino motivo original de hacerlo dios en los viejos tiempos.

01.18. Reyes sagrados:

El rey sagrado, además de mago, tenía que ser astrónomo, para poder hacer llover: Si no todo hechicero era llamado a ser un rey solar, sí que los reyes solares debían demostrar sabiduría y conocimientos de magia suficientes para beneficiar al grupo por el que se debería sacrificar. Caso de Atreo que arrebató a Tiestes el trono de Micenas no sólo por poseer el vellocino de oro (piel del carnero Zeus que podía hacer llover) sino por haber conseguido que el sol se pusiera por Levante (viaje subecuatorial? o mas bien que predijo el retorno del sol hacia Levante después del solsticio del invierno), sabía de astronomía.

El rey era un personaje realmente tabuado, o sea, sagrado, que no sólo debía ser guardado sino que también tenían que guardarse de él los miembros de su clan. Como también era tabuado el homicida, el guerrero que volvía de la batalla, el enterrador, todo aquél que estuviera en contacto con la muerte. Se trataba de protegerse contra la ira vengativa del espíritu del muerto, fuera amigo o enemigo. En la Grecia antigua el homicida de un miembro del propio clan era desterrado de su tribu por un año. Orestes, tras haber asesinado a su madre Clitemnestra, quedó condenado a comer solo, pues nadie querría compartir con él la comida. En Tahití los viudos y viudas, mujeres puérperas y menstruantes tenían que ser aislados por un tiempo hasta su purificación. En su tiempo de aislamiento, que podía llegar a un mes lunar en el caso de aborto o parto de bebé muerto, no podían ver a los demás ni ser vistos, y sorberían por un tubo la comida que les sirvieran, sin tocarla, para no contaminar los alimentos que comieran los demás. En el Africa bantú el padre saldrá de su choza durante una semana y no tocará su hijo antes de los tres meses.

La vida “cotidiana”, por breve que fuera, del rey solar no era envidiable al no permitírsele ninguna libertad. Las normas constrictivas de su comportamiento cotidiano velaban, más que por su salud, por la del grupo totémico al que perteneciera ya que si él se dañara, el grupo entero sería perjudicado. Responsable de los beneficios y desgracias que pudieran acontecerle a la tribu, la peste, la sequía o las tormentas eran motivo de castigos al rey, de palizas e incluso de su muerte. Por ello su persona recluida y su vida cotidiana estaban inmovilizadas y reglamentadas hasta el mínimo detalle, a fin de que ningún acto suyo pudiera poner en peligro el orden establecido. Se quejan injustamente los monarcas actuales si se quejan de la falta de libertad que les impone el protocolo. No podía pisar el suelo con los pies, para evitar dejaran huellas, ni recibir rayos de sol en su cabeza, para evitar que proyectara en el suelo su vulnerable sombra, su espíritu, ni reflejarse su imagen, su espíritu de nuevo, en aguas o en espejos. Narciso se autodestruyó mirándose en las aguas su reflejo. La “mala sombra” –que decimos todavía- alargada en el amanecer o en el crepúsculo agranda los peligros, aunque peor aún es perder el espíritu, la sombra, bajo el sol de mediodía. No podía cortarse el pelo, ni las uñas, ni tocar los alimentos de los que habrían de servirse los demás. Cortar el cabello al rey obligaba a sacrificarlo por el peligro en que se ponía a todo el clan de que alguien pudiera tocar un solo pelo (recordamos los casos del cabello de Niso cortado por su hija Escila, o el de Sansón por Dalila, todavía algunos se dejan crecer la barba hasta cumplir una promesa). Sólo mirarle al rey sagrado pondría en peligro la vida del osado. Su muerte natural provocaría la muerte de su entorno, por lo que habría que cuidar su salud hasta extremos realmente insoportables.

Todas las horas del día del faraón estaban reglamentadas todavía en la XX dinastía. La muerte natural del rey egipcio sólo se permitió después de asegurarse que su espíritu, su ka, permanecería en su cuerpo fallecido, no es de extrañar el interés prioritario que ponían en construir sus propias tumbas, donde se celebraba el ceremonial a tal efecto, lo que les permitía seguir con vida. Cerrar la boca, la nariz y los ojos del difunto impide que su espíritu salga de su cuerpo.

