textos escritos por mí  

recuerdos de aquella romería

Eran las vísperas de la Romería del Rocío que las gentes trianeras saborean como nadie.
Llegó el lunes del camino y el barrio sevillano de Triana era todo una fiesta para ver partir a la interminable caravana de carretas engalanadas, acompañadas por los romeros a pie y algunos a caballo.
Cuando se divisaba la torre de la iglesia de Mairena del Aljarafe, llegaba la anochecida y se hizo necesario ordenar la primera acampada del camino.
Al clarear la mañana del día siguiente, con el sonoro estruendo de tres cohetes, el Alcalde de Carretas despertaba al personal para iniciar la segunda etapa.
Al llegar al cruce con el camino de Pilas, se incorporó a la caravana un joven a lomos de un vistoso caballo negro, lujosamente atalajados caballo y caballero. Era el hijo del Conde de Niebla, dueño de "La Robaina". Al poco de incorporarse a la caravana, el joven jinete se notó observado por una jovencísima y bella trianera ataviada con su bata de volantes. Al verse insistentemente perseguido por la mirada de la jovencita, se hizo el encontradizo e intentó pegar la hebra con ella. A estas alturas del camino, Paloma -que así se llamaba la chiquilla-, estaba que no aguantaba más el dolor de pies. El apuesto caballero invitó a la chiquilla a montar a la grupa de su caballo. Paloma, llevaba tal dolor de pies, que aceptó gustosamente. Así, a caballo, da gusto hacer el camino rociero y mucho mejor si vas agarrada a la cintura de un apuesto jinete.
Así el atardecer se fue acercando y se organizó la segunda acampada del camino; después de la cena todos bailaron las sevillanas al compás de las guitarras y de las palmas de ritmo.

Otra mañana más, otra sesión de cohetes para despertar al personal y la enorme caravana reanuda el peregrinaje. Paloma y el del caballo negro eran ya muy amigos. Cada anochecida en las acampadas, se encontraban con energías juveniles para ir a coger amapolas, salvias, margaritas, jaras, alhucemas, nazarenos, espliegos..., y todas esas mil florecillas que salen nuevas en mayo.

Aquella noche, en el campamento había una gozosa algarabía para celebrar el encuentro con las hermandades rocieras de La Puebla y Coria del Río, de los Palacios y Villafranca, de Dos Hermanas y de Alcalá de Guadaira. Paloma y el joven cortijero bailaron por sevillanas como tantos otros, hasta quedar rendidos. Cuando en la lumbre del campamento se iban apagando las últimas ascuas, la mayoría de las gentes, rendidas por el cansancio, se disponían a dormir lo mejor posible. Algunas parejitas, en aquella romería, compartían manta por vez primera.

Vuelve otra mañana y el gran campamento de miles y miles de romeros que se había formado, se levantan con ganas y dispuestos a superar la proeza más dura de la jornada: vadear el río Guadiamar, que por allí todos lo han rebautizado como río Quema porque atraviesa un gran cortijo llamado la hacienda del Quema.

La interminable caravana de carretas y gentío, se aproxima ya al pueblo de Villamanrique de la Condesa. Uno o dos kilómetros antes de llegar al pueblo, se divisa una masa enorme de gente que viene hacia nosotros. Son casi todos los habitantes de Villamanrique que con su Hermandad Rociera al frente, nos hacen un solemne y entrañable recibimiento. Repiquetean con ritmo alegre las campanas de la iglesia y el encuentro entre las Hermandades se hace emocionante e inolvidable. La hospitalidad de estas gentes andaluzas, no tiene parangón en todo el mundo.
La noche en Villamanrique se convierte en una fiesta rociera por todo lo alto, preludio de la otra mayor que pasaremos la noche del sábado en la aldea del Rocío; se cantan y bailan sevillanas hasta altas horas de la madrugada.

Llega un nuevo día. Se va levantando el campamento con pereza, con resaca, pero con esperanzada alegría. ¡¡Ya se presiente el Rocío!! Se inicia la larga caravana de carretas blancas como un plantío de almendros en flor; ya huele el ambiente a polvo de las arenas; tras una dura jornada por un camino muy arenoso por la vereda de la Raya Real, se llega al Palacio del Rey a la caída de la tarde, última acampada antes de entrar en la aldea del Rocío.

Después de la cena, la gente, embriagada del ambiente de naturaleza virgen que se respira en el Coto Doñana, la víspera de la llegada a la ermita de la reina de las marismas del Guadalquivir, se entrega gozosa a la juerga rociera que se organiza en la acampada de aquel paraje.
Se cantan y bailan sevillanas rocieras, corraleras, bíblicas, alosneras, caracoleras, ... acompañadas por las guitarras, la dulzaina, el tamboril y el ritmo humilde y alegre de la caña. Circulan con generosidad las botellas de esos vinos finos que se elaboran con esmero por esta parte de Andalucía.
La agradable temperatura de las noches de finales de mayo, incita a las parejas de jóvenes y menos jóvenes, a adentrarse en el follaje de pinares y eucaliptales, que pueblan esa parte privilegiada del Coto Doñana, en perfecta armonía con la naturaleza protegida de aquella reserva ecológica.
La noche del sábado al domingo se vivió la gran víspera en la aldea del Rocío; fue una apoteosis.
En la madrugada del domingo al lunes, (26-5-69) los fanáticos mozos almonteños saltaron la verja antes de tiempo, al grito de ¡vamos por ella!, poseídos por una rara excitación que muchos llaman devoción. Y por fin salió en procesión esa imagen tan idolatrada por tantos andaluces de todo el mundo.

Se terminó el Rocío; los romeros vuelven a sus pueblos, a sus tareas; cada cual se lleva algún recuerdo: fotografías; nuevas amistades; nuevos amores; recuerdos de las noches del camino; el gozo de haber visto a la Virgen en esa madrugada mágica e incluso haber logrado tocar su carroza el lunes en la procesión por toda la aldea. Y el señorito del caballo negro, se lleva a su cortijo el símbolo de otro trofeo de caza conquistado un año más.


25-5-2001



Cuando un amigo se va...

Me acompañó a los mejores sitios desde años atrás. Con él viví momentos inolvidables. Aquellas vacaciones de agosto; la boda de mi hija; el traslado urgente de mi ancianita madre al hospital; momentos muy importantes de mi vida y de la de toda mi familia. Fueron muchos, muchos años los que estuvimos juntos.

Algo se muere en el alma
cuando un amigo se va
y va dejando una huella
que no se puede borrar.


¡Qué bien lo dice la letra de esa célebre sevillana! Mucho mejor que yo lo pueda expresar aquí con mi pobre prosa.

Creo que nunca llegaré a agradecerle suficientemente todo lo que él hizo por mí, por toda la familia. Todavía me queda en el pecho o aún más dentro, una aspereza, un resquemor; es como una sombra negra en el alma cada vez que me acuerdo de nuestra despedida, de nuestro desenlace definitivo. Sigo lamentando que me porté muy mal el día que nos separamos. Me alejé de él sin una mirada, sin un leve roce, para que no se me saltaran las lágrimas. ¡Aahhggg! ¡¡Las lágrimas!! Asquerosa costumbre metida en el tuétano de una sociedad de hipócritas, que obliga a los varones a disimular sus verdaderos sentimientos. Que nos obliga a contener las lágrimas cuando más nos lo pide el cuerpo. Maldigo el no poder volvernos a encontrar para comportarme con él como un hombre; como un verdadero hombre con una hache muy grande, ¡muy grande...! ¡...y al diablo con las lágrimas!


Cuando un amigo se va
queda un tizón encendido
que no se puede apagar
ni con las aguas de un río.


Me ayudan mucho esos versos de Alberto Cortez para dar a entender lo que tanto me cuesta decir con mis propias palabras. Y hoy escribo esto sólo por desahogarme; por autoconsolarme. Yo sé que ya no servirá de nada. Que nada voy a arreglar con todo esto. Pero escribir cosas así, aunque sé que él no las puede oír, me reconforta y me hace sentirme un poquitito más humano.

Siempre recordaré con cariño aquellos momentos en que me sacó de apuros. Aquella noche de agosto, ya madrugada, camino de las playas de Benalmádena, bajando el puerto de Despeñaperros que si no es por él, nos hubiéramos caído todos, con las maletas, con las sombrillas, con las sillas de camping, ... con todo. Era por el paraje que lo llaman "el mirador de Despeñaperros", allí donde Joselito rodó las escenas de "El pequeño ruiseñor". Aún no estaba convertido en autovía y era muy arriesgado el tomar algunas curvas muy cerradas.


