Indice: 1. Las Piedras como huesos de la Tierra 2. La Piedra Sagrada en los ritos y en la magia 3. Piedras fálicas 4. Las piedras encarnan el espíritu de la tribu (el tótem) 5. Las esculturas de piedra encarnan el espíritu del individuo (las estatuas) 6. La madera y el fuego, el agua y el barro 7. Tumbas de piedra, sarcófagos de madera, cestas, barcas, para las muertes y los nacimientos 8. Miradas que petri-fican 9. Todavía hoy. Y una simple propuesta Pigmalión esculpió en piedra el cuerpo de una mujer a la que llamó Galatea y le salió tan hermosa la escultura que se enamoró de ella, por lo que pidió a Afrodita que le infundiera vida, a lo que la diosa accedió, y pudo unirse a ella y de ella tuvo hijos… Este mito, que parece un bello cuento menor, refleja algo más profundo que es el sentimiento del hombre primitivo en relación con la piedra, en la cual se encarnaba el espíritu, la vida -el espíritu que anima la vida y la naturaleza-, en la Prehistoria. Es más, las piedras son los huesos de Gea, la Madre Tierra. Una afirmación tan extraña y rotunda requiere explicación y comentarios, glosas y exégesis que podemos encontrar en la mitología. 1. Las Piedras como huesos de la Tierra El término griego hieros significa “sagrado” y litos, “piedra”. Sacralizar algo implicaba tabuarlo, impedir su contacto, por el peligro que entrañaba para el grupo, siendo la muerte, las divinidades y la sangre menstrual sus mejores exponentes. Los reyes eran sagrados, antes de divinizarlos, y no podían ser tocados –aún sigue la prohibición con el mikado japonés- no sólo porque cualquier daño que se le ocasionara repercutiría en un mismo perjuicio para su propio grupo ya que en él se encarnaba el espíritu de los ancestros, sino porque el poder que le daba su carácter sacro podía poner en peligro a los que se le acercaran. Nolli me tangere, dijo Jesús a su madre María y a Magdalena tras haber resucitado, “no se os ocurra tocarme”, pues acababa de regresar del mundo de los muertos. Moisés estuvo a punto de sufrir un percance fatal al ver a Yahvé en el monte Sinaí y Sémele quedó carbonizada ante la vista de Zeus. El tema es más complejo pero, en relación con el asunto que nos ocupa, baste con esto por ahora. Dicho lo cual, recordemos varios mitos sobre piedras: Deucalión (el Noé griego), rey de Ftía, y su mujer Pirra repoblaron la Tierra tras el diluvio universal, arrojando piedras hacia atrás y cubriéndose la cabeza (remedando los gestos de la siembra, o para no mirarlas, no fuera que quedaran a su vez petrificados ellos mismos), obedeciendo el consejo de Temis: “arrojad hacia atrás los huesos de vuestra madre”, lo cual entendieron que se refería a las piedras de la Madre Tierra…, no necesitamos interpretar, retorcer, el mito, cuyo texto lo dice expresamente: las piedras son los huesos de la Madre Tierra y, si los sembramos, de ellos renacerán seres vivos. También lo sabía Cadmo quien, al fundar Tebas, sembró en la tierra los dientes (huesos) del dragón Aonia que protegía la fuente Aretíada (la serpiente fue siempre símbolo de la Diosa Madre), al cual había vencido y matado con su lanza, y de esa tierra surgieron ya armados los spartoi (“sembrados”) que combatieron entre sí, sobreviviendo los cinco de los que nacieron los cinco linajes de nobles tebanos…, y los griegos pelasgos, procedentes de Palestina a mediados del IV milenio, quienes proclamaban su descendencia de los dientes de la serpiente Ofión. Ahora entendemos que Rea, harta ya de entregar a su pareja Cronos los hijos que ella paría para que su padre los devorara, cuando nació Zeus le dio a comer una piedra envuelta en pañales en lugar de su hijo Zeus y Cronos se lo tragó, sin percatarse del engaño.
(Informados
como estamos ya al respecto, no resulta extraño que Cronos, que devoraba los
paridos por Rea, se tragara la piedra que ésta le dio en el lugar del recién
nacido Zeus: simplemente le engañó haciéndole creer que había nacido muerto.
Cronos se tragó la piedra, el engaño, el muerto) El escéptico lector puede pensar, y ése es su privilegio y su derecho, que estas interpretaciones pueden ser producto de una mente fantasiosa, quizás calenturienta, para llevarse el gato al agua, retórica poética que puede ser ingeniosa como metáforas y juegos de palabras, pero que no tienen por qué ser confirmadas por la realidad histórica. A eso debo contestar que los mitos durante milenios han constituido el acervo cultural, el derecho y la moral, y el medio de comunicación y aprendizaje de las tribus primitivas (hasta en la Edad del Hierro, incluso hasta nuestros días), por lo que bien fuera una vivencia mística de nuestros ancestros con su entorno natural, bien fuera enseñado y aprendido por la mitología, el resultado es el mismo: que las primeras tribus sintieron (o aprendieron a ver) latente en la piedra el espíritu vital.
Y para terminar
este apartado, recordemos los hermai, el cálculo y el ostracismo.
Hermai eran pilares de piedra (amilhadoiros son los montones de
piedra gallegos que bordean los caminos) que si tenían esculpido un pene en
el centro representaba a Hermes, dios "agrícola" tanto como psicopompo,
esto es, transportista de las almas de los muertos al mundo "subterráneo"
del olvido, en el cual dios se asociaba correctamente la muerte con la
fertilidad y el mundo del subsuelo. Calculus es palabra latina que
significa guijarro, el cual servía para contar, junto con los dedos.
