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                 El JeroLítico (Edad de la Piedra Sagrada)
        
   (La Mitología como Fuente del  Espíritu de la Piedra y del Arbol en la Prehistoria)
               
                   Dr. Juan J. López-Gutiérrez
 

Indice:

1.      Las Piedras como huesos de la Tierra

2.      La Piedra Sagrada en los ritos y en la magia

3.      Piedras fálicas

4.      Las piedras encarnan el espíritu de la tribu (el tótem)

5.      Las esculturas de piedra encarnan el espíritu del individuo (las estatuas)

6.      La madera y el fuego, el agua y el barro

7.   Tumbas de piedra, sarcófagos de madera, cestas, barcas, para las muertes y los nacimientos

8.      Miradas que petri-fican

9.      Todavía hoy. Y una simple propuesta

Pigmalión esculpió en piedra el cuerpo de una mujer a la que llamó Galatea y le salió tan hermosa la escultura  que se enamoró de ella,  por lo que pidió a Afrodita  que le infundiera vida,  a lo que la diosa accedió, y pudo unirse a ella y de ella tuvo hijos…

Este mito, que parece un bello cuento menor, refleja algo más profundo que es el sentimiento del hombre primitivo en relación con la piedra, en la cual se encarnaba el espíritu, la vida -el espíritu que anima la vida y la naturaleza-, en la Prehistoria. Es más, las piedras son los huesos de Gea, la Madre Tierra.

Una afirmación tan extraña y rotunda requiere explicación y comentarios, glosas y exégesis que podemos encontrar en la mitología.

1.   Las Piedras como huesos de la Tierra

El término griego hieros significa “sagrado” y litos, “piedra”. Sacralizar algo implicaba tabuarlo, impedir su contacto, por el peligro que entrañaba para el grupo, siendo la muerte, las divinidades y la sangre menstrual sus mejores exponentes. Los reyes eran sagrados, antes de divinizarlos, y no podían ser tocados –aún sigue la prohibición con el mikado japonés- no sólo porque cualquier daño que se le ocasionara repercutiría en un mismo perjuicio para su propio grupo ya que en él se encarnaba el espíritu de los ancestros, sino porque el poder que le daba su carácter sacro podía poner en peligro a los que se le acercaran. Nolli me tangere, dijo Jesús a su madre María y a Magdalena tras haber resucitado, “no se os ocurra tocarme”, pues acababa de regresar del mundo de los muertos. Moisés estuvo a punto de sufrir un percance fatal al ver a Yahvé en el monte Sinaí y Sémele quedó carbonizada ante la vista de Zeus. El tema es más complejo pero, en relación con el asunto que nos ocupa, baste con esto por ahora.

          Dicho lo cual, recordemos varios mitos sobre piedras: 

Deucalión (el Noé griego), rey de Ftía, y su mujer Pirra repoblaron la Tierra tras el diluvio universal, arrojando piedras hacia atrás y cubriéndose la cabeza (remedando los gestos de la siembra, o para no mirarlas, no fuera que quedaran a su vez petrificados ellos mismos), obedeciendo el consejo de Temis: “arrojad hacia atrás los huesos de vuestra madre”, lo cual entendieron que se refería a las piedras de la Madre Tierra…,

no necesitamos interpretar, retorcer, el mito, cuyo texto lo dice expresamente: las piedras son los huesos de la Madre Tierra y, si los sembramos, de ellos renacerán seres vivos.

          También lo sabía Cadmo quien, 

al fundar Tebas, sembró en la tierra los dientes (huesos) del dragón Aonia que protegía la fuente Aretíada (la serpiente fue siempre símbolo de la Diosa Madre), al cual había vencido y matado con su lanza, y de esa tierra surgieron ya armados los spartoi (“sembrados”) que combatieron entre sí, sobreviviendo los cinco de los que nacieron los cinco linajes de nobles tebanos…,

 y los griegos pelasgos, procedentes de Palestina a mediados del IV milenio, quienes

                     proclamaban su descendencia de los dientes de la serpiente Ofión. 

          Ahora entendemos que Rea, harta ya de entregar a su pareja Cronos los hijos que ella paría para que su padre los devorara, cuando nació Zeus 

            le dio a comer una piedra envuelta en pañales en lugar de su hijo Zeus y Cronos se lo tragó, sin percatarse del engaño.

(Informados como estamos ya al respecto, no resulta extraño que Cronos, que devoraba los paridos por Rea, se tragara la piedra que ésta le dio en el lugar del recién nacido Zeus: simplemente le engañó haciéndole creer que había nacido muerto. Cronos se tragó la piedra, el engaño, el muerto)

        Hasta los evangelistas lo sabían. Mateo en 3.9 y Lucas 3.8, aseguran que Juan el Bautista proclamaba que Dios puede “de las piedras hacer nacer hijos a Abraham”,
        y Jesús aprueba los cánticos de la muchedumbre que le aclama al entrar en Jerusalem, pues si se les impidiera hacerlo, hasta las rocas y las piedras empezarían a cantar, dice, y reza bien, la obra musical Superstar.

         El escéptico lector puede pensar, y ése es su privilegio y su derecho, que estas interpretaciones pueden ser producto de una mente fantasiosa, quizás calenturienta, para llevarse el gato al agua,  retórica poética que puede ser ingeniosa como metáforas y juegos de palabras, pero que no tienen por qué ser confirmadas por la realidad histórica. A eso debo contestar que los mitos durante milenios han constituido el acervo cultural, el derecho y la moral, y el medio de comunicación y aprendizaje de las tribus primitivas (hasta en la Edad del Hierro, incluso hasta nuestros días), por lo que bien fuera una vivencia mística de nuestros ancestros con su entorno natural, bien fuera enseñado y aprendido por la mitología, el resultado es el mismo: que las primeras tribus sintieron (o aprendieron a ver) latente en la piedra el espíritu vital.

            Y para terminar este apartado, recordemos los hermai, el cálculo y el ostracismo. Hermai eran pilares de piedra (amilhadoiros son los montones de piedra gallegos que bordean los caminos) que si tenían esculpido un pene en el centro representaba a Hermes, dios "agrícola" tanto como psicopompo, esto es, transportista de las almas de los muertos al mundo "subterráneo" del olvido, en el cual dios se asociaba correctamente la muerte con la fertilidad y el mundo del subsuelo. Calculus es palabra latina que significa guijarro, el cual servía para contar, junto con los dedos. Ostrakos era la piedra griega en que se inscribía el nombre de aquel a quien queríamos ver alejado de la ciudad. Así que el carácter sagrado de la piedra, apta para la construcción de lugares sagrados, no le impidió ser útil para otros menesteres, como fueron el cálculo y la escritura.
 

2.   La Piedra Sagrada en los ritos y en la magia

           Aunque el espíritu embargara todo nuestro entorno y nuestra vida diaria, no podíamos sacralizar por completo nuestra rutina cotidiana. Eso nos habría sobrepasado y bloqueado cualquier actividad. Y es por eso que tuvimos que limitar la sacralización a momentos periódicos en los que, mediante el rito, pudiéramos hacer presente el espíritu de la Naturaleza y el de nuestros ancestros, que era el mismo, a fin de liberarnos de lo que, de otro modo, se habría convertido en una agobiante presencia que exigiría toda nuestra atención. Estando, pues, el espíritu en todos los lugares, en todas las cosas y en todo momento, siendo el espíritu sagrado, y teniendo tanto que ver lo sagrado con la muerte (de la que surge la vida), por lo que debíamos evitarlo en lo posible, pues simplemente verlo o tocarlo podría dañarnos, tuvimos que inventar algo para controlar tanto peligro, pues de otro modo habríamos vivido aterrados al sentirnos rodeados por doquier por el espíritu sagrado en todas sus manifestaciones naturales. Y lo hicimos. Decidimos que el espíritu se manifestaba en los que serían los cuatro elementos (agua, vientos, fuego y tierra, ésta tanto en la piedra como en los árboles o el barro), y a esta limitación le añadimos otras dos, una en el espacio y otra en el tiempo: solo serian sagrados cuando se tratara de tales elementos en lugares sagrados, y sólo en los momentos en que, mediante ritos (ceremonias con representaciones adecuadas y las palabras apropiadas), los conjuráramos para comunicarnos con ellos cuando nosotros lo consideráramos conveniente. El círculo en el suelo que el padre de familia dibuja en la India sacraliza la tierra en que realiza su ceremonia, acabada la cual se borra el círculo y el suelo utilizado deja de ser sagrado a todos los efectos. Y así limitamos la sacralización a determinados elementos y en determinados momentos y lugares en que mediante el rito y la magia nos comunicaríamos con el Espíritu, que lo era de la Naturaleza tanto como de nuestros Ancestros, prestándole toda nuestra atención con toda la intensidad con que debíamos, lo cual solo era posible en un tiempo determinado y limitado. El elemento utilizado para representar el espíritu de nuestra tribu, nuestro tótem, fuera animal, árbol... o nube, nos vendría dado por su relevancia en nuestro grupo o la dependencia que tuviéramos del mismo. Con lo cual las distintas manifestaciones del espíritu con el tiempo devendrían en dioses distintos según el grupo del que fueran tótem.
            Pero la magia ritual no funciona sola, necesita nuestra acción, las representaciones rituales y las palabras exactas apropiadas para el efecto que busquemos. Los ritos, además de representaciones de los mitos, son el marco y el instrumento para practicar la magia. Unas nociones elementales sobre la magia parecen necesarias para quienes no estén familiarizados con ella.
Remitimos, no obstante, al lector a estudios sobre la magia como los de Malinowski o los de James G. Frazer en su obra “La Rama Dorada”.

