Luis Florencio Chamizo Trigueros nace en Guareña (Badajoz) el 7 de Noviembre de 1894 en el seno de una familia humilde y trabajadora. Su padre Joaquín Chamizo Guerrero, natural de Castuera y tinajero de profesión, y su madre, Asunción Trigueros Bravo, natural de Guareña, por quien le vino la vena poética a Luis. Recibió los cursos primarios en Guareña, al parecer, por el maestro Don Diego López. Muy joven frecuenta el despacho de su padre y a escondidas escribe sus primeros poemas amorosos.
Se traslada a Madrid y cursa el Bachillerato y cursa el Bachillerato que finalizará en Sevilla, donde también obtiene el Título de Perito Mercantil. A los 24 años se licencia en Derecho, acaba su formación universitaria y regresa a Guareña donde entabla estrecha amistad con su paisano y más jovén, Eugenio Frutos Cortés. Colabora en el periódico "La Semana" en Don Benito y en ratos libres, inicia su "aventura" en habla castúa componiendo versos a los parajes de Valdearenales, sus gentes, y a la tierra que le vió nacer.
En 1921 marcha a Guadalcanal (Sevilla) y conoce a Virtudes Cordo Nogales, bella joven, con quien contrae matrimonio al año siguiente. Tuvieron cinco hijas, Mª Luisa, Mª Victoria, Mª de las Virtudes, Consolación y Mª Asunción. El 7 de Abril de 1924 es elegido circunstancialmente, alcalde de Guadalcanal. Y al mes siguiente se le designa académido de la Real Academia de Buenas Letras.
En 1930 fue homenajeado en Madrid por el estreno de "Las Brujas", acto que presidió el Premio Nobel de Literatura D. Jacinto Benavente. Terminada la Guerra Civil marcha a Madrid e ingresa en el Sindicato de Espectáculos consiguiendo un sueldo por el Estado. En la calle madrileña de El Escorial, 15, da clases de declamación totalmente gratis.
El 24 de Diciembre de 1945, fallece a los 51 años en Madrid. 49 años después del día de su muerte, el 7 de Noviembre de 1994, y gracias al pueblo de Guareña, sus restos son trasladados al Cementerio Municipal para el resto de los siglos, cumpliéndose su deseo.
Chamizo contactó con el movimiento modernista a través de Salvador Rueda, Villaespesa, Amado Nervo, Carrere, etc. Conoció a Federico García Lorca, probablemente a Alberti y a otros intelectuales y poetas de entonces. Chamizo coetáneo del 27 prefirió quedarse en el camino de la poesía regionalista.
En 1921 aparece por primera vez El Miajón de los
Castuos, posteriormente escribiría la obra de teatro Las
Brujas (1932), y su libro Extremadura.
En 1967 se editó en Madrid una antología poética con el nombre
de Obra Poética Completa.
EL
MIAJÓN DE LOS CASTUOS
(RAPSODIAS EXTREMEÑAS)
El miajón de los castuos está compuesto por doce
poemas épicos regionalistas y fue publicado en el año 1.921
por el autor Luis Chamizo cuando este contaba 27 años de edad.