El control exhaustivo de movimientos del rey sagrado obligó a que ni Agamenón, ni el rey persa, ni Moctezuma, ni el Mikado japonés, pudieran pisar el suelo que cubriríamos de alfombras, esterillas o tapices, para evitar su contacto con la tierra y las huellas que les harían vulnerables, además del peligro que todas las cosas y personas corríamos si nos poníamos en contacto con él. Lo mismo que ocurría con la luz del sol, de la que teníamos que privarle para defenderle y evitar que hiciera sombra. Aún viajan los altos personajes bajo palio y sobre parihuelas. Dada la exaltación (realeza) que aún nos concede el sombrero o el calzado, nos los quitamos cuando accedemos a instancias, situaciones o personas, de rango superior.

00.07. Exogamia

En las sociedades primitivas el linaje era matrilineal y la unión de las hijas con extranjeros demuestra la vigencia de la ley de la exogamia. Así ocurría en Egipto, donde un extraño al linaje como Horemheb en el año 1.333, para coronarse como faraón tuvo que desposarse con la hermana de Nefertiti, y donde Akenatón, por poner un ejemplo, para legitimarse y autosucederse a la muerte de Nefertiti, hubo de casarse con su hija Ankhesa en 1.350, o Ramsés, que con el mismo motivo se casó en el 1.250 con su hija Meritamón tras la muerte de Nefertari. Así ocurrió en Atenas, donde los dos primeros reyes, Cécrope y Anfictión, consiguieron coronarse por su unión con las hijas de sus predecesores (realmente de sus madres, pues el padre como tal no pinta nada). Y en Micenas, donde Tiestes arrebató el trono a Atreo al casarse con la esposa de éste y más tarde con su propia hija (aunque esto no era nuevo, pues ya antes lo había hecho Cíniras en Chipre). Y en el resto de Grecia, cuyos mitos están llenos de competiciones nupciales, como en el caso de Pélope que hubo de derrotar y matar a su suegro Enómao para poder desposarse con la hija de éste, Hipodamía, y con ello instituyó las Olimpiadas, siendo el reino de Olimpia el premio al ganador de esta competición. Y hasta en Roma, cuyos últimos cinco reyes fueron yernos, y no hijos, de los reyes anteriores: Tito Tacio, Numa, Tarquino Prisco, Servio Tulio y Tarquino el Soberbio, después de cuyo reinado se instaló la Respública en el año 509 a.de n.e., entrando ya en el reciente siglo V! Más? Frazer asegura que en la lengua actual anglosajona, noruega y germánica, matrimonio se dice bride-leap, braut-lauf, que significa literalmente “carrera de la novia”, competición nupcial, en la que abundan los cuentos de héroes que obtienen un reino al casarse con la dulce princesita.

La llegada “de fuera” del candidato a rey sagrado confirma lo que ya sabíamos, que el retorno de un rey sagrado a su tribu no tiene sentido pues no se le dejaría salir vivo de ella y su destino es morir en beneficio de todo el colectivo. Por eso los reyes griegos que marcharon a la guerra de Troya murieron en el viaje o no volvieron a sus reinos, o lo hicieron para ser sacrificados, como Idomeneo de Creta o Agamenón de Micenas, con excepción de Néstor y Odiseo, personajes míticos a quienes se reservan papeles de adalides del nuevo orden patriarcal, incruento y racional, como supervivientes que fueron de la muerte tras haberse abolido el sacrificio.

La censura posterior patriarcal de los mitos explicando el exilio de los hijos de los reyes por homicidas no explica por qué se coronan luego como reyes en el extranjero y no se tiene en pie si sabemos que los hijos no son tales sino meros sucesores, mostrando con ello un afán incontrolado de imponer el linaje patriarcal y declararlos hijos por el mero hecho de ser los aparentes herederos.

La exogamia incrementa sin límite la gama de posibles alternativos candidatos a competir por la corona como nuevo rey sagrado. Cuanto menos importe el linaje personal del advenedizo rey tanto más interesará ensalzar el propio, el de los ancestros de la tribu, divinizándolo.

           

04.42. eterno retorno (agrícola), matriarcado.