            La Magia fue antes que nada una actitud de dignidad y de defensa contra las agresiones de la Naturaleza (tormentas, nieve, rayos, ventiscas, terremotos, volcanes, glaciares, sequías...), mediante un titánico esfuerzo para controlarla. Es en este sentido que se ha dicho que la Magia es la madre de la Ciencia. El control de la naturaleza se inicio con su medida. Observando los solsticios o el discurso del sol y de la luna, pudimos predecir estaciones y acontecimientos y, previéndolos, podíamos causarlos o defendernos de ellos. Y todo eso mediante una simple asociación mental de acontecimientos espaciales o temporales contiguos: si al llover aparecen ranas, no hay más que colocar una rana en el lugar adecuado y esperar a que llueva, que seguro que llueve, sobre todo si lo hacemos en la estación adecuada. Así que funcionaba! (o al menos así lo creímos, y eso es lo importante para nosotros, aunque lo fue más aún para ellos). Todavía no relacionábamos racionalmente las causas con los efectos, pero el paso mental lo fue de gigante, sobre todo en la autoestima, pues adoptamos una postura beligerante, activa -y no pasiva, humillada, sumisa, sufriente- ante los desastres naturales, arrogándonos la capacidad de convertir en realidad la utopía, atreviéndonos a realizar gestas descabelladas (como cazar un mamut o un elefante, u ordenar a la Naturaleza que se comportara), convirtiéndonos de presas en depredadores. (Non serviam! gritó Luci-fer, el que porta la luz, ya basta! ese fue Prometeo, ni dios ni amo! y dominando la Naturaleza con la magia, la medimos con el calendario para seguir más tarde con la agricultura, las canalizaciones, o con la ley de la gravitación universal.
           Con la magia, pues, domesticamos la Naturaleza, obligándola a que se comportara de acuerdo con nuestros deseos. O al menos así lo creímos, y con eso nos bastaba. Cuando el sol amanecía porque así se lo ordenábamos cada día (y bien que lo conseguimos, hay constancia de ello y persiste todavía), al creer que el orden natural dependía de nosotros, era tremenda nuestra responsabilidad de que la vida siguiera su curso y no se detuviera.
Y así en el solsticio de invierno, ordenábamos al sol que se parara en el punto del horizonte en el que llega al solsticio del invierno para iniciar su regreso al del verano. Y el sol nos obedecía, no en vano lo conjurábamos el 21 de diciembre. Luego hacíamos rodar aros de fuego por la ladera de una montaña, indicándole el camino de vuelta que tenia que seguir por el horizonte hacia el punto del solsticio del verano. Y al comprobar que, gracias a nuestros ritos celebrados en el punto exacto en que es más débil, el sol comenzaba a recuperar su fuerza en su viaje de regreso a los calores, acompañado de los cánticos de una Naturaleza florecida en primavera, y luego llena de granos, pueden imaginarse la emoción que nos embargaría al comprobar que éramos eficaces y habíamos regenerado, nosotros! al sol y con el la vida de la Naturaleza?

            Pero si la magia fue un hallazgo basado en el error de asociar los acontecimientos por su contigüidad en un tiempo y espacio determinados, o por el contacto, o por simple semejanza (magia simpática, mimética, homeopática: homeopática y por exorcismos era la medicina, si similis similem quaerit, también entonces similia similibus curantur), entonces resultábamos vulnerables  en las partes del cuerpo en que más claramente se manifestaba nuestra alma -o espíritu-, como el pelo, nuestro nombre real que guardábamos en secreto, nuestra imagen, la huella del pie, o la sombra que proyectaba nuestro cuerpo, por lo que la persona sacralizada era transportada -lo es todavía!- con sandalias sobre parihuelas para no dejar su huella en la tierra y cubierto bajo palio para evitar la proyección de su sombra por el suelo.

           Y que tiene que ver todo esto con la piedra? levanta la mano un impaciente que se atreve a preguntar. Pero aún necesitamos de otra breve digresión para poder volver al tema.
          
Ha llegado el momento, para el lector no avisado, de informarle que para nuestros ancestros el concepto de la Muerte es el mismo que el de la Vida. Las dos forman parte de un mismo proceso, cíclico por cierto. Para ellos la vida no acababa con la muerte sino que era de la Muerte de la que surgía la Vida, como es de la noche que proviene el día, y eso ya lo habíamos aprendido observando la muerte y el renacer del sol en cada día, que se sumerge cada noche bajo tierra o debajo de las aguas de Occidente (occidente significa precisamente eso, la Muerte); o los ciclos estacionales, la vida del verano y la muerte del invierno, que se regenera cada año; las plantas y los árboles que renacen de la semilla, siempre que haya sido enterrada y podrida; o nosotros mismos que salimos del vientre de nuestras madres después de habernos enterrado (a nuestros ancestros) en el vientre de la madre-Tierra, todo, todo en la naturaleza nos enseña que todos llevamos en nosotros (somos) la semilla (hoy lo llamamos ADN) que, enterrada, de la muerte del subsuelo se regenera en nuevas vidas. Lo del subsuelo no es gratuito, basta con observar de dónde surgen las plantas y los árboles, el agua de los manantiales y el fuego de los volcanes, el terremoto o la serpiente, nosotros mismos si nuestro espíritu ha sido previamente enterrado con los cuerpos muertos.
           Los ritos son representaciones dramáticas de los mitos. Pues bien, en los ritos de Atis en Frigia (cuya madre Cibeles era su amante) Adonis en Chipre y Fenicia, el asirio Tammuz/Dumuzi en Mesopotamia, Dioniso en Eleusis y como Zagreo en Creta, Osiris en Egipto, y tantos otros más, en todas las culturas, incluidas las americanas y las asiáticas, la víctima sacrificada lo era para, troceando su cadáver, como se hace desgranando el cereal, poder luego sembrarlo y que, de lo enterrado y podrido bajo tierra, surgieran nuevas plantas (nuevas vidas), muchas por cada una de las que previamente tuvimos que enterrar.
            Las ceremonias eran importantes, y si se trataba de la supervivencia del grupo (de la especie), no valía la pena que en ellas un individuo muriera sacrificado? sobre todo si era voluntario, si era elegido entre varios candidatos (competiciones nupciales), si con su muerte individual se garantizaba la inmortalidad del grupo, si su elección implicaba reproducirse copulando con la diosa (hierogamia), si tras su muerte seria luego
él mismo "inmortalizado" como protector del grupo, lo que daría después lugar al invento de dios.