Los poemas contenidos en esta
obra son:
No me jimples, no me
jimples mocosina; |
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Miá, Celipe, ¡que gusto!, tres manojos déspigas repañás en un instante; dende misa mayor al meyodía, tres manojos lo mesmo que tres jaces. Y ná más. Tú trebaja, que yo barro p´alantre y presto jorraremos pa la suerte los cuatro mil riales. Y ná más. Que rechiflen y reguñan, cavilando burrás los jolgazanes, iciendo que los probes mueren jartos de trebajo y de jambre; ¡ellos si que revientan de su rabia lo mesmito qu´estrumpe un triquitraque! ¿Pero qué refunfuñas entre dientes? ¿Qué concojas te anúan el gaznate que ni me palras, ni siquiá, Celipe, te güerves pa mirame? D´un periquete voy a ve´l puchero y atrancar el postigo de la calle, pa dispués que me siente en tus roillas que no mus cija naide, iciirte yo las cortas ocurrencias de mis cortos arcances. ¡Ajajá! Celipillo, tú tiés argo, tú no pués engañarme, o el amo te miró con mala cara, o bajó el manijero los jornales; pero tú tienes argo, Celipillo, argo que yo no pueo devinate por más que me caliento la mollera rebuscando el porqué de tus pesares. Pero dame la cara, ¡por Dios hombre!; dam´un beso y abrázame, y dame un estrujon juerte, mu juerte, pa ve si al estrujame quié reventá de gorpe la vejiga de jieles qu´avinagra tu caraite. ¿Es que gorvemos otra ves, Celipe, a las mesmas junciones d´andenantes, por qu´eres orgulloso y no te gusta que tu mujé trebaje? Es qu´aún no juyó de tu caletre el resquemor que tiés que m´asolane por dir a rebuscar a los rastrojos las espigas de trigo? ¡Qué diantre! Pos si es asín, t´amuelas, Celipillo, que n´hay más qu´aguantase. Descurre una mijina tan siquiera pensando en esa cosa que tú sabes. ¡Ay, Celipillo, Celipillo tonto, que p´al mes de Los Santos semos padres, qu´hay que jorrar, ¡recontra!, pa la suerte los cuatro mil riales, qu´el corazón me ice qu´es un macho lo que yo voy a dalte. Un macho mu jorzúo, con agallas, con genio, con reaños, con coraje; más vivo que los vientos, más listo que los frailes, más duro que las piedras, más güeno que los ángeles, qu´ha de saber podar como su agüelo y ha de saber segar como su padre. Y será campusino mu castüo, y será labraor, ¡que duda cabe! pa labrar esa suerte que mercamos con la yunta qu´habemus de mercale. Päece que ya no gruñes, Celipillo, páece que ya t´atreves a mirame, y me jaces cosquillas con las barbas de tanto como quieres arrimate... ¡Mi feuchillo! Si tú eres mu candongo, dame un beso y abrázame, pero a vel, cuidaito y no m´estrujes que ya me tiés breá de cardenales, y de fijo que via las estrellas si mu juerte llegaras a estrujame. Amos a ver, prencipia... ¡No seas burro! ¡Mia que chillo!... Prencipia cuanto antes. - Yo te voy a jundir en una urnia, cacho e cielo dorao de la tarde; yo te voy a jundir en una urnia pa que no te de´l aire. - Güeno, las manos quietas, Celipillo; amos a ser jormales. - Yo te voy a comer esa boquina una ves que t´arrimes pa besame, y endispués de comía m´entapono pa que no me s´escape. - Mia, Celipe, si sigues burreando, esta noche m´acuesto con mi madre. - Porqu´eres tú lo mesmo de preciosa que la Virgen del Carmen. - Pos si tanto te gusto, venga, dime, ¿por qué refunfuñabas andenantes? ¿Por qué no me mirabas? ¿Qué ajogos agriaban tu caraite? - Mis ajogos, mujé, no son pa dichos, que no puén esplicase manque yo m´embuchara más palraos que tos los sacamuelas chalratanes. Mis ajogos se cuajan aquí dentro con negros cuajarones de mi sangre que me´enturbian los ojos y me jieren lo mesmo que si jueran