(Empezar glosando el mito del eterno retorno)

El entusiasmo comprensible que nos embargó al dominar la agricultura se tradujo en raptos de las diosas más fecundas a lo largo de todo el continente. No fue gratuitamente que se pusiera de moda el secuestro de la diosas. Así los fenicios llevaron a Io de Argos a Egipto; los troyanos a Helena de Lacedemonia a Ilion; el toro griego Minos a la vaca (Pasífae) de Fenicia a Europa (pasando por Creta); los jonios a Medea de la Cólquide a Corinto; Teseo a Ariadna de Creta hasta Naxos, donde la traspasó a Diónisos; el mismo Teseo (Atenas tenía poco poso mitológico, en comparación con Tebas, Yolco, Dodona, Argos, Micenas, Creta...) a Helena -y hasta a Perséfone!- de Esparta a Atenas; Héracles a Hesíone de Troya a Tebas... (seguir).

(No en vano el triángulo del pubis era demiúrgico, creador de la vida. (Glosar temas sobre el número 3: la tri-gono-metría, que sirvió hasta para medir la distancia a las estrellas, comenzó su singladura estudiando la medida de los tres lados del triángulo. Diosas triángulos: Venus siberianas. Diosas-conos: Astarté (Ishtar), Artemisa de Perga, Malta, Chipre, Sinaí.)

Los altibajos en la ausencia de recursos alimentarios se producen con más fuerza e insistencia con los árboles que con los animales. Por eso el ejercicio de esta magia se dirige especialmente al mundo vegetal, que es el que necesita de más fuertes correctivos. Dioses vegetales del Mediterráneo condenados por nosotros a morir cada año para de nuevo revivir, como representaciones que nos hicieron más fácil y eficaz el ritual, fueron Osiris en Abydos (Egipto), Adonis en Pafos (Chipre) -como roja anémona en Biblos (Siria)-, Atis en Frigia o Tammuz en Babilonia, el mismo dios con distintos collares, pero todos varones (si bien amortajados, y ninguno comedor de cerdo), lo que nos sitúa en tiempos en que por fin descubrimos la relación entre el pene en la cópula y el parto posterior. Lo cual nos puso tan contentos, por el reciente hallazgo de la importante función y papel del varón en la reproducción de la especie, hasta ahora desconocida, que empezamos a construir obeliscos y a organizar cultos fálicos que no dábamos abasto.

El ritual tiene como objetivo hacer resurgir la primavera, que resucita en cada ciclo estacional tras haberse muerto y enterrado en el anterior. El origen de la vida y la fertilidad vegetal son dos manifestaciones asociadas en la mente de quienes realizaban el ceremonial, una representación de muerte-vida que, por simpatía, la naturaleza no podría dejar de imitar. El “dios” protagonista, encarnación del espíritu arbóreo y del cereal, tenía, pues, que copular con la “diosa” Isis, Afrodita, Cibeles o Istar, según estuviéramos en Egipto, Grecia, Frigia o Siria, a fin de reforzar el ritual, y por el lado vegetal habría que representarlo con plantas y árboles, tallando la efigie de Osiris en un trozo de madera de pino que sería enterrada en el hueco dejado en el mismo árbol, o arrojando al mar o a un manantial las cestas  germinadas “jardines de Adonis”, o quemando cada año la imagen de pino de Atis, atado a un árbol de pino.

 Osiris era hijo de Nut y de Geb, el Cielo y la Tierra, como luego lo fueron sus hermanos Horus, Set, Isis y Neftis, habidos cada uno en cada uno de los 5 días nefastos, para el que el sol-Ra no los viera.. Osiris concedió a la humanidad el beneficio de la agricultura, el trigo, la cebada, la vid, que extendió fuera de Egipto. Su hermano Set  (el Tifón griego) lo asesinó con la ayuda de 72 (5 es una 72ª parte del año solar de 360 días) y arrojó su sarcófago (cofre) al Nilo. Con la ayuda de 7 escorpiones Isis buscó su cadáver en Buto, en el delta del río, donde dio a luz a Horus el menor, a quien curó de una picadura de escorpión. El sarcófago de Osiris salió a flote en Biblos en forma de un árbol, el erica, que encerraba el cofre en su tronco. Isis, con cabeza de vaca, acudió allí y se lo llevó a Buto, dejando el árbol en Biblos. Set, que lo vio, despedazó el cadáver de Osiris en 14 trozos que esparció. Isis los recuperó y lo recompuso, a excepción del pene que se habían comido los peces, por lo que tuvo que modelar una imagen de él. Osiris gobierna el mundo de los muertos y preside el tribunal de los difuntos. En la siembra se enterraba su efigie de mantillo con granos de cereal.