Y cuando aquella otra vez en que se nos echaba encima una cuba de vino con apariencia de ser humano, ¡con qué destreza, con qué valentía nos libró del peligro! Aunque él no salió bien parado.


Me prestó grandes e impagables servicios. Eso yo nunca lo voy a olvidar. También, a veces se prestó a hacer asuntillos un poco..., en fin... de discutible moralidad. Lo supe luego. Aquellas veces en que entró en complicidad con mi hijo mayor y aquella media novia que tuvo, que hizo... ¡¡de Celestina!! Qué cómplice, qué confidente, qué discreto que a mí nunca me insinuó nada de todo eso, y yo hubiera seguido ignorándolo si no es por aquella prenda femenina que un día le encontré.



Cuando un amigo se va
queda un espacio vacío
que no lo puede llenar
la llegada de otro amigo.



Pero un día, muy viejito ya, nos dejó tirados en plena calle. ¡Qué vergüenza! ¡Qué sopetón! Entre un taxista y yo le empujamos para retirarle de la calzada antes de que los impacientes nos dedicaran una tremenda pitada; luego lo tuvimos que cargar en un camión-grúa hasta un taller. Allí, el mecánico, después de hacerle un exhaustivo chequeo al día siguiente, me comunicó lo peor. Me diagnosticó que tenía lo que yo ya me imaginaba que tenía. Me lo dijo muy clarito y sin rodeos. Y lo tuve que dejar allí, y enseguida intenté llenar aquel vacío comprándome un nuevo coche.


Ahora, cada vez que miro a mi coche nuevo, cada vez que me monto en él, me parece estar cometiendo un adulterio. Me siento como esos 'donjuanes' maduritos que abandonan a su esposa por irse con otra jovencita.

¡¡No habrá otro coche como mi coche!!






En memoria de mi cuatrolatas (Renault 4-L) que a su lado me hizo sentirme un hombre.




Al oír una bella melodía...



Al oír una bella melodía
cada cual siente un poco la emoción
de recuerdos que viven todavía
y que guarda en secreto el corazón.


Eso dice la letra de una conocida canción de los años 60. Las canciones nos fomentan el recuerdo cuando evocan casos paralelos a los que hemos vivido en alguna ocasión.

Las canciones dotadas de una buena letra con argumento; con exposición nudo y desenlace, nos acercan a vivencias que por una u otra razón nos dejaron un posito en el alma.

Ahora me estoy acordando de la gran verdad que dice la letra de aquel bolero titulado "Vete de mí" creado por H. Expósito y A. Expósito, que en uno de sus pasajes dice:

¡Vete de mí!...
seré en tu vida lo mejor
de la neblina del ayer
cuando me logres olvidar,
como es mejor el verso aquél
que no podemos recordar.


Y es verdad. Cuando dos personas se han separado, en el recuerdo, en esa neblina en lo que se convierte el recuerdo de los momentos vividos en común, sólo persiste con una cierta nitidez los buenos momentos; los casos más positivos y dignos de recordar. Lo malo se pierde o se diluye en la neblina del ayer. ¡Qué frase más poética!

Viene a decir este bolero que el recuerdo es quizá más bello que la realidad y lo compara con ese sentimiento de belleza que creemos albergar cuando intentamos recordar un verso, varios versos, o aquella bella poesía que se nos ha borrado de la mente e intentamos recordar. De lo poco que creemos recordar de ella es que era bellísima. "¡Qué pena!" nos diremos; precisamente se me borró de la memoria la poesía aquella que era tan bonita. ¡La más bonita de las poesías que he leído!

Algo así me ha venido ocurriendo a mí desde que en mi libro de la escuela primaria (años cincuenta y tantos y sesenta y tantos) leí un buen día un bello soneto que era la historia de dos niños que estaban jugando a las cosas mágicas que siempre juegan los niños. Jugaban a imaginar personajes. A meterse en la piel de otros personajes.


Estaba tan bien construido el soneto, era de un argumento tan tierno, tan evocador, que se me debió quedar enganchado en una esquinita del alma. Pero al ir creciendo y hacerme adulto, el soneto aquél se me borró casi por completo; sólo recordaba con nitidez los ocho primeros versos del soneto: Los 2 cuartetos. Tampoco recordaba quién era su autor, pero estaba casi convencido de que era Francisco Villaespesa.

Así iba preguntando a unos y a otros pero nadie me sabía dar referencias del dichoso soneto. Hasta que un día, hice un llamado a través de la Internet y como para estas cosas Internet es mágica, alguien, por fin, me mostró la página güeb en donde podría encontrar mi añorado soneto, que por fin me enteré que era de Eduardo Marquina y dice así:.

La hermana

Verano, agosto: declinaba el día,
pintado el cielo de vapores rojos,
y volvían, pisando los rastrojos,
dos niños -ella y él- a la alquería.

Ella callaba; el chiquitín decía:
—Yo era un soldado, y cuanto ven tus ojos,
no eran parvas de trigo, eran despojos
de una batalla en la que yo vencía.

—Pero, ¿y yo?   —Deja, espera: ebrio de gloria,
yo volvía después de la victoria
y a ti, que eras la reina, te llamaba...

—No..., no...; la reina es poca cosa; yo era
-dijo la chiquitina- una enfermera;
¡y tú estabas herido... y te curaba!




—Fue en aquel cine...

Fue en aquel cine, ¿te acuerdas? A mí nunca se me podrá olvidar.
¡Ay! ¡Éramos tan jóvenes...!
Fue en aquel cine; el que estaba en la plaza de Luca de Tena, ¿te acuerdas? "Candilejas" se llamaba. Eran los primeros días de la primavera del 1968: En aquellos años en que en Madrid había tantos cines. El cine Candilejas estaba por el paseo de las Delicias y echaban una película americana como casi todas "Al este del Edén".

¡Eso! "Al este del Edén" era el título de aquella película. ¿Tú también la has recordado? Tú y yo, Maribel, salíamos juntos por primera vez en aquellos días y se nos ocurrió ir a ese cine... como podíamos haber escogido otro cualquiera. Pues como dice Armando Manzanero en su célebre bolero


Somos novios,
mantenemos un cariño limpio y puro,
como todos
nos metemos en el cine más oscuro

. . . . . . . . . . . . .


Aquel año fue en el que España ganaba con Massiel el Festival de la Canción de Eurovisión con el "La, la, la" y en Francia los jóvenes estudiantes hacían por aquella primavera un ensayo general para la utopía que dio en llamarse "El mayo francés", que fue algo así como el mayo que ponen todos los años los quintos de mi pueblo, pero sin el chopo y sin los quintos.

¡Éramos tan jóvenes! Y por aquellos días estrenábamos nuestro primer noviazgo, ese que dura muy poco y que se recuerda toda la vida. Por aquellos días, la primavera madrileña ponía pájaros y hojas nuevas a los plátanos del Paseo de las Delicias, y tú y yo tuvimos la osadía de entrar en ese cine en donde había un visible cartel que decía NO APTA PARA MENORES. Yo, con más miedo que vergüenza, hice un supremo esfuerzo por aparentar más edad ante la taquillera y con voz decidida le pedí dos entradas.

En el transcurso de la película, en un momento en que más oscuridad tenía la sala de cine, cuando todos parecían estar más fijos a la pantalla, en un instante de suprema valentía que llevaba planeando casi un siglo, acerté con los labios de Maribel en un beso tan fugaz como furtivo. Eso a Maribel debió gustarle mucho pero lo disimuló tanto, que hasta que no empezó a sonar esa musiquilla inconfundible (que es cuando todos se levantan, se ponen los abrigos y no te dejan ver los letreros crédito) fue cuando Maribel me devolvió un nervioso beso en la mejilla.



Terminó la película, se encendieron las luces de la sala, y nosotros ya llevábamos encendidas las mejillas. Al salir del cine había unos policías vestidos de gris, pidiendo el carné a todo aquel que tuviera aspecto de menor de edad.
Toda aquella aventura que vivimos en aquel cine era el anuncio de un amor que duraría toda la vida.


Pero por causa de un pueril "quítame allá esas pajas", surgió entre nosotros un gran enfado. Fue por la tardanza de Maribel un día en el que estábamos citados en un bar del paseo de las Delicias, para volver a ir al cine. Maribel se presentó a la cita con hora y media de retraso. Luego no faltó alguien que me cuchicheara que la habían visto paseando con otro chico. La desconfianza, los celos y hasta los malos modales, se instalaron entre nosotros y todo aquello desembocó en una ruptura.