dos puñales. Y tú te tiés la curpa, ya lo ije. Y tú por nuestro mozo, ya lo sabes. Tú vas a espurgá las rastrojeras, y entres días ajuntas cuatro jaces, y contenta me vienes y me ices que tú barres p´alantre. Yo, que soy segaor, sé bien de cierto que mu pocas espigas se me caen, y yo duo si espurgas los rastrojos o las cargas que pillas por delante. Y eso ya no pué ser, esta es la jonra que al muchacho tenemos que dejagle más limpia que la cara de la Virgen, más branca que la flo de los jarales, y al que quiera manchala me lo jundo manque sea su madre. Y no jimples, que son feguraciones y no jué mi decir pa molestase, que bien pudo segar en esa suerte por argún casual un prencipiante. Y asín y tó no quiero qu´arrebusques las migajas qu´algunos se le caen, siquiera mientras lleves ahí metio nuestro mozo, porqu´eso es enseñale desde chico a doblar el espinazo y a viví de las sobras de los grandes; y asín saldrá sin juerzas, sin agallas, sin brios, sin coraje pa pescar el jocino y dir al corte pa llevase a los hombres por delante. Ya no güerves a di pa los rastrojos. Ya no juntas más jaces, qu´el muchacho no viene pa escurrajas y me lo pués torcer con agachate. Porque, mira, mujé, con esas cosas, ¿sabes tú lo que jaces? Pos le plantas el jierro de los probes que no lo borra naide. |
I Bruñó los recios nubarrones pardos la luz del sol que s´agachó en un cerro, y las artas cogollas de los árboles d´un coló de naranjas se tiñeron. A bocanás el aire nos traía los ruídos d´alla lejos y el toque d´oración de las campanas de l´iglesia del pueblo. Ibamos dambos juntos, en la burra, por el camino nuevo, mi mujé mu malita, suspirando y gimiendo. Bandás de gorriatos montesinos volaban, chirriando por el cielo, y volaban pál sol qu´en los canchales daba relumbres d´espejuelos. Los grillos y las ranas cantaban a lo lejos, y cantaban tamién los colorines sobre las jaras y los brezos, y roändo, roändo, de las sierras llegaba el dolondón de los cencerros. ¡Qué tarde más bonita! Qu´anochecer más güeno! ¡Qué tarde más alegre si juéramos contentos!... - No pué ser más- me ijo- vaite, vaite con la burra pal pueblo, y güervete de prisa con la agüela, la comadre o el méico... Y bajó de la burra poco a poco, s´arrellenó en el suelo, juntó las manos y miró p´arriba, pa los bruñios nubarrones recios. ¡Dirme, dejagla sola, dejagla yo a ella sola com´un perro, en metá de la jesa, una legua del pueblo... eso no! De la rama d´arriba d´un guapero, con sus ojos roendos nos miraba un mochuelo, un mochuelo con ojos vedriaos como los ojos de los muertos... ¡No tengo juerzas pa dejagla sola; pero yo de qué sirvo si me queo! La burra, que rroía los tomillos floridos del lindero carcaba las moscas con el rabo; y dejaba el careo, levantaba el jocico, me miraba y seguía royendo. ¡Qué pensará la burra si es que tienen las burras pensamientos! Me juí junt´a mi Juana, me jinqué de roillas en el suelo, jice por recordá las oraciones que m´enseñaron cuando nuevo. No tenía pacencia p´hacé memoria de los rezos... ¡Quién podrá socorrregla si me voy! ¡Quién va po la comadre si me queo! Aturdio del tó gorví los ojos pa los ojos reondos del mochuelo; y aquellos ojos verdes, tan grandes, tan abiertos, qu´otras veces a mí me dieron risa, hora me daban mieo. ¡Qué mirarán tan fijos los ojos del mochuelo! No cantaban las ranas, los grillos no cantaban a lo lejos, las bocanás del aire s´aplacaron, s´asomaron la luna y el lucero, no llegaba, roändo, de las sierras el dolondón de los cencerros... ¡Daba tanta quietú mucha congoja! ¡Daba yo no sé qué tanto