El movimiento de los flagelantes

Las grandes hambrunas y epidemias de la Edad Media eran consideradas en la opini�n popular como un castigo divino por la corrupci�n de las costumbres, los pecados y el apartamiento del camino recto, determinando en las conciencias un ciclo infernal.

El sentimiento de incertidumbre por la vida que puede ser destruida en un instante y de un modo atroz, engendraba una sensaci�n de provisionalidad, de finitud y la �ntima convicci�n de que no podr�a construirse nada estable. El concepto del Dios del amor se transformaba en el Dios de justicia (�ntimamente sentida como injusticia).

La irracionalidad se impon�a, originando "pogroms": caza del jud�o, del morisco, del extranjero, incluso de leprosos, debido a la necesidad de encontrar chivos expiatorios al odio de raza y la aversi�n religiosa, aunque tras ese odio se ocultaran intereses econ�micos y ambiciones personales que transformaban las cacer�as en aut�ntico odio de clase.

Las condiciones que soportaba Italia a mediados del siglo XIII eran particularmente duras: en 1258 apareci� el fantasma del hambre, en 1259 un brote de peste. Por otra parte, la interminable guerra entre g�elfos y gibelinos la hab�a reducido a un estado de extrema miseria e inseguridad.

Por otra parte, el mundo estaba al borde del abismo. El a�o 1260 era el a�o apocal�ptico en el que, seg�n las profec�as pseudojoaquinistas, la tercera edad de la humanidad llegar�a a su meta. A medida que pasaban los meses esas esperanzas milenaristas se fueron haciendo m�s agudas, hasta que hacia finales del a�o, adquirieron un car�cter desesperado e hist�rico.

Las procesiones de flagelantes aparecieron por primera vez en Perugia hacia el a�o 1260, movimiento iniciado por un ermita�o, Raniero Fasani, extendi�ndose hacia el sur y el norte con tal rapidez que pareci� como una s�bita epidemia de remordimiento. Su impacto social fue muy grande, produci�ndose el constante incremento de sus adeptos.

Masas de hombres y mujeres generalmente j�venes, marchaban noche y d�a con estandartes y velas encendidas por la campa�a y de ciudad en ciudad, dirigidos por humildes sacerdotes. Cada vez que llegaban a una poblaci�n se formaban en grupos delante de la iglesia y se azotaban cruelmente durante horas.

Supon�an que con ello iban a obtener el perd�n divino y a conquistar la salvaci�n eterna fuera del rito oficial de la Iglesia; segu�an el esp�ritu de renovaci�n que deb�a dar inicio a la nueva edad del Esp�ritu. Due�os de un aut�ntico fanatismo religioso, proclamaban la inminencia de la ira de Dios contra la corrupci�n, predicando dura penitencia y la paz entre los partidos enfrentados. Sol�an recorrer las calles autoflagel�ndose las espaldas, llamando a los espectadores a arrepentirse y unirse en este autocastigo. En algunas partes desfilaban empu�ando cirios encendidos o encorvados bajo el peso de la cruz, avanzando con la cabeza inclinada, cantando c�nticos y lamentaciones.

El movimiento en Italia, a medida que pasaba el tiempo, fue languideciendo de desilusi�n. En los a�os siguientes cruz� los Alpes y reapareci� en las ciudades del sur de Alemania, adhiriendo sus habitantes a centenares y creando sus propios c�nticos y rituales. Termin� por convertirse en monopolio de los pobres, tejedores, zapateros, forjadores, etc.; y en esa medida, se convirti� en una conspiraci�n contra el clero.

El movimiento pronto comenz� a propalar que cada uno pod�a alcanzar la salvaci�n por sus propios m�ritos y sin ayuda de la Iglesia. Bastaba asistir a una de las procesiones para ser absuelto de los propios pecados. Debido a ello comenzaron las excomuniones contra los penitentes, siendo obispos y cardenales ayudados en la represi�n por pr�ncipes seculares.

De 1347 a 1350 la peste negra asol� Europa, siendo quiz� la m�s atroz de las epidemias que hubo de soportar, al ser causa de la probable desaparici�n de una tercera parte de la poblaci�n. A esa gran calamidad, se a�adieron las luchas civiles en Italia, la anarqu�a en Alemania, la Guerra de los Cien A�os que arruin� Francia y agot� Inglaterra.

La brutal expansi�n de la peste negra incentiv� e intensific� el resurgir del movimiento de los flagelantes, quienes nuevamente estaban convencidos de que el fin del mundo estaba pr�ximo. Viajaban en grupos organizados, unidos por votos que los obligaban a abstenerse de todo placer f�sico y les incitaba a soportar torturas y flagelaciones por 33 d�as, en memoria de los a�os de vida de Jesucristo.

En la primavera de 1348 tales procesiones eran organizadas en Avi��n. Una muchedumbre de hombres y mujeres sal�an descalzos, con la cabeza cubierta de ceniza, flagel�ndose sin piedad. Este ejemplo fue seguido de Alemania y otros pa�ses.

Tal movimiento m�stico y religioso no tard� en degenerar. Los cortejos de flagelantes atrajeron lo m�s bajo de la sociedad, y se transformaron en expediciones de rapi�a. Incluso, la reuni�n de ambos sexos semidesnudos no carec�a de peligros para las buenas costumbres.

En 1349, el papa Clemente VI los declar� herejes, haciendo grandes esfuerzos por eliminarlos. A comienzos del siglo XV, el movimiento revivi� en muchos estados alemanes siendo nuevamente perseguidos, terminando por recibir la condena absoluta en el concilio de Constanza (1414-1418).

En Alemania y en el sur de Europa siguieron existiendo grupos de flagelantes durante m�s de dos siglos despu�s de su aparici�n, aunque manten�an grandes diferencias entre s�. En Italia y el sur de Francia las comunidades de flagelantes florec�an en todas las ciudades importantes, eran severamente ortodoxas en lo religioso y gozaban del reconocimiento de las autoridades civiles y eclesi�sticas. En Alemania, en cambio, eran sospechadas de esconder tendencias herejes y revolucionarias.

Los flagelantes alemanes acabaron siendo enemigos decididos de la Iglesia, condenando al clero y negando la autoridad sobrenatural que los sacerdotes reclamaban para s� mismos. Se colocaban por encima del Papa y del clero, porque mientras los eclesi�sticos s�lo pod�an fundar su autoridad en la Biblia y las tradiciones, ellos hab�an sido ense�ados directamente por el Esp�ritu Santo que los hab�a enviado a predicar por todo el mundo. Por eso, algunos grupos no vacilaron en boicotear oficios religiosos, apoderarse de las riquezas eclesi�sticas y flagelar o asesinar cl�rigos.

Basado en:

ROMANO, Ruggiero, TENENTI, Alberto, "Los fundamentos del mundo moderno. Edad media tard�a. Reforma. Renacimiento", vol. 12, Historia Universal Siglo XXI, SigloXXI Ed., Madrid, 1974.

TOCCO, Felice, "L'eresia nel Medio Evo", Firenze, 1884.

GRIMBERG, Carl, "Historia Universal", N 9, 14, 28, 29, Ed. Ercilla, Chile, 1986.

http://www.europassion.be/Cantiano.htm

http://www.almargen.com.ar/sitio/seccion/cultura/hereje/index(2).html

http://www.lapiazza.org/articoli/storia/flagellanti.htm

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