Ostrakos era la piedra griega en que se inscribía el nombre de aquel a
quien queríamos ver alejado de la ciudad. Así que el carácter sagrado de la
piedra, apta para la construcción de lugares sagrados, no le impidió ser
útil para otros menesteres, como fueron el cálculo
y la escritura. 2. La Piedra Sagrada en los ritos y en la magia
Aunque el
espíritu embargara todo nuestro entorno y nuestra vida diaria, no podíamos
sacralizar por completo nuestra rutina cotidiana. Eso nos habría sobrepasado
y bloqueado cualquier actividad. Y es por eso que tuvimos que limitar la
sacralización a momentos periódicos en los que, mediante el rito, pudiéramos
hacer presente el espíritu de la Naturaleza y el de nuestros ancestros, que
era el mismo, a fin de liberarnos de lo que, de otro modo, se habría
convertido en una agobiante presencia que exigiría toda nuestra atención.
Estando, pues, el espíritu en todos los lugares, en todas las cosas y en
todo momento, siendo el espíritu sagrado, y teniendo tanto que ver lo
sagrado con la muerte (de la que surge la vida), por lo que debíamos
evitarlo en lo posible, pues simplemente verlo o tocarlo podría dañarnos,
tuvimos que inventar algo para controlar tanto peligro, pues de otro modo
habríamos vivido aterrados al sentirnos rodeados por doquier por el espíritu
sagrado en todas sus manifestaciones naturales. Y lo hicimos.
Decidimos que el espíritu se manifestaba en los que serían los cuatro
elementos (agua, vientos, fuego y tierra,
ésta
tanto en la piedra como en los árboles o el barro), y a esta limitación
le añadimos otras
dos, una en el espacio y otra en el tiempo: solo serian sagrados cuando se
tratara de tales elementos en lugares sagrados, y sólo en los
momentos en que, mediante
ritos
(ceremonias con representaciones adecuadas y las palabras apropiadas), los
conjuráramos
para comunicarnos con ellos cuando nosotros lo consideráramos conveniente.
El círculo en el suelo que el padre de familia dibuja en la India sacraliza
la tierra en que realiza su ceremonia, acabada la cual se borra el círculo y
el suelo utilizado deja de ser sagrado a todos los efectos. Y así limitamos
la sacralización a determinados elementos y en determinados momentos y
lugares en que mediante el rito y la magia nos comunicaríamos con el
Espíritu, que lo era de la Naturaleza tanto como de nuestros Ancestros,
prestándole toda nuestra atención con toda la intensidad con que debíamos,
lo cual solo era posible en un tiempo determinado y limitado. El elemento
utilizado para representar el espíritu de nuestra tribu, nuestro tótem,
fuera animal, árbol... o nube, nos vendría dado por su relevancia en nuestro
grupo o la dependencia que tuviéramos del mismo. Con lo cual las distintas
manifestaciones del espíritu con el tiempo devendrían en dioses distintos
según el grupo del que fueran tótem.
La Magia fue
antes que nada una actitud de dignidad y de defensa contra las agresiones de
la Naturaleza (tormentas, nieve, rayos, ventiscas, terremotos, volcanes,
glaciares, sequías...), mediante un titánico esfuerzo para controlarla. Es
en este sentido que se ha dicho que la Magia es la madre de la Ciencia. El
control de la naturaleza se inicio con su medida. Observando los solsticios
o el discurso del sol y de la luna, pudimos predecir estaciones y
acontecimientos y, previéndolos, podíamos causarlos o defendernos de ellos.
Y todo eso mediante una simple asociación mental de acontecimientos
espaciales o temporales contiguos: si al llover aparecen ranas, no hay más
que colocar una rana en el lugar adecuado y esperar a que llueva, que seguro
que llueve, sobre todo si lo hacemos en la estación adecuada. Así que
funcionaba! (o al menos así lo creímos, y eso es lo importante para
nosotros, aunque lo fue más
aún para ellos). Todavía no relacionábamos racionalmente las causas con los
efectos, pero el paso mental lo fue de gigante, sobre todo en la autoestima,
pues adoptamos una postura beligerante, activa -y no pasiva, humillada,
sumisa, sufriente- ante los desastres naturales, arrogándonos la capacidad
de convertir en realidad la utopía, atreviéndonos a realizar gestas
descabelladas (como cazar un mamut o un elefante, u ordenar a la Naturaleza
que se comportara), convirtiéndonos de presas en depredadores. (Non
serviam! gritó Luci-fer, el que porta la luz, ya basta! ese fue
Prometeo, ni dios ni amo! y dominando la Naturaleza con la magia, la
medimos con el calendario para seguir más
tarde con la agricultura, las canalizaciones, o con la ley de la gravitación
universal. Pero si la magia fue un hallazgo basado en el error de asociar los acontecimientos por su contigüidad en un tiempo y espacio determinados, o por el contacto, o por simple semejanza (magia simpática, mimética, homeopática: homeopática y por exorcismos era la medicina, si similis similem quaerit, también entonces similia similibus curantur), entonces resultábamos vulnerables en las partes del cuerpo en que más claramente se manifestaba nuestra alma -o espíritu-, como el pelo, nuestro nombre real que guardábamos en secreto, nuestra imagen, la huella del pie, o la sombra que proyectaba nuestro cuerpo, por lo que la persona sacralizada era transportada -lo es todavía!- con sandalias sobre parihuelas para no dejar su huella en la tierra y cubierto bajo palio para evitar la proyección de su sombra por el suelo.