silencio! M´arrimé más pa ella; l´abrasaba el aliento, le temblaban las manos, tiritaba su cuerpo... y a la lus de la luna eran sus ojos más grandes y más negros. Yo sentí que los míos chorreaban lagrimones de fuego. Uno cayó roändo, y, prendío d´un pelo, en metá de su frente se queó reluciendo. ¡Que bonita y que güena, quién pudiera sé méico! Señó, tú que lo sabes lo ucho que la quiero. Tú que sabes qu´estamos bien casaos, Señó, tú qu´eres güeno; tú que jaces que broten las simientes qu´echamos en el suelo; tú que jaces que granen las espigas, cuando llega su tiempo; tú que jaces que paran las ovejas, sin comadres, ni méicos... ¿por qué, Señó, se va morí mi Juana, con lo que yo la quiero, siendo yo tan honrao y siendo tú tan güeno?... ¡Ay! qué noche más larga de tanto sufrimiento; ¡qué cosas pasarían que decilas no pueo! Jizo Dios un milagro; ¡no podía por menos! II toito lleno de tierra le levanté del suelo, le miré mu despacio, mu despacio, con una miaja de respeto. Era un hijo, ¡mi hijo!, hijo dambos, hijo nuestro... Ella me le pedía con los brazos abiertos, ¡Qué bonita qu´estaba llorando y sonriyendo! Venía clareando; s´oían a lo lejos las risotás de los pastores y el dolondón de los cencerros. Besé a la madre y le quité mi hijo; salí con él corriendo, y en un regacho d´agua clara le lavé tó su cuerpo. Me sentí más honrao, más cristiano, más güeno, bautizando a mi hijo como el cura bautiza los muchachos en el pueblo. Tié que ser campusino, tié que ser de los nuestros, que por algo nació baj´una encina del camino nuevo. Icen que la nacencia es una cosa que miran los señores en el pueblo; pos pa mí que mi hijo la tié mejor que ellos, que Dios jizo en presona con mi Juana de comadre y de méico. Asina que nació besó la tierra, que, agraecía, se pegó a su cuerpo; y jue la mesma luna quien le pagó aquel beso... ¡Qué saben d´estas cosas los señores aquellos! Dos salimos del chozo, tres golvimos al pueblo. Jizo dios un milagro en el camino; ¡no podía por menos! |
Pimpollo, rey de tu madre, miagirrina de la groria mesma que cayó de los cielos desprendía del botón reluciente d´una estrella: no me jagas pucherinos cuando yo te jaga fiestas; ponme los ojillos tunos, relámbiate con la lengua. jame´l angó, muchachete, que voy a dalte la teta. Míala, túmbate a la larga, chachino, chuperretera jasta qu´el cholro del pezón rebose los bujerinos de tus tragaeras. Asín, con genio, mu juerte, manque t´aplastes las narices mientras y endispués, de muchacho, se te note que las tiés porrillúas y retuertas, qu´a esos que tienen la naris picúa, sus madres ajuyéronle las tetas. Lucer, pan y condío, espiguina de carne de mis eras, suerbe p´adentro remetiendo juncia, larga chupones atizando yesca pa que aluego, cuando mozo, naide te moje la oreja. Rempuja tú con genio, chiriveje, chupo jondo y bochinchea, chiquinino de tu casa, muñequino jormao de miel y cera que derritió ´l aliento de tu padre, que yo cuajé con sangre de mis venas, que Dios jizo al igual que semos dambos pa que tós devinaran tu nacencia; remete´l jociquino bien p´adentro, empuja con to tu juerza, que asín el chipitón saldrá seguío con dos gorpes tan solo qu´arremetas. Descudia tú, preciosino, no te acagaces y aprieta, mamque se ringuen tus narices guapas y te se pongan retuertas, que por esas señales se conocen los muchachos castüos de tu tierra, los hijos de las madres que son madres tan aïna que Dios las jace jembras; porque aquí, pa nusotros, tós sabemos, com´una cosa mu cierta, qu´a esos que tienen la narís picúa, sus madres ajuyéronle las tetas. |
Improvisación |