El tiempo pasaba sin que Maribel ni yo hiciéramos nada hacia el acercamiento. Nos veíamos, sí, pero nos rehuíamos. Un día nos cruzamos por Atocha y ambos miramos para otro lado. Otro día nos cruzamos en el metro de Palos de Moguer y no nos miramos a la cara. Así iban pasando los días y la lumbre cada vez más apagada.

Luego yo me vine a trabajar a Toledo y perdí para siempre a Maribel.



Pasaron los años. La suerte o el destino quiso que un día nos encontráramos en la Estación Sur de Autobuses y sin meditarlo, como dos autómatas, nos estrechamos en un cálido abrazo y una milésima de segundo después nos separamos como si aquel sincero saludo no fuera lo correcto. Pero hablamos, hablamos mucho, recordando y lamentando aquellas cosas de cuando éramos dos chiquillos.

Hoy, sentado en mi sufrido sillón, he vuelto a ver por televisión la película Al este del Edén y me he vuelto a acordar de Maribel; de mi primer amor. Y he vuelto a preguntarme por qué... ¡¡por qué!!, y mis recuerdos se han ido volando a pensar en lo que pudo haber sido y no fue.







... son aquellas pequeñas cosas

Las canciones relatan en sus letras situaciones que unas veces estarán basadas en la realidad y otras veces (las más) son producto de la prodigiosa y desbordante imaginación de los letristas y de los creativos del mundo de la canción. Pero nadie me negará que hay canciones que cuentan historias que te hacen viajar con el pensamiento, que te transportan y te hacen vivir o soñar algunos de sus bellos argumentos.

Algo así me ha ocurrido a mí. Algo así, —a pesar de todo— me sigue ocurriendo. No escarmiento. ¿Seré un iluso!
Tienen algunas canciones un no sé qué que parece que están basadas en pasajes de nuestra propia vida. Por eso, al escucharlas desde la primera vez las hacemos nuestras; nos encariñamos con ellas. Pero..., ¡cuidado!, que las canciones de las que hablo están situadas en la década de los años 60.
La década prodigiosa.
De aquella década que fue la más prolífica en canciones de todo el siglo 20. De aquella década en la que ahora se acusa cariñosamente al DÚO DINÁMICO de tener el raro record del fomento de la natalidad por aquellos años.

Porque ¿qué pareja no se ha reconciliado con el "Perdóname"? ¿Qué chico no le cantó al oído a su chica alguna vez aquello de "Quince años tiene mi amor"?
Tal sortilegio han ejercido sobre mí los argumentos de muchas de esas canciones, que cuando me casé, nos fuimos de luna de miel a la típica isla: a Mallorca. Yo nunca se lo había confesado a mi novia y luego reciente esposa, pero de siempre me había subyugado aquella bonita canción LAS CHICAS DE FORMENTOR.


LAS CHICAS DE FORMENTOR

Las chicas, las chicas de Formentor
cantan y bailan; ríen y sueñan;
las chicas, las chicas de Formentor
sólo, sólo piensan en el amor.


Movido por el argumento de aquella canción, en aquél viaje de novios a Mallorca, lo primero que hicimos es alquilar un coche en Palma e irnos derechitos hasta el cabo de Formentor, al extremo norte de la isla. A la punta opuesta. Llegué allí y no vi nada más que un gran cabo con un gran acantilado.

¡Qué decepción! ¿Se me creerá si digo que no vi ni una sola chica cantando, riendo, soñando... ni nada de nada? Sólo acantilado rocoso y mar, mucho mar.

Me acerqué a unas humildes casuchas de pescadores y a uno que estaba reparando las redes de pesca le pregunté por las chicas de Formentor. Me miró con cara de extrañeza y en un puro mallorquín que apenas entendí, creí deducir que me decía que por allí sólo quedaba un puñadito de viejos pescadores.


Pues no escarmenté. Algo así me pasó también con los niños del Pireo. Unos años después, mi esposa y yo nos apuntamos a una excursión por Macedonia y Grecia, con la secreta intención de visitar el puerto del Pireo, ilusionado por aquella canción en ritmo de sirtaki que fue la banda sonora de la película griega NUNCA EN DOMINGO,


LOS NIÑOS DEL PIREO

Se ve en el muelle pasear
una niña con un niño
como ayer fuimos tú y yo;
cogidos de la mano van
igual es, igual es,
igual su conversación.
Yo sé que hablan de nuestro amor
otro amor, y mil más
bajo el cielo tan azul
y ante este puerto jurarán
algo igual, algo igual,
a lo que juraste tú.

Este es mi puerto
en un rincón del mundo
donde por un segundo
tú puedes ser feliz.
Y en este puerto,
puerto de mis deseos
los niños del Pireo
hoy cantan para ti.


 

Escuchaba este bonito sirtaki y me entraban enormes deseos de ir al Pireo para conocer a esos niños tan enamoradizos.
En aquellas vacaciones de agosto, pude ver mi deseo cumplido. Llegué al puerto griego de El Pireo y, ¡vuelta a decepcionarme! Por el puerto ateniense del Pireo no vi ni un solo niño cogido de la mano de una niña... ni sueltos siquiera.
Se me cayó el alma al sótano. No me dieron ganas de preguntar a nadie porque mis sueños de muchos años no coincidían para nada con aquella realidad. Un bosque de grúas; montañas de contenedores; grandes buques cargueros; algunos malolientes, oxidados, olvidados, y suciedad, mucha suciedad (en el muelle y en el agua). No es posible que por allí hubiera pasado ningún niño cogido de la mano de ninguna niña. Y mucho menos... que nadie por allí vaya hablando de amor.

El puerto aquel estaba lleno de suciedad, de mercancías amontonadas de todo tipo. Aquello era la antítesis del romanticismo que se intuía al escuchar el bonito sirtaki.


Estas cosas pasan con las canciones. Describen un ambiente idílico y luego vas y... ¡zas! te das un cabezazo contra el muro de la cruda realidad; y te despiertas.

Pero yo no escarmiento, y otro año, también con las vacaciones de agosto, me apunté a una excursión organizada por Roma. Una vez allí, en cuanto tuve la más mínima ocasión de escabullirme del grupo, me fui preguntando a trancas y barrancas en dónde estaba la Plaza de España.

LAS MUCHACHAS DE LA PLAZA ESPAÑA

Las muchachas de la Plaza España
Son tan bonitas
con sus juegos, sus cantos alegres
y sus sonrisas.
Son millares de mariposas de mil colores
más hermosas que las flores.

Cuántos sueños hay en sus ojitos
resplandecientes;
su mirada es mas dulce y suave
que un beso ardiente.
Con sus caras y su aire ingenuo
de virgencitas,
las muchachas de la Plaza España
son tan bonitas.


Subí y bajé varias veces la larga escalinata; miré aquí y allá y no pude ver ni una sola muchacha. Claro que mi 'yo' intentó calmarme la decepción diciéndome: "¡Pero hombre...! ¿no te das cuenta la hora que es? A las 3 de la tarde, en un mes de agosto y en Roma, no hay manera de ver a muchachas ni a nadie paseando por aquí".
Pero no cambiaré. Soy cosa perdida. Pensando en esto que a mí me pasa con las canciones, me acuerdo y me compadezco de los crédulos; de los que creen en cosas inexistentes sólo porque lo muestra una película, lo dice una canción, un libro, un predicador o una echadora de cartas.

Otro día, ya más reciente, me planté en el Coto Doñana porque según unos planos muy minuciosos que yo tenía sobre la Baja Andalucía, me indicaba que allí estaba el CORTIJO DE LOS MIMBRALES, canción que estrenó por los años 50, el cantaor flamenco "El Príncipe Gitano". Pero ¡nada!, allí no quedaba ningún vestigio del célebre cortijo. En el sitio en donde me indicaba el plano, había un gran bosque de eucaliptos, ¡y nada más!
Me conozco. Sé que no voy a escarmentar. Ya, con la edad que tengo...
A pesar de las desilusiones que me he llevado con varias de las canciones que más me transportaban a un mundo idílico, lo más parecido a un Edén, sé que volveré a caer de nuevo en la tentación. Ya me lo estoy temiendo.