            Adonis en Chipre era hijo de su abuelo, pues su madre Mirra era hija de su padre Ciniras, lo que nos sitúa en tiempos en que ya el rey sagrado aprendió a evadir su muerte cuando enviudaba de la reina, única legitimadora de la corona, mediante el ardid de autosucederse al desposarse con su hija. El dios-rey (posteriormente su imagen, en efigie) era arrojado al mar tras un día de matrimonio con la diosa (Afrodita), aunque el color rojo de la anémona sugiere un sacrificio cruento, pues en todo caso antes de morir realizaba su propia castración.

            Atis también se emasculaba, éste debajo de un pino, muriendo desangrado por la mutilación, atado al pino. Sus sacerdotes eran eunucos. Como lo eran los de las diosas agrícolas. La excitación por la fiesta era tal que había que controlar a los asistentes para que ellos mismos no se castraran, tal era su generosidad e interés en querer participar. En el mito sobre competiciones musicales con Apolo, Marsias era atado a un pino, desollado y descuartizado, ondeando al viento su piel (vellocino), lo que va en línea con la muerte sacrificial.

            La figura masculina, el pene y el descuartizamiento del cadáver, hicieron más complejo un ritual que en principio sería para dar culto a la diosa de las plantas y los árboles. Nada nos impide imaginar que los campos serían enriquecidos con la sangre y órganos genitales mutilados precisamente con tal fin. Lo de la circuncisión, aparte de medida profiláctica, no serviría como símbolo (abstracción) del ritual de castración?

            Artemisa-Diana, diosa de la caza y de los animales salvajes, es virgen por prescripción olímpica, pero la tradición la mantenía como luna con rasgos de la diosa de la naturaleza en general y de la fecundidad en particular, ayudando en los partos y llenando los graneros de las casas de labranza, recordándonos sus tiempos genuinos en que se la representaba con mamas por todo el cuerpo, como ocurría en Efeso.

La resurrección

        (simulada en el ritual como renacimiento o regeneración) remeda y estimula los ciclos estacionales con “muerte” en el invierno y nuevo “nacimiento” en la primavera, o siembra tras la trilla y la siega posterior de la cosecha, con el necesario desgrane del fruto para su aprovechamiento, bien como alimento bien como nueva semilla. La resurrección es, pues, una representación de los ciclos naturales, reforzada en el neolítico con motivos agrícolas. Lo que hoy se nos podría antojar como una metáfora más o menos ingeniosa y acertada, para el humano del paleolítico tiene una conexión profunda real, dada la asociación mental en la que se sustenta y desarrolla.

        En las fiestas Tesmoforias atenienses, en que se celebraba el entierro de Perséfone en octubre, en las que sólo acudían mujeres para arrojar cerdos, tortas cocidas y ramas de pino, en las hendiduras de las piedras (criptas sagradas) en el santuario de Eleusis, y durante las cuales no se podía comer la granada que no se pudre, el culto era conjunto a Deméter, como Brimo, la espiga, y a Diónisos, a quien no sólo estaba consagrada la vid, sino también la higuera, el pino y la yedra. El Zeus cretense copuló en figura de serpiente con Perséfone, diosa de la primavera que permanece seis meses enterrada bajo tierra, y engendró en ella a un Diónisos cornudo. Los Titanes lo acuchillaron y despedazaron como toro mientras él se contemplaba en un espejo, fracasando en su intento de engañarlos mediante metamorfosis en figuras de humano, de Zeus, de Cronos, de león, de caballo, de serpiente. Palas Atenea recogió su corazón palpitante y Zeus lo guardó en una estatua con la forma del dios sacrificado. La resurrección en efigie de Diónisos fue precedida por su ida y vuelta al Hades para intentar rescatar a su madre Semele. Zeus había cedido el trono a su hijo por un tiempo, el suficiente para que fuera sacrificado en su lugar, revestido con todos sus atributos y privilegios.

          En las fiestas atenienses bufonias (muerte del buey) se sacrificaba al primero de los bueyes que, acercándose al altar de Zeus, comiera de los granos depositados en él. Más que víctima, el buey era la deidad misma del grano.