Y que tiene que ver todo esto con la
piedra? levanta la mano un impaciente que se atreve a preguntar. Pero aún
necesitamos de otra breve digresión
para poder volver al tema. Obviaremos los detalles, como el de que hubiera que controlar al público asistente para evitar que, en el entusiasmo de la ceremonia, o en la histeria colectiva si se quiere, se autoemascularan para imitar a la víctima y poder participar activamente en el ritual. Ya he escrito en algún otro lugar, y no me duelen prendas repetirlo, que si una cultura es más o menos civilizada según su capacidad de sacrificio y sufrimiento en beneficio de las siguientes generaciones, ninguna cultura fue más civilizada que aquélla en que se realizaban sacrificios humanos, cuando eran voluntarios. Pero no me voy a explayar. Baste con la idea de que la muerte sacrificial, ritual, era regeneracional, pues gracias a ella era posible que siguiera la vida para todos, para el grupo y para la naturaleza en general. Y ello nos permite definir lo “sagrado” como todo lo relacionado con la muerte, incluyendo en ella la vida en su manifestación de ciclos estacionales -como ocurría con los ritos y las divinidades agrícolas-, o de todo aquello que anunciara el (re)nacimiento, como la sangre menstrual. Y como el demiurgo que hacía posible la regeneración estacional de la Naturaleza, de las plantas, de los nuevos nacimientos en el propio clan, era el espíritu del muerto, podemos concluir que el mundo sagrado, espiritual, era todo lo relacionado con la muerte, el propio espíritu (del muerto y también, en general, de toda la naturaleza) y su posterior previsible renacimiento en nuevos seres vivos (del grupo, o plantas, animales…) en los cuales se encarnaba. Todo lo cual se significaba con la piedra hincada, erecta, vertical en santuarios donde enterrábamos al fallecido, puesta en pie como símbolo totémico –señal de identidad- del espíritu del clan (i.e.:, de los ancestros) que se (re-)encarnaría en nuevos seres (miembros de la tribu, plantas, animales…) asegurando la supervivencia de su grupo. Importante, no? E ingenioso, voto a bríos. La piedra era, pues, sagrada, cuando era utilizada en rituales (menhires en santuarios, estelas…) como representación del espíritu del clan (de los ancestros). 3. Piedras fálicas Antes de continuar quiero hacer expreso mi rechazo a la hipótesis de que el menhir, la piedra erecta, fuera desde sus comienzos un símbolo fálico. El monolito egipcio bien pudo representarlo, al Falo, con mayúsculas, como luego veremos que lo mereció, pero eso fue en tiempos recientes (más acá del 3000 adne, hace menos de 5.000 años). El obelisco, cuando mira al sol en su cénit, esconde su sombra. Min, el dios-pene egipcio, era la representación de Ammón-sol en su templo de Luxor. Príapo, el dios-falo griego, es jardinero y porta guadaña, hoz que no asesina sino que sirve para cosechar, ya sabemos que la muerte de la semilla que hay en nosotros redunda en nuevas vidas y cosechas. Príapo fue siempre especialmente dilecto para Gea, pero sólo para sus ratos de ocio y divertimento. El falo no podía ser sagrado en unos tiempos en que no se conocía su función reproductora, y sabemos que hasta recientemente (hacia el 4, 5.000 b.p.) ignorábamos la relación entre cópula y parto Prueba de ello es que en los mitos griegos, que creemos son reflejo de un sentir en la cultura minoico-micénica -cuando hace crisis la sociedad matrilineal, rematada después por la entrada de los dorios alrededor del 1.050 adne., cuya versión conocida nos ha llegado fuertemente censurada en la Grecia clásica por los dioses (valores) olímpicos, misóginos por apolíneos, y en todo caso patriarcales-, en tales mitos persisten las referencias al embarazo de las hembras, humanas y animales, por el agua de los ríos (o de la lluvia, en el caso de Dánae) o por los vientos (el espíritu gusta de viajar por el aire), en especial Bóreas, el Viento del Norte, el gran Reproductor, y al norte era que tenían que orientarse las grupas de las hembras (mujeres o animales) que debían ser preñadas.