Ahora ya, con mucha disponibilidad de tiempo, —no tanta de dinero— me bulle por la cabeza la idea de hacer un viaje a Dinamarca para ir a ver las chicas de Copenhague al mismo puerto de Copenhague. Y no se lo quiero decir a nadie de mi familia, porque sé que me llamarán tonto iluso y se reirán mucho de mí; de mis extravagantes ideas. Pero me seduce; no lo puedo evitar.
Me atrae y mucho, poder llegar a ver con mis propios ojos aquello que dice la canción LAS CHICAS DE COPENHAGUE.

Las canciones de amor siempre han tenido para mí un raro sortilegio. No sé por qué pero esas cosas tan ensoñadoras que se evocan en ellas, me transportan y me hacen soñar y desear. Siempre he soñado con las chicas de Copenhague. Siempre he deseado conocerlas para comprobar qué hay de verdad en lo que dice aquella canción que grabó el dúo Johny & Charley; (sí, aquellos que inventaron el baile de la yenka).

Hoy no vamos a trabajar
ni tampoco vamos a descansar
hoy es fiesta
y lo que hay que hacer
es bailar, amor
hasta anochecer.

En la plaza están las chicas
de Copenhague para ti
con sus trajes de domingo
te esperan para darte el sí.




Pero yo nunca fui a Copenhague. Y no se me va de la cabeza la idea de ir a ver a esas chicas tan amorosas. Y temo ir allí y que me pase lo que me pasó con las chicas de Formentor.
Cualquier día, si me entero de algún viaje a Dinamarca, me planto en Copenhague a ver si veo aquellas bonitas chicas de ensueño. ¡¡Ay...!!




Cosas que siempre busqué

En el recuerdo quedan cosas enganchadas que son difíciles de recomponer. Casi toda la vida llevo detrás de volver a escuchar una cancioncilla del folclore popular extremeño, que por los azules años 50 me enseñó una maestra en la escuela primaria.
Y cuando queremos recordar una poesía o una canción y no lo logramos, nos da la sensación de que era más bonita que en la realidad es. Este fenómeno se puede explicar con esa letra del bonito bolero "¡Vete de mí!", que dice:

Seré en tu vida lo mejor
de la neblina del ayer
cuando me llegues a olvidar,
como es mejor el verso aquél
que no podemos recordar...


Por medio de un amigo, me enteré que hay un programa de radio en que él estaba seguro que me conseguiría la cancioncilla anhelada. El programa se llama El club de la vida y es de Radio Nacional de España  radio 1.

Yo les escribí un correo-e a la atención de la presentadora, que es Loles Díez Aledo, manifestando mi deseo y enseguida atendió mi petición. La cancioncilla que buscaba yo creí que se titularía algo así como "Coplillas del tío Simón", pero cantada por Joaquín Díaz, parece ser que su título es «La Pirroquia»; ayer la emitió por su radio. Y parte de la letra es ésta:


Ayer tarde en la función
cuando el cura predicaba,
toda la gente lloraba
menos el pobre Simón.

“¿Por qué no lloras, Simón?”,
le pregunta la tía Ustoquia.
Yo no soy de la pirroquia
y los que lloran lo son.



Para la recolección
todo el mundo se afanaba
y contento trabajaba
menos el pobre Simón.

“¿Por qué no ayudas, Simón?”,
le pregunta la tía Ustaquia.
Yo no soy de la pirroquia
y los que ayudan lo son.


Al de la contribución
que de casa en casa andaba,
toda la gente pagaba
menos el pobre Simón.

"¿Por qué no pagas Simón?"
Le pregunta la tía Ustoquia.
Yo no soy de la pirroquia
y los que pagan lo son.


En cuaresma y en pasión
que la iglesia celebraba,
todo vecino ayunaba
menos el pobre Simón.

"¿Por qué no ayunas Simón?"
Le pregunta la tía Ustoquia.
yo no soy de la pirroquia
y los que ayunan lo son.

 

Hoy que con los hombres voy (como dice una bonita poesía de Gabriel y Galán) no me explico cómo se pudo colar, en pleno franquismo, aquella cancioncilla. Si bien observamos, es una canción protesta, es la historia de un díscolo; de un rebelde; de un heterodoxo. Y esos tipos estaban muy perseguidos o arrinconados en la dictadura franquista. Por mucho menos, los censores prohibían muchísimas letras a las canciones de la época.

Tenía muchas ganas de volverla a escuchar, pues en cierta manera era volver a vivir mi niñez en la escuela de mi pueblito. Y la radio me hizo ese milagro. A pesar de la televisión, la radio sigue siendo algo muy importante para nuestras vidas.
Pero también la Internet es importante. Hace muy pocos días me encontré en Internet esta poesía que llevaba pequeños retazos de ella, enganchados en mi alma. ¡Y por fin la encontré!


EL PIYAYO

¿Tú conoces al "Piyayo"
un viejecillo renegro, reseco y chicuelo;
la mirada de gallo
pendenciero
y hocico de raposo
tiñoso...
que pide limosna por "tangos"
y maldice cantando "fandangos"
gangosos...?
¡A chufla lo toma la gente,
y a mí me da pena
y me causa un respeto imponente!
Ata a su cuerpo una guitarra,
que chilla como una corneja
y zumba como una chicharra
y tiene arrumacos de vieja
pelleja.
Yo le he visto cantando,
babeando
de rabia y de vino,
bailando
con saltos felinos,
tocando, a zarpazos,
los acordes de un viejo "tangazo"
Y el endeble "Piyayo" jadea,
y suda..., y renquea,
y, a sus contorsiones de ardilla,
hace son la sucia calderilla.
¡A chufla lo toma la gente!
A mi me da pena
y me causa un respeto imponente.
Es su extraño arte
su cepo y su cruz,
su vida y su luz,
su tabaco y su aguardientillo...,
y su pan y el de sus nietecillos;
churumbeles con greñas de alambre
y panzas de sapo,
que aúllan de hambre
tiritando bajo los harapos;
sin madre que lave su roña;
sin padre que "afane"
porque pena una muerte en Santoña;
sin más sombra que la del abuelo...
¡Poca sombra, porque es tan chicuelo!
En El Altozano
tiene el cuchitril
—¡a las vigas alcanza la mano!—,
y por lumbre y por luz un candil.
Vacía sus alforjas
—que son sus bolsillos—.
Bostezando, los siete chiquillos
se agrupan riendo.
Y, entre carantoñas, les va repartiendo
pan y pescao frito
con la parsimonia de un antiguo rito:
—¡Chavales!
¡Pan de flor de harina!...
Mascarlo despasio.
Mejó pan no se come en palasio.
Y este pescaito, ¡no es ná?
¡Sacao uno a uno del fondo der má!
¡Gloria pura é!
Las espinas se comen tamié',
que to es alimento...
Así..., despasito.
Muy remascaíto.
¡No yores, Manuela!
Tú no pués, porque no tienes muelas.
¡Es tan chiquitita mi niña bonita!...
Así despasito.
Muy remascaito,
migaja a migaja —que dure—,
le van dando fin
a los cinco reales que costó el festín.
Luego, entre guiñapos, durmiendo,
por matar el frío, muy apiñaditos,
la Virgen María contempla al "Piyayo"
riendo.
Y hay un ángel rubio que besa la frente
de cada gitano chiquito.
¡A chufla lo toma la gente!...
¡Y a mí me da pena
y me causa un respeto imponente!


JOSÉ CARLOS DE LUNA (1890-1965)
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El Piyayo, fue un famoso mendigo que hubo en Málaga, del cual aún queda gente que le recuerda. José Carlos de Luna escribió esta magnifica y tierna poesía, y yo la pongo aquí como homenaje a todos los niños pobres del mundo.



lunes, 21 de octubre de 2002




el final del verano

El final del verano
llegó y tú partirás
yo no sé hasta cuándo
este amor recordarás

 

Eso dice la letra de una conocida canción del DÚO DINÁMICO: "Amor de verano".

En estos días mediados de septiembre, se hace obligado el recordar aquella bonita canción de los años 60. Es verdad. Al finalizar el verano a muchos nos ha llegado el momento de la triste despedida. ¿No es verdad?

El año pasado por estos días, iniciaba yo un espacio radiofónico en el que el primer programa lo titulé:"El final del verano" y allí evoqué aquellos años de juventud en que tuve que hacer alguna que otra amarga despedida.
No creo que fuera por los méritos que tuviera mi relato, sino más bien en alguna curiosa coincidencia que no he llegado a descubrir. El caso es que a la locutora que hacía el programa conmigo, le creí ver en un cierto momento, como si se le enrojecieran los ojos y se le inundaran de agua.
Eso ocurrió, precisamente, cuando sonaba la canción del argentino Leonardo Favio "Fuiste mía un verano":


Fuiste mía un verano,
solamente un verano;
yo no olvido la playa
ni aquel viejo café,
ni a aquel pájaro herido
que entibiaste en tus manos;
ni tu voz ni tus pasos
se alejarán de mí.