           Obviaremos los detalles, como el de que hubiera que controlar al público asistente para evitar que, en el entusiasmo de la ceremonia, o en la histeria colectiva si se quiere, se autoemascularan para imitar a la víctima y poder participar activamente en el ritual. Ya he escrito en algún otro lugar, y no me duelen prendas repetirlo, que si una cultura es más o menos civilizada según su capacidad de sacrificio y sufrimiento en beneficio de las siguientes generaciones, ninguna cultura fue más civilizada que aquélla en que se realizaban sacrificios humanos, cuando eran voluntarios. Pero no me voy a explayar. Baste con la idea de que la muerte sacrificial, ritual, era regeneracional, pues gracias a ella era posible que siguiera la vida para todos, para el grupo y para la naturaleza en general.

           Y ello nos permite definir lo “sagrado” como todo lo relacionado con la muerte, incluyendo en ella la vida en su manifestación de ciclos estacionales -como ocurría con los ritos y las divinidades agrícolas-, o de todo aquello que anunciara el (re)nacimiento, como la sangre menstrual. Y como el demiurgo que hacía posible la regeneración estacional de la Naturaleza, de las plantas, de los nuevos nacimientos en el propio clan, era el espíritu del muerto, podemos concluir que el mundo sagrado, espiritual, era todo lo relacionado con la muerte, el propio espíritu (del muerto y también, en general, de toda la naturaleza) y su posterior previsible renacimiento en nuevos seres vivos (del grupo, o plantas, animales…) en los cuales se encarnaba. Todo lo cual se significaba con la piedra hincada, erecta, vertical en santuarios donde enterrábamos al fallecido, puesta en pie como símbolo totémico –señal de identidad- del espíritu del clan (i.e.:, de los ancestros) que se (re-)encarnaría en nuevos seres (miembros de la tribu, plantas, animales…) asegurando la supervivencia de su grupo.

          Importante, no? E ingenioso, voto a bríos. La piedra era, pues, sagrada, cuando era utilizada en rituales (menhires en santuarios, estelas…) como representación del espíritu del clan (de los ancestros).

3.   Piedras fálicas

Antes de continuar quiero hacer expreso mi rechazo a la hipótesis de que el menhir, la piedra erecta, fuera desde sus comienzos un símbolo fálico. El monolito egipcio bien pudo representarlo, al Falo, con mayúsculas, como luego veremos que lo mereció, pero eso fue en tiempos recientes (más acá del 3000 adne, hace menos de 5.000 años). El obelisco, cuando mira al sol en su cénit, esconde su sombra. Min, el dios-pene egipcio, era la representación de Ammón-sol en su templo de Luxor.

        Príapo, el dios-falo griego, es jardinero y porta guadaña, hoz que no asesina sino que sirve para cosechar, ya sabemos que la muerte de la semilla que hay en nosotros redunda en nuevas vidas y cosechas. Príapo fue siempre especialmente dilecto para Gea, pero sólo para sus ratos de ocio y divertimento.

El falo no podía ser sagrado en unos tiempos en que no se conocía su función reproductora, y sabemos que hasta recientemente (hacia el 4, 5.000 b.p.) ignorábamos la relación entre cópula y parto Prueba de ello es que en los mitos griegos, que creemos son reflejo de un sentir en la cultura minoico-micénica -cuando hace crisis la sociedad matrilineal, rematada después por la entrada de los dorios alrededor del 1.050 adne., cuya versión conocida nos ha llegado fuertemente censurada en la Grecia clásica por los dioses (valores) olímpicos, misóginos por apolíneos, y en todo caso patriarcales-, en tales mitos persisten las referencias al embarazo de las hembras, humanas y animales, por el agua de los ríos (o de la lluvia, en el caso de Dánae) o por los vientos (el espíritu gusta de viajar por el aire), en especial Bóreas, el Viento del Norte, el gran Reproductor, y al norte era que tenían que orientarse las grupas de las hembras (mujeres o animales) que debían ser preñadas.

Domesticamos la cabra y otros animales desde el VII milenio, lo que implica que ya entonces conocíamos la relación entre cópula y parto, pues había que montarlas y cruzarlas entre sí. Pero seguimos todavía mucho tiempo convencidos de que, al menos en los humanos, el espíritu que encarnaba nuevas vidas provenía de elementos naturales, como el aire o el agua, y es por tanto coherente que una virgen quedara embarazada por el Espíritu Santo (el espíritu era santo, sagrado, en todo caso), se llamara o no Maria, y que muchas otras mujeres míticas griegas, como Alcmena, Ino, Leda..., quedaran embarazadas de espíritus (dioses olímpicos en figuras de animales del tótem de ella) en los precisos momentos en que copulaban con sus esposos de carne y hueso.
        La creencia en la reproducción mediante la encarnación del espíritu en el nuevo ser vivo explica la prohibición de ingerir habichuelas, pues en ellas reside el espíritu como puede comprobarse por el estruendo que arma su ventosidad cuando sale de nuestras tripas, quizás irritado por no haberse podido reencarnar. La prohibición lo era principalmente para los varones, pues el espíritu no puede encarnarse en nuevos bebés en los vientres masculinos (era el Espíritu Santo –sagrado- el que preñaba a las vírgenes, se llamaran María o no), y el tabú estaba tan arraigado que seguía vigente en la Grecia clásica del siglo IV b.p. No fue sino hasta entonces que Ciamites suprimió la prohibición, lo cual se celebraba en Atenas con la fiesta del "banquete de las habichuelas" el día 8 del Pianepsión griego, octubre, nuestro 1 de noviembre, día de todos los Muertos, o de todos los Santos (2 de noviembre), que es lo mismo, aunque ahora hayan querido separarlos por un día, a lo que hay que añadir el Halloween norteamericano, como si no se celebrara en todos la misma fiesta: la de la muerte de la naturaleza, la entrada en el invierno.

Con el conocimiento de su función reproductora, llegó la exaltación del falo. En opinión del que suscribe la toma de conciencia del papel del falo en la reproducción marco un hito en el proceso de transición de la sociedad maternal al patriarcado. Ya por entonces se habían fortificado con murallas las ciudades y el varón se hizo caudillo de ejércitos profesionales, lo que obligó a todas las culturas a adoptar la monarquía en vista de la eficacia probada del invento. El falo permitió la entrada del varón en los sacrificios rituales como fecundador no sólo de la hembra sino también de los campos de cultivo y de la naturaleza en general. Lo cual le permitió irrumpir en los rituales secretos de la magia que hasta entonces habían venido siendo exclusivos de las sacerdotisas. Entrar en el rito como víctima que había de ser sacrificada tras copular (hierogamia) con la (sacerdotisa de) Gea, fue una inversión que dio sus frutos no sólo en las nuevas cosechas sino también en la entrada del varón en uno de los ejercicios más importantes del poder establecido, en el sacrificio ritual y, con el, en el mudo de la magia. Osiris, Atis, Adonis… serían los nuevos personajes que se harían protagonistas, por más que todavía lo siguieran siendo sus parejas Isis, Afrodita…, y entonces, no antes, pudo representarse a Príapo como jardinero y portador de guadaña (hoz), que más que de muerte era un instrumento de siega y recolección.

Y fue entonces que, junto con otros factores, como el de detentar la propiedad de medios de producción tales como las armas, el arado de hierro, magia e instrumentos técnicos para la caza, etc., pudo socavar desde dentro las instituciones a favor de un nuevo orden en el que prevalecería su sexo, dicho tanto en sentido de género como de órgano vital, no en vano el glande del pene tiene forma de cabeza de flecha. No fue en principio una flecha la que atravesaba un corazón como símbolo del amor sino el pene que penetraba unas nalgas, como M.Cano supo desvelarnos. Y no es bromeando que nos preguntamos si el nuevo orden patriarcal se debió más al caudillaje militar o al falo erecto –arqueólogos e historiadores tiene la Ciencia para dilucidar la prioridad-, pero hay que ver la fiesta que armó el varón y cómo se creció en su autoestima cuando se miró el ombligo… y vio que era bueno, se gustó. Quizás venga de entonces que empezara a llenar su pecho henchido de brillantes charreteras.

Pues bien, sólo a partir de entonces la piedra sagrada podría remedar el falo, bien en figura de pene sagrado, bien de obelisco egipcio, al representar algo que antes no había sido relevante -ahora sí- para la reproducción. No era, pues, no, fálico el menhir original donde sentíamos latir el espíritu del muerto.