Domesticamos la cabra y
otros animales desde el VII milenio, lo que implica que ya entonces
conocíamos la relación entre cópula y parto, pues había que montarlas y
cruzarlas entre sí. Pero seguimos todavía mucho tiempo convencidos de que,
al menos en los humanos, el espíritu que encarnaba nuevas vidas provenía de
elementos naturales, como el aire o el agua, y es por tanto coherente que
una virgen quedara embarazada por el Espíritu Santo (el espíritu era santo,
sagrado, en todo caso), se llamara o no Maria, y que muchas otras mujeres
míticas griegas, como Alcmena, Ino, Leda..., quedaran embarazadas de
espíritus (dioses olímpicos en figuras de animales del tótem de ella) en los
precisos momentos en que copulaban con sus esposos de carne y hueso. Con el conocimiento de su función reproductora, llegó la exaltación del falo. En opinión del que suscribe la toma de conciencia del papel del falo en la reproducción marco un hito en el proceso de transición de la sociedad maternal al patriarcado. Ya por entonces se habían fortificado con murallas las ciudades y el varón se hizo caudillo de ejércitos profesionales, lo que obligó a todas las culturas a adoptar la monarquía en vista de la eficacia probada del invento. El falo permitió la entrada del varón en los sacrificios rituales como fecundador no sólo de la hembra sino también de los campos de cultivo y de la naturaleza en general. Lo cual le permitió irrumpir en los rituales secretos de la magia que hasta entonces habían venido siendo exclusivos de las sacerdotisas. Entrar en el rito como víctima que había de ser sacrificada tras copular (hierogamia) con la (sacerdotisa de) Gea, fue una inversión que dio sus frutos no sólo en las nuevas cosechas sino también en la entrada del varón en uno de los ejercicios más importantes del poder establecido, en el sacrificio ritual y, con el, en el mudo de la magia. Osiris, Atis, Adonis… serían los nuevos personajes que se harían protagonistas, por más que todavía lo siguieran siendo sus parejas Isis, Afrodita…, y entonces, no antes, pudo representarse a Príapo como jardinero y portador de guadaña (hoz), que más que de muerte era un instrumento de siega y recolección. Y fue entonces que, junto con otros factores, como el de detentar la propiedad de medios de producción tales como las armas, el arado de hierro, magia e instrumentos técnicos para la caza, etc., pudo socavar desde dentro las instituciones a favor de un nuevo orden en el que prevalecería su sexo, dicho tanto en sentido de género como de órgano vital, no en vano el glande del pene tiene forma de cabeza de flecha. No fue en principio una flecha la que atravesaba un corazón como símbolo del amor sino el pene que penetraba unas nalgas, como M.Cano supo desvelarnos. Y no es bromeando que nos preguntamos si el nuevo orden patriarcal se debió más al caudillaje militar o al falo erecto –arqueólogos e historiadores tiene la Ciencia para dilucidar la prioridad-, pero hay que ver la fiesta que armó el varón y cómo se creció en su autoestima cuando se miró el ombligo… y vio que era bueno, se gustó. Quizás venga de entonces que empezara a llenar su pecho henchido de brillantes charreteras. Pues bien, sólo a partir de entonces la piedra sagrada podría remedar el falo, bien en figura de pene sagrado, bien de obelisco egipcio, al representar algo que antes no había sido relevante -ahora sí- para la reproducción. No era, pues, no, fálico el menhir original donde sentíamos latir el espíritu del muerto. Así pues, si sabemos -y ya lo sabemos- que la piedra era símbolo y signo del espíritu del fallecido, de cuya muerte dependía la continuación de nuestra vida en nuestro grupo y nuestro entorno, entenderemos que el nuevo papel simbólico del menhir como falo fuera posterior. Después incluso de que las piedras sagradas tomaran la forma de monumentos megalíticos que marcarían el territorio de la tribu y servirían de señal para extraños ajenos a nuestro clan, pero éste fue un valor añadido compatible con su sentido original de recordarnos el espíritu totémico del grupo. Conviene resaltar que el sentimiento y la convicción de de que la piedra encarnaba el espíritu del muerto (y por lo tanto del tótem, de la tribu) tanto en el Mediterráneo y Oriente Próximo y Medio como en el Cuzco de los Incas, lo que confirma su aceptación universal en los primeros tiempos de todas las culturas. 4. Las piedras encarnan el espíritu de la tribu (el tótem) La imagen de un objeto, animal o persona, no solo representaba su espíritu, sino que era el espíritu mismo. Por eso la representación de un ser vivo (bien plana, como la pintura, bien en tres dimensiones como con la escultura) nos permitía -o así lo creíamos, dado el carácter mágico y sagrado con que lo percibíamos- apoderarnos de su alma. Prueba de ello es tanto la pintura de Altamira que nos permitió cazar al bisonte, o al mamut, o a cualquiera que nos pusieran por delante, como la televisión actual por exhibirse en la cual la gente pierde los estribos (Martín Cano estudia en profundidad la relación de las pinturas rupestres con las constelaciones). Y aún sigue vigente el pánico de miembros de algunas tribus a ser fotografiados o el regusto con que guardamos en la cartera, cerca del corazón, la foto de la persona más querida. La estatua de piedra con cara de mujer, cuerpo de león alado y cola de serpiente, era la esfinge protectora. La protección por la esfinge explica que ésta se levantara a la puerta de las ciudades, extendiéndose a las tumbas..., para proteger al muerto? o para protegernos a nosotros del espíritu del muerto? El término “esfinge” es griego pero proviene del egipcio shesep-ankh, que significa “imagen viva”. Imagen viva en la piedra donde se encarna el espíritu del muerto. Pero esto qué es? un juego de palabras? en qué quedamos? es la piedra el espíritu del muerto… o de lo vivo? No cabe esta pregunta a estas alturas, ya sabemos que lo vivo y lo muerto son dos aspectos de una misma cosa, del espíritu que los anima. Y que la imagen de algo no sólo representa su alma sino que es su alma, su espíritu mismo, ya lo dijimos antes, pero conviene repetirlo. También sabemos que nuestros ancestros del Jerolítico asociaron los huesos con las piedras asumiendo que en ellos residía el espíritu vital, incluso después de muerto. Más aún, era el espíritu de la vida en el cadáver del muerto el que hacía posible que el grupo al cual pertenecía pudiera seguir vivo, el que aseguraba la supervivencia del clan (de la especie), su re-generación, y que, mediante la muerte, incluso lo re-vitalizara. Cuando escribimos “(re)” lo hacemos para significar que los (re)nacimientos, (re)generaciones lo serían de la naturaleza o del clan como grupo colectivo y no como resurrección o reencarnación del individuo fallecido, lo que sí ocurriría después, en pretensiones más recientes, vigentes todavía. Los cenotafios, tumbas vacías, sí lo eran ya en memoria de individuos fallecidos cuyo cuerpo ausente no podía ser enterrado. Ya como Homo Sapiens Arcaico, anterior a nuestra especie, hace más de 200.000 años inhumamos los cadáveres. Habíamos tomado ya consciencia de nuestra propia muerte, de la muerte y renacer del Sol en cada día y del eterno retorno del ciclo estacional, en que la vida aparentemente muere pero luego renace con nueva vitalidad. E imitando a nuestra Madre Gea, la Naturaleza ctónica, de cuyo vientre en el subsuelo renace la vida en manantiales, en la vida vegetal de las semillas enterradas, en los árboles que hunden las raíces bajo tierra, nos enterramos en su seno para repetir en nosotros el ciclo vital que aseguraría nuestra supervivencia como una especie más.