 

El final del verano siempre nos ha traído estas cosas; es un momento propicio que se presta a evocar algún recuerdo amoroso.
Yo también recuerdo que cuando llegaba el final del verano, la vida de chaval se me ponía cuesta arriba. Siempre se me atragantaba septiembre. Había que volver a la escuela y eso no le hace gracia a casi nadie.


También el final del verano me recuerda que se me atragantaba mucho aquello de tener que ir a vendimiar, ya que mis padres tenían una pequeña viña que era necesario que la recogida de la uva la hiciéramos entre toda la familia.
¡Qué duros son esos trabajos de la vendimia para un chaval! Y También son muy duros para los adultos.

Luego empezó a oírse en las emisoras de radio aquella canción machacona que decía:


"Cuando llegue septiembre
todo será maravilloso"



Pero, la verdad, yo al mes de septiembre nunca le encontré nada maravilloso.
El mes de septiembre, en el hemisferio boreal en que vivimos, es el mes en que entra el otoño.
Otoño, dulce y nostálgica metáfora. No quiero confesar aquí lo que me recuerda el otoño, pues no quiero amargar la lectura de nadie. Pero el otoño está aquí, a la vuelta de la esquina y casi todos sabemos que es el culpable de que a cincuentones, sesentones, y demás, se nos tilde con el adjetivo de otoñales.

Pero al margen de todo esto, el otoño también tiene su encanto si se lo sabemos buscar. Es el mes que más inspira a los poetas románticos; esos que escriben poesía amorosa, que es casi la totalidad de la poesía.

Si vienes así, tierno y amoroso, ¡Bienvenido seas, otoño!

14-09-2001




Aquellas cerilleras

Yo las conocí. Si; era por aquellos años en que empezaba yo a dejar de ser paleto de pueblo y a hacerme madrileño. Yo conocí a aquellas señoras vestidas de negro, que vendían baratijas al lado de las bocas del Metro de la gran ciudad.
En invierno eran las castañeras; el resto del año vendían cigarrillos sueltos; bolas de chicle; cerillas; caramelos y objetos de esos de primera necesidad.


Siempre oí que aquellas mujeres eran las viudas de combatientes que lucharon en el bando maldito, y murieron durante la guerra civil o después; durante la "guerra sucia" que siguieron manteniendo los vencedores contra los vencidos, en aquella larguísima posguerra.
Algunas veces, se oían raras historias de que era —alguna de ellas— viuda de un militar de alta graduación que cayó preso por haber intentado defender a la patria en el lado equivocado; en el bando maldito.


No sé casi nada de aquella verdad; de aquellas historias que circulaban de forma sigilosa en aquella oscura España de los años 60. Pero "cuando el río suena, agua lleva". Algo de agua debía llevar el río aquel del cuchicheo sobre la verídica historia de aquellas mujeres que madrugaban mucho para montar su rudimentaria tienda de baratijas, en sitios típicos de afluencia obrera.


Un día, después de muchos años, oí aquella canción. Aquella canción que desvelaba de golpe la verdadera historia de las cerilleras.
La compuso de letra y música un cantautor canario llamado Braulio. Y está muy bien la canción. Su letra desvela, al menos, una de las verosímiles historias que arrastraban las cerilleras; las castañeras; las vendedoras callejeras.

Recordemos la letra de aquella canción. Ella lo dice todo.

LA CERILLERA

Arropada con despojos
sólo se le ven los ojos
a la vieja cerillera;
dicen que es medio alcahueta
y que por unas pesetas
te hará saber cuanto quieras.
Con su voz aguardentosa
te contará que fue hermosa
y que ejerció de ramera
y que su casa de citas
fue de lo más exquisita
que allí no entraba cualquiera,
pues pasaba de visita
un ministro de levita
con monóculo y chistera,
y un magistrado famoso
y un diputado rumboso
y algún cura calavera.

- - - - - - estribillo - - - - - - -
La cerillera reina de la noche
del viento y la escarcha vieja compañera
la cerillera que aguanta el reproche
del frío pellejo de sus posaderas.

Arropada con despojos
sólo se le ven los ojos
a la vieja cerillera
pasó la guerra temblando
porque sirvió a los dos bandos
en su brillante carrera
y al acabar la contienda
perdió favores y hacienda
por no entender de bandera
tuvo una casa de citas
elegante y discretita
donde no entraba cualquiera
pues pasaba de visita
un ministro de levita
con monóculo y chistera
y un magistrado famoso
y un diputado rumboso
y algún cura calavera.

- - - - - - estribillo - - - - - - -
La cerillera reina de la noche
del viento y la escarcha vieja compañera
la cerillera que aguanta el reproche
del frío pellejo de sus posaderaaaaasssss.
Laralalayla lalaylalalayla
lalaylalalayla lararayrairá,
laralalayla lalaylalalayla
lalaylalalayla larararayláaaaa…….


jueves, 06 de junio de 2002




¿dónde estará?

Siempre la gustó mucho salir por ahí; la encantaba trasnochar; andar por ahí hasta altas horas. Es comprensible.
Volvía tarde, pero siempre volvía a dormir en casa; eso sí. Nunca la prohibimos sus salidas; siempre respetamos su propia condición.

Para ella sus siestas eran muy importantes y respetadas; su sitio favorito era el sofá del cuarto de estar. Siempre la criamos "entre algodones"; muy consentida.
Nunca la faltó su comida y un trato esmerado, cariñoso. Todos la queríamos mucho y aceptamos de buen grado sus naturales tendencias noctámbulas.


El sábado salió por la mañana; por los alrededores vimos a uno de sus pretendientes. Aquella noche ya no volvió. Ya no la volvimos a ver más. Al pasar unas horas y ver que no volvía, mi esposa y yo nos fuimos a buscarla por ahí; preguntamos a unos y a otros... Nada. ¡Nada!


Ya han pasado varios días desde su última salida y estamos muy tristes sospechando y temiendo lo peor.
Nunca estuvo ni una sola noche sin venir a dormir. Estamos tristes; muy tristes. Y lo más duro de todo esto es no saber si está viva o muerta; si nos necesita o se ha ido voluntariamente.
¡Qué duro y difícil se nos hace todo esto!
Se llamaba Mishy… Bueno…, … se llama Mishy.
Estaba operada para que no se quedara embarazada; para que no nos llenara la casa de gatitos. Pero un día sí parió; era primeriza y estaba asustada. Se metió entre mis pies; yo estaba como ahora, sentado ante el ordenador, y cuando me quise dar cuenta ya había parido su primer gatito. Era blanquito como una bolita de algodón.

Cuando se pierde a una gatita en las condiciones en que la hemos perdido nosotros, sin saber qué la habrá pasado; dónde estará; ¿estará muerta?, nos ponemos un poquito más cerca de comprender a esos padres cuando les desaparece un hijo. ¡Sí, ya sé. Se me dirá que no es lo mismo! ¡¡Ni mucho menos!!De acuerdo. No trato de establecer una comparación. Pero es algo que también duele.
A la Mishy la criamos desde chiquitita. Nunca la faltó de nada.
Un gato es un animal muy independiente; le gusta mucho salir y alejarse de la casa. Algunos se pasan más de un día sin volver. Sobre todo, los machos.
La nuestra, como todo gato, era muy callejera; pero cuando sentía hambre, sed u otras necesidades, siempre volvía; en el garaje ella tenía todo lo necesario.

Aunque nada de esto sea ni remotamente comparable con la gran tragedia de perder a un ser humano, de pronto me ha venido a la memoria aquella canción que compuso Juan Pardo y que cantaba el dúo Juan y Junior.

ANDURIÑA

En Galicia un día yo escuché
Una vieja historia en un café;
era de una niña que del pueblo se marchó
"anduriña" joven que voló.

Lloran al pensar donde estará
mas nadie la quiere ir a buscar.
"Anduriña" la llamaron los que allí dejó.
Torna pronto a puerto, por favor.

Un abuelo está junto al hogar,
Habla y me sonríe con maldad:
-"Anduriña" es joven; volverá, yaa lo verás;
es un pajarillo sin plumas.
En un día gris se posará,
su misterio ya no lo será;
el nombre "Anduriña" ya jamás se lo dirán.

Pero mientras tanto, ¿dónde está?


martes, 21 de mayo de 2002




la otra tarde vi llover...

vi gente correr
y no estabas tú.