Así pues, si sabemos -y ya lo sabemos- que la piedra era símbolo y signo del espíritu del fallecido, de cuya muerte dependía la continuación de nuestra vida en nuestro grupo y nuestro entorno, entenderemos que el nuevo papel simbólico del menhir como falo fuera posterior. Después incluso de que las piedras sagradas tomaran la forma de monumentos megalíticos que marcarían el territorio de la tribu y servirían de señal para extraños ajenos a nuestro clan, pero éste fue un valor añadido compatible con su sentido original de recordarnos el espíritu totémico del grupo.

Conviene resaltar que el sentimiento y la convicción de de que la piedra encarnaba el espíritu del muerto (y por lo tanto del tótem, de la tribu) tanto en el Mediterráneo y Oriente Próximo y Medio como en el Cuzco de los Incas, lo que confirma su aceptación universal en los primeros tiempos de todas las culturas.

4.     Las piedras encarnan el espíritu de la tribu (el tótem)

La imagen de un objeto, animal o persona, no solo representaba su espíritu, sino que era el espíritu mismo. Por eso la representación de un ser vivo (bien plana, como la pintura, bien en tres dimensiones como con la escultura) nos permitía -o así lo creíamos, dado el carácter mágico y sagrado con que lo percibíamos- apoderarnos de su alma. Prueba de ello es tanto la pintura de Altamira que nos permitió cazar al bisonte, o al mamut, o a cualquiera que nos pusieran por delante, como la televisión actual por exhibirse en la cual la gente pierde los estribos (Martín Cano estudia en profundidad la relación de las pinturas rupestres con las constelaciones). Y aún sigue vigente el pánico de miembros de algunas tribus a ser fotografiados o el regusto con que guardamos en la cartera, cerca del corazón, la foto de la persona más querida.

La estatua de piedra con cara de mujer, cuerpo de león alado y cola de serpiente, era la esfinge protectora. La protección por la esfinge explica que ésta se levantara a la puerta de las ciudades, extendiéndose a las tumbas..., para proteger al muerto? o para protegernos a nosotros del espíritu del muerto? El término “esfinge” es griego pero proviene del egipcio shesep-ankh, que significa “imagen viva”. Imagen viva en la piedra donde se encarna el espíritu del muerto. Pero esto qué es? un juego de palabras? en qué quedamos? es la piedra el espíritu del muerto… o de lo vivo? No cabe esta pregunta a estas alturas, ya sabemos que lo vivo y lo muerto son dos aspectos de una misma cosa, del espíritu que los anima. Y que la imagen de algo no sólo representa su alma sino que es su alma, su espíritu mismo, ya lo dijimos antes, pero conviene repetirlo.

También sabemos que nuestros ancestros del Jerolítico asociaron los huesos con las piedras asumiendo que en ellos residía el espíritu vital, incluso después de muerto. Más aún, era el espíritu de la vida en el cadáver del muerto el que hacía posible que el grupo al cual pertenecía pudiera seguir vivo, el que aseguraba la supervivencia del clan (de la especie), su re-generación, y que, mediante la muerte, incluso lo re-vitalizara. Cuando escribimos “(re)” lo hacemos para significar que los (re)nacimientos, (re)generaciones lo serían de la naturaleza o del clan como grupo colectivo y no como resurrección o reencarnación del individuo fallecido, lo que sí ocurriría después, en pretensiones más recientes, vigentes todavía. Los cenotafios, tumbas vacías, sí lo eran ya en memoria de individuos fallecidos cuyo cuerpo ausente no podía ser enterrado.

Ya como Homo Sapiens Arcaico, anterior a nuestra especie, hace más de 200.000 años inhumamos los cadáveres. Habíamos tomado ya consciencia de nuestra propia muerte, de la muerte y renacer del Sol en cada día y del eterno retorno del ciclo estacional, en que la vida aparentemente muere pero luego renace con nueva vitalidad. E imitando a nuestra Madre Gea, la Naturaleza ctónica, de cuyo vientre en el subsuelo renace la vida en manantiales, en la vida vegetal de las semillas enterradas, en los árboles que hunden las raíces bajo tierra, nos enterramos en su seno para repetir en nosotros el ciclo vital que aseguraría nuestra supervivencia como una especie más.

Novare aut perire, “renovarse o morir”, dice mal el adagio latino, cuando lo correcto para nuestros ancestros era perire ut novare: era necesario “morir para poder regenerarse”.
      No se trata de un juego de palabras, más o menos ingeniosas, con la intención de embaucar. No. El tema es serio, no retórico, nos iba la vida en ello, nuestra supervivencia como especie.

Y el espíritu estará en el aire, o en el agua, o en cualquier elemento vivo de la naturaleza (todo está vivo en la naturaleza), pero los mitos de Cadmo y Jasón, o de Deucalión y Pirra, bien que nos dejaron claro que fue de las piedras (piedra o hueso, ya sabemos que son lo mismo) de donde surgieron los espíritus que se encarnaron en nuevos seres vivos.

Por lo demás destaca el hecho de que las primeras estatuillas mágicas con el fin de fertilizar -fueran de piedra, madera o terracota- eran todas figuras de diosas. Eran femeninas, sí, con mamas y caderas abundantes, como las Venus ucranianas o las de Obeid, Ur, o las checas de Dolni, de hace más de 20.000 años, que insinuaban el triángulo del pubis -demiúrgico, el signo femenino es todavía la letra del triángulo, la delta griega D- para que, clavadas en el suelo, por magia de contacto, simpática o mimética, hicieran fértil la tierra donde se enterraran. Son femeninas, sí, las estatuillas que se excavan, tanto más cuanto más antiguas son, cuando aún no se (re)conocía el papel del falo como órgano reproductor.
          
Pues
                        en el origen fue la diosa (Gea)  y todo lo demás se engendró en ella.

 

 

 

5.   Las esculturas de piedra encarnan el espíritu del individuo (estatuas)

 

Pero si la piedra encarnaba el espíritu de la naturaleza en general, y de la tribu en particular, ahora nos atrevemos a dar un paso mas afirmando que tambn encarnaba el espíritu individual.

A las “fuerzas naturales” que queríamos y conseguimos someter las denominábamos (en griego) daimones y su personificación fue fruto del miedo al espíritu del muerto. Pero al ponerles nombres, empezamos con ello a dominarlas. Los dioses comenzaron siendo “daimones” y algunos de ellos se quedaron a mitad de camino, como puras abstracciones, sin llegar a la personificación: la Violencia, el Miedo, por ejemplo, se quedaron en eso, en abstracciones, mientras que la guerra institucionalizada mereció su personalización en el dios Ares/Marte. Las divinidades son un invento posterior, pues las creamos haciendo divinos (protectores y oraculares: adivinos) a los (espíritus de los) fallecidos en sacrificios rituales quienes, muriendo, se aseguraban la inmortalidad en el espíritu del grupo. En ese sentido era teológicamente correcto que los reyes (sacrificados) se confundieran con su dios tribal: acaso no eran ellos la mejor representación del espíritu de la tribu?

(Por cierto que los dioses, al ser inmortales, se quedan en conceptos huecos, muertos, fríos, mientras que a los humanos la muerte nos hace vivir con pasión, con emociones, que no tendrían sentido ni cabida si viviéramos toda la eternidad. Quizás sea por eso que, aunque

Zeus había sido vaticinado por el oráculo de Temis que un hijo
            suyo le habría de matar,

él no paraba de copular, como si buscara la muerte desesperadamente, intentando engendrar a quien pudiera destronarle y envidiando a los humanos, que pueden morir y por tanto vivir una existencia real, aunque su muerte sagrada individual, al ser sacrificial, les hiciera realmente inmortales, pues lograban con ello que su grupo nunca muriera en la vida real, y esto sí que ha resultado un juego extraño de palabras, lindo, verdad? aunque pido disculpas por la digresión, lo siento, no pude evitarlo.

Recordamos que todas las culturas, los griegos, los mesopotámicos y hasta los incas del Cuzco, creían firmemente que la vida del ser humano estaba latente en las piedras, y por eso a los difuntos (sagrados, divinizados) se les representaba con monolitos que erigían con motivo de su enterramiento. Que luego esa piedra sagrada se inscribiera, o esculpiera, como en la isla de Pascua en el Pacífico, para que se asimilara al muerto –o al ser humano, en general- es un proceso natural que devino en la escultura como un modo de dar vida al fallecido. Las efigies de los faraones en sus tumbas tenderían un fuerte parecido con el personaje real.