Novare aut perire,
“renovarse o morir”, dice mal el adagio latino, cuando lo correcto para
nuestros ancestros era perire ut novare: era necesario “morir para
poder regenerarse”. Y el espíritu estará en el aire, o en el agua, o en cualquier elemento vivo de la naturaleza (todo está vivo en la naturaleza), pero los mitos de Cadmo y Jasón, o de Deucalión y Pirra, bien que nos dejaron claro que fue de las piedras (piedra o hueso, ya sabemos que son lo mismo) de donde surgieron los espíritus que se encarnaron en nuevos seres vivos.
Por lo demás destaca el hecho de
que las primeras estatuillas mágicas con el fin de fertilizar -fueran de
piedra, madera o terracota- eran todas figuras de diosas. Eran femeninas,
sí, con mamas y caderas abundantes, como las Venus ucranianas o las de
Obeid, Ur, o las checas de Dolni, de hace más de 20.000 años, que insinuaban
el triángulo del pubis -demiúrgico, el signo femenino es todavía la letra
del triángulo, la delta griega
D-
para que, clavadas en el suelo, por magia de contacto, simpática o mimética,
hicieran fértil la tierra donde se enterraran.
Son femeninas, sí, las estatuillas que se excavan, tanto más cuanto más
antiguas son, cuando aún
no se (re)conocía
el papel del falo como órgano
reproductor.
5. Las esculturas de
piedra encarnan el espíritu del individuo (estatuas) Pero si la piedra encarnaba el espíritu de la naturaleza en general, y de la tribu en particular, ahora nos atrevemos a dar un paso mas afirmando que también encarnaba el espíritu individual. A las “fuerzas naturales” que queríamos y conseguimos someter las denominábamos (en griego) daimones y su personificación fue fruto del miedo al espíritu del muerto. Pero al ponerles nombres, empezamos con ello a dominarlas. Los dioses comenzaron siendo “daimones” y algunos de ellos se quedaron a mitad de camino, como puras abstracciones, sin llegar a la personificación: la Violencia, el Miedo, por ejemplo, se quedaron en eso, en abstracciones, mientras que la guerra institucionalizada mereció su personalización en el dios Ares/Marte. Las divinidades son un invento posterior, pues las creamos haciendo divinos (protectores y oraculares: adivinos) a los (espíritus de los) fallecidos en sacrificios rituales quienes, muriendo, se aseguraban la inmortalidad en el espíritu del grupo. En ese sentido era teológicamente correcto que los reyes (sacrificados) se confundieran con su dios tribal: acaso no eran ellos la mejor representación del espíritu de la tribu? (Por cierto que los dioses, al ser inmortales, se quedan en conceptos huecos, muertos, fríos, mientras que a los humanos la muerte nos hace vivir con pasión, con emociones, que no tendrían sentido ni cabida si viviéramos toda la eternidad. Quizás sea por eso que, aunque
Zeus había sido vaticinado por el
oráculo de Temis que un hijo él no paraba de copular, como si buscara la muerte desesperadamente, intentando engendrar a quien pudiera destronarle y envidiando a los humanos, que pueden morir y por tanto vivir una existencia real, aunque su muerte sagrada individual, al ser sacrificial, les hiciera realmente inmortales, pues lograban con ello que su grupo nunca muriera en la vida real, y esto sí que ha resultado un juego extraño de palabras, lindo, verdad? aunque pido disculpas por la digresión, lo siento, no pude evitarlo. Recordamos que todas las culturas, los griegos, los mesopotámicos y hasta los incas del Cuzco, creían firmemente que la vida del ser humano estaba latente en las piedras, y por eso a los difuntos (sagrados, divinizados) se les representaba con monolitos que erigían con motivo de su enterramiento. Que luego esa piedra sagrada se inscribiera, o esculpiera, como en la isla de Pascua en el Pacífico, para que se asimilara al muerto –o al ser humano, en general- es un proceso natural que devino en la escultura como un modo de dar vida al fallecido. Las efigies de los faraones en sus tumbas tenderían un fuerte parecido con el personaje real. Cuanto más abstracto fuera lo representado, tanto menos personalizada (identificable como una persona concreta) sería la piedra erigida en su memoria. Así, la imagen de la diosa frigia Cibeles, incluso en Roma o en la necrópolis española de Carmona de tiempos augusteos, se representaba con una piedra gris -belite-, mientras que el busto de piedra de un patricio romano tendría un gran parecido con el antepasado fallecido, lo que en castellano se dice un "vivo retrato", como las efigies de los faraones en sus tumbas lo serian de los mismos cuando estaban vivos. La piedra que representaba a la tribu, su tótem, tenia que ser mas abstracta mientras que las esculturas posteriores se identificaron con las personas concretas que representaban. Lo que se intenta decir es que en el origen de la escultura estaba ya su función de dar vida a la persona fallecida (o cuando falleciera). Por eso las efigies eran sagradas. Por eso sacrificar, por ejemplo, a alguien en efigie era lo mismo que hacérselo en su persona, y así lo seguían haciendo en la Edad Media, o actualmente en las fiestas de las Fallas de Valencia. Por eso Laodamía dormía con la estatua de su amado Protesilao, que murió el primero en Troya, tal como había sido vaticinado, por haber sido el primero en desembarcar..., y cuando en sus funerales "in absentia" quemaron su estatua, ella se arrojó a las llamas