Gutiérrez el insaciable

Jaime Muñoz Vargas

Pedro Juan Gutiérrez (1950) asombra no por su desenvoltura, no por el desenfado implacable de sus historias, no por la grieta que abre en la moral estándar. Asombra porque no se espera que en el obligo de la isla surja una narrativa insolente, frescota, ferozmente egocéntrica y libidinosa. Si ya había hecho escándalo con Trilogía sucia de La Habana, con El Rey de La Habana y con Animal tropical, los cuentos de El insaciable hombre araña vuelven a deambular el mismo espacio, la misma época, la misma prosa y la misma tesitura erótica/descarnada/sarcástica que ha convertido a Pedro Juan Gutiérrez en el Henry Miller de la Cuba revolucionaria.

         Independientemente de la postura ideológica desde donde se le juzgue, es innegable que la obra de Pedro Juan Gutiérrez tiene atributos que con merecimiento le han granjeado ya una buena cuota de lectores. Hasta su aparición, no se tenía noticia de un narrador cubano con peculiaridades bukowskianas, un narrador que, hasta donde esto es posible, se despojó de resonancias políticas, económicas y sociales para hundirse en caída libre a los abismos de un país que puede ser contado, como todos los países, con severa, con punzante ironía.

         Pedro Juan Gutiérrez así lo ha hecho una vez más. Armado hasta las muelas con una burla que todo lo taladra, el autor de El insaciable hombre araña nos ofrece aquí 19 ácidos relatos donde el personaje protagónico (alter ego demasiado próximo a Gutiérrez, un personaje adicto al ron, al tabaco y al culto de las negras y las mulatas) es testigo de la catástrofe material que carcome la piel y el alma de los vapuleados y abnegados cubanos.

         Prácticamente no hay párrafo sin gracia en todo El insaciable...; si una virtud tiene Pedro Juan Gutiérrez es, de hecho, la de trasmutar el desastre en un humor cuya malditez permea los poros de cada relato y nos ofrece su apocalíptica visión a risotadas. Con una prosa sencilla pero exuberantemente salpicada de pinceladas maestras, el narrador habanero —quien por cierto también se dedica a la pintura, como su protagonista de cajón— articula un fresco donde el lector asiste a los escondrijos de la capital cubana, a sus atestadas "guaguas", a sus barecitos decrépitos, a sus vecindarios podridos por el tiempo y la carencia, a sus casas decoradas con la obsolescencia y la improvisación. Una enorme masa de personajes pueblan estas páginas: a todos, a su mismísima madre —"una vieja cabrona"— o a la "jinetera" más barata, el narrador los escudriña de los pies a la coronilla y de ellos extrae una estremecedora certeza: "templar" con una negra y beber ron barato es lo único a lo que se puede aspirar con gusto en medio de la desolación, es el mejor remedio para no morir colgado de una soga.

         El insaciable hombre araña —estrafalario título, pero que pudo ser cualquier otro aunque para efectos de marketing es inmejorable dada la renovada celebridad del arácnido— emplea un recurso ya explotado por Gutiérrez en su Trilogía sucia de La Habana; esto, ante el lector que busca autores que no se plagien a sí mismos, podría ser un handicap en contra del narrador. Contar todas las historias desde una sola perspectiva, hacerlo incluso con personajes que novelescamente aparecen y reaparecen conforme avanzan las historias, puede resultar atrayente para muchos lectores, pero a otros los puede orillar al tedio pese a la quemante esplendidez de la prosa.

         Por otro lado, aunque el término cuento es cada vez más comprensivo y abarcador, no deja de resultar polémico incluir en ese género las historias en las que, como en muchas escritas por Bukowski, no hay un gobierno preciso de la anécdota desde el punto de vista estructural. Igual que otros autores de su estilo (Guillermo Fadanelli sería su correlato mexicano), Pedro Juan Gutiérrez deja caminar por las páginas a su lúbrico protagonista y, como en la vida, éste se topa con lo asombroso, lo paradójico, lo terrible, lo grotesco y lo (de vez en cuando) hermoso, pero también con lo común y lo corriente, lo ordinario, lo insustancial. El autor luce siempre despreocupado por el final de sus historias, y lo importante en su caso parece ser el recorrido verbal por la devastada isla, no el punto de llegada que en su caso es, por ley, anticlimático en cada pieza del volumen.

         Y no hay que confundirse: la presencia del humor, agrio en todo momento, no surge desde una mirada turística, desde visión desligada de la entraña habanera. Al contrario, la risa aquí es una risa de capricho goyesco, una risa que se enchufa visceralmente a la realidad y, con una oscura carcajada como telón de fondo, nos ofrece el espectáculo de la vida cubana desde un yo abatido, un yo que testifica como aquí, con íntimo horror: "Me gustan los bares cochambrosos que hay en esa calle. Siempre hay mucha gente: vendedores callejeros, vagos, puticas muy jóvenes y baratas, viejas gordas buscando sexo. Ésas son gratis, pero dan asco. Viejos sucios, mendigos pidiendo, inválidos, ciegos y sordomudos que venden chucherías, viajas locas, viejos borrachos. En fin, se reúne mucha gente cochambrosa y mugrienta. Hay decenas de solares en los alrededores y los negros y las negras caminan por ahí, sin rumbo, a ver qué sucede. Nunca sucede nada. Ellos siguen caminando, a ver qué sucede".

         El insaciable hombre araña confirma que Cuba tiene ya un nuevo cronista; acaso un cronista incómodo, pero ineludible. Es necesario leerlo para comprobar de cerca si este libro, como un barrio de La Habana descrito por Gutiérrez, "le baja [o no] la moral al más duro".

El insaciable hombre araña, Pedro Juan Gutiérrez, Anagrama (Narrativas hispánicas), Barcelona, 2002, 211 pp.

002, Torreón, 85 pp.

 

 
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