Cuanto más abstracto fuera lo representado, tanto menos personalizada (identificable como una persona concreta) sería la piedra erigida en su memoria. Así, la imagen de la diosa frigia Cibeles, incluso en Roma o en la necrópolis española de Carmona de tiempos augusteos, se representaba con una piedra gris -belite-, mientras que el busto de piedra de un patricio romano tendría un gran parecido con el antepasado fallecido, lo que en castellano se dice un "vivo retrato", como las efigies de los faraones en sus tumbas lo serian de los mismos cuando estaban vivos. La piedra que representaba a la tribu, su tótem, tenia que ser mas abstracta mientras que las esculturas posteriores se identificaron con las personas concretas que representaban. Lo que se intenta decir es que en el origen de la escultura estaba ya su función de dar vida a la persona fallecida (o cuando falleciera). Por eso las efigies eran sagradas. Por eso sacrificar, por ejemplo, a alguien en efigie era lo mismo que hacérselo en su persona, y así lo seguían haciendo en la Edad Media, o actualmente en las fiestas de las Fallas de Valencia. Por eso

Laodamía dormía con la estatua de su amado Protesilao, que murió el primero en Troya, tal como había sido vaticinado, por haber sido el primero en desembarcar..., y   cuando en sus funerales "in absentia" quemaron su estatua, ella se arrojó a las llamas para morir con él.

Pues en el origen de la escultura está la piedra como alma de los muertos. En los menhires encontramos los orígenes de las esculturas pues de piedra fueron las primeras representaciones del espíritu de los fallecidos. La vida que latía en la escultura (vga.: de Galatea) se expresa también en otro mito, el de Lelaps y Teumesia, un perro y una zorra (o una cierva, o una liebre…, según la localidad):         

Lelaps, "huracán", era un perro de caza -de Céfalo- en Tebas al que los dioses le habían concedido el don de no fallar jamás alguna pieza. Teumesia (o Alopex-eco) era una zorra que, en Tebas, saqueaba impunemen­te no sólo los gallineros, sino también algún niño cada año, pues los dioses le habían concedido el don de no ser jamás cazada. Azuzaron a Lelaps contra Teumesia. Fue en las llanuras de Tebas. Todo el mundo quiso verlo. Ninguno de los dos podía fallar: Lelaps no podría dejar de cazarla, pero Teumesia no podría ser cazada, qué ocurriría? Por más que co­rrían los dos, cuando Lelaps se lanzaba a su cuello, Alopex le hacía un quiebro en seco y el perro derrapaba con las cuatro patas tiesas. El resultado era incierto y todo -o nada- podía ocurrir. Hasta que en una curva Lelaps la cerró bien y saltó definitivamente sobre ella. Ella también saltó para evitarlo…, y en pleno salto estaban los dos cuando quedaron convertidos en piedra.

[Ganaron los dos. El caía encima ya, ella no había sido todavía cazada. (En otra versión eran un Can y una Liebre que, glorificados por sus hazañas, se persiguen eternamente en el firmamento de noche como constelaciones). La historia de Lelaps y Teumesia es una parábola exquisita y pedagógica, por más que aparentemente fuera sólo un elogio hiperbólico ensalzando una estatua fascinante]     Así pues, si la piedra (o sus huesos) era el espíritu del muerto y por lo tanto lo era también de nuevas vidas, no nos extrañará que figuras de piedra o de barro hayan cobrado vida, además de Galatea…, como ocurrió con Adán (y de su hueso, Eva) o los spartoi de Cadmo en Tebas, o las que sembró Jasón como prueba iniciática en la Cólquide antes de que pudiera rescatar el vellocino de oro con Medea, o las que sembraron Deucalión y Pirra...

6.   La madera y el fuego, el agua y el barro

Nuestros ancestros decidieron sacralizar la piedra, ése fue su privilegio, y nosotros lo respetamos y damos fe de ello. Pero eso no nos impide recordar que cualquier otro elemento de la naturaleza, como el agua, la madera (el árbol), el fuego, el barro... o los ríos, las nubes, las montañas, formaban también parte de la Naturaleza, y como tales merecían ser sacralizados, y de hecho lo fueron, incluso como símbolos totémicos del espíritu de su grupo.

Por ejemplo, la
madera:

         Los árboles hacen llover, y atraen los rayos que nos dan el fuego, además de dar sombra y alimento, y madera para la construcción y para las hogueras, y para los ataúdes, y para hacer balsas o barcas que nos permitan flotar y transportar sobre las aguas, incluyendo al viaje al mundo de los muertos.
         Drys
es el nombre griego del roble y druida el sacerdote, el consagrado, el hombre-roble, hijo del roble. Para los celtas el muérdago y el árbol en el cual crece, si éste era el roble, eran objeto de culto y de veneración en la época romana. En la India y otras partes de Oriente se sigue desposando con árboles a hombres y mujeres.
El árbol protege la casa, por eso en muchas culturas se planta uno delante de ella cuando nace un hijo. Nos protegen incluso de los dioses pues los despistamos si colgamos algo de sus ramas: los dioses saben ver lo que ocurre en el cielo, en la tierra y en los mares, pero no en los espacios intermedios. Por eso, dicen, en la Tracia de las ramas colgaban a los muertos (era otro el motivo que nosotros conocemos pero que no procede desarrollar ahora: remedaban los frutos colgantes para incitar al árbol a que los diera en abundancia), o Dédalo colgaba las muñecas articuladas en Atenas, o Rea metió a Zeus en una cesta colgada de una rama, para que Cronos no lo pudiera ver. El mismo Vellocino de Oro pendía de un árbol para no ser encontrado.
     
  La asociación entre la piedra y el árbol no es forzada o gratuita: como la piedra, el árbol era sagrado, y también se detectan en él rasgos ctónicos (subterráneos, del mundo de la diosa, de los muertos), como las raíces, que se entierran. Por eso los primeros santuarios (nemus) fueron bosques naturales. En los tótems primitivos egipcios el santuario central de cada nomo era un árbol sagrado. Fueron árboles también los primeros oráculos. El susurro del movimiento de las hojas de la encina con el viento servía de oráculo a los griegos en Dodona y de expresión a los espíritus en Australia, China, Filipinas, Corea... Los miaokia al oeste y sur de China tienen todavía en cada aldea el árbol sagrado (totémico, en que reside por tanto el espíritu de sus ancestros, esto es, el de la tribu). Divinidades con ramas a menudo pueden corresponder a árboles antropomorfizados.
          Rasgos todos ellos importantes, tanto como para merecer un par de mitos: 

        El roble de los arios, Zeus, y la encina del Mediterráneo, Hera, se unieron en Dodona, y su noche de bodas duró 300 años,

dice el mito, y dice bien, pues los tres siglos XI a IX en que se fundió, con graves conflictos, la cultura doria con la nativa griega, se denominan “oscuros” por la falta de datos que tenemos sobre ellos (desapareció hasta la escritura!), en los que hicieron crisis los valores (dioses) míticos y sociales de las tribus nativas ante la imposición del nuevo orden patriarcal. O este otro, 

        Leto, la madre de los mellizos Apolo y Artemisa, se agarró a la rama de dos árboles, el olivo y la palmera, (o dos laureles) cuando le llegó el momento de parir.

Y Erisictón, hermano de Forbante, fue mortalmente castigado por la diosa: el motivo y el castigo fueron que 

por haber talado un árbol sin el consentimiento de su ninfa (su espíritu) le entró tanta hambre que no paraba de comer, y comió tanto que terminó comiéndose a sí mismo,

lo que estamos a punto de sufrir si no paramos antes la tala de la selva en el Amazonas. Si es que no hay pregunta que podamos hacernos hoy en día que no esté ya contestada desde entonces por los griegos (hasta el psicoanálisis, véase el mito de Melampo).
            El árbol no fue sólo el primer tótem (después de lo que sabemos no estamos tan seguros, es posible que el primer tótem fuera de piedra, la piedra), primer refugio, primer huerto, más tarde primer fuego, sino que su concepto se mezcló con el del número, escritura, calendario y alfabeto (tema este algo extenso que no podemos desarrollar pues nos alejaría del que ocupa este lugar, baste con decir aquí que drys en celta significa tanto árbol como letra y que las 18 letras de su alfabeto tenían nombres de árboles). Los regalos de los dioses nos llegan todavía de los árboles, en la Navidad.
            Y nosotros, perplejos por nuestro origen, durante mucho tiempo seguiríamos presumiendo –seguimos todavía- de nuestro árbol genealógico, o hablando de volver a las raíces como metáfora de encontrar nuestros orígenes, curioso, verdad?