para morir con él. Pues en el origen de la escultura está la piedra como alma de los muertos. En los menhires encontramos los orígenes de las esculturas pues de piedra fueron las primeras representaciones del espíritu de los fallecidos. La vida que latía en la escultura (vga.: de Galatea) se expresa también en otro mito, el de Lelaps y Teumesia, un perro y una zorra (o una cierva, o una liebre…, según la localidad): Lelaps, "huracán", era un perro de caza -de Céfalo- en Tebas al que los dioses le habían concedido el don de no fallar jamás alguna pieza. Teumesia (o Alopex-eco) era una zorra que, en Tebas, saqueaba impunemente no sólo los gallineros, sino también algún niño cada año, pues los dioses le habían concedido el don de no ser jamás cazada. Azuzaron a Lelaps contra Teumesia. Fue en las llanuras de Tebas. Todo el mundo quiso verlo. Ninguno de los dos podía fallar: Lelaps no podría dejar de cazarla, pero Teumesia no podría ser cazada, qué ocurriría? Por más que corrían los dos, cuando Lelaps se lanzaba a su cuello, Alopex le hacía un quiebro en seco y el perro derrapaba con las cuatro patas tiesas. El resultado era incierto y todo -o nada- podía ocurrir. Hasta que en una curva Lelaps la cerró bien y saltó definitivamente sobre ella. Ella también saltó para evitarlo…, y en pleno salto estaban los dos cuando quedaron convertidos en piedra. [Ganaron los dos. El caía encima ya, ella no había sido todavía cazada. (En otra versión eran un Can y una Liebre que, glorificados por sus hazañas, se persiguen eternamente en el firmamento de noche como constelaciones). La historia de Lelaps y Teumesia es una parábola exquisita y pedagógica, por más que aparentemente fuera sólo un elogio hiperbólico ensalzando una estatua fascinante] Así pues, si la piedra (o sus huesos) era el espíritu del muerto y por lo tanto lo era también de nuevas vidas, no nos extrañará que figuras de piedra o de barro hayan cobrado vida, además de Galatea…, como ocurrió con Adán (y de su hueso, Eva) o los spartoi de Cadmo en Tebas, o las que sembró Jasón como prueba iniciática en la Cólquide antes de que pudiera rescatar el vellocino de oro con Medea, o las que sembraron Deucalión y Pirra... 6. La madera y el fuego, el agua y el barro
Nuestros ancestros decidieron sacralizar la piedra, ése fue su privilegio, y
nosotros lo respetamos y damos fe de ello. Pero eso no nos impide recordar
que cualquier otro elemento de la naturaleza, como el agua, la madera (el
árbol), el fuego, el barro... o los ríos, las nubes, las montañas, formaban
también parte de la Naturaleza, y como tales merecían ser sacralizados, y de
hecho lo fueron, incluso como símbolos totémicos del espíritu de su
grupo. El roble de los arios, Zeus, y la encina del Mediterráneo, Hera, se unieron en Dodona, y su noche de bodas duró 300 años, dice el mito, y dice bien, pues los tres siglos XI a IX en que se fundió, con graves conflictos, la cultura doria con la nativa griega, se denominan “oscuros” por la falta de datos que tenemos sobre ellos (desapareció hasta la escritura!), en los que hicieron crisis los valores (dioses) míticos y sociales de las tribus nativas ante la imposición del nuevo orden patriarcal. O este otro, Leto, la madre de los mellizos Apolo y Artemisa, se agarró a la rama de dos árboles, el olivo y la palmera, (o dos laureles) cuando le llegó el momento de parir. Y Erisictón, hermano de Forbante, fue mortalmente castigado por la diosa: el motivo y el castigo fueron que por haber talado un árbol sin el consentimiento de su ninfa (su espíritu) le entró tanta hambre que no paraba de comer, y comió tanto que terminó comiéndose a sí mismo, lo que
estamos a punto de sufrir si no paramos antes la tala de la selva en el
Amazonas. Si es que no hay pregunta que podamos hacernos hoy en día que no
esté ya contestada desde entonces por los griegos (hasta el psicoanálisis,
véase el mito de Melampo). Y qué decir del fuego?
Nos calentó los glaciales inviernos, nos permitió cocinar y
comer carne, que de otro modo no habríamos podido al carecer de colmillos,
ahuyentó
a nuestros depredadores, iluminó
nuestras noches, endureció
las puntas de nuestras lanzas, hizo posible la cerámica
y luego la fusión
de los metales y la orfebrería..,
y lo que es más,
se reproducía
rápidamente
desde el tamaño
mas pequeño
hasta el infinito. Héracles había prometido a su madre Alcmena en Tebas que cuidaría de su hermano mellizo Ificles y que volvería con él de la guerra que iba a entablar contra los moliónidas de la Elide, pero dado que Ificles cayó muerto en la batalla, lo incineró para cumplir su promesa de volver con él a Tebas, lo cual hizo con la urna en que portaba sus cenizas, para darle sepultura en su tierra natal, lo que sugiere que la incineración se instituyera con este objetivo, el de permitir traer los restos de los fallecidos en batalla fuera del territorio de su clan. Esto es, que la cremación de los cadáveres pudo ser un efecto secundario de las guerras que se institucionalizaron –con ejércitos profesionales y caudillo al mando- en la Edad del Bronce, fechas en que coincide con la cultura de las urnas con cenizas de los incinerados. Y en los casos de cenotafios, seguía siendo la piedra la que recordaba al fallecido que no podía ser enterrado. Y qué
diremos del agua? Y del barro? la arcilla? o del esparto? o del lino...?