Ahora que llegan a toda la península ibérica las primeras lluvias otoñales, me viene a la memoria lo que un día oí a no sé quien. Todavía me tiene perplejo, dudoso; desconfío un poco de la veracidad de aquel relato.
El caso es que alguien comentó a mi lado que el verdadero motivo de que Armando Manzanero compusiera aquel bonito bolero "Esta tarde ví llover" fue porque un día diluviaba en México DF y el célebre cantautor intentaba tomar un taxi y no hubo manera; venían todos llenos y llovía y llovía.

Por este fracaso que aquella tarde mexicana sufrió el gran Armando, se le ocurrió componer una canción que parece romántica, amorosa, y que en realidad es un gran lamento a aquel día que no encontró un taxi libre.

No me va a ser fácil confirmar esa anécdota, pero sí, sé que estas lluvias otoñales suelen tener el encanto de inspirar bellas poesías y canciones a los creativos.
Yo, aunque salvando muchas distancias, noto que la lluvia me produce una inspiración. Me extasío mirando la lluvia detrás del cristal de una ventana y así me llego a pasar horas y horas mirando y pensando.
Las mejores poesías que me han venido a la cabeza, han sido gestadas en una tarde de lluvia. La lluvia ejerce sobre mí un extraño sortilegio que paraliza mis músculos, los relaja, y sin embargo activa mis pensamientos como si de alguna rara droga se tratara.
Y en una tarde lluviosa, como las que en estos días estamos viviendo, mi pensamiento vuela hacia esa bella canción que un acertado día creó el gran cantautor Joan Manuel SERRAT.
Es muy bonito ver el azote amoroso de la lluvia en los cristales.


Va dibujando unas extrañas imágenes que el consciente o el subconsciente traduce en caprichosos y raros fantasmas. Fantasmas buenos, -a veces-, bondadosos, como esos seres extraños y diminutos que dicen que habitan en los bosques.


¿Por qué será que a mucha gente le atrae ver llover? A mi, cuando llueve no muy copioso, algo así como el txirimiri del País Vasco, me gusta mucho caminar bajo la lluvia. Eso para mí es un placer especial… …¡irresistible!

Eso de ver la lluvia tras los cristales debió ser también algo que inspiró al gran poeta Antonio Machado, a componer una de las más bellas poesías.
Es esa que nos habla de unos colegiales aprendiendo la lección en una tarde lluviosa de otoño. Es eso que a muchos de nosotros nos transporta a nuestra infancia; nos hace recordar aquella escuela; a aquel maestro que entonces nos parecía muy anciano; aquel edificio con sus grandes ventanales; y a veces… a veces… nos llega el recuerdo fresco e imborrable de aquella lección que nos daba el maestro en un cierto día de lluvia. ¿No es verdad?

La lluvia nos trae recuerdos casi siempre bellos; profundos; entrañables.
He aquí el bonito recuerdo que nos dejó Antonio Machado en forma de poesía:

Ojalá que estas lluvias otoñales empapen nuestras mejores semillas de bondad, para que muy pronto germinen dentro de nuestros corazones.

sábado, 29 de septiembre de 2001




nos duermen con cuentos

Al ser humano, otros seres humanos más listos, más pícaros o más maliciosos, le adormecen su sentido de raciocinio con cuentos. Con fantásticos, bonitos o interesados cuentos.
Nos empiezan contando nuestros padres, esos cuentos tan fantásticos de la cigüeña llevando un niño recién nacido en el pico.
Nos llevan a un mundo de fantasía con aquello de los Reyes Magos y Papá Noël.

Cuando somos mayorcitos nos trastornan la mente con esos portentos de los adivinadores; los echadores de cartas; el tarot; la güija; la bola de cristal; la astrología; los horóscopos; etc. etc.… .….…
También las emisoras de radio y las televisiones contribuyen a la gran engañifa nacional, —a una de las grandes engañifas nacionales—
Rara es la emisora que no tiene un mago o adivinador de plantilla, que atiende a las llamadas en directo de los oyentes o teleespectadores, para resolverles sus dudas sobre salud, trabajo, dinero y amor.

Pasó ya la fiebre, hace unos pocos años, de que anunciaran en la radio unos imanes portentosos y milagrosos que curaban no sé que dolencias de huesos, de nervios, de músculos o algo así. El "milagro" de esos imanes consistía en ponerlos en la alcachofa de la ducha y hacer que pasara a través de su orificio central, el chorro del agua.
Y sí que deberían ser milagrosos esos imanes porque colocados así en la ducha, sus anunciantes prometían que te quitaban todas esas dolencias típicas de la elevada edad.

Mucho más milagrosa que esa otra agua que hay a la entrada de todas las iglesias.
(Bueno, pero con las creencias religiosas no nos metamos, que eso sí levanta enconadas pasiones, y si no, que se lo pregunten a Salman Rushdie)

Pero todavía, por estos primeros años que ruedan al albor del siglo XXI, engordan bien, siguen engordando sus bolsillos a costa

de los crédulos y de los desesperados, toda esa pléyade de curanderos, magos, brujos, santones y adivinadores, que pululan por ahí.

Cuanto más largas son las listas de espera de la sanidad pública, más engordan los curanderos milagrosos.

Nos han dormido con cuentos. Siempre nos adormecen con cuentos. El poeta León Felipe, en este poema lo dice:

SÉ TODOS LOS CUENTOS

Yo no sé muchas cosas, es verdad.
Digo tan sólo lo que he visto.
Y he visto:
que la cuna del hombre la mecen con cuentos,
que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos,
que el llanto del hombre lo taponan con cuentos,
que los huesos del hombre los entierran con cuentos,
y que el miedo del hombre...
ha inventado todos los cuentos.
Yo no sé muchas cosas, es verdad,
pero me han dormido con todos los cuentos...
y sé todos los cuentos.

 

Suscribo todo eso que dijo el genial poeta. El poeta que murió en el exilio mexicano, agradó y ofendió a la vez a unos y a otros, porque escribió poemas sobre Dios y sobre todo lo contrario.

Yo noto que en una gran parte de mi vida me han contado demasiados cuentos. Me han dormido con muchos, muchos cuentos. Y ahora ya, me parece un poco tarde para despertar; para salir de ese sopor de tantos años.

Pero intento despertar. Estoy haciendo esfuerzos por abrir bien, bien, los ojos, por despertar mi sentido crítico y natural del razonamiento y tratar de ver la verdad de la vida sin que nadie me la intente contar a base de fabulosos, absurdos e interesados cuentecitos.

Nos han dormido con cuentos; siempre nos adormecen con cuentos y casi nunca nadie hace nada por intentar despertarnos...
¡¡¡phssss!!! ... ... ...pssihisssssssssss.....


domingo, 13 de octubre de 2002




Nosotros

Los boleros, son muchas veces la banda sonora de la película de nuestras vidas. Son canciones en las que intervienen, —con parecidos méritos—, una bella melodía junto a una bonita poesía. Y con ellos se dicen cosas importantísimas; trascendentales.
Los que llegamos o superamos los 50, es bastante probable que nos hayamos enamorado alguna vez a la sombra de algún bolero.

Incluso, no descartemos, que alguna vez, la letra de algún bolero nos haya servido a las mil maravillas para decir a esa persona tan especial lo que sentíamos por ella. Para suplir nuestra propia parquedad de palabras a la hora de decir cosas muy importantes.


Pero los boleros, a veces, cuentan historias muy tristes. Triste; tristísimo, es aquel bolero titulado NOSOTROS. Al parecer, obedece a una historia de amor verídica.
Él, sabedor de que por culpa de la enfermedad incurable que padecía, le quedaba muy poco tiempo de vida, a modo de despedida —una bellísima pero dramática forma de decir adiós— le dedicó a su novia este bolero:

Atiéndeme,
quiero decirte algo
que quizás no esperes
doloroso tal vez.
Escúchame,
que aunque me duela el alma
yo necesito hablarte
y así lo haré.

Nosotros, que fuimos tan sinceros
que desde que nos vimos
amándonos estamos.
Nosotros, que del amor hicimos
un sol maravilloso
romance tan divino.

Nosotros, que nos queremos tanto
debemos separarnos
no me preguntes más.
No es falta de cariño,
te quiero con el alma,
te juro que te adoro
y en nombre de este amor

y por tu bien te digo adiós.