        Las fiestas de los carnavales incluyen tanto la actividad orgiástica sexual para la reproducción como la representación de la muerte (coros deprecatorios, efigies y piras incluidas) y la del entierro (aunque sea de una sardina) para la posterior resurrección. El ritual del miércoles de ceniza nos entierra, echándonos polvo encima, para poder renacer al nuevo año. Enterrar en efigie a la propia Muerte es el paroxismo apoteósico acertado de esta celebración, lo que le da el punto, que diríamos ahora. Que los ritos se mantengan con rasgos agrícolas del neolítico (en sus inicios la “ceremonia” de actividad sexual frenética y desenfrenada se realizaba en surcos de campos arados) no quiere decir que no tengan sus orígenes en tiempos anteriores, entre los pastores, cazadores e incluso recolectores del paleolítico, por no hablar de especies humanas anteriores, pues la inhumación neanderthal de cadáveres data del 200.000, o más, lo que sugiere una avanzada abstracción sobre los ciclos naturales y la intuición de las entrañas de la Madre Tierra como lugar donde lo que muere, si se entierra, se transforma en vida. Las fiestas griegas del enterramiento de Perséfone en invierno provocaban más adictos y entusiasmos que su propia resurrección en las fiestas de la primavera. La liturgia católica en su culto a la Virgen María rememora la antigua de Isis, “Stella Maris”/Sirio, con sacerdotes tonsurados, procesiones solemnes e imágenes enjoyadas, aspersiones de agua bendita, maitines y vísperas.

            El papel y la función de la cebada y el trigo en el Mediterráneo son análogas a los del arroz en la Indias Orientales o el maíz en América. En principio fue el maíz, reza el Popolvú, el libro sagrado de los mayas. El ritual anual de la comida del pan divino tan extendida en tan diferentes culturas, incluso los aztecas (Frazer da buena cuenta de ellas), deriva en las ofrendas de primicias a su dios que, sustituyendo al sacrificio, permitirán al grupo seguir alimentándose del resto. Aunque persistía la obligación de ayunar, de no mezclar el pan con ningún otro alimento el día en que se celebraba el ritual, para evitar los males de la magia de contacto, fecha por otra parte en la cual se daba forma al dios con la masa del cereal.

            Los colores “simpáticos” del verde de la vegetación y rojo y blanco de la flor, en la resurrección de la primavera, inspiran las mortajas de los faraones, algunas banderas (como la de México) o las cintas con que adornan los árboles en estas fechas en Bohemia. En muchos lugares se pintan de colores las cáscaras de huevos, símbolo de origen de la vida, bien sea como Madre Tierra (en jeroglífico egipcio, por ejemplo, la Madre Tierra se representa como un huevo), bien como origen de la energía en muchas cosmogonías.

           Quizás fue la experiencia que acumulamos con el sacrificio del animal, su ritual, motivos y efectos, la que nos indujo en tiempos agrícolas al sacrificio cruento de los reyes sagrados, cuando nos enteramos de que los genitales masculinos tenían mucho que ver con los partos de las hembras.

            El miedo por la muerte y la alegría de enterrarla, tanto si es real como representada, con que se celebra en tantos lugares en las fiestas de Carnaval (o del entierro del dios, o de la sardina), sugieren claramente la ambivalencia afectiva con el muerto de la que hablaba Freud y que, dando lugar al remordimiento, hace del espíritu del muerto “vengativo” el origen de todas las desgracias, por lo que siempre mantendrá su “espíritu” perverso, por más que se consiga propiciarle con el tiempo y, convirtiéndole en protector-benefactor, como en la Semana santa, desarrolláramos el proceso de su divinización.

Quemar las víctimas del sacrificio, o arrojarlas al mar, o cualquier otra ceremonia con que librarse de ellas, nos recuerda que seguía vigente el miedo al espíritu del muerto.

En una derivación posterior del sacrificio, el chivo expiatorio terminaría siendo el recipiente de los malos espíritus expulsados del colectivo. Por ello nos podíamos permitir el mayor libertinaje, las denuncias públicas y la comisión de delitos antes de su sacrificio, con el cual quedaríamos absueltos. No era así en los viejos tiempos anteriores, en los que nuestro objetivo era salvar la vida divina (el espíritu del grupo) poniéndole fin antes de la vejez, pero puesto que teníamos el instrumento para ello, nada nos impedía aprovechar la oportunidad que teníamos de cargar sobre él todas las dolencias y remordimientos, de perdidos al río. Al final ya cualquiera serviría, un esclavo, un extranjero, una efigie, un condenado a muerte y hasta el más feo, como llegó a ocurrir en Grecia, pues la tradición seguía viva aunque hubiera desaparecido el recuerdo de su origen.