Prometeo creó
al primer hombre, su hermano Epimeteo, modelándolo en el barro. Y le dio
vida insuflándole una chispa que había robado del rayo de Zeus (o del carro
del sol-Helio) Pero ya está bien, que nos estamos desviando.
Si de piedra era el menhir, también de piedra eran las tumbas excavadas bajo roca, y de piedra –o madera- era la barca en que el difunto viajaba al más allá, o la de Ammón Re hacia su tumba por el Nilo, o las navetas de piedra de Menorca o la barca de piedra de San Andrés de Teixidó. De piedra serían, cómo no, las lápidas mortuorias, y de piedra los kouroi y sirenas que protegían las tumbas de los muertos. Pero eran de madera las cestas y las barcas donde nacían o morían numerosos héroes o semidioses de las mitologías. Por asociación con la piedra y por su mejor manejo eran de madera los ataúdes, las cajas de los muertos. Y de arcilla las urnas, en épocas del Bronce, con las cenizas del incinerado que, volviendo a sus raíces, serían en todo caso luego enterradas en cámaras subterráneas en su tierra natal. Retomando el tema de la espiritualidad sagrada de la piedra y de la madera en los ataúdes, como las piedras son los huesos de la Tierra, y como de la tierra también son los árboles, la madera, donde se esconde la chispa -el alma, del fuego, cuánto sabemos ya-, no es de extrañar que los ataúdes, las cajas sagradas, los “sarcó-fagos” (que comen la carne del cuerpo, sagrado, que se encierra dentro) fueran de piedra, de arcilla o de madera, de acacia o de ciprés, de hoja perenne como símbolo de la inmortalidad. El ataúd (la caja, el arca, la cesta, el cofre) remeda el vientre de la madre (tierra) donde el espíritu del muerto se regenera en nuevas vidas.
Por encargo de Zeus que
quería
vengarse de Prometeo que le negaba la carne de los sacrificios, Hífestos
creó
del barro a la primera mujer, Pandora ("toda llena de dones") a quien
dotaron todos los dioses de todas las gracias, y que portaba consigo un
cofre (su vientre) del que saldrían
todas las desgracias humanas (y los seres humanos también). Más aún: Si el arca sarcófago se introducía en agua (río, mar…), no es difícil asociarlo con el líquido que recubre el feto del ser que va a ser alumbrado (dar a luz, salir del oscuro vientre de la madre-tierra). El bautismo era un rito de adopción, extrayéndose del agua de la que va a nacer al adoptado, representando su inmersión y salida como si se tratara del líquido amniótico, y la nueva madre simulará dolores de parto o realizará un ritual en el que se hará pasar al adoptando a gatas por entre sus piernas, institucionalizando de este modo la entrada del nuevo hijo en su nueva tribu. Por eso Peribea simuló dolores de parto en la costera Sición cuando recogió del agua la cesta en que fue abandonado el bebé Edipo… Ya va encajando todo. Las arcas -cajas, cestas…, de piedra, de arcilla, de madera- no son, pues, sino el lugar apropiado para que los cuerpos humanos, enterrados bajo tierra (la redundancia es expresa), puedan renacer, regenerarse, como lo hacen las plantas y todos los seres animados, desde el vientre de la Tierra. El ateniense Demofonte, rey de Tracia, enloqueció al abrir el cofre que le había regalado su esposa Fílide. De la “caja (el vientre)” de Pandora (la primera mujer, la Eva griega), salieron (“nacieron”) todas las desgracias humanas (esto es, los seres humanos). Acrisio encerró a su hija Dánae en una celda bajo tierra, donde Zeus la fecundó con su lluvia de oro, engendrando a Perseo cuya vida salvó su madre Dánae arrojándolo al mar en un arca de madera. Fegeo encerró en un arca a Arsínoe antes de venderla al rey de Nemea. Cicno, llamado así en honor del cisne que le salvó de las aguas cuando al nacer fue arrojado al mar, encerró a su hijo Tenes en una urna que a su vez arrojó también al mar. Cípselo (colmena) de Corinto fue escondido por su madre Lábdaca en una colmena (alacena?) para que no lo mataran, siendo el cretense Glauco re-generado por Melampo desde la tinaja de miel en que se hallaba encerrado (tumbas en forma de colmena las había en Micenas y en Creta). Remedando la muerte sacrificial predictible de su esposo Héracles, Deyanira guardaba en un cofre la camisa envenenada con que habría de incinerarle, por lo que esta prenda no podía ver la luz del día hasta tanto llegara el momento de vestir con ella a Héracles, cuyo cuerpo abrasado dio nombre a las Termópilas (pasaje ardiente).
También Reo fue expuesta al agua
en un cofre por su padre Estáfilo. Por cierto que arribó a la isla de Delos
donde parió a Anio, primer caso -único?- de un nacido en Delos, pues en la
isla donde nació el dios-Sol de la luz (Apolo)
estaba
prohibido nacer, enfermar o morir (dominio éste de la diosa del Averno a
donde la luz no llega jamás). Pues más todavía: el tributo que los primeros reyes tenían que pagar por acceder al trono mediante su unión con la (sacerdotisa de la) diosa, era la muerte sacrificial (voluntaria y en beneficio de su clan). Ya lo decía Anquises, seducido con engaños por la diosa Afrodita: que ya no había remedio, que no podía escapar de la muerte el que hubiera copulado con la diosa. Pues bien, tiempos después, cuando el rey sagrado quiso romper con esta tradición y escapar de la muerte ritual, buscó subterfugios: substitutos, niños, efigies…, que fueran sacrificados en su lugar para revitalizar a la naturaleza (y a los miembros del clan al que pertenecía, o más concretamente a la próxima cosecha estacional), mientras ellos simulaban su propia muerte y tras el sacrificio “renacían”. No era otro el ritual de la sed de los faraones, tan cercanos a nosotros como la XIX dinastía y posteriores, en que simulaban su muerte por unos días para regenerarse con más vitalidad y lucidez. Pues bien, en los mitos griegos, reyes como Enopión de Hiria y Euristeo de Micenas se escondían temporalmente en una urna de madera o de piedra bajo tierra o excavada en la roca, sarcófagos en sus tumbas, el primero cada vez que se le acercaba Orión y el segundo cuando el que llegaba era Héracles lo que sugiere que simulando una muerte “real”, escapaban de la muerte ritual.