Este bonito bolero, NOSOTROS, está firmado por Pedro Junco Jr. y no hay manera mejor para decir adiós a la vida y adiós a la persona amada. ¡Qué arte, qué drama tan grande se contiene entre estos pocos versos! ¿Se puede decir más con tan pocas palabras?


Esta es la historia de un amor, dijo la canción, como no hubo otro igual.

El bolero de esta historia “Nosotros” refleja el mismo sentimiento de desesperación de dos amantes, de un amor truncado, pero que tuvo lugar de nacimiento al extremo occidental de la isla de Cuba, en la región de Pinar del Rio.

El personaje central de ésta historia es el compositor pinareño (cubano) Pedro Junco Jr.,  un prolífero cantaautor y destacado poeta que desde temprana edad se distinguió al piano, amante de la naturaleza y de los deportes.


Según la crónica de esos tiempos (1940) sus amigos lo recuerdan como un ser desprendido, solidario y de un gran sentimiento interior, que es reflejado en las 36 canciones que compusiera en su corta vida, todas ellas de una suavidad y ternura pocas veces unidas en autor alguno, entre estas: ‘Me lo dijo el Amor’, ‘Como soy’ y ‘Cuando te vi llorar’ que sería su última composición.

El otro personaje central lo era una joven alta y hermosa, de cabellos negros y largos, de ojos expresivos y dulce rostro que procedía del interior de la provincia de Pinar del Río (del municipio San Juan y Martínez) y que su familia envió interna al Colegio de monjas  del ‘Inmaculado Corazón de María’ de la capital (el nombre de la joven nunca se ha dado a conocer por respeto a su conocido apellido local). Todas las tardes la joven, entonces de unos 20 años, al igual que Pedro entonces, salía del colegio de monjas para ir a estudiar al Instituto de Segunda Enseñanza. Pedro que estudiaba en el mismo plantel muchas veces pasó junto a ella observándola con detenimiento poco usual en él. En ese entonces y a pesar de su delgadez, era un joven de unos seis pies y dos pulgadas, de unas 175 libras, tenia la piel muy rosada y unos profundos ojos negros como atestigua una foto que todavía conservamos. Al poco tiempo los jóvenes se enamoraron, viviendo un idilio a escondida de la familia de la muchacha que consideraba como pecado la fama de bohemio del compositor.

Fue un amor intenso, breve pero también desde el comienzo imposible, Pedro estaba enfermo mortalmente, la tuberculosis que en ese entonces era incurable minaba su cuerpo ya con solo 23 años de edad. Pasando los días Pedro comprendió que su amor por la joven era imposible y tenía que actuar inmediatamente ante lo sano y hermoso de ese mismo amor.  Fue una hermosa página de renunciamiento y profundo dolor.

Como despedida, el autor compone para ella el bolero “Nosotros”.

Cuenta la crónica de esa época que cuatro días antes de la muerte del músico, éste le envió a su bella amada el último mensaje y ella guardó luto a su amado por más de 10 años. Ya en su lecho de muerte le pidió al tenor René Cabel que cantara su composición y desde su cuarto, donde le llevaron un radio, pudo escuchar la bella melodía que hasta nuestros días ha sido interpretada por las mejores y más populares voces como Luis Miguel, Julio Iglesias, Plácido Domingo y entre otros, Don Pedro Vargas y Sarita Montiel.


lunes, 28 de octubre de 2002




cosas de la ortografía


Ahora que con la llegada de Internet nos vemos obligados a escribir más que antes, es cuando más se notan las carencias que tenemos en materia de ortografía. A modo de una leccioncilla que resulte fácil de comprender, voy a repasar algunas de esas
 


palabras que a veces se nos cuelan en la escritura con un acento de más o de menos; con una h de más o de menos; o cosas por el estilo.
Éstas son las palabras a tratar:

tu
el
mi
mas
de
te
si
se
que
como
cual
quien
cuando   
a
ha
e
he
o
aun
has
as
oí    

él

más




qué
cómo   
cuál
quién
cuándo   
ah


eh

oh
aún
haz


hoy
         EJEMPLOS
tu

el
él
mi

mas
más
de

te

si

se

que
qué
como
cómo
cual
cuál
quien
quién
cuando
cuándo        
a
ah
ha
e
he
eh
o
oh
aun
aún
has
haz
as

hoy
tu pena es grande
tú no tienes penas
el vaivén del tren
él va y viene en el tren
mi casa; mi teléfono
te llevo dentro de mí
(igual que 'pero')
no más tardar
es hora de cenar
espera que dé la hora
te tomas el caldo
(infusión; alimento)
si te vas no vuelvas
la cigüeña dijo sí
se quieren los dos
sé que me quieres
siempre que te pregunto
qué me preguntas
soy como quieres que sea
cómo quieres que sea
eres cual linda flor
cuál es la flor que te gusta
quien quiera que sea, que pase
quién llama a la puerta
cuando te veo me alegro
cuándo quieres que nos veamos     
voy a trabajar
ah, ya me acuerdo
ya ha recordado
peras e higos
he dicho
eh, que estoy aquí
te quedas o te vienes
oh, qué bien te queda
(igual que incluso)
(igual que todavía)
ya has visto bastante
un haz de leña
se guarda el as en la manga
oí un ruido
hoy no oigo nada

domingo, 03 de noviembre de 2002




sólo es un cuento

Era un pequeño pueblo de Castilla. Por aquellos días sus habitantes estaban más bulliciosos y animados que de costumbre. Es que estaban instalando ¡por fin! el teléfono, que llegaba al pueblo con algunos añitos de retraso, pero, qué alegría. Las gentes están que no caben de gozo, bullen alegres por las calles parándose a cada instante al cruzarse unas con otras; se intercambiaban cortos comentarios y continúan su camino. Aquello me recordaba estar viendo un reguero de rubias hormiguitas a través de una gigantesca lupa, cuando barruntan una buena cosecha.
Pero quien parece más gozoso con el acontecimiento, es el sector femenino en edad de merecer. Es un pequeño grupo de chicas jóvenes de las pocas que quedan sin haberse ido a trabajar a la ciudad. Casi todas pasaron la edad de la escuela primaria, -únicos estudios que cursaba la parte más privilegiada de aquella juventud- y distraen su tiempo en pasear arriba y abajo por hacerse las encontradizas con los hombres de la brigada telefónica. "¡Es que son unos chicos tan jóvenes y tan guapos!..."
Cuando los hombres de la brigada telefónica terminan la jornada de trabajo y vienen a la pensión, por allí bullen las muchachitas, cogidas del bracete, paseando con esa gracilidad que saben gastar las mujeres cuando se quieren mostrar agradables a los ojos de algún hombre interesante.
Los de la telefónica, casi todos solteros y alguno de ellos también jovencito, entran en el juego ancestral y se dirigen a las muchachitas para "pegar la hebra" con cualquier pretexto. Adelina, la más romántica y soñadora del grupo de jovencitas, mira de forma muy especial a Romero, el más joven de la brigada telefónica; se dirigen miradas que hablan.
Es un verdadero espectáculo ver trabajar a la brigada telefónica que instala los cables a través de los postes que traerán el teléfono; tan apuestos, con esos correajes y esos pinchos en las botas. El espectáculo llega al éxtasis de los sentidos, cuando se les ve cómo suben a los postes telefónicos con esos trepadores diminutos en los pies. Los gatos no suben mejor ni más seguros. Estas demostraciones viriles son las que encandilan y encienden a las jovencitas y ellos, sabedores, desempeñan su trabajo como si actuaran en un circo.