Los carnavales son modernas saturnales que no estarían completos sin la lapidación o quema incruentas de la efigie burlesca (soporte en que la “bruja” se sustenta) en la que volcamos todos los males, en ritual purificador y profiláctico. Una fiesta de esta clase que se precie, como en las fallas de Valencia, no debe prescindir del fuego y de efigies que sean pasto de las llamas que nos purificarán. Las sátiras de los ninots representan los males de los que nos queremos y debemos exorcizar. El fuego en el solsticio de verano ensalza la energía del sol y su  fuerza vital; si arde en el invierno es para forzar al sol a recuperar su vitalidad; si es en el equinoccio de primavera, es a la tierra yerma a la que queremos revitalizar; si es en el del otoño, es una despedida a la diosa subterránea para que no olvide que quedamos esperándola, que tiene que retornar.

(Temas: Prometeo, la cocina, la cerámica. Glosar el mito de Meleagro que moriría cuando un tronco de madera de su lar se quemara)

         Los lares devinieron en fuegos protectores en vigía permanente, aunque la necesidad de vigilancia en sus orígenes era para que ellos no se apagasen, dada la dificultad que implicaba tener que producirlo desde la chispa, alma de la madera. De elemento protegido a elemento protector.

         El roble, más alto que la encina, recibe con frecuencia el rayo en el que arde, y su entorno sería sagrado y vigilado para mantener el fuego del cual podrían abastecerse para diversos menesteres, de la cocina a la cerámica, contra las fieras o la oscuridad. De la madera sale el mismo fuego que arde cuando el sol quema hierbajos secos en el verano. Helio (Sol) significa hoy un gas, pero en los viejos tiempos era hijo del roble, de su madera. De madera de roble eran las piras sagradas, de madera de roble era el fuego de Roma que custodiaban día y noche las vestales. Por ser luminosa, Eneas utilizó esa rama para bajar al subterráneo Hades. Desde luego, el rey sagrado de Aricia era un rey solar.

El roble es el árbol más tocado por los dioses en forma de rayos entre truenos que lo incendian para que de su fuego sagrado se alimentaran nuestro lares. El tronco quemado sería el primer altar donde asentar el dios del fuego y de la lluvia, por eso Zeus tonante, rayo en mano, era el dios de la lluvia en tierras griegas. Si a Zeus carnero le revestían con la piel del morueco sacrificado, tendría más fuerza para atraer las lluvias, cómo no iba a ser tan importante que Jasón recuperara de la Cólquide la piel dorada del carnero que se habían llevado de Tesalia!

 04.45. evasMuerte

Con el tiempo el rey, ya no tan sagrado, eludiría su muerte delegándolo en otros, en los extranjeros, en su efigie, o un condenado a muerte, o el más feo de Atenas o bobo de Roma en las fiestas saturnales, en todo caso un “chivo expiatorio” como fármakon, esto ya, y todavía, en tiempos de nuestra era. En algunos mitos se recoge la “muerte simulada” de quien, tras el ceremonial de su propio sacrificio, recupera la vida y el cetro real: en la fiesta egipcia de la sed el faraón renacía, resucitaba, ya regenerado. En la Sacaea de Babilonia el rey ya ni iba, en su lugar se instituyeron las fiestas que en Roma después remedarían las saturnales: el sacrificado lo sería revestido de los atuendos y privilegios regios que hiciera creíble y eficaz su muerte como si se hubiera tratado del personaje real. Reyes por un día (ó por 5, ó por 7, según el lugar), comportándose talmente en este tiempo como los mismos reyes.

            Un salto cualitativo lo dio la muerte sacrificial del hijo del padre, el hijo del rey, en lugar del padre mismo. Quién mejor que su propio hijo para representarle y sustituirle en el momento más sublime, el de su muerte? Y en mejores condiciones, más joven, más saludable. Abraham persistía en el ritual hasta que el dios patriarcal le enseñó a sustituir al muchacho por el animal totémico de turno, en este caso un carnero. El rey griego Atamante de Orcómenos (Tesalia), acuciado por una pertinaz sequía, simuló su propia muerte, pero no debió ser suficiente y fue “instigado por (su perversa esposa) Ino” a sacrificar a su primogénito Frixos (que fue quien huyó a la Cólquide con el vellocino de oro), en ausencia del cual fue “condenado” por el oráculo a sacrificar al primogénito de cada generación de su familia, lo que de paso imaginamos que reforzó y fomentó la institución de la exogamia. Leucipa de Orcómenos (Beocia), junto con sus dos hermanas, sacrificó y despedazó a su hijo Hippasos que les sirvió de banquete caníbal (ágape totémico, debería corregir yo). En los tres ejemplos la víctima sería reemplazada por un carnero, lo que sitúa los tres casos en tiempos en que el carnero se había extendido de Grecia a Mesopotamia, como mínimo, como animal totémico. O dicho de otro modo, que el tótem del cordero fue contemporáneo con la sustitución del rey sagrado por su hijo en las muertes sacrificiales, dando un trágico protagonismo en figura de cordero al hijo del padre, a quien sustituiría a la hora del sacrificio, haciendo así posible la supervivencia del padre real.