Otra frase tan rotunda como extraña. Otra que también necesita explicación.
Perseo
regresaba con éxito de su misión de decapitar a la Gorgona Medusa, cuya
mirada petrificaba (mataba). En la boda de Perseo y Andrómeda,
a la que salvó
del dragón
marino, el tío de la
novia, Fineo, armó un altercado de resultas del cual Perseo mostró la cabeza
de Medusa y quedaron petrificados, además de Fineo, Abaris, Actiages,
Agirte, Alciónides, Anfimedón, Anfix, Astreo, Atis, Celedón, Clito, Clitón,
Cromis, Dano, Elis, Eriteo, Erix, Etemón, Etión, Flegias, Forfante, Hipseo,
Lecabas, Molfeo, Nileo, Pétolo, Polidemón, Tésalo, Toactes... ...para
sembrarlas, realmente para sembrarlas. Y el sembrador no se para ni mira
hacia atrás
cuando arroja las semillas a los lados mientras camina. Acaso no eran los
tebanos descendientes (spartoi) de los dientes del dragón
que Cadmo sembró?
No nacieron los guerreros de la tierra que Jasón
también
sembró
con los dientes del dragón?
El motivo es
profundo y antiquísimo. Para empezar, el espíritu
era malo, de el venían
todas las desgracias, pues era vengativo y no nos perdonaba por no haberlo
tratado mejor mientras estuvo en vida. No hace falta una preparación
especial en Psicología para percatarnos de inmediato de un elemental fenómeno
de atribución
(proyección,
lo llamaban antes). Veamos:
la sabiduría comienza en el temor de dios
(initium sapientiae, timor domini)
9. Todavía hoy. Y una simple propuesta Last but not least, los arquitectos y sus construcciones, secularmente aliados con el poder, han dado siempre fe de los valores dominantes en la sociedad en que han realizado sus trabajos. Sin necesidad de remontarnos más allá, en la Edad Media (y Moderna) no podía edificarse ninguna construcción por encima de la altura de la iglesia, y hoy en día los edificios más altos son los de las multinacionales, de los Bancos y de las compañías de Seguros ("en dios confiamos", reza el texto de los billetes de los dólares). El término “secular” que he utilizado no parece correcto, pues su carácter sagrado se explicitaba todavía en Roma donde el responsable y encargado de la construcción de puentes era nada menos que el Sumo Pontí-fice. Su carácter de sagrado era evidente en la antigüedad cuando desde los menhires a los dólmenes, monumentos megalíticos, santuarios astronómicos como Stonehenge cerca de Londres o las taulas de Menorca, las pirámides, las tumbas y mausoleos, por no decir todo edificio comunal, todos eran de piedra o de madera y estaban por tanto estrechamente relacionados con la muerte. Pero no nuestra muerte actual que es el fin de la vida, sino la muerte enterrada de la que surge la vida en su ciclo estacional y que revitaliza el espíritu del grupo, del clan, de la tribu, de la especie. Y como epílogo, ya que la piedra es clave en las edades prehistóricas, y se le llama Paleolítico a la Edad de la Piedra Antigua, nos atrevamos a sugerir -y así lo hacemos, de un modo explícito– que al menos en Antropología ese término se substituya por el de Hierolítico, la Edad de la Piedra Sagrada: se identificaría mejor con los contenidos y objetivos de sus estudios, al tiempo que marcaría por dónde van –o deberían ir– los tiros en sus investigaciones. Por si faltaban argumentos y algún escéptico no lo tiene claro todavía, recordamos que en tiempos tan recientes como en los siglos IV y V de la Grecia clásica, el hacha bifaz cretense y el cuchillo sacrificial en los rituales no era de metal, tenía que ser de piedra (sílex). Bué…: Laodamía, Lelaps, Galatea…, Adán del barro, Eva de un hueso, Epimeteo de la arcilla en la que Prometeo infundió una chispa de fuego -la que robó del carro de Helios/sol o del rayo de Zeus-, las esculturas de piedra que están vivas, imágenes llenas de magia…, quizás sea por eso, porque las religiones persiguen la magia, por lo que el monoteísmo no soporta las imágenes, aunque el catolicismo las ha recuperado a través de las numerosas epifanías y manifestaciones locales de su diosa la Virgen y Madre María. Puedo contarles algo personal?: En el museo de Corinto vi moverse las correas de cuero de la falda de un guerrero. Debía hacer corriente y el aire las movía, de atrás adelante, de adelante atrás. Me acerqué y las toqué…, las correas no eran de cuero, eran de piedra! Pero yo las vi moverse. Lo juro por las aguas del Estigia.
* (No se citan fuentes ni bibliografía por basarse el estudio en hipótesis personales y en mitos que pueden encontrarse en cualquier manual, no siendo relevante un texto preciso de los mismos) © SE-1.368-03
|