Y qué decir del fuego?

            Nos calentó los glaciales inviernos, nos permitió cocinar y comer carne, que de otro modo no habríamos podido al carecer de colmillos, ahuyen a nuestros depredadores, iluminó nuestras noches, endureció las puntas de nuestras lanzas, hizo posible la cerámica y luego la fusión de los metales y la orfebrería.., y lo que es más, se reproducía rápidamente desde el tamaño mas pequeño hasta el infinito.
            El sol quema, y no s
ólo en sentido figurado, sobre todo en el verano, y era sabido que con su calor infundía la vida en la naturaleza...

             ...fue
Prometeo, según algunos, el que insufló la chispa de la vida al primer hombre en figura modelada de la arcilla…,

          ...porque el alma del fuego, la chispa, está en la piedra…, lo sabían? como también se encarna en la madera, pruébenlo, basta con encenderla. Acaso no está viva la llama del fuego? no la oyen crepitar? es sólo por eso que nos fascina? o será más bien quizás porque la sigamos viendo inconscientemente como el espíritu que reside en la piedra y la madera? (Todavía decimos de algo vivo –y alegre!- que tiene chispa, spark-ing en inglés)
            El fuego es el alma de la madera, donde reside, como la chispa lo es de la piedra. Y como el dios del rayo se refugia en los
árboles, Zeus se identificó con el roble.
           El fuego, pues, se guarda en los santuarios de
árboles, principalmente de robles, donde el rayo se refugia acompañándose de estruendos y truenos que proclaman su alta dignidad. Fuego y agua son opuestos, y sabemos que los mitos gustan de los contrarios para contar sus historias en negativo, por eso la Hidra (agua) escupe fuego, y los rayos de fuego iluminan las tormentas de lluvia. Posidón con la reforma olímpica devino en dios de las aguas pero antes lo era de los bosques, los árboles y la madera.
            El fuego era mantenido vivo por las vestales que pagar
ían con su vida el dejarlo apagar. Por eso eran vírgenes, para evitar que descuidaran su obligación  de mantenerlo encendido. Pero de protegidos devinieron en protectores como lares de las casas. El fuego de Delfos era transportado en los barcos que partían hacia nuevas colonias. En la India todo gira alrededor de Agni, dios del fuego.
            Imitando el eterno retorno de los ciclos estacionales de la naturaleza que hac
ían posible la regeneración de los muertos en nuevos seres vivos, aros de fuego se hacían rodar en dirección del solsticio de verano cuando el sol llegaba al solsticio de invierno, para insuflarle nueva vida y calor. El sacrificio de los reyes sagrados llevaba consigo el apagar todos los fuegos que se encendían al comenzar el reinado del nuevo, cuyo ciclo se acompasaba con el de las estaciones. Si el sacrificio lo era por incineración, la victima "roble" era quemada en madera de roble.
            La inmortalizaci
ón por el fuego lo practicaron Deméter, Tetis y Medea, con sus hijos Demofonte, Aquiles, y los habidos con Jasón, respectivamente, cuando los quemaron. Cuando Medea hace arder a sus hijos o a la princesa de Corinto no es una asesina, realiza con ellos un ritual de inmortalización llevándolos a la muerte de la que nace la vida que se regenera en nuevas cosechas y nuevos seres vivos. Todavía hoy encendemos lamparillas donde alguien muere para inducir a su espíritu a que cumpla con su deber de mantenerse vivo, de mantener la vida de nuestro grupo y de la naturaleza. Como también ponemos coronas de flores para recordarle su regeneración, en nuevos seres vivos y en abundantes cosechas. Por eso el fuego es símbolo de vida. Por eso el recién nacido es "alumbrado", "dado a luz".
            Rojo es el color del fuego, como lo es del sol cuando nace y se pone
cada día, y de la sangre que calienta nuestros cuerpos, y de la lava del volcán que escupen las entrañas de la tierra, y del metal al rojo vivo. El negro de la noche era el color preferido de la diosa, y la primera cerámica griega utiliza los colores rojo y negro.
          Como lo quemado no deja restos y elimina el riesgo de la contaminación, pronto se utilizó para las fiestas de las purificaciones, al comienzo de ciclos estacionales. Pero no estamos seguros de que fuera éste el motivo original de la cremación de los cadáveres.  

Héracles había prometido a su madre Alcmena en Tebas que cuidaría de su hermano mellizo Ificles  y que volvería con él de la guerra que iba a entablar contra los moliónidas de la Elide, pero dado que Ificles cayó muerto en la batalla, lo incineró para cumplir su promesa de volver con él a Tebas, lo cual hizo con la urna en que portaba sus cenizas, para darle sepultura en su tierra natal,

       lo que sugiere que la incineración se instituyera con este objetivo, el de permitir traer los restos de los fallecidos en batalla fuera del territorio de su clan. Esto es, que la cremación de los cadáveres pudo ser un efecto secundario de las guerras que se institucionalizaron –con ejércitos profesionales y caudillo al mando- en la Edad del Bronce, fechas en que coincide con la cultura de las urnas con cenizas de los incinerados. Y en los casos de cenotafios, seguía siendo la piedra la que recordaba al fallecido que no podía ser enterrado.

Y qué diremos del agua?
        En los hierogramas la espiral representa tanto el agua como la diosa. En muchas culturas venimos de las aguas y tenemos que atravesarlas para llegar al mundo de los muertos. Del agua son rescatados muchos héroes expuestos en cestas a la deriva. De agua es el bautismo recordando el nacimiento del bebé tras la ruptura de la bolsa de liquido amne
ótico. La presencia de un estanque junto a los primeros templos no se justifica por puras razones funcionales o profilácticas.

Y del barro? la arcilla? o del esparto? o del lino...?

               Prometeo creó al primer hombre, su hermano Epimeteo, modelándolo en el barro. Y le dio vida insuflándole una chispa que había robado del rayo de Zeus (o del carro del sol-Helio)
                Dios cre
ó  del barro a Ad
án y a Eva de un hueso (costilla) de Adán

        Pero ya está bien, que nos estamos desviando.


7. Tumbas de piedra, sarcófagos de madera (cestas, barcas, para las muertes y los nacimientos)

Si de piedra era el menhir, también de piedra eran las tumbas excavadas bajo roca, y de piedra –o madera- era la barca en que el difunto viajaba al más allá, o la de Ammón Re hacia su tumba por el Nilo, o las navetas de piedra de Menorca o la barca de piedra de San Andrés de Teixidó. De piedra serían, cómo no, las lápidas mortuorias, y de piedra los kouroi y sirenas que protegían las tumbas de los muertos. Pero eran de madera las cestas y las barcas donde nacían o morían numerosos héroes o semidioses de las mitologías.

Por asociación con la piedra y por su mejor manejo eran de madera los ataúdes, las cajas de los muertos. Y de arcilla las urnas, en épocas del Bronce, con las cenizas del incinerado que, volviendo a sus raíces, serían en todo caso luego enterradas en cámaras subterráneas en su tierra natal.

Retomando el tema de la espiritualidad sagrada de la piedra y de la madera en los ataúdes, como las piedras son los huesos de la Tierra, y como de la tierra también son los árboles, la madera, donde se esconde la chispa -el alma, del fuego, cuánto sabemos ya-, no es de extrañar que los ataúdes, las cajas sagradas, los “sarcó-fagos” (que comen la carne del cuerpo, sagrado, que se encierra dentro) fueran de piedra, de arcilla o de madera, de acacia o de ciprés, de hoja perenne como símbolo de la inmortalidad. El ataúd (la caja, el arca, la cesta, el cofre) remeda el vientre de la madre (tierra) donde el espíritu del muerto se regenera en nuevas vidas.