En los ritos de inciciación (de status) la muerte simulada (o desaparición del joven) hace posible su regeneración mediante su reaparición. Los simulacros de muerte permiten trasvasar al tótem el espíritu del “desaparecido”, y del tótem lo recuperará revitalizado.

09.92 religiones monoteístas

        En el famoso santuario de Hipólito en Trecén, en el Peloponeso (el que fue hijo de Teseo e hijastro de su enamorada Fedra y murió al pie de sus caballos, que luego se vio alzado a los altares católicos como san Hipólito mártir en el 13 de agosto), mancebos y doncellas cortaban sus cabellos como rito de iniciación, cambio de status, antes de copular, marcando el paso de la virginidad a la fecundidad.

        La falta de pudor de la “pagana religión” católica adaptando fechas de su conveniencia a eventos paganos de amplia aceptación y tradición secular, en su afán exacerbado de proselitismo, con el fin de trasvasar masas indiscriminadas de clientes a sus nuevas efemérides, aunque fueran paganas, pues el fin justifica los medios cuando se trata de ganar almas para Cristo, ad mayorem dei gloriam amén, comienza con la Natividad de su dios el 24 de diciembre, que de siempre fue la fecha del nacimiento del sol, continúa con la pascua agrícola de muerte-resurrección de la semilla sembrada en el equinoccio de la primavera, y termina, por decir algo, con la fiesta de todos los santos a primeros de noviembre usurpando la que era de todos los muertos, pasando por la atribución de la fiesta de la Pailia a san Jorge en abril, o la del agua al bautista Juan en el solsticio de verano, o la Asunción de la Virgen-Madre en la fiesta de agosto de Diana, por no hablar de casos tan esperpénticos como el de san Hipólito el 13 de agosto, mártir muerto a los pies de los caballos, que suplanta la del mito de homosexualidad de Hipólito, hijo de Fedra y de Teseo, de dicha fecha, de lo que deben haber tenido conocimiento últimamente pues tal santo ha sido expulsado fulminantemente de las últimas ediciones de su santoral. Y cuando se les muestra todo esto, se quedan impertérritos, se persignan para alejar malos espíritus y rezan por tu alma, convencidos como están de que sus continuas tropelías de todo tipo han quedado siempre impunes, lo que demuestra que su dios está con ellos. Y así es como, usurpando tradiciones y fechas del paganismo, lo han reforzado en lugar de suprimirlo, por más que sus sacerdotes lo condenen a grito pelado, acumulando incoherencias sin sentido, dada la fanática convicción, irracional, de que sólo ellos son los poseedores de la Unica Verdad.

Incluso si aceptaran que sus ritos estaban ya vigentes en la antigüedad, podrían llegar a argüir con total desvergüenza que tales prácticas serían copias del suyo que, aunque fuera posterior, sería el original, o que los viejos ritos murieron dando paso a un nuevo orden al quedar santificados por el nuevo dios. Argumentos que se pueden esperar de quienes coaccionan a sus fieles seguidores a creer, bajo castigo de penas eternas, que ayer cruzó las nubes un burro volando (o que la virgen-madre fue asumida a los cielos a una velocidad, imaginamos, superior a la de la luz, que para el caso es lo mismo), pues de lo que se trata es de humillar a su clientela y comprobar su grado de abyección irracional, base en la cual su poder y su estructura religiosa se sustentan.

04.47 Xristo.

            Xristo nació en Belén el día del solsticio de invierno, donde fue visitado por unos reyes magos que fueron guiados por una estrella. Coronado rey (INRI), fue sacrificado para redimir la culpa de la humanidad, clavado en una cruz, y resucitó al tercer día, en la Pacua florida. Hijo del Padre, representado en figura de cordero, se le rememora en la eucaristía mediante el ritual del pan y el vino en el sacrificio de la Misa.