Cuando la primavera se acercaba, ya por el pueblo no se hablaba de otra cosa: Adelina y Romero se han enamorado; y cuando por fin se confirmó inequívocamente el noviazgo, fue por la función; la cosa estaba clara. Toda la noche estuvieron bailando en la plaza.
Quedó tan confirmado y consolidado aquel noviazgo, que el de la telefónica, después de unas tensas palabras con un grupo de

mozos del pueblo en edad de entrar en quintas, se vio en la ineludible obligación de pagarles "la pechá", una especie de impuesto revolucionario muy antiguo que vienen obligados a pagar todos los forasteros que se ennovian con alguna moza del pueblo. Desde aquel día, era habitual verlos pasear cada atardecer por el tupido paseo de los olmos, junto al arroyo.
Los días transcurrían distraídos y placenteros entre las sencillas gentes del pueblo, hasta que llegó el momento agridulce en que empezó a funcionar el teléfono. Los operarios tuvieron que marchar del pueblo, trasladados por su empresa a otras instalaciones del país. La despedida entre Romero y Adelina parecía una trágica odisea. Ella lloraba desconsoladamente sobre el pecho de Romero. Él, desarmado por las lágrimas, intentaba consolarla con promesas esperanzadoras: "Adiós, amor mío; no me llores. Volveré, volveré muy pronto. Te lo juro, Adelina, ¡espérame!".
Y por largo tiempo se mezclaron las saladas lágrimas con los dulces besos en aquella dramática despedida...
La tarde de finales de primavera era fría y amenazaba lluvia. Parado el tren en la estación, dio el último resoplido de aviso de partida. En el andén de la estación quedaba Adelina con los ojos irritados y fijos en la ventanilla del vagón. Asomado a ella, Romero, no cesaba de repetir, susurrante y conciliador: " Adiós, amor mío; volveré, volveré..., ¡volveré!".
* * *
Ya han pasado muchos años y a pesar de que el de la telefónica no volvió, Adelina que ya no tiene nada de mocita, sigue manteniendo sus esperanzas íntegras, y distrae sus días en la interminable tarea de coser las cositas del ajuar. Tan sólo la interrumpe cada tarde para ver llegar el tren de las siete menos cuarto. ¡Pobre Adelina! Su intuición femenina siempre le decía que aquel hombre cumpliría su promesa.


Algunos aseguran que sí, ¡que sí!, que un día vieron por allí al de la brigada telefónica; algunos decían que le vieron cuando estaban instalando la nueva centralita telefónica automática. Eso nunca se pudo comprobar. El caso es que Adelina, espoleada por los cuchicheos que circulaban por el pueblo, se dispuso a ir a ver a los celadores, empalmadores y operadores telefónicos que instalaban la nueva centralita, pero cuando llegó, ya era tarde. La tarde anterior se marcharon del pueblo al terminar el trabajo que les había ocupado escasamente una jornada.


Este relato se lo dedico a los empleados de telefónica (CTNE) que en otro tiempo fueron mis compañeros o colegas.




"¡pleitos tengas y los ganes!"

Es una maldición gitana; "¡pleitos tengas y los ganes!" define a la perfección el suplicio que se le desea al peor enemigo. No que los pierda, que eso es relativamente fácil, probable y de poca duración. Por lo tanto, poco penoso. Pero... ¡¿y si los ganas?! ¡¡Ay, si los ganas!! Prepárate.

La justicia está en España como todo. Ahora se nos está anunciando que quieren reformarla. Pues ¡hala, hala! Que la reformen.

—¿Cómo?
—¡Y yo qué sé!

Una dictadura como padecimos los que la padeciéramos, lo tuvo muy fácil: todo juez que olía a rojillo, a republicano o a demócrata... ¡zas! duro con él. A poner un puesto de pipas y caramelos o a marcharse al exilio.

Pero una democracia no. Una democracia tiene que cargar con toda la carquería de jueces que se criaron y engordaron en el franquismo, ¡y los tiene que soportar! Y aceptar con toda deportividad. ¡Claro! Para eso es democracia.
A pesar de que hayan mamado muy poco de la esencia democrática.

Sí, porque todavía hay jueces que son unos 'carcas'.
(Al alcalde de una ciudad, -que todavía dura-, le intentaron meter mano por decir algo parecido).
Los bien-pensantes me dirán:

—Hombre, hombre; que se sepa pero que no se divulgue, por favor.
—Pero oiga, ¿qué democracia es esa en la que no se puede opinar en voz alta?


¿Qué concepto del respeto al ciudadano tendrán esos jueces que cuando vas de acusador, de acusado o de testigo, te hacen que te pongas es pie para hablarles? No, no; ellos permanecen sentaditos. Son... ... ...otra cosa. ¡Claro!

No he ido -por suerte- a ningún juicio; por lo tanto me he librado de hablar con ningún tipo de jueces y de ayudantes. Pero veo juicios por televisión. Y cuando desde las mesas en alto de una sala de juicios, alguien dice: "levántese el testigo, o el etc..." yo no puedo reprimir un negro y ácido recuerdo hacia la escuela franquista, la que yo he conocido.

Cada vez que entraba en mi escuela primaria el cura o el alcalde del pueblo -pongamos por caso-, con actitud militar, ttodos los chiquillos nos teníamos que poner en pie y permanecer así hasta que el recién llegado tuviera la benevolencia de, con un leve gesto de la mano, indicar que ya nos podíamos sentar.

Que me perdonen ese tipo de jueces y quienes les comprenden y defienden, pero eso de tenerse que levantar para hablar al juez o a los ayudantes, es uno de mis barómetros para medir cuánto ha calado en mi país la filosofía democrática. Y también gracias a la televisión, veo actos de justicia en los que para nada se obliga a levantarse a nadie. Es más, han descubierto un sistema originalísimo y genial para que el que acude ahí -y no es de los de plantilla- no tenga la necesidad de hablar en pie: ¡Les han bajado la altura de los micrófonos! ¡Qué invento...!

Algunas noches sueño con ese guerrero rebelde que nunca fui, y me veo en un juicio en el que se me dice con autoritario desprecio:

—¡Levántese el acusado para hablar!

A lo que yo voy y le respondo al juez:

—Pues levántese usted también. ¿En qué artículo de la Constitución o de otras leyes, dice que los extraños al aparato de la justicia han de levantarse para poder hablar?

Luego me despierto, me levanto, me lavo la cara, y... ¡aquí no ha pasado nada!


01-06-2001





Quijoteríos

Sí; ¿por qué no? Quijoteríos bien pudiera ser un futuro día una palabra que la Academia de la Lengua describa en su diccionario como "los actos de una persona de vida quijotesca con notorios desvaríos".
Lo cierto es que hace ya 25 ó 30 años yo conocí a un extravagante personaje de esos que se meten muy dentro del papel de don Quijote de La Mancha y lo desempeñan durante toda una vida.

Es un singular "quijote" que va por la vida haciendo quijoterías. No es que ande desfaciendo entuertos, ni peleando contra follones ni malandrines. No; eso no. Ejerce el noble ejercicio de la caballería andante por las calles toledanas, ofreciendo sus servicios de cicerón a todo turista que encontraba por la imperial ciudad.

Su porte de hidalgo añejo y excéntrico, lo luce con orgullo y desposeído de todo sentido del ridículo. Aquella tarde me encontré con el personaje por vez primera. Estaba galopando en la plaza de Zocodover a lomos de un caballo de madera. Un gran corro de turistas de ojitos negros y rasgados, presenciaba sus piruetas.
Además de cicerón de las calles toledanas, en primavera y verano, también se dedica a dar conferencias monográficas sobre la obra cervantina.
También escribe y recita versos aunque no pasó del romance octosílabo. Los suelta en las tabernas cuando los gastronómicos alcoholes agudizan su euforia.
Ya es muy viejo pero no resulta raro encontrarle por alguna calleja de Toledo intentando atrapar la atención de los turistas. Su atuendo habitual es una barba blanquecina y puntiaguda y unas gruesas gafas de culo de vaso. Tocada la cabeza con una negra boina bilbaína. No es ya ni la sombra de lo que fue pero 'genio y figura hasta la sepultura'. Es pintoresco y entrañable; se hace pesado por su monotemática quijotería.

Un día de mayo de 1990 yo le dediqué una poesía que intentaba fotografiarle. La titulé: CARICATURA DE UN QUIJOTESCO HIDALGO en la que empezaba describiéndole así:



Es aspirante a bohemio
y un quijote de salón;
un aprendiz de poeta
y un donjuán de vocación.
Ególatra, autodidacta,
remedo de cicerón,
ingenioso de taberna,
"profesional" del pregón.
Tiene aspecto de payaso
y algo de rico señor,
de sabio loco, de excéntrico,
de profeta y gran actor.


. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Y terminaba diciendo:

No tiene lanza, ni galgo,
ni escudo viejo de cuero,
ni caballo, ni sobrina,
ni un servicial escudero.
No le viene de linaje
su porte de hidalgo añejo,
ni heredó escudo de armas
de principal caballero.
No tiene mansión de alcurnia,
ni labra vastos terrenos,
ni está licenciado en letras,
ni sabe batirse en duelos.
No desafió a rebaños,
ni despedazó pellejos,
ni con la Iglesia ha topado,
ni es desfacedor de entuertos.
No luchó con malandrines,
ni padeció encantamientos,
ni dulce dama le azuza
contra molinos de viento.
Pero una cosa es segura:
le tiene sorbido el seso
la leyenda de un hidalgo
e inexistente manchego.






Jesús Herrera Peña
BARGAS (Toledo)


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