  Por encargo de Zeus que quería vengarse de Prometeo que le negaba la carne de los sacrificios, Hífestos creó  del barro a la primera mujer, Pandora ("toda llena de dones") a quien dotaron todos los dioses de todas las gracias, y que portaba consigo un cofre (su vientre) del que saldrían todas las desgracias humanas (y los seres humanos también).
     
           Por eso el mito que nos cuente que el héroe de quien se trate está llamado a regenerarse (divinizarse, nos atrevimos luego) nos avisa informándonos que fue arrojado al agua en una cesta o caja, como ocurre en el caso de Edipo, de Auge con su hijo, de Hipótoo, de Pelias, de Anfión, de Egisto, de Moisés, o de Rómulo romano o del persa Ciro, todos ellos descubiertos y anunciados por pastores. O la misma arca de la Alianza que, al contener el dios (el espíritu de su clan, tribu o pueblo), lo diviniza como sarcófago sagrado (vientre regeneracional), por más que estuviera aparentemente vacía ya que el dios de los judíos no podía ser representado. O el arca de Noé, de la que nacería toda una nueva generación, ésta de todos los seres animados, hecha de madera de acacia como la barca mortuoria de Osiris. Afrodita encerró al fenicio Adonis (señor, adonais, Tammuz en Mesopotamia) en un cofre que entregó a la diosa de la Primavera, Perséfone, para que lo guardara en un lugar oscuro (en su vientre). Y eso que Perséfone vivía en el Hades, el más oscuro reino, subterráneo, el de los muertos.

Más aún: Si el arca sarcófago se introducía en agua (río, mar…), no es difícil asociarlo con el líquido que recubre el feto del ser que va a ser alumbrado (dar a luz, salir del oscuro vientre de la madre-tierra). El bautismo era un rito de adopción, extrayéndose del agua de la que va a nacer al adoptado, representando su inmersión y salida como si se tratara del líquido amniótico, y la nueva madre simulará dolores de parto o realizará un ritual en el que se hará pasar al adoptando a gatas por entre sus piernas, institucionalizando de este modo la entrada del nuevo hijo en su nueva tribu. Por eso

Peribea simuló dolores de parto en la costera Sición cuando recogió del agua la cesta en que fue abandonado el bebé Edipo

Ya va encajando todo.

Las arcas -cajas, cestas…, de piedra, de arcilla, de madera- no son, pues, sino el lugar apropiado para que los cuerpos humanos, enterrados bajo tierra (la redundancia es expresa), puedan renacer, regenerarse, como lo hacen las plantas y todos los seres animados, desde el vientre de la Tierra. 

El ateniense Demofonte, rey de Tracia, enloqueció al abrir el cofre que le había regalado su esposa Fílide. De la “caja (el vientre)” de Pandora (la primera mujer, la Eva griega), salieron (“nacieron”) todas las desgracias humanas (esto es, los seres humanos). Acrisio encerró a su hija Dánae en una celda bajo tierra, donde Zeus la fecundó con su lluvia de oro, engendrando a Perseo cuya vida salvó su madre Dánae arrojándolo al mar en un arca de madera. Fegeo encerró en un arca a Arsínoe antes de venderla al rey de Nemea. Cicno, llamado así en honor del cisne que le salvó de las aguas cuando al nacer fue arrojado al mar, encerró a su hijo Tenes en una urna que a su vez arrojó también al mar. Cípselo (colmena) de Corinto fue escondido por su madre Lábdaca en una colmena (alacena?) para que no lo mataran, siendo el cretense Glauco re-generado por Melampo desde la tinaja de miel en que se hallaba encerrado (tumbas en forma de colmena las había en Micenas y en Creta). Remedando la muerte sacrificial predictible de su esposo Héracles, Deyanira guardaba en un cofre la camisa envenenada con que habría de incinerarle, por lo que esta prenda no podía ver la luz del día hasta tanto llegara el momento de vestir con ella a Héracles, cuyo cuerpo abrasado dio nombre a las Termópilas (pasaje ardiente).

 

También Reo fue expuesta al agua en un cofre por su padre Estáfilo. Por cierto que arribó a la isla de Delos donde parió a Anio, primer caso -único?- de un nacido en Delos, pues en la isla donde nació el dios-Sol de la luz (Apolo) estaba prohibido nacer, enfermar o morir (dominio éste de la diosa del Averno a donde la luz no llega jamás).
         
Apolonio de Rodas define expresamente a la nave Argos de los Argonautas como vientre de la madre. El ataúd de madera tomaba la forma de un barco para realizar el viaje a la ultratumba por las aguas de Caronte (insinuando por tanto un vientre donde poder re-generarse). Hay quien dé más?

Pues más todavía: el tributo que los primeros reyes tenían que pagar por acceder al trono mediante su unión con la (sacerdotisa de la) diosa, era la muerte sacrificial (voluntaria y en beneficio de su clan). Ya lo decía Anquises, seducido con engaños por la diosa Afrodita: que ya no había remedio, que no podía escapar de la muerte el que hubiera copulado con la diosa. Pues bien, tiempos después, cuando el rey sagrado quiso romper con esta tradición y escapar de la muerte ritual, buscó subterfugios: substitutos, niños, efigies…, que fueran sacrificados en su lugar para revitalizar a la naturaleza (y a los miembros del clan al que pertenecía, o más concretamente a la próxima cosecha estacional), mientras ellos simulaban su propia muerte y tras el sacrificio “renacían”. No era otro el ritual de la sed de los faraones, tan cercanos a nosotros como la XIX dinastía y posteriores, en que simulaban su muerte por unos días para regenerarse con más vitalidad y lucidez. Pues bien, en los mitos griegos, reyes como

Enopión de Hiria y Euristeo de Micenas se escondían temporalmente en una urna de madera o de piedra bajo tierra o excavada en la roca, sarcófagos en sus tumbas, el primero cada vez que se le acercaba Orión y el segundo cuando el que llegaba era Héracles

lo que sugiere que simulando una muerte “real”, escapaban de la muerte ritual.

 
8.   Miradas que petri-fican

          Y como el tema resulta fascinante y los argumentos en los que se apoya hasta ahora nos parecen -a mí al menos- convincentes, nos atrevemos a dar un paso más:

La mirada (del dios) mata, convirtiéndonos en piedra, sobre todo si nos miran con la cabeza girada hacia atrás

Otra frase tan rotunda como extraña. Otra que también necesita explicación.

Perseo regresaba con éxito de su misión de decapitar a la Gorgona Medusa, cuya mirada petrificaba (mataba). En la boda de Perseo y Andrómeda, a la que salvó del dragón marino, el tío de la novia, Fineo, armó un altercado de resultas del cual Perseo mostró la cabeza de Medusa y quedaron petrificados, además de Fineo, Abaris, Actiages, Agirte, Alciónides, Anfimedón, Anfix, Astreo, Atis, Celedón, Clito, Clitón, Cromis, Dano, Elis, Eriteo, Erix, Etemón, Etión, Flegias, Forfante, Hipseo, Lecabas, Molfeo, Nileo, Pétolo, Polidemón, Tésalo, Toactes...

        Hay quien se refiere al mito de la Gorgona como el “mal de ojo”, la envidia del vecino que te desea algún daño, y en los tiempos en que éramos animistas confundíamos la realidad con el deseo, por lo que si te deseaban algún mal, era como para echarse a temblar. Freud vio en los cabellos de serpientes de la Medusa el pánico infantil ante la visión del vello cúbico de la hembra por primera vez. Recordemos...

...la visión de Yahvé por Moisés, la de Zeus por Sémele, la conversión en estatua (de sal, estéril) de la mujer de Lot por volver la vista atrás, el velo con que deben cubrirse Deucalión y Pirra para arrojar hacia atrás piedras que se convirtieran en un nuevo pueblo (litos en griego significa tanto piedra como pueblo),  o la mirada mortal de Orfeo a su amada Eurídice,  por haber querido verla salir del mundo de los muertos, mirando hacia atrás; o la conversión en piedras, por la mirada de Hermes, de Aglaura, Bato, y tantos más. Como Arsíone quedó petrificada al mirar el cadáver de su enamorado Arcenofonte, o Anaxáreta cuando vio el cadáver de Ifis.