 Veamos:

 Xristo nació en Bethlehem (Casa del Pan), lugar por cierto de culto del dios agrícola sirio Adonis, justo en el día del solsticio de invierno, fecha en que cada año nace el sol, e inmediatamente fue saludado por unos reyes magos, lo cual resulta coherente si se tiene en cuenta que los reyes magos son reyes solares sagrados, y es simplemente natural visitar a los colegas, pues siempre las relaciones entre nobles de distintos países o regiones han prevalecido sobre los intereses del propio grupo al que el noble pertenece (vga.: intercambio de regalos entre el argivo Diomedes y el troyano Glauco en pleno campo de batalla en la guerra de Troya). Si bien no vendrían de Oriente sino de Egipto si la estrella que seguían era la de Sotis-Sirios que anunciaba el Nuevo Año con la inundación del Nilo. Coronado como rey (sagrado), insistiéndose en dejar claro su carácter real (I.N.RexI) (Adonais), y como tal sacrificado para redimir la culpa de la humanidad, en beneficio del mismo colectivo que lo sacrifica, clavado en troncos de madera en forma de cruz (Osiris como espíritu arbóreo), se enfatiza el dato concreto de que al morir tuviera sanos todos sus huesos (Juan 19.36, con referencia expresa a enseñanzas tan antiguas como las del Salmo de David 34.21 y Exodo 12.46), les suena?. Resucita (renace) para dar vida nueva a su pueblo, volviendo de ultratumba tabuado (“no se os ocurra tocarme”, dice a María y a Magdalena). Hijo del Padre (de Dios, o del hombre-dios), se le rememora mediante el ritual del pan y el vino (de Osiris en Egipto y Dionisos en Eleusis) en el sacrificio, representado en figura del totémico cordero (o carnero), en la Pascua “florida”, fiestas agrícolas de muerte y resurrección (Adonis y Atis), objeto de ágape totémico en la eucaristía (cuerpo, sangre y alma de la divinidad), que ha de ser ingerido una vez dentro del año, lo que confirma su carácter totémico sacral tabuado, sacrificio ritual que todavía se sigue practicando en el catolicismo, ahora ya como mínimo una vez dentro del año.

Todos estos atributos dan fe inequívoca de que se trata de un diseño artificial del rey-sagrado, de acuerdo con los mitos, y de que, independientemente de la historicidad del personaje y su relato, en el que aquí no entramos, tal como está contado evidencia la intención de adornarle con prerrogativas y atributos del rey sagrado mítico.

Ya vimos que el carnero se había extendido como animal totémico en los tiempos en que el rey-padre era sustituido por su hijo en las muertes sacrificiales, dando un trágico protagonismo en figura de cordero al hijo del padre para permitir la subsistencia del padre real. Pues bien, el mito del que tratamos lo llama “cordero de dios”, a lo que no tenemos nada que objetar.

Si alguien pretendiera describir un personaje artificial como rey sagrado siguiendo las pautas de los rituales y las reglas de los mitos, ese personaje existe: es Xristo. La acumulación de los datos que se le atribuyen como rey sagrado hace de él un personaje irreal, por más real que fuera, poniendo en evidencia la intención de aplicar en él los mitos. Lo que habría que depurar y tener en cuenta siempre al leer aquellos textos que lo sitúan en un tiempo histórico concreto.

Las fechas (así como los añadidos populares, vga.: los Reyes) son evidentemente burdas adaptaciones posteriores pero conscientemente o no, insisten y refuerzan su carácter mítico.

 Ahora sí, ahora podemos recordar el mito del rey del bosque de Aricia y lo entenderemos mejor:

El rey del bosque de Aricia personificaba el árbol en que crecía el muérdago, la rama dorada que toma este color cuando se corta. El que hubiera de matarle tendría que arrancarle primero esa rama, pues en ella residía el espíritu del roble. Antiguamente en lugar de morir por la espada a manos de quien le venciera, sería sacrificado a fecha fija en una pira de madera de roble. Con su muerte sacrificial la naturaleza revivificaba.

Envíame un correo con tus comentarios ----------> jota jota
E-mail me with your comments---------->
jota jota
[email protected]

Home Up

Hosted by www.Geocities.ws

1