         En los culto de Hades (dios y mundo de los muertos) los participantes desviaban la vista. Todavía decimos “quedarse uno de piedra” cuando algo sorprendente nos deja inmovilizados. Por citar algunos más que no quede:

Perseo decapitó la cabeza de la Gorgona Medusa cuya mirada mataba (petrificaba), y lo hizo sin mirarla de frente para no quedar él petrificado; en los cultos de Hades (
dios y mundo de los muertos) se desviaba la vista;  Cronos, tras castrar con una hoz a su padre Urano,  arrojó  los  genitales  hacia atrás; lo mismo que Zeus cuando él a su vez castró a su padre Cronos;  Deucalión y Pirra tenían que sembrar (perdón, arrojar hacia atrás) las piedras que no eran sino los huesos de la Madre Tierra...

        ...para sembrarlas, realmente para sembrarlas. Y el sembrador no se para ni mira hacia atrás cuando arroja las semillas a los lados mientras camina. Acaso no eran los tebanos descendientes (spartoi) de los dientes del dragón que Cadmo sembró? No nacieron los guerreros de la tierra que Jasón también sembró con los dientes del dragón?
            M
ucho nos sospechamos que, a pesar de lo arcaico de que presumen ser los mitos de Cronos, los que lo relataron ya conocían la función del falo, con cuya sangre, por cierto, disuelta en agua –de Osiris, Atis, Adonis…- regaban los surcos arados y los árboles. Pues no decían los hititas que

             Kumarbi devoró los genitales de su padre Anu y éstos lo preñaron convirtiéndose en semilla (cuál sería el término en hitita?) dentro de su estómago?,

             la de cosas tan raras que decían!



         
  Pues bien, lo extraño en todo esto es que la cercanía de los dioses derive en daño y maldición. Su mirada aniquila, su presencia en nuestra intimidad es origen de los males peores. Véase, si no:

           asistieron a la boda de Cadmo y Harmonía y recuérdese el horrible futuro de sus cuatro hijas: Agave que devoró a su hijo Penteo, Ino que se suicidó con su hijo Melicertes, Sémele carbonizada por la vista de Zeus, y Autónoe que vio a su hijo Acteón convertido en ciervo y devorado por sus propios perros; aceptaron la invitación a la mesa de Licaón y el resultado fue el Diluvio; acudieron a la comida  de Tántalo y ahí están las historias de pelópidas y atridas que se peleaban ya en el vientre de su madre; fueron a la boda de Tetis y Peleo, y allí se fraguó Troya con la célebre manzana de la Discordia.

           El motivo es profundo y antiquísimo. Para empezar, el espíritu era malo, de el venían todas las desgracias, pues era vengativo y no nos perdonaba por no haberlo tratado mejor mientras estuvo en vida. No hace falta una preparación especial en Psicología para percatarnos de inmediato de un elemental fenómeno de atribución (proyección, lo llamaban antes). Veamos:
            P
ara nuestros ancestros primitivos todo su mundo y su vida era sagrada y espiritual. No hay Historia Sagrada sino que es la Pre-Historia la sagrada. Lo que pasa es que los términos “sagrado” y “espiritual” no tenían para ellos el sentido exultante y poético que les damos nosotros. Lo sagrado era lo impuro, lo tabú, de lo que había que defenderse por su hostilidad, por aplicarse a todo lo relacionado con el espíritu, la muerte, el (re)nacimiento; y el espíritu –que residía en la piedra, en la madera, en el agua, en el aire, en el hálito, l’elan vital…- el espíritu era malo, era hostil, pues fue creado como proyección psicológica de nuestro miedo al muerto como efecto de nuestros remordimientos que nos hicieron temer que nos habría de castigar (nos exorcizamos de él otorgándole entidad e incluso divinizándolo para convertirlo de hostil en protector). Precisamente por eso, en los sacrificios (originalmente nocturnos) los parientes y asistentes se vestían de negro para camuflarse en las sombras de la noche con el fin de no ser percibidos por el enfadado espíritu del muerto, lloraban ruidosamente para aplacar la ira del difunto (de paso que por magia mimética se forzaría a la naturaleza a llover), al acabar el sacrificio el oficiante regresaba a encerrarse 40 días en su casa corriendo que se las pelaba…, etc. Por eso era el espíritu el culpable de todas las desgracias y enfermedades, cuya cura general era mediante exorcismo (para liberar al enfermo del espíritu causante de la enfermedad).
            Por eso los griegos en los tiempos clásicos todavía creían que no debían reírse en público, pues podrían verlo los dioses a quienes no les gusta ver a los hombres felices. La envidia les haría enviarles aflicciones y calamidades. A pesar de lo cual, una vida sin dioses (sin valores) no merece ser vivida. Lo que pasa es que los dioses se aburren si a los mortales no nos pasa nada importante. Por eso de vez en cuando nos dan caña. Pero qué sería de nosotros sin las desgracias?
            Así que las desgracias y los espíritus venían de la mano, no es que llegaran juntos, es que eran lo mismo. Y como nos rodean por todas partes, lo que nos amedrenta de ellos es que no podemos preverlos. Quizás sea por eso que la Biblia dice que

            la sabiduría comienza en el temor de dios (initium sapientiae, timor domini)
 

 

 

9.   Todavía hoy. Y una simple propuesta

       Last but not least, los arquitectos y sus construcciones, secularmente aliados con el poder, han dado siempre fe de los valores dominantes en la sociedad en que han realizado sus trabajos. Sin necesidad de remontarnos más allá, en la Edad Media (y Moderna) no podía edificarse ninguna construcción por encima de la altura de la iglesia, y hoy en día los edificios más altos son los de las multinacionales, de los Bancos y de las compañías de Seguros ("en dios confiamos", reza el texto de los billetes de los dólares). El término “secular” que he utilizado no parece correcto, pues su carácter sagrado se explicitaba todavía en Roma donde el responsable y encargado de la construcción de puentes era nada menos que el Sumo Pontí-fice. Su carácter de sagrado era evidente en la antigüedad cuando desde los menhires a los dólmenes, monumentos megalíticos, santuarios astronómicos como Stonehenge cerca de Londres o las taulas de Menorca, las pirámides, las tumbas y mausoleos, por no decir todo edificio comunal, todos eran de piedra o de madera y estaban por tanto estrechamente relacionados con la muerte. Pero no nuestra muerte actual que es el fin de la vida, sino la muerte enterrada de la que surge la vida en su ciclo estacional y que revitaliza el espíritu del grupo, del clan, de la tribu, de la especie.

        Y como epílogo, ya que la piedra es clave en las edades prehistóricas, y se le llama Paleolítico a la Edad de la Piedra Antigua, nos atrevamos a sugerir -y así lo hacemos, de un modo explícito– que al menos en Antropología ese término se substituya por el de Hierolítico, la Edad de la Piedra Sagrada: se identificaría mejor con los contenidos y objetivos de sus estudios, al tiempo que marcaría por dónde van –o deberían ir– los tiros en sus investigaciones.

Por si faltaban argumentos y algún escéptico no lo tiene claro todavía, recordamos que en tiempos tan recientes como en los siglos IV y V de la Grecia clásica, el hacha bifaz cretense y el cuchillo sacrificial en los rituales no era de metal, tenía que ser de piedra (sílex).

Bué…: Laodamía, Lelaps, Galatea…, Adán del barro, Eva de un hueso, Epimeteo de la arcilla en la que Prometeo infundió una chispa de fuego -la que robó del carro de Helios/sol o del rayo de Zeus-, las esculturas de piedra que están vivas, imágenes llenas de magia…, quizás sea por eso, porque las religiones persiguen la magia, por lo que el monoteísmo no soporta las imágenes, aunque el catolicismo las ha recuperado a través de las numerosas epifanías y manifestaciones locales de su diosa la Virgen y Madre María.

Puedo contarles algo personal?: En el museo de Corinto vi moverse las correas de cuero de la falda de un guerrero. Debía hacer corriente y el aire las movía, de atrás adelante, de adelante atrás. Me acerqué y las toqué…, las correas no eran de cuero, eran de piedra! Pero yo las vi moverse. Lo juro por las aguas del Estigia. 

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          (No se citan fuentes ni bibliografía por basarse el estudio en hipótesis personales y en mitos que pueden  encontrarse  en cualquier manual,  no siendo relevante  un texto preciso  de los mismos)

© SE-1.368-03

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